Por: Carolina Escobar, periodista de la Facultad de Ciencias Sociales.
Salas de clase y establecimientos educacionales vacíos, pero las clases no se han suspendido, el soporte es el que ha cambiado. Tanto docentes como estudiantes, e incluso madres y padres, han debido adaptarse drásticamente al formato de las clases online al interior de la casa. No obstante, hay estudiantes que no han continuado estudiando ni asistiendo virtualmente a las clases.
Hace algunas semanas, el Ministerio de Educación dio a conocer algunas cifras respecto a la deserción escolar del año 2021. Mientras que en 2020 se contabilizaban más de 186 mil niños(as) y jóvenes de entre 5 y 21 años que abandonaron el sistema escolar, en 2021 se sumaron cerca de 40 mil estudiantes que no se matricularon en ningún establecimiento.
De estos 40 mil niños, niñas y jóvenes, un 53% corresponde a hombres y un 46% a mujeres. En tanto, el nivel educativo con mayor índice de abandono escolar es 1° medio. Pese a que la cifra es menor a las peores proyecciones efectuadas por el Ministerio el año pasado, cuando en junio de 2020 estimaba que más de 80 mil niños(as) y jóvenes podrían desertar, las cifras presentadas igualmente causan preocupación. "Hoy el desafío que tenemos es cómo somos capaces de reincorporar a esos 40 mil niños, niñas y jóvenes, y también de retener a quiénes por diversas razones puedan dejar el sistema en este año 2021", señaló el pasado 05 de abril el Ministro de Educación, Raúl Figueroa.
Considerando la crisis sociosanitaria que ha traído consigo la pandemia, ¿es posible hablar de deserción escolar? De acuerdo a docentes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, antes que todo, es necesario discutir y precisar el concepto de deserción escolar, pues, entre otras cosas, se debe considerar la decisión de el o la estudiante al momento de la deserción.
Christian Miranda, académico del Depto. de Educación, recuerda que en 2019 el Mineduc definió al desertor escolar como un estudiante que, en un determinado periodo académico, formando parte de un establecimiento educativo, deja de asistir sin obtener una credencial mínima, y no se matricula en otro establecimiento. Por tanto, se habla más bien de retiro escolar, pues no se alude a la voluntariedad del estudiante, aspecto clave en la idea de deserción, de acuerdo al profesor Miranda. En suma, sin elementos como esos, parece “contraproducente abordar como desafío acotar las brechas de retiro escolar si no se precisan y definen tales criterios”, arguye.
La académica del Departamento de Psicología, Jenny Assael, coincide en que es muy apresurado utilizar el término de deserción escolar en este contexto, pues hay que hacer un seguimiento más exhaustivo para determinar si se trata de deserción definitiva o abandono. “Yo creo que en medio de la pandemia no se puede decir si es deserción o, más bien, abandono transitorio”, explica.
¿Por qué un(a) estudiante dejaría la escuela?
En caso de que efectivamente un(a) estudiante opte por dejar la escuela, existen diversos y complejos factores que pueden incidir en esta decisión, algunos de los cuales son más objetivos y estructurales, mientras que otros son más motivacionales o emocionales. Jenny Assael describe que el contexto de pandemia ha despertado problemas técnicos para la conexión y acceso a internet, por lo que algunos(as) estudiantes no han podido participar en las clases online o no han podido acceder a todas las sesiones programadas.
En un curso de Etnografía que la académica imparte en la carrera de Psicología, las y los estudiantes realizaron breves investigaciones en cuatro establecimientos educacionales, donde entrevistaron a las y los estudiantes. Se pudo constatar que muchos(as) de ellos(as) no podían acceder a las clases en línea. En casos como aquellos, se puede apreciar cómo “más que desertar, fueron abandonados por el sistema”, comenta Jenny Assael.
Adicionalmente, participar en clases en línea resulta complicado para los(as) estudiantes, debido a la falta de contacto con sus compañeros(as) y una serie de dificultades y distracciones que puedan surgir al interior del hogar, lo cual podría gatillar una pérdida de sentido para el(la) estudiante. La realidad en cada colegio es distinta, al igual que la metodología de enseñanza y la organización empleada. Según relata Jenny Assael, algunos establecimientos realizan clases vía Zoom durante toda la mañana, manteniendo la lógica de las clases presenciales con recreos de apenas 10 minutos, "entonces no hay condiciones ni un contexto para que los estudiantes se motiven y concentren”, señala.
La académica aclara que lo anterior no es responsabilidad exclusiva de los y las docentes pues, incluidos(as) los(as) profesores(as) de universidades, se han visto en la obligación de realizar sus mayores esfuerzos para buscar formas de abordar la enseñanza en un escenario totalmente inesperado, de manera interactiva, entretenida y atractiva para los(as) jóvenes.
Actualmente, existe un conjunto de tensiones que, a juicio del profesor Miranda, hace que el problema del retiro o abandono escolar no sea prioritario o visible. Una de ellas es la exigencia a instituciones y docentes en ejercicio sobre la actualización de sus propuestas de contenido, priorizando el currículo con aprendizajes definidos como basales, esenciales e integrales, los cuales concentran las preocupaciones sobre el qué enseñar.
Para las y los docentes, se ha ampliado y diversificado el quehacer pedagógico al incluir en la actualización el aprendizaje emocional de sus estudiantes, dado al impacto que ha generado la emergencia sanitaria en términos de salud mental. De este modo, han debido prepararse para brindar soporte a sus estudiantes ante situaciones delicadas de angustia, ansiedad, inseguridad y dolor por la muerte de un ser querido, entre otras. Además, los(as) docentes deben "asumir la incertidumbre que se ha generado en el marco del Plan Vuelta a Clases y directrices de evaluación flexible, como políticas sectoriales que han generado desconcierto en las comunidades educativas de base", detalla Miranda.
