Claudio García

08 de Marzo de 2000

Su inesperada desaparición sume en un gran dolor a su familia, amigos y colegas. No hay preguntas ni respuestas, sino sólo el vacío que fríamente dibuja su ausencia. Una partida que constata la pérdida no sólo de un ejemplar padre de familia y un gran amigo, sino también de uno de los ingenieros comerciales más competentes del país, de esos innovadores atrevidos que permiten surcar horizontes y transformar las cosas. ¿Cómo podríamos explicar su partida sino pensando en que el designio superior lo ha requerido por razones aún ignotas para nosotros? ¿Conformidad? Difícil de tener, aunque creamos entender el porqué.

Claudio García fue un hijo de la clase media chilena. Como tantos otros, llegó en 1962 a estudiar Administración y Economía a la Universidad de Chile basado en el mérito de su capacidad y de su esfuerzo. Fue un alumno brillante, y aún mejor compañero y amigo de tantos y tantas. La muerte de su padre lo alejó de la querida Escuela, pero trabajó denodadamente para ahorrar y proseguir tiempo más tarde. Contaba con orgullo esta experiencia ocurrida en una fase temprana de su vida, que le había enseñado que el convencimiento para proseguir una meta prefijada era un factor que conducía inevitablemente a alcanzarla. Así lo hizo en su vida profesional. abrió Wall Sreet para Chile, fue un empresario de gran valor, incursionó en muy diversos campos, logró siempre proyectar su trabajo en resultados que podían exhibirse con orgullo. Pero al mismo tiempo, nunca abandonó su visión humanista de su quehacer, nunca dejó de respetar a las personas, y nunca abandonó la vieja Escuela en cuya Asociación de Egresados participó activamente. Humilde, se emocionó cuando se le distinguió como el mejor Ingeniero Comercial de la Chile. solidario, nunca dejó de ofrecer su ayuda para los estudiantes de menos recursos, que quizás le recordaban en forma tan vívida su propia experiencia estudiantil.

Hemos perdido a Claudio, pero no su ejemplo de trabajo, de humanidad y de fuerza. Angustiados y entristecidos hemos de consolarnos reconociendo que su paso entre nosotros no fue en vano y que ha quedado no sólo su sonrisa bonachona, sino también la tarea de superar las marcas que ha dejado.

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