Debate valórico

21 de Noviembre de 2001

Los debates valóricos deben emprenderse con altura de miras, en forma desapegada de la coyuntura política, y en medio de un contexto de amplitud y tolerancia. Es la única forma de que ese debate conduzca a establecer con claridad las posiciones diversas sobre temas tan delicados como el divorcio, el aborto inducido o el uso de la llamada "píldora del día después". Debate necesario, puesto que existen sectores amplios que no están conformes con nuestras reglas vigentes, y desearían una innovación en las mismas. Sectores que piensan que deben ampliarse los espacios de libertad, tal y como se han abierto en muchas otras esferas de la vida en sociedad, para que cada uno tenga el derecho a ejercer sus opciones informadas. No es ciertamente correcto que las visiones, por cierto respetables, de los diversos credos religiosos se constituyan en un mandato legal para toda la ciudadanía, adhieran las personas o no a tal credo. Ello conduce a una mezcla de asuntos de iglesia y de Estado que no resulta saludable para el cuerpo social, y agita fuertemente los sentimientos de exclusión y desconsideración de ciertos grupos. No es, en definitiva, y como ocurre en muchos países, un elemento favorecedor de la democracia, de la libertad de elección y pensamiento el que el gobierno de los asuntos políticos se entremezcle con la conducción espiritual. Pero también es cierto, por otra parte, que el debate debe llevarse a cabo con respeto por los principios, la tradición y las creencias; no se trata de crear un instrumento dirigido a construir soluciones que tienen también por defecto el de imponer criterios con desprecio por la tolerancia y las posiciones de aquellos que discrepan.

Sin duda nuestra sociedad necesita abrir espacios para debatir ideas y para poder renovar reglas que están causando más conflictos que arreglo a los problemas que se intenta remediar. Aquí hay una grave responsabilidad para los políticos, quienes deben abordar soluciones sobre estas normas en el marco de principios del Estado y de una sociedad civil que madura junto con el progreso en todos los ámbitos. Soluciones que deben prevenir de un intercambio franco de opiniones y visiones, donde se respete lo más importante que es la persona, el fin último de las cosas. El debate debe permearse de humanismo, para que la franqueza y el realismo que el mismo precisa, abran las compuertas al entendimiento, a la razón, al cuidado por la sociedad tolerante que todos debemos ayudar a construir.

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