Deseo agradecer esta distinción que me ha otorgado la Universidad, con la que me siento muy honrado y agradecido. Van mis agradecimientos al Señor Rector, Don Victor Perez, a la Decana de de la Facultad de Medicina, Dra. Cecilia Sepúlveda, y a todos y cada uno de los miembros del Consejo Universitario.
Pero no puedo dejar pasar esta solemne oportunidad para agradecer también lo mucho que he recibido yo de la Universidad, primero como alumno y luego, durante 45 años, como académico. Ha sido un largo período de convivencia, durante el cual no sólo he recibido la formación profesional y los conocimientos de excelencia respectivos, sino que también, la forma de pensar y actuar que me imprimió un profundo compromiso por lo social, hasta ser consecuente de por vida.
Ha sido un largo período de tiempo, que me ha permitido conocerla y respetarla. He sido testigo y a veces actor, de sus vicisitudes, avatares, angustias y alegrías. Mi compromiso para con ella lo he sentido muy sólido, tanto cuando he debido defenderla, o como cuando he creído necesario criticarla
Es cierto que todos estos años la Universidad ha debido enfrentar grandes desafíos, pero también se le han abierto grandes oportunidades. Ha sabido sortearlos, a veces adaptando su quehacer para sobrevivir, pero siempre mirando hacia adelante para progresar.
Los últimos tiempos que la humanidad ha vivido han sido demasiado trascendentes y también estimulantes. Hemos visto como el increíble perfeccionamiento de las comunicaciones han trasformado a las personas y al mundo, hasta llegar a ser una unidad. Lo que sucede en alguna parte, repercute en las otras, y no podemos ser ajenos a ello. Es ahora cuando estamos viviendo los más trascendentales cambios de toda la historia de la humanidad. Como universidad no podemos deteneros sólo a contemplarlos y dejando pasar las oportunidades, a riesgo de que el futuro, más tarde nos recrimine.
La dinámica alcanzada es la consecuencia de la sorprendente explosión de los conocimientos nuevos, que han llegado a cambiarlo todo. Ha sido la revolución científico-tecnológica, la que ha impactado en nuestras vidas, remeciendo desde su forma, a sus fundamentos. La actual sociedad del conocimiento ha ido alcanzado una creciente complejidad, que cada vez nos exige nuevos saberes y habilidades, si es que pretendemos incorporarnos a ella como elementos útiles, colaborando en su eficiencia.
Es cierto que hoy vivimos más y mejor. Pero también es cierto que se ha incrementado la separación entre los que viven bien y los que viven mal. Las sociedades que han sido capaces de generar conocimientos nuevos, cada vez han ido logrando vivir mejor, mientras que las que no lo han hecho, se han estancado, o viven peor.
Es en estos tiempos que hemos presenciado un progreso abrumador, que ha llegado a revolucionarlo todo. No solo las condiciones de vida del hombre sobre la Tierra, sino también sus creencias, sus hábitos y su cultura. Incluso han llegado a impactar en su propio medio ambiente que los cobija. Y todo ha sucedido en un tiempo demasiado corto.
En mi profesión, el cambio ha sido extremadamente brusco. Hemos, pasando sin darnos cuenta, de los tiempos de saberes estables, a los tiempos de explosión y expansión de los nuevos conocimientos. En menos de un siglo, hemos pasado de la medicina hipocrática, a la medicina científica. Recuerdo de mi infancia las cataplasmas de linaza para combatir las flemas bronquiales; los eméticos y purgantes para expulsar las bilis. Luego, cuando ingresaba a la Universidad, Fleming descubría la penicilina. Al recibir mi título de médico, Watson y Crick describían la estructura del DNA.
El torbellino no se ha detenido y nada hace pensar que vaya a detenerse. Ya nada sorprende y el avance en los diferentes campos ha llevado necesariamente a interconectar áreas del conocimiento, que parecían muy disímiles. Ello ha facilitado los avances, pero a su vez nos exige familiarizarnos y llegar a conocerlas hasta depender de ellas. El dinamismo del cambio es tal, que lo que hoy es verdad, ya mañana es obsoleto.
El estudiante que ahora entra a la Universidad ha tenido que enfrentar una nueva realidad: "seguir estudiando de por vida", porque su título ya no asegura que esté libre de su propia obsolescencia. La Universidad tiene que prepararse y prepararlo para esta nueva realidad. Necesita docentes conscientes y participantes del cambio.
La Universidad de Chile no podía estar ajena al proceso. Ya quedó atrás la Universidad docente, que solo trasmitía conocimientos estables y generados por otros. Ahora ha debido adaptarse para ser capaz de mantenerse en la avanzada del conocimiento. Para no quedarse, ha tenido que participar en la aventura del conocimiento nuevo, actualizándose y generando conocimientos.
Ya comenzó el proceso de cambio hace varias décadas. Los muchos años que he vivido en ella me han permitido ser testigo y también en ocasiones, ser actor del cambio. Recuerdo a los pioneros, cuando yo era todavía estudiante y ellos eran mis profesores. El Profesor Noé y sus esfuerzos en la erradicación de la malaria. Profesor Cruz-Coke, y sus investigaciones básicas en bioquímica. El Prof. Niemeyer, y sus experimentos en el Warburg. El Prof. Jorge Mardones Restat y sus investigaciones en farmacología. Prof Egaña, y sus ratas alcohólicas. El Prof Hernan Alessandri y su equipo innovador, entre los que recuerdo al Dr Ducci y las bilirrubinas directas e indirectas. El Profesor de obstetricia, Carlos Mönckeberg y sus investigaciones en la trasmisión transplacentaria de la tuberculosis. En fin, muchos otros y los profesores de Salud Pública que ya también innovaban.
