A comienzos de la década del '90, la desertificación constituía uno de los principales problemas medioambientales a nivel mundial. En nuestro país, como consecuencia del cambio climático, el crecimiento urbano, la construcción de carreteras, la reasignación de agua, la agricultura migratoria en secano y la ganadería sin manejo, la degradación del suelo está avanzando a lo largo del territorio generando graves daños al ecosistema.
“Los riesgos para la vegetación son los cambios en la composición florística debido a la disminución de las precipitaciones y al estado hídrico de los suelos, en que las especies y ejemplares menos resistentes tienden a desaparecer. Por su parte, los suelos quedan menos protegidos y se erosionan. De este modo, se alteran severamente los hábitats de los componentes bióticos del ecosistema (flora y fauna) con lo cual éstos se ven muy afectados”, señaló el profesor Antonio Vita, académico de la Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza.
De acuerdo con el profesor Vita, la desertificación, que se produce principalmente en las zonas periféricas de los desiertos, pero con el avance de la sequía se extiende en otros territorios también, no solo afecta a la flora y fauna de un determinado ecosistema, también produce efectos negativos en las poblaciones humanas aledañas, provocando su empobrecimiento y ruptura de los núcleos familiares, ya que las personas más aptas para el trabajo deben emigrar hacia otras localidades menos afectadas.
CONAF estima que cerca del 22 por ciento del territorio continental de nuestro país se encuentra afectado por la desertificación. La acción humana y el cambio climático han generado la disminución de la vegetación, ya sea por la cosecha de leña o la falta de agua, y con ello, el suelo queda más expuesto al sol, a la evaporación, afectando el crecimiento de pasto y árboles que sirven de alimento y refugio tanto para las personas como para los animales, lo que ha provocado serios cambios en la cadena trófica.
Según explicó el profesor Luis Raggi, académico de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias, en el altiplano ya se puede ver que los pocos ejemplares de anfibios existentes mantienen una vida casi exclusivamente acuática, y la fauna silvestre de guanacos y vicuñas comienzan a disminuir e invadir terrenos de cultivos agrícolas en busca de alimentación, generándose un conflicto con la Agricultura Familiar Campesina que se sostiene con esfuerzo en ambientes extremos.
“Esta situación incluso acerca a los depredadores a las poblaciones humanas, siendo un conflicto permanente el ataque de pumas a ganado de llamas, alpacas y ovinos. Los grandes carnívoros y carroñeros como los pumas, zorros y cóndores también corren peligro al acercarse a las poblaciones humanas, son atropellados en las redes viales o mermados por trampas y cacería furtiva. Es una dinámica compleja que afecta a todo el ecosistema”, afirmó el profesor Raggi.
El profesor Fernando Santibáñez, de la Facultad de Ciencias Agronómicas, describe la desertificación como un proceso de intromisión humana que amenaza a cientos de especies que quedan “descontextualizadas y condenadas a la extinción al encontrarse súbitamente en un hábitat disfuncional”.
La sequía representa un aceleramiento del nivel de estrés sobre los ecosistemas. Con miles de años de evolución, las especies han aprendido a adaptarse a diferentes variaciones climáticas, pero la escasez del recurso hídrico y la desertificación provocada por el hombre son variables que están llevando al límite de lo tolerable a miles de seres vivos que intentan mantener el equilibrio en un ecosistema.
“Son tiempos de decir las cosas como son; las sequías seguirán intensificándose hasta fines de este siglo debido a la expansión de la Celda de Ferrel. Eso quiere decir, que el desierto de Atacama seguirá ampliándose hacia el sur aplastando a los ecosistemas de las zonas áridas y semiáridas de nuestro territorio. Nos encargaremos que hacer grandes esfuerzos para ir en el salvataje de la agricultura, mejorando la gestión del agua, buscando nuevas fuentes de agua, ideando nuevos sistemas de cultivo súper controlados, pero a los ecosistemas nadie podrá ayudarles a enfrentar un desafío de tal magnitud”, enfatizó el profesor Santibáñez.
