La conceptualización del aprendizaje no es única. Distintos autores a lo largo de los años han desarrollado distintas definiciones y distintos modelos educativos. Desde una perspectiva constructivista de Piaget, podemos entenderlo como un fenómeno complejo, un proceso activo en el que los individuos construyen nuevos conocimientos a partir de sus experiencias previas y su interacción con el entorno. Este aprendizaje como construcción personal se produce de manera más efectiva en la medida en que se integra con situaciones reales y relevantes para el estudiante fortaleciendo las conexiones entre lo que absorben y su experiencia previa, situándolo en un contexto relevante.
Vygotsky sostiene también que el aprendizaje es un fenómeno social y dialógico, que se nutre de la interacción y la colaboración con otros enfatizando la importancia del lenguaje y las interacciones sociales en el desarrollo cognitivo. Yendo un poco más atrás, podemos complementar esta conceptualización con la mirada de Dewey, con un enfoque que entiende también el aprendizaje como el resultado de la interacción directa con el entorno, que ocurre mejor a través de la experiencia práctica y la reflexión sobre esa experiencia, más que a través de la instrucción formal.
Con todo, este aprendizaje visto desde una mirada holística debe ir acompañado de una docencia centrada en el estudiante, que sea capaz de generar un contexto educativo pertinente, reflexivo y colaborativo, de forma de que trascienda desde una mirada limitada a la transmisión de conocimiento, al desarrollo de la persona de forma integral.
Y es que entonces este aprendizaje enfocado en el desarrollo de la persona va ligado estrechamente al desarrollo de competencias como autonomía y autorregulación. Sin embargo, la sociedad del conocimiento en la que vivimos y el entorno altamente tecnologizado en que nuestros estudiantes se desenvuelven exige, en especial, el desarrollo de ciertas competencias clave.
Una de estas competencias es el pensamiento crítico: capacidad para analizar información y argumentos, discernir la fiabilidad de las fuentes, y formular juicios independientes. Y es que las redes sociales, las herramientas a base de IA generativa, los sistemas de recomendación de las plataformas y en general las herramientas digitales exigen un análisis crítico de la información.
Otra competencia relevante en estos tiempos es la capacidad de innovar y crear. Las nuevas herramientas de IA –y las que aparecen cada día– parecen crear respuestas nuevas, únicas y originales, pero no podemos olvidar que están basadas algoritmos creados por humanos y entrenados con miles de datos de fuentes. Si bien imitan la creatividad, carecen de intención y contextualización profundas que nacen del entorno propio del creador. La originalidad de una innovación o creación no es una repetición de algo ya conocido, por lo que el conocimiento del individuo cobra especial relevancia para la verdadera innovación creativa.
Por último y especialmente importante en educación superior, la capacidad de comunicación en contextos académicos y profesionales debe desarrollarse a plenitud. Si bien la IA puede ofrecer respuestas rápidas y bien articuladas, usualmente no es específica, no contextualiza el escrito en el entorno relevante del individuo, no entrega información concreta, abusando de las opiniones infundadas y de los adjetivos cuantificadores (harto, mucho, significativo) sin respaldo en datos o literatura que no son aceptables en un documento académico o profesional.
¿Puede entonces reemplazarse el rol del docente por la IA? No. Todo lo contrario.
El rol del docente en educación superior es ahora más relevante que nunca. La IA es una valiosa herramienta en el trabajo profesional, en el estudio y en la docencia, pero no debemos permitir que su uso reemplace el desarrollo de habilidades cruciales como el pensamiento crítico, la creatividad, la autonomía y la autorregulación. El rol actual del docente es desafiar a los estudiantes con tareas que requieran reflexión, evaluación y el ejercicio de la creatividad intrínseca humana. No solo debemos estar conscientes de sus limitaciones, sino que es nuestra obligación transmitirla a nuestros estudiantes y colegas propiciando un enfoque equilibrado que priorice el verdadero crecimiento intelectual y personal de las personas.
Corolario:
El cambio de rol docente no es simple, requiere re-entender el mundo que nos rodea, tanto a nosotros como a nuestros estudiantes. No solo eso, requiere más trabajo de nuestra parte, porque las evaluaciones tradicionales ya no alcanzan a medir lo que queremos que nuestros estudiantes desarrollen. Estamos en una época que nos desafía también a nosotros, que nos invita a perder el control de la enseñanza como profesor protagonista y dejar que nuestros estudiantes aprendan siendo facilitadores de este proceso.