En América Latina y el Caribe, las luchas de los movimientos sociales y los feminismos han conseguido avanzar hacia el reconocimiento de las violencias contra las mujeres, que la violencia racista constituya una violación de los derechos humanos y que se reconozca como un fenómeno cruel que expresa la discriminación de género y “racial”, así como las desiguales relaciones de poder que existen entre los seres humanos.
Sin embargo, aún queda camino por recorrer y el trabajo debe ser de las sociedades en su conjunto. El punto de arranque es reconocer las desigualdades, la discriminación y las prácticas racistas que ellas deben enfrentar diariamente y que se expresan en múltiples dimensiones: estatal, laboral, mediática, policial, académica y cotidiana.
Es urgente desmontar los estigmas racistas que existen sobre las mujeres afrodescendientes, que producen discursos de rechazo y de odio construidos durante siglos.
Es imprescindible conocer y valorar los saberes que ellas poseen. Reconocer que nuestra historia americana se encuentra enlazada, desde hace cinco siglos, con el continente africano, y reivindicar su legado.
Es necesario educar descolonizando teorías y metodologías para terminar con la sexualización racializada de la que han sido objeto debido al desconocimiento de su historia y de su cultura.
Para ello, es fundamental sensibilizar respecto de la naturaleza y la incidencia de la discriminación y el racismo contra las mujeres afrodescendientes, tanto de aquellas que han nacido en este territorio y que han emprendido en las últimas décadas una lucha por el reconocimiento del pueblo afrodescendiente chileno como de aquellas que han llegado procedentes de países hermanos y que han emprendido una lucha por el derecho a migrar.
Porque la humanidad somos todes y todes somos sur.