Myriam Singer (1955) se jacta de tener la buena costumbre de contestar a todos los mensajes que recibe por Whatsaap o correo electrónico en un lapsus de máximo 3 horas. No le gusta dejar nada sin responder o sin al menos la deferencia de acusar recibo. Desde el lunes, sin embargo, la ex soprano y regisseur no ha podido dar abasto a los cientos de mensajes de felicitaciones más las solicitudes de entrevistas que le han llegado tras ser anunciada como la nueva Premio Nacional de Artes Musicales, galardón que en 28 entregas sólo había recaído en tres mujeres: Margot Loyola (1994), Elvira Savi (1998) y Carmen Luisa Letelier (2010).
Sin ir más lejos, a mediados de agosto, se desató la discusión sobre la constante marginación de las mujeres en el premio, luego de que un reportaje en la prensa revelara que este año en la carrera solo participaban varones. En tiempo récord se levantaron ocho candidaturas de mujeres, sin embargo el nombre de Miryam Singer no apareció. Fue un premio sorpresivo, pero que sin duda alegró a la comunidad femenina. “Querían candidatearme y yo siempre me negué, les decía que por ningún motivo porque encontraba que no estaba a la altura de los candidatos que yo respeto y quiero mucho. Imagínate, yo que en mi juventud corría detrás de Roberto Bravo, cómo una calcetinera iba a competir con él. No me iba a meter en pelea de perros grandes. Pero después de mucho insistir, accedí sólo cuando el rector de la UC, que es donde yo trabajo, me apoyaba, y así fue”, revela la ex soprano, quien tuvo sus primeras clases de canto en 1980, al alero de la Universidad de Chile, con la maestra Clara Oyuela, para luego graduarse de arquitecta también de la Casa de Bello.
Con 36 años de trayectoria musical, la mayoría de ellos desarrollada en el Teatro Municipal de Santiago y en el Centro de Extensión Artística y Cultural (CEAC) de la U.de Chile, Singer cantó bajo la batuta de los maestros Irwin Hoffman, Maximianno Valdés, Gavor Ötvos, Volker Wangenheim, Fernando Rosas, David del Pino, Francisco Rettig, Rodolfo Fischer, Nicolas Rauss y Eduardo Browne; además de presentarse en diversos teatros de Suiza, en Tel Aviv, Israel, en la sala Mali del Conservatorio Tchaikowsky de Moscú y la Sala Weill del Carnegie Hall de Nueva York. También ha dictado masterclasses a jóvenes cantantes en la Jerusalem Academy of Music and Dance, en el Brooklyn College, en el Pre-College division de la Julliard School de Nueva York y en el Conservatorio de Amsterdam.
En 1995 comenzó en paralelo una carrera como regisseur de ópera, donde pudo desplegar sus conocimientos musicales y de canto además de sus inquietudes espaciales adquiridas como arquitecta. Cosi fan tutte, Las bodas de Fígaro, La flauta mágica, y El rapto en el Serallo, de Mozart; además de La Traviata, de Giuseppe Verdi; Madame Butterfly, de Giacomo Puccini y Carmen, de Georges Bizet; son sólo algunos de los montajes que ha levantado en todo tipo de escenarios, con la misión de ampliar las audiencias de la ópera y quitarle la etiqueta elitista con la que carga. “Se ha instalado la idea de que porque la ópera está en el Teatro Municipal solo puedan ir los ricos y eso no es así. Hay que acabar de una vez con ese paradigma”, sostiene.
En esa línea, y como actual directora de Artes y Cultura en la UC, ha impulsado desde 2012 la realización del Festival Artifica la UC, que este año tuvo su versión online, donde mezcla una oferta de música de cámara, ópera, teatro y danza.
¿Cuáles son sus primeros acercamientos musicales?
En Vallenar donde crecí, la música y el arte en general siempre estuvo presente en mi casa. Mi madre tocaba el piano, uno largo de cola que llenaba la mitad del living, y mi padre era un amante de todas las artes, un gran lector, un apasionado de la música, un judío que se vino de Alemania en 1939 arrancando de los nazis y que creció en una familia donde había mucha cultura. Su tío era un concertino de orquesta que fue expulsado de la orquesta por las leyes antijudías. De mi primer acercamiento a la U.de Chile mis primeros recuerdos son un poco amargos. Llegue a los 15 años, porque tenía un problema en mis cuerdas vocales y el otorrino me mandó a tomar clases de canto con mi primera profesora que fue Ida Rojas. Luego, a los 17 volví para inscribirme en el Conservatorio, pero me dijeron que necesitaba un certificado médico de mis cuerdas vocales y el médico decidió que estaban demasiado débiles para dejarme cantar y dedicarme a la música. Me la lloré toda, fue muy triste para mí. Finalmente opté por sólo cursar la carrera de Arquitectura, era 1972 y al año siguiente con el golpe de Estado cerraron la Facultad y en 1974 me casé y decidí irme a Israel. Miryam Singer pasó cuatro años en Tel Aviv, donde fue costurera, y cocinera en un kibutz. Fueron años de pobreza, donde el único lujo que se daba era asistir a los conciertos de la Filarmónica de la ciudad. En 1978 regresó a Santiago y con otra perspectiva retomó la carrera de arquitectura e insistió en el canto. Esta vez nada se interpuso.
