En uno de sus últimos libros el politólogo iraní Asef Bayat recuerda que para analizar la realidad de Medio Oriente resultan absolutamente decisivos dos factores: en primer lugar, la presencia de una extracción incondicionada de petróleo por parte de las grandes empresas occidentales y, en segundo lugar, la amenazante presencia de Israel desde 1948 para la pretensión de descolonización de los países árabes y, en especial del pueblo palestino. Ambos factores, en realidad, debieran ser pensados como dos tensores o pivotes de una misma máquina imperial que, con modificaciones, no ha dejado de operar en la región.
La actual escena de Ormuz condensa con exactitud lo planteado por Bayat: en primer lugar el petróleo expresa la violencia de la acumulación instaurada por la dinámica imperialista cuya posibilidad sólo acontece por la presencia de las formas coloniales instauradas por las potencias occidentales que se cristalizan con la presencia de Israel que, desde su creación en 1948, constituye un actor decisivo en la región. Petróleo e Israel, son signos del capital y del colonialismo, la economía y la soberanía, que marcan a fuego la historia de la máquina imperial.
Los dos “factores” se traducen en la actual confrontación en dos aspectos: en primer lugar, en el bloqueo de los capitales iraníes efectos al petróleo y, en segundo lugar, en el problema geopolítico de que Irán pueda tener o no armas nucleares y desafíe así la hegemonía militar de Israel que, según los informes de NN.UU., poseería más de doscientas ojivas no registradas por las organizaciones internacionales puesto que Israel –al igual que EE.UU.- no ha suscrito los acuerdos de no proliferación de armas. Si los dos “factores” indicados por Bayat dan el contexto, digamos que la actual situación acontecida en el estrecho de Ormuz pone en juego a la máquina imperial en sus dos aspectos que la componen (y que ella produce): el económico y el político.
Respecto del problema económico, inmediatamente después del derrocamiento del Sha (monarca puesto por las potencias occidentales) en la Revolución de 1979, el triunfo revolucionario trajo consigo el inmediato bloqueo económico por parte de los EE.UU. al país persa. La existencia de grandes fuentes petroleras y gasíferas han hecho de Irán un lugar decisivo para el cálculo imperial, un hecho reconocido no sólo por Teherán sino también por Moscú. La Revolución –fenómeno absolutamente moderno que convirtió a Irán en República dejando atrás el peso colonial de la monarquía- impidió que el petróleo cayera en las arcas de Washington y hoy esa misma política resguarda la soberanía sobre el gas.
Respecto del problema político, digamos que desde la revolución de 1979, Irán se erige en la gran amenaza militar del Estado de Israel. La entidad sionista tiene armas nucleares y pretende hacer lo imposible para que Irán quede imposibilitado de producirlas y tenerlas. Como se sabe la balanza nuclear juega como factor determinante en la relación de fuerzas a nivel regional. Es a Israel que EE.UU. y su comparsa europea pretenden proteger, en tanto potencia militar y económica de la región es Israel el eslabón geopolítico del actual estado de cosas: si Irán llegara a tener armas nucleares capaces de desafiar la hegemonía israelí ello podría cristalizar en diversos frentes simultáneos, actualmente dominados por las fuerzas imperialistas occidentales: el Yemen y el bando “Huthí”, Bahrein y el cuestionamiento a la oligarquía sunní, Palestina y el lugar de Hizbullah y sobre todo, Siria, actualmente convertida en un verdadero “protectorado” iraní.
Justamente ha sido la situación Siria la que ha marcado la feliz despedida de 1989 como paradigma en el que EE.UU. podía gozar con ser un poder unidimensional. Siria visibilizó a Rusia y a Irán como dos actores decisivos que pueden contrarrestar la asonada norteamericana en la región.
En este sentido, Siria implicó un avance sustantivo en la guerra de posiciones del eje irano-ruso que no se veía desde los tiempos de la Guerra Fría. Si a ello se agrega la posibilidad de que Irán tenga armas nucleares tal como Israel, el panorama para EE.UU. y Europa por un lado, pero también para Israel, Egipto y Arabia Saudi como actores regionales aliados a las potencias occidentales por otro, resulta ser levemente más complicado. Las estrategias pueden variar y debemos esperar muchos episodios similares a los recientemente acontecidos. Lo que es cierto es que desde que Trump asumió el mando de EE.UU. las provocaciones al coloso persa han estado a la orden del día.
Que se haya bombardeado a un barco japonés mientras se sostenía un diálogo para ver la posibilidad de restituir el acuerdo nuclear, que hoy día Irán exija su derecho a retener a un barco británico acusándole de violar “tratados de transporte marítimo” en ese pequeño estrecho en el que colinda Omán, Emiratos Árabes Unidos en cuyos países (así como en la totalidad de los países árabes) se alojan silenciosamente cientos de bases militares estadounidenses que apuntan sus mirillas hacia Teherán, muestra exactamente el punto: no estamos ni en la clásica “guerra fría” (cuyo principio del fin se inicia en 1967 y, quizás, termine con los Acuerdos de Oslo de 1993), ni en 1989 con un EE.UU. todopoderoso (que se cristaliza en 1991 con la Guerra del Golfo): en la miríada de guerras de alta y baja intensidad que recorren las superficies del planeta, asistimos a una profundización de la guerra civil planetaria que pretende arrasar con nuestro presente.