Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Inauguración del Mural de Mario Toral.
(Transcripción)
A mediados del año 1910 tuvo lugar en este mismo recinto una ceremonia similar a ésta para así inaugurar el mural que encabezaría el Salón de Honor de la Universidad por espacio de unos 30 años. Se había encargado el mismo, en 1909 por parte del Gobierno, al artista francés Ernesto Courtois. Su trabajo constituía una alegoría a la Universidad de Chile declarada en la placa principal del mural como protectora de las ciencias y las artes.
Los rectores pasados, desde Bello a Letelier, ocupaban el cuadrante extremo izquierdo; mientras que las últimas autoridades de la Universidad Real de San Felipe ocupaban el derecho. Lo central era la alegoría a las artes, al derecho, al estudio científico en una realización en extremo clásica, pero muy representativa de lo que era finalmente el objeto del homenaje: la importancia de la Universidad de Chile como forjadora de la Nación y su trascendencia como Institución republicana destinada a la creación y difusión del conocimiento.
Pero Chile siempre ha sido objeto de severas turbulencias, contexto en que muchas veces se manifiestan cuestiones destinadas a defender la Universidad o aquellos valores que son esenciales para su desarrollo, pero que a veces terminan dañándola. Los años 30 fueron de esos períodos agitados en que había que defender la democracia, en que muchas cosas se habían puesto en juego y que perjudicaban al trabajo universitario. Fueron también los años en que el mural de Courtois resultó destruido por una acción aparentemente de protesta, contradictoriamente no contra el arte y las ideas que el trabajo en si mismo representaba.
Corría el año 1931, pero de allí en adelante por un lapso de 70 años oscuras y gruesas cortinas ocultaron la muralla de la que estaba ausente el homenaje de la Nación a su Universidad. Es como si producto de una vergüenza que ocultar se hubiese cubierto por tanto tiempo el muro sur de nuestro Salón de Honor, como si el contenido de la imaginación que el arte empeñó para saludar a la vieja Casa de Bello hubiese tenido que enfrentar por medio de un simple acto destructivo, una frontera, una valla, un contenedor limitante del espíritu libre que transmitía la obra de Courtois y que reflejaba con propiedad el espíritu universitario.
No olvidemos hoy día, cuando volvemos a reganar ese espacio libre para crear por la creación. Esta vieja Casa comenzó a funcionar como sede de la Universidad ya a fines de los años 1860, en los viejos terrenos del Colegio de San Diego y de la Iglesia del mismo nombre en el extremo oriente. Esta propiedad fue destinada por el Estado de Chile para la construcción de la casa universitaria luego de hacerse insuficiente el espacio ya construido en 1849 para las secciones del Instituto Nacional. La casa universitaria se concluyó en su primera fase en 1865 y la definitiva en 1872, construcción magnífica y admirable para todos los tiempos, pero particularmente para la época del pequeño Santiago abigarrado en la zona céntrica.
Fermín Vivaceta, el maestro arquitecto, fue el encargado de finalizar las últimas etapas de la construcción en la que este Salón de Honor estaba contenido como el verdadero corazón del maravilloso edificio; y es que esta Institución siempre tuvo un significado más allá de sus construcciones y de las adquisiciones físicas. Esta Casa ha sido el reflejo del verdadero espíritu de la Nación, ha sido un espejo prístino del alma nacional. No sólo ha sido esta Casa el testigo de tantos dolores y alegrías de la Patria, sino que ha constituido la Institución republicana por excelencia, la que ha jugado el papel de cerebro de la Nación, ha sido el Alma Mater inmortal de ellas que con su diversidad y su espíritu nacional y público ha construido un destino fuera de los límites marcados por su tarea estrictamente educacional.
Fue por ello siempre la Universidad de Chile la hija predilecta de la República y la Universidad del Estado de Chile, no por los juicios egoístas y a veces pequeños que hoy día han pasado a dominar nuestras visiones sobre universidad y sociedad, sino por el papel trascendental que esta Casa sublime ha jugado siempre respecto de Chile, de su futuro y de su desarrollo integral. El edificio y este Salón glorioso fueron el verdadero monumento que la Nación entregaba a la Universidad como un homenaje, pero también como un mandato colosal: ser la Universidad de Chile, con todo lo que ello implica desde el punto de vista más profundo. Este Salón, como el corazón del edificio que se construía para albergar la libertad de pensar, era el ente destinado a darle vida al cuerpo universitario. Por ello es tan injusto que tantos años hayan pasado sin la luz del arte que ilumine su sección principal.
El edificio ha sufrido deterioros marcados en el tiempo, pero también severas transformaciones y planes de recuperación. Quienes hemos habitado estas queridas aulas hemos también procurado sostener con mayor vigor los viejos muros, casi como simbólica tarea, para así dejar para la historia un legado constituido por esta construcción, pero que es mucho más significativo para el devenir de la propia historia chilena. Hemos remozado, protegido y transformado tantas veces este edificio glorioso, pero aún sin nunca herir sus morfologías fundamentales. Pero quizás valga la pena decir que las heridas que ha sufrido esta Institución con los embates externos de parte de sus enemigos naturales y asociados no se observan en los muros vetustos, sino en el alma de nuestra esencia y en las realizaciones de nuestro quehacer como Universidad. Hemos podido sostener los muros físicos, pero no siempre los espirituales, que permitirán sostener en alto el privilegio del trabajo universitario en nuestra sociedad. No hemos sido quizás, totalmente capaces como Nación de preservar lo más sustantivo de esta Casa, el rol de esta Universidad nacional y pública para el país. Del mismo modo, tampoco hemos sabido cultivar la responsabilidad que debe sentir la sociedad chilena respecto de ésta, su Universidad y sobre las tareas que debe a la sociedad en que está inmersa. Se han diluido esas ataduras fundamentales entre Universidad y Estado: armonía fundamental para que el progreso se adelante por conocimiento.