Desde entonces el proceso se ha ido consolidado. La adopción de la dedicación exclusiva, fue un paso señero. Hoy la investigación científica constituye un pilar fundamental en el que hacer universitario: la Universidad docente moderna, que no solo trasmite conocimientos, sino que participa en la generación de ellos, mediante la investigación científica. Su desafío en adelante es perfeccionar el proceso, innovándose y orientándose continuamente hacia el futuro.
Hoy recibo esta distinción de Profesor emérito. Pero no soy yo sólo el de los méritos de tan honrosa distinción. Solo, ello no habría sido concebible, sin los muchos que durante tanto tiempo, hemos estado trabajado juntos, no habríamos sido capaces de alcanzar las metas diseñadas. Quiero recordar aquí al Profesor Julio Meneghello, amigo y gran maestro, en cuya cátedra de pediatría, en el Hospital Manuel Arriaran, inicié mi labor universitaria. Fue allí donde comenzamos a investigar en el tratamiento necesario para enfrentar una cruda realidad: "la desnutrición infantil". Cada día fallecían diez o más niños desnutridos, por diarreas o bronconeumonías y los esfuerzos por salvarlos y recuperarlos parecían inútiles. ¡Había que investigar! Comenzamos a formar investigadores capaces de abordar el problema. A ellos también quiero recordar ahora como artífices de hechos que han conducido a que la Universidad hoy me designe "Profesor emérito". Ellos creyeron y se especializaron en centros de excelencia en el extranjero. Volvieron y con ellos se formó el Centro de Investigaciones Pediátricas. Obtuvimos progresos importantes en su tratamiento y ganamos prestigio.
Supimos como hacerlo y de allí no pudimos eludir nuestro compromiso. Había que tratar a todos los niños que en el país continuaban llegando a una desnutrición grave. Los hospitales pediátricos no eran el lugar para ello, ni tampoco daban a basto. No dudaron, y manos a la obra, los mismos investigadores fundaron CONIN. Treinta y tres pequeños hospitales, con 1700 camas de lactantes. Ahora si podían reiniciar su crecimiento. Noventa y cinco mil niños pequeños fueron tratados y recuperados, descendiendo bruscamente la elevada mortalidad infantil de la época.
Por nuevas investigaciones comenzamos a tomar conciencia que el problema real estaba más allá del hospital. Que se trataba de un mal oculto, muy generalizado, que dañaba en la edad más crítica de la vida, a mas del 60% de la población infantil, causando en ellos una muy elevada mortalidad durante los primeros años de vida. Mientras que los que podían sobrevivir, quedaban dañados por vida, tanto en su desarrollo físico, como intelectual, lo que más tarde se reflejaba en la incapacidad de aprender al legar a la escuela.
Comprobamos que la magnitud del problema, era de tal naturaleza que no sólo eran ellos los dañados, sino que además se estaba afectando por generaciones la sociedad entera. Allí estaba la desigualdad de oportunidades, y el principal obstáculo para alcanzar el desarrollo y el bienestar.
No bastaba tratar a los desnutridos. Derrotar la desnutrición crónica y la pobreza pasó a ser la meta y para eso necesitábamos un equipo de investigación multiprofesional, porque los problemas que afectan a la sociedad, son siempre complejos y multifactoriales. Para ello fue necesario crear el INTA. A los que lo formaron y estructuraron, también ahora los recuerdo como contribuyentes a este reconocimiento.
Ellos creyeron que era también función de la Universidad desarrollar la capacidad de investigación necesaria para individualizar los problemas y limitaciones que afectaban a la sociedad, para discernir sus causas reales, investigar posibles soluciones y finalmente alcanzar la credibilidad suficiente como para lograr que los nuevos conocimientos y estrategias fuesen racionalmente utilizados, libre de toda ideología.
Así fue como se alcanzaron las metas, colaborando sin limitaciones con los diferentes gobiernos que se fueron sucediendo, con el claro propósito de resolver el agobiante problema de la desnutrición infantil y sus consecuencias económicas y sociales.
Considerábamos que como Universidad, cumplimos contribuyendo a solucionar problemas que la afectaban. Con ello, aprendimos que no solo la docencia, la investigación y la extensión eran sus roles, sino también, el generar conocimiento nuevo, tanto básico como aplicado u operacional, con miras a promover el desarrollo, la igualdad de oportunidades y el bienestar común. Eso fue lo que prioritariamente realizamos. Las personas y nuestra sociedad no están libres de otros problemas que también requieren del compromiso desinteresado y científico de la Universidad.
Hoy he aceptado un nuevo desafío, rediseñar CONIN para que una vez más pueda contribuir al desarrollo saludable de nuestro país. Actualmente son otros los problemas, algunos derivados de los avances tecnológicos en la medicina que permiten que sobrevivan por ej.: Niños con problemas de salud que requieren apoyo nutricional, pero también la malnutrición por exceso y sus enfermedades derivadas. La tarea en nutrición continúa.
Gracias una vez más, por la distinción que considero se extiende a muchos más que hoy no están aquí.
Muchas gracias!!
Agosto de 2012