Discurso del Rector de la Universidad de Chile en Ceremonia de Celebración del Día del Maestro en la I. Municipalidad de Lo Prado, con la Clase Magistral: "Educación Pública Chilena".
(Transcripción)
Es muy grata esta invitación, porque al final del día, el Rector de la Universidad de Chile no puede olvidar que el trabajo fundamental de su Institución, históricamente, ha estado ligado al problema de la educación chilena, y por tanto, que la Universidad se conciba como un apartado de este gran problema.
La Universidad de Chile es y debe ser una institución vinculada e identificada profundamente con la educación pública, porque ese es su origen, esa es su historia y porque eso en definitiva determina su liderazgo en el sistema educacional chileno. Y también, por cierto, en lo personal es muy grato estar acá, porque tampoco el actual Rector de la Universidad de Chile olvida que es un profesor que ejerció desde la escuela primaria de aquellos años, en la escuela secundaria, en la educación técnico profesional y posteriormente en la Universidad, y me doy cuenta con ese recorrido, de la enorme trascendencia que tiene el rol del profesor y del escaso reconocimiento que tiene en la sociedad chilena hoy, ya que representa un camino que mantiene no sólo graves tensiones sociales, sino que además la mediocridad creciente de un sistema que se orienta como sostendré, más por parámetros económicos y financieros, que por los parámetros que deben regir a la educación: los valores y el humanismo.
La educación chilena ha sufrido graves trastornos producto de políticas específicas para el sector y de políticas globales. Se ha enfatizado un aspecto que siendo cierto, no es el único, caracteriza al hacer educacional en nuestros días, que es la educación como un mecanismo, como un instrumento para promover la productividad de las personas, y en la medida en que los niños y los jóvenes se educan y adquieren conocimiento, hay un aporte a la realidad productiva del país. Cierto es que un profesional en la medida que se forma en la universidad contribuye posteriormente con su conocimiento y su ejercicio a la actividad económica, tal y como es cierto, que cuando niños aprenden a leer y a escribir, o cuando aprenden los elementos básicos de razonamiento y del análisis, contribuye al ser productivo para el país y, por tanto, a su progreso.
Pero ésta no puede ser la base fundamental sobre la cual se diseña un sistema educacional, que provea lo que hoy día se denominan los incentivos, porque cierto es, que la educación desarrolla este papel tan importante de generar personas que contribuyen al producto, a la economía, a la productividad, y es cierto que ese es un rol muy importante que tenemos que cuidar y privilegiar de alguna manera en lo que entregamos y lo que hacemos en el sistema. Pero la pregunta es, ¿si no estamos dejando de lado otros elementos que en estos momentos en realidad son carencias bien fundamentales en nuestra sociedad chilena?
Cuando uno ve, por ejemplo, la enorme falta de valores desarrolladas en nuestros niños y nuestros jóvenes, la ausencia de normas que sean educadas, puestas en los sentimientos de los niños y de los jóvenes y que era parte de la gran tradición de la vieja educación pública chilena. Uno concluye por tanto, que posiblemente estamos orientando la educación más a sus aspectos materiales, a sus connotaciones más específicas en lo económico y en lo financiero, que a aquello otro que es tan importante para la sobrevivencia del cuerpo social, que es una convivencia basada en el respeto y en la concepción del hombre como el fin último de las cosas y no como un instrumento para que las cosas sucedan. Entonces cuando uno además va descubriendo que nuestra sociedad se ha autoimpuesto de alguna manera ciertos moldes, ciertas maneras de pensar y de creer y que hay pocos espacios.
La verdad sea dicha, para poder reflexionar libremente, para poder pensar sobre nuestra sociedad y pensarnos nosotros mismos, es cuando uno descubre la mezcla de estos dos factores: una educación que tiene un énfasis demasiado fuerte en lo productivo y demasiado aletargado en lo que es la formación valórica y humanista, que es inherente a la formación educacional, junto con estos graves traumas de nuestra sociedad actual en que dominan las visiones únicas, en que parece ser que los fundamentalismos de alguna manera nos afectan a todos. Por tanto, hay un problema de diseño, de énfasis en el trabajo educativo, y en consecuencia, un problema con la concepción de la educación como un simple gasto para la sociedad o para los recursos del Estado, pero la concepción de política, la concepción en la esencia profunda del ser educativo, me parece a mí que está ausente y gravemente nos daña.
