Desigualdad de oportunidades

Santiago, 24 de marzo de 2004.

Ninguna, o casi ninguna. Esa sería la respuesta que se darían los niños talentosos que, perteneciendo al veinte por ciento más pobre de la población, se preguntasen por sus posibilidades de cursar con éxito una carrera universitaria de calidad, a las que se ingresa con altos puntajes en la PSU y que son exigentes académicamente.

Y razones no les faltarían. El 5,3 por ciento de los estudiantes universitarios previene del quintil más pobre, y el 39,4, del de mayores ingresos (Mideplan, año 2000). Pero hay más.

Los niños de ese quintil más desfavorecido crecen en un ambiente donde se pregona que la educación que reciben es de mala calidad, lo que siendo descorazonador no necesariamente implica plena conciencia. Más descorazonador aún sería si se diesen cuenta que, por factores ajenos a sus talentos y esfuerzos, su capacidad cognitiva podría no desarrollarse plenamente, infringiéndoles una limitación intelectual de por vida. Pero muchos de ellos que sortean las dificultades de su entorno y llegan a rendir la PSU sí se dan cuenta que las notas cercanas al siete que recibieron en sus estudios no reflejan aprendizajes comparables, y se sienten burlados.

Por su entorno familiar y social, difícilmente el ingreso a una educación universitaria de calidad les fue planteado estimulantemente como meta alcanzable para su desarrollo personal y para abrirse a un mundo de oportunidades. Pero sí escuchan que, en el caso de acceder a la universidad, podrían tener resuelto el tema de los aranceles, a través de becas o de crédito solidario, en cuyo caso la deuda que contraen con el Estado se suma a tener que ayudar a sus familias. Pero ni hablar que estarían resueltos temas gravitantes como la movilización, el vestuario, la alimentación diaria completa, y para qué pensar en tener un computador, o libros, o en estudiar con el mínimo de privacidad y comodidad requerido cuando muchas veces viven hacinados o de allegados. Y si bien muchas universidades y organismos ayudan a las necesidades académicas y socio económicas de jóvenes talentosos de su condición, con excelentes resultados ¿quién, durante sus estudios básicos, les aseguró que llegado el momento ése sería su caso?

Si la mayoría de esos niños crece con la casi certeza que sus esfuerzos en su educación básica y media no les generará oportunidades para egresar de una educación universitaria de calidad, y si más bien pareciera que esa educación no es para ellos, a quienes sólo les estaría dado el acceso a una educación acorde a su condición social, es decir, barata y de baja calidad, ¿con qué validez les llegan las palabras instándolos a colocarse metas altas y a hacer su mejor esfuerzo para alcanzarlas? ¿Para qué motivarse e ilusionarse y a qué vencer las dificultades que les impone su entorno si no hay  expectativas reales de lograr esas metas? Demás está decir que en su caso instarlos a hacer su mejor esfuerzo significa más bien llamarlos a realizar esfuerzos extraordinarios, dadas sus condiciones de vida.

Es urgente romper este círculo vicioso para hacer realidad nuestro discurso de que la educación universitaria de calidad es fundamental para el desarrollo social, cultural y económico del país, y que para desarrollar una sociedad democrática, integrada, tolerante y con movilidad social esa educación debe darse con igualdad de oportunidades.

Parte del Aporte Fiscal Indirecto (AFI) podría focalizarse en los alumnos talentosos del quintil más pobre. Hay que desacoplar a estos jóvenes de su entorno socio económico inicial, si es que queremos que al menos en esta etapa tengan igualdad de oportunidades. Un fondo de becas podría financiar los aranceles, un computador y una cantidad mensual para sufragar los gastos de estudio, mantenimiento, alimentación y vivienda (en una pensión decente o en un hogar universitario) para todos los estudiantes provenientes de este quintil que logren, por ejemplo, el puntaje necesario para ingresar a una carrera en alguna de las dos instituciones que reciban el mayor número de mejores puntajes de la PSU para esa carrera.

Que las familias de ese quintil sepan, cuando sus hijos están ingresando a la educación básica, que si ellos son capaces de lograr esas metas, el país les brindará oportunidades reales de acceder y cursar con éxito una educación universitaria de excelencia. Sólo así podríamos ver como se va construyendo el país que nuestro discurso declara y sueña.

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