Calidad de la enseñanza universitaria es un concepto con varias dimensiones, incluyendo el diseño del currículo de cursos, el perfil de egreso, la actualización de contenidos, la excelencia del cuerpo académico y la relación de carreras y programas con el medio empleador y la sociedad. Pero también, de manera muy destacada, comprende los aspectos de una gestión bien llevada, incluyendo una adecuada proyección del hacer académico con la realidad del empleo. Es indudable que la calidad de nuestro sistema universitario es bastante deficitaria. También es un mal indicador que los estudios formativos universitarios duren, en promedio, dos años más que en el caso de la OCDE, marcados además por altas tasas de abandono y bajas titulaciones.
Programas desactualizados, predominancia de profesores de tiempo parcial con escaso entrenamiento docente, poca relación con el medio relevante y bajos recursos de apoyo tecnológico, marcan nuestra realidad. Además, el sistema se caracteriza por escasa innovación, carreras que se repiten en aspectos generales y específicos, sin aportar diversidad formativa a un sistema en expansión. Contradictoriamente, sin embargo, se exhiben con orgullo las altas tasas de cobertura, como si ello por sí solo fuera suficiente logro para un país.
Lo anterior implica retos importantes en acreditación. El más crucial: contar con un sistema que pondere bien las distintas realidades institucionales para así reflejar sus distintos proyectos de desarrollo. Segundo, que sea un sistema de seguimiento, y no un simple “semáforo” que otorga acreditación por un cierto tiempo. Tercero, que no se vincule con temas de financiamiento para no contaminar la evaluación por calidad. Cuarto, que en los evaluadores predomine sólo una indiscutible excelencia académica y una elevada dosis de servicio público.
Luis Riveros, Senador Universitario. Académico de la Facultad de Economía y Negocios.