¿Qué es lo que más rescata y recuerda de su formación musical ya formal bajo el alero de la U.Chile?
El Ceac (Centro de Extensión Artística) fue mi casa musical, y en ese sentido siempre digo que cada vez que yo entraba a ese escenario era realmente como estar en mi casa, siempre fui muy gratamente acogida no solo con las autoridades sino también con la orquesta, los músicos, el coro, los directores; tuve experiencias artísticas muy lindas. Creo que lo que más rescato son las personas que allí conocí, los maestros con quien canté y las maestras que tuve como Carmen Luisa Letelier y Elvira Savi, grandes amigas, ambas ganadoras también del Premio Nacional. Recuerdo con mucho cariño a Agustín Cullel y Luis Merino, también de los maestros titulares David del Pino, Francisco Retting, entre otro. A nivel de orquesta y de coro siempre sentí las mejores energías y tengo por eso entrañables recuerdos.
¿De qué forma influyeron sus estudios de arquitecta en la producción de ópera?
Ha sido importantísimo. Soy una persona no solamente de sonidos, sino de espacios y la ópera es la perfecta conjunción de ambos. La música ocurre en el tiempo y en el espacio en el caso de la ópera. Teniendo la sensibilidad de la cantante por un lado y de la arquitecta por el otro he podido hacer realidad la ópera, que es una hacer funcionar un relato espacial dentro de un discurso musical. Además tengo mucho oficio, yo soy costurera, se lo que vale hacer vestuario, soy arquitecta y sé cuánto vale instalar una estructura de metal en un escenario, son conocimientos que me dan la autoridad para saber de lo que estamos hablando, porque hay un gran desconocimiento del género.
¿Siente una responsabilidad mayor ahora que fue reconocida con el Premio Nacional?
Sí, claro. Un premio de esta naturaleza te confiere cierta validación evidentemente y el hecho de salir en los medios va a instalar el concepto de la ópera en la primera plana. Entonces le dieron un premio a una persona que representa la ópera y qué es eso se preguntaran muchos porque en Chile no se hace mucha ópera y es porque no hay recursos para eso. Entonces de partida el premio visibiliza y releva la ópera, pero también me endosa una responsabilidad muy grande de salir a la esfera pública e intentar arreglar las cosas que no se han hecho bien. Más que nunca siento la responsabilidad de encontrar más espacios visibles para la ópera
¿Qué cosas no se han hecho bien, por ejemplo?
Hace 10 años gané el Fondart más grande que había para producir un festival de ópera donde trabajé con la Universidad de Chile, la U. de Talca, la U. de Santiago y la U. de La Serena, y pudimos hacer dos años de un festival en diversos escenarios y en asociatividad. Luego volví a ganar el Fondart dos veces más para lo mismo, pero cuando salió la Ley de Artes Escénicas ni siquiera parecía escrita la palabra ópera. Hicimos las gestiones y la incluyeron, pero luego aparecieron otras dificultades como que no permitían que postulara gente de la región metropolitana, si eras una persona natural necesitabas ciertos años de trayectoria y tampoco te dejaba postular como personalidad jurídica, entonces había una serie de restricciones que te hacían imposible postular o ganar proyectos. Creo que es el momento de intentar modificar este tipo problemas que no creo se produzcan por mala fe sino por un gran desconocimiento de cómo funciona el área.
Y en cuanto al mismo Premio Nacional ¿le haría cambios?
No estoy de acuerdo con el concepto de música docta tampoco. El problema de hoy no es realmente el acceso, porque hoy todo tipo de música está al alcance de todos, pero creo que cierta música ha dominado el espacio comercial de tal manera que anula lo demás, los niños desde la cuna están sometidos a una sola música y eso no puede ser. Yo respeto y me gustan todas las músicas en cuanto sean de calidad, no reconozco superioridad ontológica de ninguna porque para mi todas las músicas cumplen con expresar, transmitir y portar la creatividad humana. En ese sentido sí creo firmemente que hay que trabajar para tener un premio para la música popular y es una de las cosas a las que me comprometo. Por supuesto no lo cambiaré sola, porque es una ley, pero puedo ayudar a impulsarlo y debatirlo.