Hace poco, en una conferencia en la Universidad establecí de qué forma esta visión estaba dañando tan profundamente la formación profesional, y considero que ese es un buen ejemplo de lo que nos ha sucedido, y nos está sucediendo en el contexto de la educación en el conjunto. En el pasado con todos los defectos, con todos los problemas, con todas las vicisitudes de un sistema educativo que tenía una fuerte injerencia del Estado, había una cuestión fundamental en la formación de los profesionales, en la formación de los profesores, pero también en la formación de los médicos o de los ingenieros: un sentido de servicio al resto de la sociedad. Nosotros nos formamos, en nuestras generaciones, con un sentido de pertenencia y con un sentido de deber y en una gran inspiración, la de servir y la de tener una vocación, y por lo tanto, de servicio y respeto al resto.
Pero ha habido cambio en las concepciones, ha habido cambio en las definiciones y en los incentivos, y hoy día los profesionales se forman en un ambiente en que normalmente lo que hace, es producir egresados que quieren recuperar rápidamente la inversión que han hecho en sí mismos. Hay una noción materialista tan fuerte en nuestra sociedad inspirada tan profundamente en los desarrollos económicos y políticos, que un profesional siente poco esto del servicio público, siente poco en una sociedad con las falencias de la nuestra, respecto a contribuir para poder hacer de su trabajo no sólo un retorno financiero, sino que también un retorno en lo más sólido, en lo más importante, que es la recompensa por el reconocimiento.
Por consiguiente, tenemos el grave problema de cómo reenfocar la formación de muchas de nuestras profesiones que están centradas entonces en los aspectos técnicos exclusivamente y nuestros curriculum están fundamentalmente ligados al desempeño técnico, a los aspectos tecnológicos, a las materias científicas básicas, pero poco al espíritu, al hombre, al respeto por la persona y eso es una corrección que es urgente hacer. Sin embargo, la universidad no puede introducir estas correcciones sino hay una inspiración distinta también en el contexto del sistema educativo como un todo, y esa es una discusión que me parece que hace falta en el país en que estamos, donde estas cosas se asumen como un ataque contra alguien, o contra una autoridad, o contra alguien que no está haciendo lo que debe. Esto debe proponerse como una reflexión muy profunda de la sociedad chilena respecto a lo que estamos haciendo en cuanto a la formación de las nuevas generaciones.
Otra dimensión que es muy fundamental, es que tenemos un gran énfasis en transmitir conocimiento a nuestros estudiantes desde la básica hasta la universidad, pero poco hacemos para poder permitir que nuestros niños y nuestros jóvenes también desarrollen un pensamiento crítico respecto en la sociedad que estamos y la sociedad que queremos. Hemos puesto tanto énfasis en esto, que estamos generando más bien una juventud repetitiva, capaz de aprender fórmulas dadas, visiones dadas, aspectos que están contenidos en programas y en actividades, pero poco en cuanto a la propia capacidad de razonar, pensar y proponer. La vieja educación pública tenía entre otras virtudes, la de formar personas que eran capaces de pensar y de sentir, no sólo en los aspectos valóricos que estoy mencionando que eran importantes. A nosotros se nos enseñaba en el liceo el respetar al maestro, era impensable que uno no tuviera respeto por su profesor y era parte integrante del ser de un estudiante y eso, son evidentemente cosas que tienen posteriormente su proyección en la vida, como son el respeto por los demás y la formación cívica, tan pobre en nuestro sistema escolar actual. En la educación antigua se nos permitía pensar y discutir, y éramos estudiantes secundarios y teníamos la oportunidad de pensar sobre lo que estaba pasando en el mundo y de creer sin necesidad de volver a los viejos ideologismos y las viejas barreras.
Sostengo que es muy importante recuperar ese rol de formación de individuos pensantes, porque nuestra sociedad tiene en eso una falencia y, créanme ustedes, que quizás lo más importante en toda esta discusión, es cómo se deben seleccionar a los estudiantes para la universidad. Uno de los elementos más importantes debiera ser el seleccionar individuos pensantes, críticos, capaces de sentir, además de ser también capaces de resolver una ecuación o de resolver adecuadamente la forma correcta de escribir un párrafo.
