A principios de mayo de 2021, fue de conocimiento público que el gobierno francés prohibió oficialmente el uso del lenguaje inclusivo en los colegios. En este mismo sentido, con fecha 26 de mayo, se envió un proyecto de ley a la Cámara de Diputados de nuestro país con el objetivo de vetar “las alteraciones gramaticales y fonéticas que desnaturalicen el lenguaje en la educación parvularia, básica y media”. En el caso francés, se alude a los eventuales problemas de aprendizaje que podría causar en adquisición de la lectura. En el caso chileno, la escasa argumentación presente en el proyecto se refiere a opiniones fundadas en impresiones subjetivas sobre el “empobrecimiento” del lenguaje. Frente a estas situaciones, cabe preguntarse ¿cuál es el fundamento científico sobre el impacto de estos cambios lingüísticos en el aprendizaje de la lectura, por ejemplo?
Para comenzar ¿cómo se ha ido materializando el lenguaje inclusivo en castellano? Existen diferentes formas, expresadas en las marcas de género. En ellas, se reconocen dos situaciones: primero, la visibilización de lo femenino en oposición al uso de las marcas masculinas para nombrar al colectivo. De aquí surgen, hoy en día, enunciados del tipo “ciudadanos y ciudadanas”, en un fenómeno llamado “duplicación”. Segundo, la superación de la distinción binaria entre lo femenino y masculino, que excluye a las nuevas identidades de género. De aquí surge, por ejemplo, la “e” que engloba esta diversidad (“niñes”). En este caso, podría triplicarse el enunciado a “niños, niñas y niñes”.
Pero estos no son los únicos mecanismos gramaticales que se visualizan en las prácticas lingüísticas cotidianas para expresar cada uno estos dos casos. En el primer caso, de la visibilización de lo femenino, las opciones escritas también otorgan la posibilidad de usar la barra oblicua para representar la opción binaria de lo masculino y femenino (en “ciudadanos/as”, por ejemplo). Por otra parte, en un terreno que excede la tradición de escritura, se observa también el uso de la arroba, que establece, del mismo modo, una distinción binaria (ciudadan@s) en la asignación de género. Respecto al segundo caso, de la superación de esta distinción binaria entre lo masculino y lo femenino, aparece, también en el lenguaje escrito, el uso de “x” en expresiones como “ellxs”, “niñxs” y “todxs”.
Este último fenómeno podría ser considerado una de las primeras muestras de esta transición hacia la indeterminación expresa de género en la escritura. En este mismo sentido, el uso de la “e” (en expresiones como “elles”, “niñes” y “todes”) vino a complementar esta mirada de género y ayudó a superar el problema de la imposibilidad de articular estas palabras en la oralidad.
Dado todo este contexto, es importante reflexionar en torno al eventual impacto de estos fenómenos en la población de personas con dificultades de lenguaje. Al respecto, cabe mencionar que aún no contamos con estudios que aborden el tema de la incorporación del lenguaje inclusivo en las prácticas lingüísticas y de su impacto en personas con dificultades de lenguaje, por lo tanto, todas las observaciones que se realicen al respecto deben ser consideradas con cautela.
La investigación existente solo informa sobre los problemas que causan las flexiones de género en personas con problemas de lenguaje. Esta información nos podría dar algunas luces iniciales para apreciar el fenómeno. En primer lugar, se ha observado, por ejemplo, que la comprensión y producción de artículos les causa algunas dificultades a niños y niñas con Trastorno Específico del Lenguaje, población con una prevalencia estimada de alrededor del 7 por ciento dentro del sistema escolar. Por otra parte, se ha constatado también que este tipo de dificultades gramaticales impactan negativamente en las habilidades lectoras de niños y niñas con este trastorno. A partir de estos hallazgos, se podría hipotetizar que un mayor número de opciones en la asignación de género en los artículos (“las niñas, los niños, les niñes”) podría también impactar en el desempeño de este tipo de escolares en sus habilidades orales y de lectura. A las dificultades relacionadas con la asignación de género en la flexión de las palabras se podría mencionar la imposibilidad de la lectura en voz alta de las marcas “@”, “x”, que no permiten la articulación de las palabras que las contienen, lo que también podría representar una dificultad desde la perspectiva del aprendizaje de la lectura.
Sin embargo, se ha constatado que el apoyo profesional sobre este tipo de dificultades de lenguaje permite mejorar el desempeño de los niños y niñas que las presentan, por lo tanto, desde esta perspectiva, la inclusión de nuevas flexiones en la lengua puede ser abordada con los mismos métodos de intervención focalizada y no necesariamente representar un problema insalvable en términos de aprendizaje para esta población.
De antemano, debemos relevar que la mera consideración de poder hacer modificaciones en un terreno tan conservador como son las lenguas, permite expandir el horizonte sobre lo que pensamos que es inamovible y lo que no lo es. Las lenguas son constructos culturales que representan la visión de mundo de sus hablantes, por lo tanto, en la medida en que esas representaciones cambien, también debería ser natural considerar que la lengua se modifique.
Desde una perspectiva del aprendizaje, el uso del lenguaje inclusivo nos tensiona en el plano de lo social y cultural, ya que nos permite darnos cuenta de que somos los y las hablantes de las lenguas quienes deberíamos ser capaces de establecer nuestras propias reglas de convivencia lingüística, y no una institución que se arrogue el derecho de consignar qué es lo que se puede decir y qué no. Desde esa perspectiva, no es posible validar la existencia de una policía lingüística de ningún tipo.
El tema del lenguaje inclusivo es una oportunidad para practicar de manera concreta y práctica la tolerancia, el respeto y la inclusión de todas las personas en su diferencia. De esta manera, dos grandes realidades se hacen visibles discursivamente: el rol de la mujer en la denominación activa de nuestros roles, con una “a” que significa respeto y dignidad, por una parte, y de las personas en su autopercepción en torno a la identidad y el cuerpo, con una “e” que recoge parte de su lucha en contra de la estrechez del pensamiento de género binario.