Hoy tenemos mucho de privados, sustituyendo nuestro rol público y con ello se han herido las raíces más trascendentales de nuestro trabajo, desvirtuando tantas veces la dirección del viento que debe orientar nuestro volar. A veces no sabemos que se desea de nosotros, quizás muchas veces se nos ha pensado como una Institución que está demás; sin embargo, en los tiempos en que el devenir de nuestra educación preocupa por sus problemas presentes y consecuencias futuras, esta Universidad debiera ser llamada a cumplir con fuerza su tarea histórica y aporte al país para crear y diseminar conocimiento que permita despegar firmemente nuestros sueños como Nación.
Por ello tenemos que mantener una actitud firme de defensa de nuestra Universidad como siempre lo hemos hecho, quizás mejor decir, como la mayor parte del tiempo y defenderla es primero que nada ser consecuente con nuestro rol nacional y público siempre en la labor diaria, en la proyección de nuestras transformaciones tan necesarias en docencia, investigación y extensión, pero es también mantener vivas nuestras tradiciones, protegerlas como el tesoro que simboliza el trabajo académico en todas su trascendencia; y esta Casa y este Salón, son partes del tesoro que necesitábamos remozar para creer en nosotros, para creer nuevamente en que la sociedad chilena vuelva sus ojos a la Universidad de Chile en medio de tanta necesidad de progreso, de justicia, de paz y de verdad.
Mario Toral me señaló un día, que había que reponer aquí el pedazo de historia que tuvo un interregno de terreno de 70 años, me dijo que estaba dispuesto a regalar su trabajo para la Universidad para que nuevamente tuviese esa luz desde el sur, cuyos destellos nos obliguen a mirar con mayor fuerza hacia el oriente. Su trabajo fantástico ha dado nacimiento a una obra magnífica en donde se plasman miles de maravillosas ideas acerca de la Universidad, de su quehacer, de su significado vital en la sociedad humana. Allí juegan e interactúan los símbolos vitales de nuestro escudo institucional con la regularidad del compás, la fuerza de la escuadra, la severidad de la balanza justiciera, la imponente presencia de la víbora y la vital inserción del libro insustituible en todas las ideas. Todo aquí plasmado hoy día vuelve a dar luz en donde hubo oscuridad y ausencia, está aquí contenido el juego combinatorio de las diversas culturas, incluyendo la nuestra originaria y el símbolo vital de la fertilidad femenina. Están pues, los elementos fundamentales para pensar Universidad, imaginar sobre Universidad y la vida.
Quisimos crear un nombre para este mural, pero habría sido una muestra de soberbia, preferimos hoy día preguntarle a la comunidad universitaria para que proponga nombres antes del día 10 de abril y podamos discernir el más propio por medio de un jurado; entonces y sólo entonces, el nombre del mural será inscrito en el libro que por ahora tiene sus páginas en blanco.
Estamos muy satisfechos, este trabajo se ejecutó durante poco más de dos meses, pero las discusiones sobre bocetos y trazados se prendieron hace más de ocho meses en sesiones de trabajos maravillosas en que Mario Toral nos hacía volar con sus intentos por dibujar en nuestras almas sus fogosas ideas sobre arte. Es un trabajo terminado en forma majestuosa y constituirá un legado para los tiempos que vienen hacia la Universidad de Chile del nuevo siglo. Sus ayudantes pusieron el necesario empeño complementario con un trabajo comprometido del día a la noche, cuando en febrero se venía de día o de noche a esta Casa estaban allí ellos, ensimismados en su contribución que ahora vemos con admiración y agradecimiento.
Finalmente, también nuestros colegas estimados del Teatro Nacional Chileno pusieron su imaginación y su trabajo generoso para permitirnos una ceremonia digna de presentación del nuevo mural. Gracias a todos ellos por su generosidad, su compromiso; a Mario por su aporte a toda prueba que tantos debiéramos imitar para hacer más grande a esta Universidad, gracias a sus ayudantes, gracias al personal de servicio de la Casa Central que ha cooperado vigilante y entusiasta en la finalización y presentación de esta obra.
El viejo mural de 1910 se concibió en gran medida como un homenaje de la Universidad de Chile al centenario de nuestra independencia nacional, hoy en día, ya estamos trabajando en el país para hacer el segundo centenario. Sea éste pues, el primer aporte a la Universidad de Chile a estas celebraciones, dejando en unos de los edificios más significativos y representativos el mural que nos dice que la cultura, la belleza, la ciencia y la creación; se proyectan desde aquí a los tiempos como la más sublime declaración de independencia, sea éste pues el primer homenaje de la Universidad de Chile al bicentenario de la República.
Gracias Mario Toral por este aporte significativo que no olvidaremos y que tanto nos enseña como ejemplo de la forma en que todos debemos aportar hoy día a la Universidad de Chile. Gracias por este mensaje de luz, por este simbólico homenaje a la Universidad del siglo XIX. Gracias por dedicarnos tu tiempo y tu creación maravillosa que estará aquí, desafiando a los años y los tiempos futuros.
Gracias a todos ustedes colegas y amigos por haber accedido a ser testigos de este momento histórico.
Muchas gracias.