En 1976, y en el marco de un proyecto para reagrupar las instalaciones y carreras de la Universidad en torno a cinco campus principales, se decide comprar el terreno conocido hoy como Campus Andrés Bello. La Facultad de Arquitectura, que hasta entonces se ubicaba en Cerrillos, sería una de las principales beneficiadas, así como una de las que enfrentarían, con mayor fuerza, el nuevo desafío.
El arribo de la FAU a la ciudad significó un antes y un después. Marcó la presencia que siempre tuvo esta Escuela en el ámbito académico, pero que tenía la necesidad de abandonar el aislamiento en que se encontraba en Cerrillos. Dentro de quienes vivieron este proceso, participando del proyecto que daría forma a la nueva casa, está el Director del Instituto de Historia y Patrimonio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Doctor Antonio Sahady. "Se decidió la compra de un terreno que estuviera en el centro de Santiago para vincular la Facultad con la ciudad. Cuando estudiaba se encontraba en Cerrillos, entonces la vinculación con la ciudad era muy escasa, por lo que, en cierta medida, sentíamos que había una desventaja respecto a otras facultades". El también académico de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, Ignacio Salinas, recuerda que en aquella época, "eran pocas las librerías que existían, sobre todo, especializadas. La Librería Nacional era una, pero como estaba en el centro había que gastar toda una mañana en visitarla. En definitiva, era casi una odisea ir a comprar materiales".
Un espacio con historia
La riqueza arquitectónica del terreno escogido para echar raíces tornó imposible pensar en destruir paredes con tanta historia. Rescatar el lugar, y mantener intacta la identidad de aquellos bloques que alguna vez albergaron el Regimiento de Caballería Nº2, "Cazadores del General Baquedano", era difícil. Pero gracias a ese trabajo, los grandes espacios antiguamente utilizados para la circulación de caballería y que hoy albergan salas de clases, son mudos testigos de ese pasado con ruido de caballos y sables de los pabellones del año 1833.
Cuando arribó la FAU a Portugal, la preocupación principal fue respetar esa historia y apropiarse de un terreno que, hasta ese momento, y desde 1933, tenía como dueños de casa al Liceo N°5 "Rosario Orrego" y al Mercado Juan Antonio Ríos. "El Bloque A era originalmente un Liceo de niñas. El primer bloque en que se comenzó a trabajar fue en el Bloque B. Allí se instaló el Profesor Juan Benavides a elaborar las especificaciones técnicas del proyecto. Mientras tanto seguían operando las fábricas de camisas, las verdulerías, las pescaderías, etc.", dice el Profesor Antonio Sahady, que cuenta que en esa época aprovechaba de almorzar en alguno de los locales del mercado. "Comprábamos fruta y todo lo que necesitábamos. Nos abastecíamos".
Seguramente el escenario que se respiraba entre los pabellones que conforman la Facultad de Arquitectura era el de un gran tumulto de personas. Un gran ir y venir de camiones cargados de verdura o carne proveniente del matadero. Un sin número de vendedores gritando a viva voz ofertas a su clientela. Por supuesto, no existían salas de taller, ni tampoco alumnos fabricando maquetas entre papel, cartulina y cartón corrugado.
A mediados de los 70', periodo en que se decide el traslado a Santiago, el bloque C lucía dos grandes carteles al lado de la puerta que actualmente luce un gran ventanal. "Carnicería Rubio", uno de los tantos negocios que se ubicaban en el antiguo mercado. Sin los malls ni los grandes supermercados de ahora, el Juan Antonio Ríos era el lugar donde se podía encontrar de todo. Se vendía abarrotes, verduras y carne; servicios de costuras, reparaciones de calzados, etc.
Mientras en el ambiente reinaba el ir y venir de comerciantes y clientes, el bloque A, separado del resto de los pabellones por una pandereta, albergaba al Liceo de niñas N°5. Establecimiento que tuvo entre sus directoras a la destacada profesora, escritora y política Amanda Labarca.
A ganar terreno
Para el Profesor Ignacio Salinas, la Facultad de Arquitectura gana presencia al abandonar sus dependencias de Cerrillos. "Antes nadie sabía dónde se encontraba la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile". Cerca de la Alameda, y con todo el capital que significa la proximidad con el centro de Santiago, la localización fue, sin duda, uno de los principales aciertos. Y más significativo aún fue el rescate del patrimonio histórico de la antigua construcción de Portugal. Como explica el Profesor Mario Ferrada, "la Universidad supo dar respuesta a otro tipo de acción sobre la arquitectura, que es la de recuperar lo existente. De esta manera, se puede afirmar que la Universidad en su labor institucional, ha evolucionado a la par con las posturas respecto de la arquitectura nacional, marcando y caracterizando sus momentos más relevantes".
