Durante las últimas semanas hemos asistido a la polémica originada por la creciente implementación de la aplicación Uber en nuestro país. La relevancia de esta controversia no se limita solamente a las manifestaciones de rechazo de grupos de taxistas en las calles de Santiago frente al uso que automovilistas privados hacen de la aplicación, o a las reacciones que desde el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones se han originado respecto al resguardo de la normativa vigente, sino que remite a una discusión aún mayor, que alude a la ausencia de claridad respecto a la utilidad real que tienen esas tecnologías para el transporte de pasajeros, quién se beneficia y dónde está realmente la mejora o innovación para los habitantes de nuestras ciudades.
Se plantea que nuestro sistema de transporte público está obsoleto en varios aspectos, como la calidad, eficiencia, disponibilidad, rutas, operación de servicios. Por otro lado, parte importante de la discusión actual sobre este tema sigue siendo la congestión.
El sistema privado Uber vendría a solucionar parte de los problemas poco discutidos en nuestro medio, respondiendo a un vacío de necesidades de transporte y trayendo consigo bastantes beneficios para algunos como el precio, mayor eficiencia, más seguridad, facilidad de pago para los usuarios, acceso desde teléfonos inteligentes, trato directo entre consumidor y conductor, disponibilidad de autos durante noche asegurando que las personas no manejen bajo la influencia del alcohol (vinculado con la Ley Emilia), disminución de circulación de autos, posibilidad de compartir información, limpieza, buen trato, entre otras.
Esta discusión trae consigo a lo menos tres reflexiones importantes para nuestro contexto. La primera dice relación con la manera en que la planificación del transporte en particular, y la gestión urbana en general, incorpora las nuevas tecnologías disponibles en el mercado. La lentitud con la que el Estado puede reaccionar frente a estos episodios hace ver que es necesario prever y adelantarse a los avances que de seguro continuarán llegando a la gestión pública. La forma improvisada en que se aborda la instalación de una nueva tecnología, respondiendo a presiones de usuarios, taxistas, expertos, políticos, entre otros, refleja la poca reflexión que existe respecto a tema y a los futuros desafíos que van a surgir.
¿Es un tema de tecnología? Según algunos, la tecnología está aquí para utilizarla, y lo que puede hacer el gobierno es crear todos los instrumentos para facilitar la incorporación de éstas y ayudar a quienes no la tienen. Sin embargo, el no cuestionar qué implican estos nuevos servicios en términos de quién puede acceder, dónde se ofrece el servicio, cómo se paga, nos harían saber que probablemente no es útil ni factible para todos los habitantes de la ciudad de Santiago, y probablemente no para aquellos que más necesitan mejorar sus condiciones de movilidad. En ese sentido, ¿el rol del Ministerio sería promover el transporte o las soluciones privadas, o mejorar las condiciones de movilidad de toda la población y no solo la de algunos?
Otra reflexión se vincula con cómo mejoramos la gestión del transporte de taxis de manera particular, y la de transporte de manera general. Es decir, la incorporación de Uber o Cabify u otros sistemas a la oferta de transporte en la capital, evidencian una debilidad o ausencia de oferta satisfactoria para un grupo de pasajeros sobre los cuales no sabemos mucho. Existe una queja frente a la oferta tradicional de taxis en la capital, que hasta ahora se mantenía invisibilizada. Y la pregunta que surge es cómo se mejora la oferta actual, sin borrar lo que existe y mejorando las condiciones de transporte.
Finalmente, una tercera reflexión dice relación con la forma en que comprendemos al usuario multimodal y la intermodalidad que debe existir en los sistemas de transporte en Chile, no solo en la ciudad de Santiago, si no que en las diversas ciudades, contemplando su especificidad. Esto implica que cada uno de nosotros no es un individuo unimodal ya que hay momentos en un mismo día que podemos usar el automóvil, el metro, la bicicleta y terminar el día usando un taxi para desplazarnos y satisfacer nuestras necesidades. Lo anterior implica comprender el sistema de transporte no como diversos modos que usan el espacio de la ciudad, sino como modos que se interrelacionan y que pueden otorgar oportunidades si se miran de manera integrada.
La innovación en el transporte público no va solo por incorporar nuevas tecnologías, si no también por aprender de lo que estamos haciendo y mejorarlo. En ese sentido, no se trata de eliminar el sistema de taxis, si no revisar qué pasa con éste, y discutir respecto a qué alternativas ya ha generado la ciudadanía para resolverlo. Existen diversas iniciativas informales en nuestras ciudades donde, debido a que el sistema de transporte público no es accesible para todos, los ciudadanos se organizan para proveer de alternativas de transporte. ¿No sería más útil reconocer esas iniciativas y apoyarlas o mejorarlas en vez de traer propuestas de multinacionales o simplemente acomodar nuestra normativa a ellos?