En tan solo 14 minutos, Valdivia fue el epicentro de un desastre natural que causó más de 2 mil muertes y 2 millones de damnificados, significando cerca de $550 millones en daños materiales. Aquella tarde del 22 de mayo de 1960, se produjo una ruptura que se extendió hasta los 1.000 kilómetros de longitud de la interfaz de la subducción nacional, generando dos terremotos y un maremoto que asolaron a 13 de las 25 provincias del país en aquel entonces. La onda expansiva recorrió el Océano Pacífico por 15 horas, generando grandes olas que azotaron las playas de Hawái, Japón, Filipinas, California, Nueva Zelanda, Samoa y las islas Marquesas.
Tras 60 años desde el terremoto más grande de la historia nacional y en medio de una pandemia mundial, investigadores especializados en geografía, sismología, salud y planificación territorial de la Universidad de Chile, sostienen que estos fenómenos no pueden ser previstos con claridad exacta y requieren su urgente comprensión para ser abordados de mejor manera. A través del Programa de Reducción de Riesgos y Desastres (CITRID), la Casa de Bello ha convocado a expertos del mundo académico, instituciones gubernamentales y representantes de la sociedad civil, para visibilizar los desafíos que conlleva la gestión del riesgo.
Para el jefe de la Unidad de Redes Transdisciplinarias de la VID, Pablo Riveros, resulta importante pensar los diferentes fenómenos como socio naturales. “La Universidad tiene el rol de construir una mirada integral que piense en la sociedad en su conjunto y también en su respectiva interacción con el medio. Por ello, trabajamos arduamente para ser un nexo entre los diferentes actores y contribuir a una mirada que permita repensar el mundo, ya que los terremotos no solo afectan las estructuras o edificaciones, sino también a las comunidades”, indicó.
Esta situación ha sido plasmada con los nuevos desafíos de la pandemia mundial por Covid-19. La enfermedad puso en jaque el sistema sanitario y también ha tenido impactos socio económicos, cambiando las rutinas y comportamientos de las personas, junto con producir dificultades en la salud mental de la población ante la sensación de temor, peligro e incertidumbre.
La Académica de la Facultad de Medicina, Alicia Villalobos, sostiene que “la Universidad de Chile tiene un rol fundamental para apoyar y contener los efectos producidos por catástrofes sanitarias y socio naturales. Como institución pública, debemos seguir formando capital humano para enfrentarse a cualquiera de estas situaciones, haciendo un esfuerzo por capacitar a especialistas y democratizando todas las ciencias y saberes”.
Transdisciplina para enfrentar impactos socio naturales
Según la OCDE, Chile fue la nación con más costos relacionados a atender emergencias de desastres socio naturales entre 1980 y 2011. Debido a su configuración territorial, el país cuenta con un alto componente sísmico, que repercute entre un 1 y 2% en el Producto Interno Bruto. Frente a esto, miembros de CITRID aseguran que la gestión y reducción del riesgo de desastres debe ser abordada desde un enfoque holístico, transversal e integrador, para amortiguar las consecuencias. Por ello, se hace necesario contemplar todas las etapas del riesgo, como los factores naturales, físicos, antrópicos y sociales.
El coronavirus ha destapado efectos colaterales significantes para la sociedad, como la caída de los precios de materias primas, la interrupción de las cadenas de producción, la imposibilidad de producir insumos básicos, problemas para mantener el hogar producto del confinamiento obligado y despidos de un gran porcentaje de la fuerza laboral, entre otros. Una situación similar se vivió tras el terremoto de Valdivia, pues gran parte de las construcciones fueron derrumbadas por la acumulación de energía entre las placas sobre las que se encuentra el país desde la colonización española. Este movimiento telúrico generó el desborde del río Calle Calle, inundando el centro de la ciudad y acabando con lo que había quedado en pie.
El director del Departamento de Ingeniería Civil y miembro de CITRID, Ricardo Herrera, comentó que “antiguamente, el diseño tradicional de estructuras antisísmicas funcionaba en términos de resistencia a la deformación y a la fuerza máxima que se puede aguantar. En la actualidad, esto se ve modificado con las expectativas de los usuarios. La única forma económicamente viable para la construcción es buscar las propuestas en las que se produzcan escasos daños. Esto es posible a través de los sistemas de protección sísmica de aislación y de situación de energía. Sin embargo, lo más importante es no preocuparse únicamente de que los edificios no se caigan, sino que de atender a todo el sistema social para que la recuperación sea relativamente más rápida”.