En definitiva, se previó que el conjunto, como tal, tenía valor. "Es un conjunto más o menos unitario donde existen cuerpos paralelos que permiten obtener patios intermedios con cierta dimensión para el recreo, para la comunicación entre clases, etc. Además, tenía la superficie suficiente para albergar todo aquello que se requería en su momento", dice el Profesor Antonio Sahady.
Cuando a mediados de los 70' la Facultad comenzó a tomar forma, también se fue generando todo un entorno alrededor de ella. "Una especie de sub-mundo. En ese tiempo eran locales de fotocopias y copia de planos. Ahora son ploteos y scanner", dice Sahady.
Un largo camino
Al visitar la Facultad cuesta imaginar que sus pabellones no siempre formaron parte de su historia. La comunidad universitaria ha hecho propio cada uno de sus rincones. Sin embargo, la travesía fue larga. Desde el curso de arquitectura en el Instituto Nacional (1850) hasta la Facultad de Arquitectura y Urbanismo del Campus Andrés Bello (1977), los estudiantes transitaron por diferentes lugares de Santiago. Casa Central y la casona ubicada en calle República 517 -que en dictadura fue utilizada como cuartel de la CNI-, e incluso el edificio que ocupa el Centro de Investigación, Desarrollo e Innovación de Estructuras y Materiales (IDIEM), de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, fueron espacios que sirvieron para la formación de los futuros arquitectos del país. Edificios que marcaron época en esta Facultad y en quienes vivieron allí su formación profesional.
Es el caso de la sede en Cerrillos, que es recordada con cariño y cierta nostalgia. "Lo que uno extraña es una convivencia más cercana. Es que estábamos casi todo el día. Nos íbamos en micros, de esas amarillas estilo americano, que partían desde Calle 18. Nos dejaban en la Escuela y las tomábamos de regreso desde las 6 hasta las 7", dice el Profesor Antonio Sahady. Ese aislamiento generó un vínculo especial. "La vida comunitaria era natural. Había espacio, prados, naturaleza. Almorzábamos juntos. Había un casino y, obligadamente, tenía que comer allí. Lo otro era ir al aeropuerto de Cerrillos, pero para eso había que tener plata", indica Ignacio Salinas.
Enrique Soto, uno de los funcionarios más antiguos en esta Facultad, estuvo 11 años en Cerrillos. "Recuerdo que cuando alguien se titulaba, la tradición era hacer un asado. Íbamos todos, porque éramos todos amigos".
La FAU hoy
"Cuando llegas a FAU te juntas en las pircas, almuerzas en las pircas, estudias en las pircas. Todo pasa en las pircas", dice la estudiante de Arquitectura Claudia Olivo respecto a uno de los lugares más famosos de la Facultad, en el que varios acostumbran a pasar las tardes.
Pese a que nace con otros fines, cada espacio de esta construcción muestra huellas de los estudiantes que la hicieron propia. "Ellos ocupan la escuela. La habitan. Y eso es algo que quizá no existe en otras universidades" dice Salinas. Lejos de ser un museo o un lugar en que el tiempo se detiene, el pasado aquí revive con estudiantes, profesores y funcionarios día a día.
Uno de los rincones especiales, de esos cargados de simbolismo, es el patio entre el bloque B y el C conocido popularmente como "patio Armijo". Allí aparece pintado el rostro de Gladys Armijo, una de las profesoras más queridas de Geografía. Luego de su muerte, el mural que le rinde homenaje fue la mejor manera que encontraron sus estudiantes para rendirle respeto y admiración. Otro, "el patio Da Vinci" -por el dibujo que luce una de sus paredes- acoge a los estudiantes cuando están libres, cuando tienen ese tiempo de ocio tan escaso en "semanas como la de taller", la semana más temida del año. "Hay que pensar que es la entrega final, que te juegas el año en una semana, entonces siempre es lo más estresante", dice Fabiola Morcillo, alumna de Arquitectura.
Durante el periodo en que la Facultad gira en torno a la entrega de Taller, y mientras los sacos de dormir de los alumnos que se quedan a terminar sus trabajos abundan en los pasillos, "San Guatita" se hace aún más popular.
Inserto en una de las paredes del bloque A, la esperanza de los estudiantes de la FAU, una especie de gruta con una pequeña escultura de un fraile rechonchito, recibe más visitas y mensajes que de costumbre. El mito dice que fue un estudiante de arquitectura que pasó todos sus ramos con la nota mínima para aprobarlos. Otros, que fue un ayudante, pese a no haber destacado nunca como alumno. Y si bien no hay certezas de nada, lo que sí salta a la vista es que todos le rinden pleitesía a la leyenda. "San Guatita, ayúdanos con tu sabiduría y omnipotencia para aprobar matemáticas. Sabemos que tu bondad nos llevará al camino del éxito".