Este año se cumplieron cuarenta años desde el primer caso notificado de VIH en el mundo. En estas cuatro décadas, las investigaciones en torno a la infección han avanzado considerablemente, formulando tratamientos efectivos con una baja toxicidad, además de métodos de prevención que se han diversificado en los últimos años para poder llegar a todas las personas. Sin embargo, el estigma y la discriminación social se han mantenido.
Un ejemplo de lo anterior está relacionado con los estudios Partner uno y dos. Estos fueron desarrollados por científicos de distintos países con la finalidad de evaluar los efectos de iniciar el tratamiento contra el VIH al momento de conocer el diagnóstico, no deteriorar el estado de salud de la persona, y disminuir el riesgo de transmisión hacia sus parejas sexuales. A través de los estudios mencionados, se comprobó que cuando la persona mantiene una buena adherencia y consistencia en el tratamiento la carga viral (cantidad de copias de virus presentes en cada mililitro de sangre) disminuye al punto de no ser detectado por el examen, por lo tanto, el riesgo de transmisión disminuye a cero. Es decir, indetectable es igual a intransmisible.
Para la académica de la Escuela de Salud Pública, Dra. Valeria Stuardo, es fundamental que las personas diagnosticadas con el virus inicien el tratamiento lo antes posible, ya que la literatura científica en la actualidad permite afirmar que este también opera como un método de prevención. “Las personas que están en tratamiento y que mantienen cargas virales indetectables (esto implica una adecuada adherencia a la terapia) tienen una probabilidad muy baja de transmitir la infección. Esta es una de las razones por las cuales cada vez se empieza de forma más temprana la TARV, ya que además actúa como un mecanismo preventivo”, señala la Dra. Stuardo.
Adicional a la estrategia de tratamiento como prevención, también existen otras alternativas biomédicas, como es el caso de la realización de test para la detección temprana de la infección, la incorporación de la profilaxis de pre exposición (PREP) en los sistemas de salud, la prevención de la transmisión vertical del VIH (aquella que ocurre en el parto a través del contacto del bebé con el virus de la sangre) y la distribución de preservativos y lubricantes para garantizar que la persona pueda disfrutar de su sexualidad sin riesgos. Cabe destacar que el desarrollo de esta batería de propuestas no reemplaza a las demás, es decir, deben combinarse para lograr disminuir el riesgo.
Enfermedad social más que viral
Pese a los avances científicos ligados al desarrollo de nuevas estrategias para la prevención del virus, aún persiste el estigma y la discriminación hacia las personas seropositivas en el país, fenómeno estructural que queda en evidencia, por ejemplo, cuando aquellas personas desean incorporarse al sistema privado de salud. Esta situación da cuenta de la importancia de incorporar la perspectiva de las determinantes sociales de la salud, que plantean que el estado de salud de una persona se encuentra determinada por su posición social.
Para el académico del Departamento de Atención Primaria de Salud Familiar, Johnny Acevedo Ayala, el enfoque de determinantes sociales es fundamental para el caso del VIH, ya que en la actualidad responde precisamente a una enfermedad social. En esta línea, afirma, resulta necesario incorporar estrategias desde los distintos niveles de atención de la red asistencial de salud.
“Las determinantes sociales, desde la mirada de la salud y las políticas públicas, son muy importantes en el caso del VIH debido a que esta infección se comporta como una enfermedad que puede mejorar con más educación, mejor acceso y cobertura de salud, mejor nivel vida. Desde la Atención Primaria de Salud, se debe intervenir con acciones y estrategias dirigidas a las comunidades, organizaciones sociales e intersectoriales para disminuir brechas que aumentan el riesgo de contagio”, afirma.
El profesor Acevedo indicó que esta realidad se debe abordar mediante estrategias estructurales y conductuales, que apunten hacia el desarrollo de normativas e institucionalidad para disminuir con las brechas de salud, información y educación. Este es el caso de Educación Sexual Integral, que en Chile se limita a programas elaborados desde el mundo universitario o de organizaciones no gubernamentales para cubrir dichas brechas. El académico afirma que estas acciones tienen un impacto limitado respecto al que podría tener si es que existiese una política pública y para todos/as los estudiantes en el país.
“La sexualidad no es algo que se eduque en Chile porque existen sectores conservadores que se oponen. Esto hace que por más que existan estrategias relacionadas con la educación y el comportamiento sexual, en la práctica no hay un impacto efectivo de información sobre una sexualidad responsable, lo que es grave porque existe una escasa percepción de riesgo frente a esta enfermedad en adolescentes y adultos jóvenes”, sostiene.
Por otra parte, la comunicación también juega un rol fundamental en la prevención, precisamente en la elaboración de campañas que puedan comunicar el riesgo de la transmisión y los efectos que genera el virus en el cuerpo. En este sentido, la profesora Stuardo planteó que es necesario que las campañas tengan conocimiento de las necesidades que las poblaciones tienen, además de identificar cuáles son las poblaciones clave en el país para generar mensajes pertinentes y efectivos, con una focalización de las estrategias.
“A nivel general, la comunicación debería centrarse en la prevención comunitaria. Esto quiere decir incorporar el abordaje de los factores estructurales que ayudan a prevenir, permitir el acceso a estrategias de prevención, trabajar temas relacionados con la violencia, el estigma y la discriminación, pero, además, incorporar estrategias preventivas para poblaciones clave, con el conocimiento de sus necesidades particulares”, agrega.