Conocer los fenómenos para adelantarse a sus impactos
De acuerdo con la Académica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, e investigadora del Centro de Tecnologías para la Minería, Diana Comte, resulta natural que las personas quieran conocer cuándo ocurrirá un nuevo terremoto, sin embargo, esto no es posible. “Como humanos, tenemos un periodo de observación muy corto a estos fenómenos, ya que los terremotos ocurren a escalas de tiempo de 300 años aproximadamente. Es difícil entender a cabalidad un proceso del cual no tenemos la información completa. Los grandes avances en la ciencia y la investigación nos permiten medir los procesos de deformación y nos ayudan a intentar estar preparados. La responsabilidad de la sociedad es trabajar transdisciplinariamente para ello”, señaló.
Esta incertidumbre es un sentir recurrente ante cualquier factor de riesgo al que se vea enfrentada la sociedad. La falta de conocimiento y las dificultades para atender el peligro impactan principalmente a los sectores más vulnerables, generando una multiplicidad de necesidades que deben ser atendidas con urgencia. Según la Profesora Villalobos, “el aislamiento social es muy difícil de sobrellevar desde el tratamiento a los enfermos. Por ejemplo, la salud mental de las personas tiene un impacto ante cualquier catástrofe y como Universidad debemos apoyar desde distintas capacidades para responder de forma conjunta a estos eventos”.
Por su parte, el conocimiento de la realidad sismológica del país es una oportunidad para actuar preventivamente en la reducción de aquellos factores que inciden en el riesgo tras desastres. La vicedecana de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo e integrante de CITRID, Carmen Castro, agregó que “cuando se produce un desastre como el de Valdivia, la relación con el territorio sufre un quiebre al cambiar sus características. Al mismo tiempo que se reconstruye el asentamiento humano, también debe reconstruirse la relación de las personas con esta zona modificada, haciéndolas partícipes en la toma de decisiones, y que no sean solo espectadores”.
A su vez, la Profesora Castro aseguró que el riesgo constituye un efecto no deseado de los modelos de desarrollo económico. “Estos hechos son el resultado de errores en la toma de decisiones en cuanto a ocupar y habitar el territorio, por lo tanto, la forma más efectiva de generar transformaciones de reducción de riesgo es a través de políticas e instrumentos de planificación territorial. El objetivo debe centrarse en no generar nuevas áreas de riesgo y mitigar las existentes. Así, podremos desarrollar un aprendizaje social para una cultura preventiva y mejorar la estructura de gobernanza del riesgo”, agregó Castro.
A partir de 1960, existió un alzamiento de la superficie terrestre desde Concepción hasta la Península del Taitao en la XI Región. Estos cambios geográficos del paisaje local, continúan reproduciéndose lentamente, siendo objeto de estudio para los diferentes investigadores de la Universidad de Chile. Desde el Programa de Riesgo Sísmico (PRS) de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, se ha logrado la medición precisa de los movimientos de las capas solidas de la superficie del planeta, a través de satélites que orbitan a un gran kilometraje de altitud.
El director del PRS y miembro de CITRID, Jaime Campos, indicó que los sismos son una manifestación terrestre que puede ser estudiada desde su deformación, ubicación, acumulación y propagación por el paisaje. “Como Universidad, disponemos de una tremenda herramienta para estimar la sismicidad esperada en cualquier región del mundo. Hemos trabajado en mejorar las tecnologías de monitoreo sísmico y en un sistema de alerta temprana que permite tomar medidas de acción ante un eventual tsunami, siendo pioneros con esta tecnología a nivel latinoamericano”, comentó.
Finalmente, el director nacional de ONEMI, Ricardo Toro, se refirió a las medidas implementadas para aminorar las consecuencias ante desastres. “Tras el punto de inflexión de 2010, contamos con 16 Direcciones Regionales empoderadas en su gestión, con Centros de Alerta Temprana (CAT) regionales que funcionan 24/7 y están conectados permanentemente con el nivel central. A esto se suman sistemas de comunicaciones redundantes y vehículos de emergencia de última generación ante una situación de emergencia. Con el apoyo de la Universidad de Chile, hoy contamos con un Centro Sismológico Nacional y con una red con más de 400 instrumentos a lo largo del territorio, que nos permite contar con información exacta y muy valiosa a pocos minutos de ocurrido un sismo”, concluyó.