El profesor Raggi se suma a esta alerta, señalando que es importante dar a conocer la dinámica acelerada del proceso de desertificación, que en muchos casos es irreversible, por eso hay que “hacer entender que cada uno y en conjunto somos actores en el cambio; el que, además, es cada vez más rápido. Chile es uno de los países más afectados del planeta; al extremo de que la zona andina del norte y parte del centro de nuestro país son parte de los principales ‘puntos calientes’ o de gran riesgo para la biodiversidad vegetal y animal a nivel planetario”.
La degradación del suelo desata una desaparición de especies que propende la propagación de microorganismos y virus que pueden mutar y adaptarse para hospedarse en nuevos organismos, incluido el ser humano. Una amenaza constante que hoy en día ha podido hacerse patente con la propagación del SARS-CoV-2, provocando la pandemia de COVID-19 que ha forzado al mundo entero a tomar medidas sanitarias nunca antes pensadas.
La esperanza de la recuperación
El avance de la desertificación en nuestro país se ha ido intensificando con el tiempo, y, de acuerdo con el profesor Vita, hay dos factores que serían las principales causas de esto: “la reasignación de aguas y aumento en su demanda y, la urbanización de áreas rurales”.
El profesor Vita pone como ejemplo la situación del Oasis de Quillagüa, ubicado en el límite de las Regiones de Tarapacá y Antofagasta, donde la venta de los derechos de agua hacia empresas mineras y la expansión urbana de la ciudad de Calama, han provocado una salinización, cambio en el estado químico y disminución del caudal del Río Loa, eliminando la agricultura de ese lugar en particular.
La urbanización de las áreas rurales se está dando en forma constante en la mayoría de las regiones del país, especialmente en la zona central lo que genera una considerable disminución de la vegetación para la construcción de ciudades, carreteras, servicios públicos, entre otras infraestructuras necesarias en urbes en crecimiento.
De acuerdo con el profesor Santibáñez, “se puede recuperar aquella parte provocada por el ser humano, para ello hay que dejar de explotar a los ecosistemas más allá de sus capacidades de regeneración. Por lo general la naturaleza tiene capacidad de regenerarse si la dejamos hacerlo, a eso le llamamos resiliencia. Aquella parte de la desertificación provocada por el cambio climático es irrefrenable”.
El profesor Vita concuerda con esta visión, señalando que la reforestación constituye una de las principales herramientas de un proceso de restauración de la vegetación. Al haber conciencia de que una acción humana está dañando el ecosistema y se detiene, existe una posibilidad de restauración natural; sin embargo, se requeriría demasiado tiempo para volver a estar cerca de los estados originales. En zonas con sequía en aumento, esta situación se agudizaría.
En el caso de la Región de Coquimbo, estudios realizados por las Facultades de Ciencias Agronómicas y de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza indican que, en promedio, un terreno que ha sido abandonado sin vegetación remanente en un proceso de recuperación natural demoraría alrededor de 200 años en alcanzar los estados finales arbóreos de la sucesión. En cambio, con la forestación, se puede alcanzar dichos estados en un plazo muy inferior. "Para tales efectos, existen especies nativas y exóticas que son capaces de establecerse directamente en sitios sin vegetación a condición de efectuar una adecuada preparación del terreno, que en este caso podría ser el algarrobo chileno y el quillay”, agregó el profesor Vita.
La U. de Chile tiene un rol fundamental en la investigación y diseño de estrategias para resolver o mitigar diferentes problemáticas, que en la actualidad deben ser abordadas de manera “interdisciplinar, transdiciplinar y holística”, como sostiene el profesor Raggi, destacando que “los fenómenos siempre están encadenados, por ello pueden estudiarse en forma sistemática, pero se requiere una integración, para su global comprensión, estudio de plagas, ecología, dinámica de poblaciones, climatología, etc., puede abordarse desde centros, como el Centro de Estudios Andinos o el de Estudio de Zonas Áridas, donde la Universidad y sus profesionales y estudiantes, tienen un papel determinante”.