A pesar de que el 21,3 por ciento del territorio continental y el 42,3 por ciento de las zonas marítimas se encuentran bajo protección del Estado, Chile se posiciona entre los 10 países que invierten menos fondos en la conservación de la biodiversidad y cuidado del agua. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) alerta que para el 2045, cerca de 135 millones de personas deberán desplazarse de sus viviendas por la emergencia climática y la nula protección humana.
Bajo este contexto, miembros del Programa Transdisciplinario en Medio Ambiente (PROMA) y el Programa de Reducción de Riesgos y Desastres (CITRID) de la Universidad de Chile, enfatizan la importancia de generar un trabajo desde las diferentes áreas del conocimiento para enfrentar los desafíos país durante los próximos años.
En esta línea, Pablo Riveros, jefe de la Unidad de Redes Transdisciplinarias de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID), comenta que “como Universidad, llevamos años buscando impulsar y construir un espacio que permita que diversos actores de la academia, la sociedad civil y tomadores de decisiones encuentren soluciones conjuntas a los desafíos globales planteados por la ONU y que aquejan a cada nación de manera particular, en su presente y futuro”.
El problema del agua frente a la sequía y la desertificación
La desertificación, comprendida como el resultado de una permanente degradación de los suelos producto de falta de agua o la desforestación, ha impactado a casi 7 millones de personas en Chile. La sequía, en tanto, que ocurre debido a una anomalía climática, ha afectado al 72 por ciento del territorio del país según cifras de CONAF. Esta preocupante realidad se manifiesta desde 2012 con una escasez pluvial que para el 2019 registró un déficit del 76 por ciento.
Al respecto, el académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) y miembro de CITRID, Pablo Sarricolea, comentó que “por la posición geográfica en el Pacífico suroriental, gran parte de Chile verá reducida sus precipitaciones y presenciará aumentos en la temperatura, sobre todo en sectores como valles y cordillera. Por lo tanto, las sequías meteorológicas serán más frecuentes en el futuro y, con ello, se afectarán los sistemas hidrológicos, productivos y sociales, siendo urgente planificar los territorios”.
De acuerdo al Balance Hídrico Nacional, nuestro país podría ser uno de los 30 países con mayor estrés hídrico y sequía multifactorial para el 2040. Según la académica de la FAU y miembro de PROMA, María Christina Fragkou, esta realidad es preocupante, pues “constantemente vemos una disminución del agua disponible y el aumento de las necesidades hídricas, mientras que las soluciones del Estado son poco sensibles a las desigualdades sociales y particularidades territoriales, poniendo énfasis solo en asegurar el agua para el sector productivo”.
En la misma línea, la académica de la Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza e integrante de PROMA, Anahí Ocampo, aseguró que los factores antropogénicos han intensificado las consecuencias de este escenario. “En Chile hay eventos que han evidenciado la vulnerabilidad de cómo gestionamos los recursos naturales. Nos encontramos en un momento clave para repensar qué es lo que queremos como país para nuestro futuro y cómo lo vamos a obtener para no acabar con el planeta, porque cuando hablamos de desertificación y sequía no hablamos solo de los desiertos, sino que también de una mala gestión de la cual debemos hacernos cargo”, destacó.
Por ello, el llamado de las y los especialistas de la Universidad de Chile es a “reconocer las fallas del modelo actual de gestión, aumentando la participación de la gente, atendiendo el tema de género y asegurando el recurso hídrico para toda la población como un derecho humano”, agregó la profesora Fragkou.
Finalmente, el profesor Sarricolea recomendó que es fundamental “invertir más en ciencia e innovación para que justamente la academia siga proponiendo soluciones y alternativas para enfrentar este desafío. Es necesario mayor acción territorial, es decir, no culpar de todos los males al cambio climático, sino que buscar soluciones creativas y acordes a los tiempos”.