Mi privacidad mental expuesta al escrutinio de otros sin mi consentimiento. La manipulación de mis ideas y pensamientos. La posibilidad de mejorar las capacidades de algunos seres humanos, interviniendo sus cerebros. Y si vamos más allá, ¿qué pasa si mi cerebro es conectado a una máquina? ¿Quién se hace responsable del actuar de ella? ¿Yo o la máquina? No estamos hablando de ciencia ficción, nos estamos preguntando por un futuro que está aquí, y la academia lo sabe.
“La neurociencia en la última década ha traído muchos avances importantes que pueden empezar a afectar la manera en que nuestro cerebro es usado y compartido, y de eso estamos hablando cuando hablamos de neuroderechos”, señaló el director del Departamento de Neurociencia e investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI), de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Pedro Maldonado.
Y aunque el profesor Maldonado está cierto de que los neuroderechos van a tener impacto dentro de los próximos 10 o 20 años, “no podemos esperar hasta entonces para empezar la discusión”.
¿Por qué no? La respuesta está a la vista: “Actualmente existen técnicas de imageonología que permiten muy crudamente tener una línea de pensamientos de un sujeto. Eso sugiere que uno en principio podría mirar la actividad del cerebro y predecir más o menos, hoy muy malamente, qué cosas está pensando la persona. Si esto se llega a sofisticar, lo que es cosa de tiempo, una persona podría estar expuesta a que todos sus pensamientos y privacidad mental esté expuesta al escrutinio de alguien. Ahí hay una amenaza a la privacidad mental, en términos de que alguien puede saber lo que yo quiero y lo que pienso, y no queda a mí la decisión de que la persona lo sepa”, explicó el académico respecto a uno de los varios puntos que integran este debate.
Otro tema, que se asoma cuando hablamos de neuroderechos, tiene que ver con la capacidad que hoy tiene la neurociencia de intervenir el cerebro. “Es decir, yo puedo mejorar el cerebro, y puedo por lo tanto llegar a hacer cerebros que sean más capaces que otros, y eso puede generar inequidad en la población, con seres humanos potenciados, lo que crea todo un problema ético. Eso también es parte de esta discusión”, detalló Maldonado.
La interfase cerebro-máquina, el que podamos conectarnos a un robot o una máquina, es otro punto que entra en este debate. “Por ejemplo, yo puedo conectar mi cerebro a un robot o una grúa, una máquina peligrosa, lo que permite no ponerme en riesgo. Pero si la máquina atropella a alguien, ¿de quién es la culpa?, ¿del computador?, ¿del programador?, ¿de mi cerebro?”, se preguntó el neurocientífico, claro de esto no es ciencia ficción: “Ya hay pacientes en los que se realizan intervenciones en el cerebro en términos de interfase cerebro-máquina. Por lo tanto, esto no es algo que va a ocurrir, sino algo que ya está ocurriendo, de forma bastante primitiva, pero está empezando a ocurrir. Hay sillas de rueda que están siendo manejadas por la cabeza, y pacientes que sufren Parkinson que mejoran a través de la estimulación directa de la médula espinal, lo que también computación y cerebro”, detalló el investigador del BNI.
Pioneros en neuroderechos
En 2017 Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia y quien lidera el Proyecto BRAIN (Brain Reseaarch Through Advancing Innovative Neurotechnologies), iniciativa estadounidense que desde 2013 busca comprender el funcionamiento de las redes sinápticas de nuestro cerebro, firmó junto a otros 25 destacados científicos un artículo en la Revista Nature titulado “Cuatro prioridades éticas para las neurotecnologías e Inteligencia Artificial”.
Yuste, quien ha sido uno de los impulsores en esta materia, se transformó entonces en vocero de una propuesta que busca definir los datos neuronales –basados en la actividad cerebral de cada individuo–, con el fin de poder darles protección legal e incorporar a la carta de derechos humanos cinco neuroderechos inalienables: la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, el acceso equitativo y la no discriminación en el acceso a las neurotecnologías.
En Chile, el surgimiento de este tema tuvo un eco inmediato en la comunidad científica, y través de la Comisión Desafíos del Futuro del Senado, un grupo interdisciplinario de científicos está desarrollando la propuesta para que nuestro país lidere el primer piloto a nivel mundial de protección ética y legal de los neurodatos. Esto, a fin de establecer un ejemplo y demostrar que es posible avanzar para regular su relación con la inteligencia artificial, el impacto ético, biológico, su relación con la mantención de la dignidad de la persona, y los desafíos que surgen dada las implicancias de conocer estas señales.
“Hoy alrededor del mundo existen políticas de Inteligencia Artificial, y en esas políticas se establecen directrices para proteger los datos, pero no para proteger el derecho mental a que a uno le lean o no el cerebro. Esta propuesta, mucho más acotada, busca que Chile sea pionero en identificar los derechos de las personas en relación a nuevas tecnologías y el cerebro”, afirmó el profesor Maldonado, quien considera que el contexto local nos da ventaja para asomarnos como los primeros en realizar esta propuesta.
“La comunidad neurocientífica aquí es pequeña, por lo tanto, tiene la oportunidad de discutir estas cosas más eficientemente que una comunidad donde hay miles de científicos, con miles de miradas distintas. Y considerando que Chile es un país bastante pequeño en términos legislativos, puede promover una cosa así, más rápida que otros países, y tiene por lo tanto, la oportunidad de convertirse en un pionero”, concluyó.