Hemos perdido, entonces, un poco esa dimensión grande de la vieja educación, de aquella que inspiró a Manuel Montt y sus profundas reformas que dieron lugar entre otras instituciones, a la Escuela Nacional de Preceptores, a la Universidad de Chile y a la Escuela de Artes y Oficios: un gran proyecto educativo. Pero ese gran proyecto educativo como he comentado muchas veces con el Presidente del Colegio de Profesores tenía la visión de largo plazo, la visión de "miremos los resultados a 10 o 15 años", pero no esa visión estrecha que hoy día tenemos de "los resultados del próximo año", porque lo que puede pasar es que como el próximo año yo no estoy en el cargo, yo quiero llevarme lo que de aquí resulte bueno.
Siento en consecuencia que hay una pérdida sustantiva de la visión educacional como el proyecto de largo plazo como lo más importante de un país. Muchos podrán decirme las inversiones en el cobre, en la industria forestal, en el desarrollo agrícola, en todas esas cosas que soñamos y que suscribimos en acuerdos internacionales, pero creo que no hay ningún proyecto más trascendente, más importante para un país que su proyecto educativo. Pero, claro, estos proyectos de las carreteras, de las grandes inversiones se concretan en un año, en dos empiezan a rendir, posiblemente en 4 o 5 años son grandes proyectos. En educación desgraciadamente no es así, uno da pasos que tienen su resultado dentro de mucho tiempo y, por lo tanto, hay que recuperar esa visión del mucho tiempo, para poder inducir cambios que sintamos hoy día que son necesarios. Pero además, los cambios no pueden concebirse en esta actitud ideologista, de que éstos se definen de una vez y para siempre y nadie puede modificarlos, porque sobre todo en una materia tan sensible como formar niños o como formar personas son innovaciones que deben ir evaluándose permanentemente en el tiempo. En educación hemos ido perdiendo, en mí opinión, esa capacidad de evaluar lo que estamos haciendo, de mirar hacia atrás y también de mirar hacia delante. Hemos entrado a concebir la educación, casi diría yo, como una línea de producción donde se ponen niños a la entrada de la línea y salen niños con conocimiento, profesionales, niños educados como queramos poner al final de ella y eso viene, de una concepción materialista, orientada profundamente por un economicismo, arraigado en nuestra sociedad, pero que pierde de perspectiva el sentido de la educación, como un proyecto que forma personas, personas que por lo demás, serán quienes decidan, más tarde, respecto al devenir de nuestra sociedad. Por tanto, querer proteger el devenir de nuestra sociedad en término de su integración, de su respeto, de su autorespeto, requiere hoy día preocuparnos de las personas que serán los protagonistas de aquello. Pero no es sólo eso, porque no es un hecho productivo, sino que además un hecho valórico, un hecho profundamente formativo, que tiene otra connotación que es muy importante destacar en nuestro Chile de hoy.
En nuestro Chile, y yo lo suscribo, alentamos el sueño de dar un salto económico, de llegar a ser un país con mejores perspectivas, con mejores estándares de vida, leído como se quiera, un país como el de fines del siglo XIX, con una perspectiva, con una posibilidad y eso es una visión de futuro que entusiasma y que puede ser francamente real. Pero en un país como éste, que tiene esas condiciones, por su posición en el mundo, por lo que ha logrado consolidar, en materia económica y financiera, que se ve bien desde fuera, que tiene un largo camino que recorrer, la pregunta es, ¿Si un país con las grandes desigualdades que tiene el nuestro, puede dar efectivamente ese salto? La respuesta de muchos es, bueno, esperemos que nos vaya bien, y que podamos dar ese salto en lo económico, porque mañana entonces seremos capaces de dar respuesta en lo social y de poder establecer un camino que nos permita tener una sociedad más igualitaria.
