A lo largo de su historia independiente, en América Latina han existido numerosas instancias de colaboración e integración, con organismos u organizaciones intergubernamentales como la Organización de Estados Americanos (OEA) o el Pacto Andino. Sin embargo, con el correr de las décadas ha resultado difícil consolidar estos espacios, siempre sometidos a las tensiones producidas por cambios de gobierno en sus países integrantes.
En opinión de Gilberto Aranda, académico del Instituto de Estudios Internacionales (IEI), esta debilidad se debe a diversos factores. “Los fuertes nacionalismos que existen en la región y las divergencias ideológicas que han sido difíciles de procesar en esquemas que permitan que todos ganen, ha impedido encontrar espacios de unidad regional”, afirma el académico, quien asegura que pese a existir un escenario de divergencia entre los gobiernos, deben potenciarse iniciativas que aumenten la cooperación entre cada espacio.
Para Aranda se necesita “una convergencia que logre incorporar y procesar las diferencias que tengan los países, poniéndose de acuerdo en algunos comunes denominadores” que permitan contrarrestar la actual dispersión.
Es que en América Latina existen al menos tres bloques de cooperación diferenciados políticamente: el Mercado Común del Sur (Mercosur), nacido en 1991 y que agrupa a Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y recientemente Venezuela, la Alianza Bolivariana para América (ALBA), en el que participan Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas y Surinam e impulsado por el ex Presidente Hugo Chavez; y la Alianza del Pacífico, fundada por Chile, Perú, Colombia y México en 2011.
De todas maneras, el académico del IEI es cauto a la hora de tratar las diferencias entre estos mecanismos de cooperación latinoamericanos. “No todos son necesariamente opuestos, por ejemplo el Mercosur se ha articulado de manera separada con ambos, por lo que su papel puede ser central en la integración regional, al igual que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur)”.
La Unasur, a diferencia de los bloques mencionados, es un organismo que reúne a los doce países de América del Sur y que busca fortalecer el diálogo entre los Estados. Gilberto Aranda asegura que “puede ser el espacio de concertación y vínculo de diferentes proyectos, en donde se logre sentar a la mesa a representantes de estos tres bloques, pero va a depender de la voluntad política de los distintos gobiernos”.
Un menor rol de los Estados
A pesar del rol central que han tenido los gobiernos en el impulso de estas diferentes iniciativas, el académico de la Facultad de Economía y Negocios (FEN), Rodrigo Wagner, cree que en el futuro serán otros mecanismos los que dotarán de dinamismo una eventual integración regional. “Hoy los gobiernos tampoco tienen mucho que hacer respecto a la integración, ya que las barreras arancelarias que obstaculizaban la integración económica son muy bajas con respecto al pasado reciente. Veo más un proceso de empresas de distintos países interactuando entre ellas, que grandes cambios producidos por gobiernos”, opina Wagner.
Ello no impide que el académico de la FEN valore positivamente el surgimiento de espacios de encuentro entre los gobiernos. “Lo más importante de todos los acuerdos, cumbres y subgrupos es que estamos manejando a través de ellos nuestros conflictos, y ayudan a que tengamos una convivencia más civilizada”, señala. Así, la generación de nuevas confianzas a nivel regional mediante el diálogo y explicitando objetivos comunes, debería permitir que a mediano plazo “los emprendedores puedan pensar en expandirse a mercados de toda la región, tal como un emprendedor de Estados Unidos piensa en enviar sus productos a todo su país”.
Por último, refiriéndose a las oportunidades de integración que se abren entre Chile y Argentina, Wagner cree que se podría aumentar los niveles de sus exportaciones hacia el país trasandino. “Cualquier país le exporta más a sus vecinos, pero debido a la dificultad de que los clientes argentinos accedieran a dólares no podían pagarle a los proveedores chilenos”, lo que deterioró las relaciones comerciales entre empresas de ambos países, obstaculizando por ejemplo, la exploración de nuevos productos de exportación que se insertaran en el mercado argentino.