Un nuevo modelo de grupos socioeconómicos basado en el ingreso total del hogar y el número de integrantes del grupo familiar fue anunciado a comienzos de diciembre, tras la divulgación del último estudio realizado por la Asociación de Investigadores de Mercado (AIM). Se añaden dos subdivisiones al grupo socioeconómico ABC1, alcanzando un total de 10 grupos, mientras que el C3 desplazó al D como el más numeroso de la población. Modificaciones que, sin embargo, se basan en parámetros arbitrarios y que no necesariamente reflejan cambios en las clases sociales que existen en nuestra sociedad.
Para la agrupación a cargo del estudio, cuya clasificación comenzará a ser ocupada públicamente, el desarrollo inmobiliario, los tipos de auto que circulan, el mayor acceso a la educación universitaria y el uso de smartphones, tablets y otras tecnologías han incidido en los cambios experimentados por la sociedad chilena en los últimos 30 años, lo que ha impactado en la redefinición de los Grupos Socioeconómicos (GSE). Un estudio que se basó en los datos de la encuesta Casen de 2013 y en la metodología para la medición de la pobreza, enfocado –especialmente– para “determinar nichos de consumo y así testear marcas y nuevos tipos de consumidores”, afirma Giorgio Boccardo, profesor del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile.
Nuevas subdivisiones de grupos socioeconómicos
Al analizar su metodología, se concluye que se empleó un modelo matemático que la Comisión para la Medición de la Pobreza aplicó para definir la línea de la pobreza para cada hogar, y que fue adoptada por la AIM para establecer las distintas líneas de corte de grupos socioeconómicos. En términos simples, para pasar de un grupo a otro, se determinó que un hogar debe subir su ingreso en un 62 por ciento, aproximadamente, es decir “si un hogar gana 100 y otro 162 estarían en estratos distintos, pero si uno gana 100 y otro 161 estarían en el mismo estrato. Esas líneas de corte son las que generaron los diferentes estratos”, explica el estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales, Gonzalo Ghio.
De esta manera, se establecieron nuevos grupos, aumentando de siete a 10. “Ellos sostuvieron las denominaciones anteriores para tratar de mantener una equivalencia, pero la equivalencia no es exacta ya que no se puede tomar la estratificación anterior pues al comparar los grupos C3 y el D actuales con los anteriores no son los mismos grupos. Entonces, ahí hay una comparación que no es rigurosa, porque lo que es D ahora, no es equivalente a lo que era D antes”, comenta.
Si bien el ingreso es el mejor predictor para medir estratos socioeconómicos y la encuesta Casen entrega la información más cabal al respecto, Ghio enfatiza que la clasificación es arbitraria, ya que se podría haber usado otra fórmula para determinar el número de grupos y sus características socioeconómicas. Como ejemplo describe la situación del grupo C3: “Si este grupo fuera considerado como parte del sector social bajo, pasaría a ser del 37 al 66 por ciento de la población aumentando considerablemente el sector bajo de la población”, pues son personas que ganan en promedio 271 mil pesos por persona.
¿Grupo socioeconómico o clase social?
La implementación de esta nueva clasificación abre la interrogante sobre qué define a un grupo socioeconómico y si es sinónimo de clase social. De acuerdo a la teoría sociológica, la división de clases sociales trae consigo una larga discusión con, al menos, dos características socio-estructurales: una de ellas está asociada a la posición de las personas en la producción (o en el mercado) y la otra es la función social que cumple.
Si bien las corrientes funcionalistas de la Sociología no estarían de acuerdo con cómo clasificar exactamente las clases sociales, ninguna de ellas partiría del ingreso para determinar qué es clase social como si ocurre con la división de grupos socioeconómicos, las clases sociales, más bien, poseen otras características comunes como el proyecto político o de vida. A modo de ejemplo, Boccardo describe el caso de un alto ejecutivo en un banco, cuyo sueldo es similar al de un empresario microbusero, quienes pese a tener el mismo ingreso socioculturalmente, ideológicamente y políticamente pueden ser muy diferentes.
Otra dimensión necesaria de contemplar en el análisis de clases sociales es la accionalista. Es decir, las clases sociales no permanecen estáticas o condicionadas por un esquema estructural a partir de cómo se distribuye el empleo en el país sino que, sobre todo, se establecen como tales a partir de un determinado proyecto, identidad, forma de organización social y política particular. “Las clases actúan y la única forma de observarlas es cuando actúan social y políticamente, por lo que con esos dos componentes uno se puede empezar a aproximar al tema de las clases”; el nuevo modelo de grupos socioeconómicos tiene otro enfoque, centrado en el mercado, aclara Boccardo.
Actualmente, en Chile las clases propiamente tales se diluyeron. “La vieja clase media se organizaba en torno a la DC y al partido Radical, y tenían un proyecto. Compartían un barrio común, una forma de ver el mundo, se reproducían en instituciones como esta, eso es una clase ya que es posible ver un proyecto sociedad”, recalca el sociólogo. Por el contrario, ¿cuál es el proyecto del grupo C3 de hoy?: “En la lógica clasista no tiene sentido pasar de clase media a pobreza, por una razón sencilla y es que las clases tienen modos de protección colectiva que, en el fondo, implica que al estar desempleado no dejas de ser clase media”, complementa Boccardo.
Mejoras en las condiciones de vida
Tras la publicación del nuevo modelo de grupos socioeconómicos, sus defensores lo relevan como una radiografía de un país cuya calidad de vida ha mejorado considerablemente en la últimas tres décadas. En la práctica, las condiciones materiales han cambiado, lo que se evidencia en un mayor acceso de la población a bienes y servicios antes impensados, con un aumento también en los ingresos de las personas. Cambios que tienen relación con el crecimiento o expansión del consumo y la riqueza. En términos absolutos, es evidente que han mejorado las condiciones de vida de las personas, pero “en términos relativos creo que las formas de distribución son centrales para entender el tipo de sociedad que tenemos hoy”, comenta Giorgio Boccardo.
En la medida en que el consumo se expande o masifica, se pierde el prestigio asociado a la adquisición de bienes, lo que incentiva a las elites a buscar nuevas formas de distinción social. “El consumo, más allá de la materialidad de tener un aparato tecnológico, genera formas de diferenciación. El lugar de vacaciones o el tipo de música escuchada son ejemplos que marcan estilos de vida particulares, por tanto el problema sociológico es relativo”, comenta Boccardo.
Sin embargo, más allá del mayor acceso de la población a productos como vehículos y aparatos de última tecnología, los usos de estos bienes no implican un cambio en las condiciones socioeconómicas de la población, significa, en palabras de Gonzalo Ghio, “simplemente que la pobreza de hoy es diferente a la pobreza del pasado. Antes, los pobres andaban descalzos, hoy tienen zapatos; siguen siendo pobres pero viven mejor en relación a quienes eran pobres anteriormente”.
El país ha avanzado en términos materiales al igual que cualquier país del resto del mundo, no así la distribución socioeconómica ya que la sociedad chilena mantiene características estructurales de desigualdad. “Si uno revisa la encuesta Casen, en los deciles de ingreso, prácticamente los nueve primeros deciles son muy homogéneos, excepto el último decil (el más alto) que salta drásticamente en cuanto a sus ingresos, entonces hay una estructura social que se mantiene prácticamente inalterable más allá de que hoy la gente pueda costear bienes materiales que antes no podía”, señala Ghio.