Hoy día, sin embargo, nuestra sociedad está muy lejos, comparativamente, de ser una sociedad relativamente igualitaria con los países con los que queremos discutir, negociar, que quieren venir o que queremos que vengan, porque como dicen las estadísticas, nuestro país es el doble de desigual. Ese no es un problema de este gobierno, ni es un problema de los últimos 10 años, quizás ni siquiera de los últimos 20, a lo mejor de los últimos 40, o de los últimos 50 años: una desigualdad persistente, una desigualdad medida de todas las maneras que se nos permita medir y, por lo tanto, nuevamente esto que estoy diciendo no es una acusación contra alguien, porque en nuestro país, desgraciadamente, con esta gran propensión a las cámaras de televisión y a las declaraciones, todo el mundo lee acusaciones y formula acusaciones. Yo no estoy formulando una acusación, estoy haciendo un diagnóstico respecto de un país que tiene una desigualdad persistente debido a muchos factores.
Mi hipótesis es que con esta desigualdad tan grande, y tan persistente, el país no puede dar el salto económico que está soñando, y por una razón muy simple, porque esa desigualdad es la fuente, la raíz de tensiones y desequilibrios sociales, que la clase política no es capaz de canalizar con los discursos solamente, porque es necesario canalizarlos también con hechos, y no hay manera de dar un salto, porque los inversionistas no tienen credibilidad en un país que tiene tensiones sociales tan fuertes y tan profundas, y posiblemente esta comuna es quizás un buen ejemplo de lo que estoy diciendo.
Pero entonces el tema, es cómo abordar este problema, cómo abordar un problema que permita, al mismo tiempo tener un crecimiento adecuado y una mayor equidad y, por lo tanto, un acercamiento mayor entre los grupos de mayor pobreza y de mayor riqueza. Desde luego, están las típicas respuestas macroeconómicas, las recetas fiscales, tributarias y todo lo demás, pero hay una, que es la más importante elección de la economía mundial, la más importante lección de los países que han alcanzado el desarrollo económico, la más importante lección incluso de los países asiáticos que están en una etapa básica hoy día de desarrollo económico: la receta es más y mejor educación.
Hay que potenciar mejor a aquellos que están en condición más desmedrada con una educación de calidad, porque es cierto, están las oportunidades cuando damos ese discurso de la igualdad de oportunidades. Un joven de esta comuna tiene la oportunidad de llegar a ser un médico o un abogado o un ingeniero de la Universidad de Chile, pero las oportunidades no significan nada sino hay condiciones y el tema es, por lo tanto, pasar de un sistema que se basa en igualdad de oportunidades a un sistema que privilegie a igualdad de condiciones y eso se puede hacer solamente con más educación, pero no en estos índice de cantidad que en la actualidad parecen importar tanto. Esto tiene que ver con calidad, en el sentido de lo que hacemos en el sistema educativo, de lo que somos capaces de entregar y de formar de esos niños y de estos jóvenes en la enseñanza media o en la universidad.
Entonces aquí hay un reto, además de estos retos valóricos, que tienen que ver con la formación humanista, con este gran deseo y ambición de todo educador de que el trabajo que realizamos se extrovierta precisamente en el mejoramiento de nuestra sociedad. Junto con eso, está este tema social que es de profunda significancia y que no deberíamos razonar demasiado para llegar a la conclusión de que lo público, debe tener una mucha mayor preponderancia en el diseño de estas tendencias: una educación que sea más equitativa y de mayor calidad. Donde la educación municipalizada sea exactamente un mecanismo compensador destinado a crear las condiciones para que todos tengan derecho a acceder a las oportunidades existentes y, por lo tanto, una educación pública que sea un instrumento de política del Estado, no solamente una realidad con la cual se atienda a los más pobres, porque en realidad, no hay otra manera de hacerlo. Yo en ese sentido creo que no es un absurdo, que no es un legado del pasado, el volver a hablar del estado docente, no sólo como una conquista muy importante, sino como un instrumento de política definitivamente crucial para que el país pueda hacer madurar un proyecto como del viejo pedagógico, de la enseñanza primaria obligatoria, de Aguirre Cerda, los que no fueron ni frivolidades, ni improvisaciones.
Por eso encontré preciso que en este folleto del Día del Maestro de esta comuna, haya un verso de Pedro Guerra que habla justamente de las raíces. Pienso que cuando hablamos de educación pública y del rol de la educación y del Estado es tan importante referirse a las raíces de un sistema que podrá ser un ejemplo para toda Latinoamérica y hoy día está a la cola de toda Latinoamérica. Por eso comulgo profundamente lo que aquí dice, "raíz que busco y no encuentro que vive oculta en los versos que no escribo y que perdí".
Muchas gracias.