¿Cómo prevenir el abandono escolar?
Existen al menos dos maneras de mirar el problema de la deserción, según el profesor Miranda. La primera es conceptualizando el entorno social y los núcleos familiares del estudiantado como factores de conflicto que pueden amenazar su continuidad educativa. Junto con ello, se presentan los intentos de las instituciones educativas por cumplir sus compromisos formativos y, de paso, lograr las metas del sistema educacional.
Otra forma de mirar el fenómeno es considerar la deserción como un problema que afecta la participación estudiantil y el desarrollo ciudadano, entendido éste como un instrumento de cambio social. El profesor Miranda suscribe a esta segunda mirada.
Para prevenir el abandono, sobre todo en pandemia, resulta clave la comunicación de riesgo de deserción, en el plano de la integración social que promueve la presencia educativa. El mensaje debe ser claro y propositivo, realizando, por ejemplo, una invitación a estudiantes, familias y comunidades escolares a ser partícipes en los procesos de discusión referidos a la organización interna y la definición de prioridades pedagógicas, dentro de las cuales es posible destacar la necesidad de minimizar el ausentismo, retiro o deserción escolar.
Jenny Assael recuerda y enfatiza que generalmente son los sectores más vulnerables los que resultan más afectados y donde más se deserta. Los(as) estudiantes que viven en el barrio alto presentan una deserción mucho menor, ya que cuentan con condiciones distintas y poseen acceso a servicios digitales de calidad, de manera que las posibilidades de educarse son diametralmente opuestas.
Al respecto, para abordar el problema de la deserción escolar, resulta urgente generar "políticas públicas integrales, no aislacionistas como las actuales, pues nos debemos ocupar de las condiciones estructurales, como la desigualdad social, por ejemplo, y no solo reaccionar ante el caso particular", propone la profesora Assael.
Cuando se retorne a la presencialidad, ¿qué repercusiones habrá en los procesos educativos?
Desde el sentido común y la experiencia investigativa comparada, Christian Miranda asevera que no existe sustituto para la presencialidad escolar, tanto al momento de mitigar la deserción escolar como al buscar generar un ambiente propicio para el aprendizaje. Pese a ello, "desde corrientes socioconstructivistas radicales se sostiene que la mediación de un adulto en el proceso formativo de niños y niñas se puede llevar a cabo en escuelas o en el hogar. Por ejemplo, el homeschooling es un movimiento que durante décadas ha desarrollado procesos educativos en el hogar. Es una alternativa que hay que valorar y estudiar con más profundidad en caso que la emergencia se proyecte por más tiempo. No es lo deseado, pero en las circunstancias actuales nada es descartable", comenta.
En el caso de los y las docentes, Miranda detalla que solo 3 de cada 10 indica que ha recibido suficiente formación y/o apoyo para el uso de TIC durante la pandemia, mientras que 6 de cada 10 señalan contar con herramientas institucionales para comunicarse con sus estudiantes vía sala de clase virtual, correo institucional, página web, etcétera, de acurdo a datos de la Fundación Chile y Circular HR, 2020.
En escenarios marcados por catástrofes naturales, crisis sociales o emergencias sanitarias, la discontinuidad de clases presenciales afecta de modo particular a estudiantes y docentes de comunidades más vulnerables. Estos(as) últimos(as) sufren las mayores consecuencias socioeducativas, viéndose en la obligación de dejar las escuelas por periodos más largos y recibiendo un impacto regresivo en la calidad y equidad de la educación.
Al igual que en el caso de la emergencia sanitaria, "sería deseable que la toma de decisiones en materia educativa, relativas a la deserción escolar, tenga como base evidencia científica robusta y no circunstancial. Esto para que ayude a la búsqueda de soluciones estructurales a uno de los problemas más urgentes en la actualidad, dado su fuerte impacto en la población más pobre del país", afirma Miranda.
Además, especialistas en educación proyectan la necesidad de analizar el papel cultural del entorno y su incidencia en el fracaso escolar. En especial, analizar el rol de las familias y el alumnado, desde una perspectiva testimonial y personal, y saber cómo ha afectado sus vidas la pandemia.
Procesos de aprendizaje, más que pasar contenidos
Es indiscutible que la no presencialidad ha afectado tanto a estudiantes como a docentes, muchos(as) de los(as) cuales se encuentran viviendo problemas de hacinamiento, salud mental, presupuesto familiar, entre otros. En este contexto, es imposible que no se genere una merma pedagógica a futuro. Además, es posible que haya que reponer condiciones y relaciones humanas mínimas.
De acuerdo a Jenny Assael, cuando se retorne a la presencialidad, uno de los desafíos perentorios en materia educativa será eliminar el Simce, evaluación que pone el foco en la enseñanza-aprendizaje de determinados contenidos. Más que pasar contenidos, "es necesario favorecer procesos de aprendizaje para aprender con mayor autonomía, pues el tema de los contenidos se puede solucionar. Es fundamental desarrollar aprendizajes que no sean memorísticos ni repetitivos o mecánicos, sino más bien que sean significativos, contextualizados y entre pares para los(as) estudiantes, desde los primeros niveles o cursos educativos. Eso es mucho más importante que pasar tanta materia", concluye la académica.