Una de las primeras respuestas a la pandemia a mediados de marzo de 2020 fue cerrar los establecimientos educacionales. Es por esto que el retorno parcial de más de 2.000 colegios este año ha generado dudas sobre si se estará exponiendo innecesariamente a los estudiantes al virus.
Para despejar esta interrogante, Susana Monschein y Marcelo Olivares, académicos del Departamento de Ingeniería Industrial de la U. de Chile y del Instituto Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI), junto a los investigadores Joaquín Siebert y Patricio Foncea, analizaron la efectividad de distintas medidas de mitigación para evitar brotes en colegios, trabajo que permitió elaborar el reporte técnico “Prevención y Trazabilidad para el Retorno a Clases Presenciales en Colegios”.
El documento tiene como objetivo guiar a las comunidades escolares en los procesos de retorno a la presencialidad, principalmente a través de medidas para proteger a sus integrantes y entornos. “Diversos estudios en Europa y Estados Unidos han concluido que los colegios no han sido un gran foco de aumento en la transmisión de COVID-19, en parte debido a las medidas de contención implementadas. Sin embargo, la evidencia también indica que sí han surgido brotes en esos establecimientos y que es importante mantener medidas de mitigación en ellos para evitar un aumento en las infecciones”, plantea el estudio.
A partir de esta información, y sobre la base del consenso internacional respecto a la importancia y necesidad de reanudar las clases presenciales en colegios, los investigadores desarrollaron modelos de simulación para identificar los patrones de contacto en colegios, incluyendo a profesores y alumnos, asociados a los índices de transmisión e infecciosidad del COVID-19 obtenidos de la literatura reciente.
Burbujas educacionales
Los modelos utilizados permitieron llegar a resultados interesantes. Uno de ellos es que, en términos de protocolos de aislamiento, cuarentenar al curso de un caso confirmado es efectivo para cortar la transmisión, disminuyendo los contagios en un 85% respecto al caso base donde sólo se aísla al infectado. Otro hallazgo determinó que la política más conservadora de cerrar todo el colegio ante un caso tiene un impacto marginal cuando los contactos entre cursos son reducidos.
“Si se evitan almuerzos, recreos y actividades masivas, no parece necesario suspender las clases presenciales a todo el colegio”, señala Susana Mondschein, quien también plantea la idea de que enviar a los estudiantes a sus casas es más caro para los padres que trabajan de manera presencial.
Marcelo Olivares agrega que “cuando el protocolo de cerrar sólo al curso se combina con una reducción de alumnos por sala a la mitad, las infecciones se reducen en 35 por ciento y con clases online, en 50 por ciento”. Esta es una estrategia de contención de brotes que consiste en dividir los cursos en “burbujas” más pequeñas. Por ejemplo, un colegio de tres salas por nivel (con 30 alumnos cada una) puede ser dividido en seis salas por nivel, con 15 alumnos cada una.
¿Qué sucede con los establecimientos que no tienen las condiciones de infraestructura para aumentar el número de salas? Para esos casos, los investigadores indican que la reducción de infecciones se puede lograr alternando clases online y presenciales semanalmente, pero con la prevención de disminuir sustancialmente las clases presenciales.
Por último, el informe recomienda el testeo dos veces por semana a toda la comunidad escolar asintomática para establecimientos en los que no sea posible reducir el número de alumnos por sala (por falta de espacio o de profesores). Esto, sostienen, permite reducir los contagios en similar magnitud a reducir los cursos a la mitad de alumnos. Una medida que, indican, se aplica en Reino Unido y podría ser dirigida a aquellos colegios en donde es más difícil para las familias sostener la educación a distancia.