Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia Presentación del libro "Mis Ideales por la Educación y la Equidad"

La presentación de un libro envuelve a menudo un carácter más protocolar que ninguna otra cosa; a veces se olvida que en los libros son las ideas, manifestaciones de sentimientos que a menudo deben despertar debate para darles así la perspectiva que se precisa y considerarla entonces como algo establecido. Este libro no es una excepción, es una cosa viva que ha sido el fruto de mucha reflexión sobre los problemas de mi país en el campo de la educación y la equidad y no tengo ningún temor para expresar en sus páginas que efectivamente enfrentamos un dilema crucial para nuestro futuro como nación. Lo que trato de hacer en esta obra más que convencer a otros de mis propias convicciones es sentar la necesidad de abordar la discusión y propuestas sobre estos tópicos y la multiplicidad de opciones que se abre en términos de políticas. Estoy convencido de que nuestra sociedad debe ser inundada con ideas y propuestas especialmente para avanzar en el tema social sin retroceder en otros campos que nos están proporcionando satisfacciones aunque aún ellas muy mal distribuidas.

Me pareció que tener dos ilustres comentaristas de mi trabajo como son el Senador Carlos Ominami y don Sebastián Piñera, le daba mérito a la obra que he elaborado en cuanto podía despertar a través de ella intercambio de visiones y pensamientos como así ha ocurrido. Por su formación, por sus convicciones, por la disposición de ambos a expresar siempre su pensamiento, eran los personajes ideales para que le dieran perspectiva a mi trabajo y mostraran cual amplio es el espectro para un debate necesario en el país. Le agradezco a los dos con mucha sinceridad esta generosa contribución a quien pretende ser solamente un educador, preocupado de su arte y consternado ante la situación que en este campo experimenta nuestro país. Toda mi vida he sido un académico y como tal me he formado en la convicción de que la crítica siempre es capaz de mejorar las cosas, de que el poder de las ideas es fundamental, de que ninguna propuesta puede ser considerada perfecta. Mis dos comentaristas han puesto muy de relieve estas viejas y sentidas convicciones que provienen de la academia, pero que deben también convertirse en un tema social que permitan perfeccionar nuestras discusiones y propuestas en materia de política pública.

Andrés Guillof me ofreció publicar el libro en la forma tan bella que finalmente hemos conocido, después de ser solamente un legajo de hojas impresas sacadas de mi computador. Nunca me preguntó acerca de las ideas como algo especifico, nunca me pidió poner ni sacar nada, nunca hemos conversado siquiera del fondo del asunto, porque me dijo que para él lo importante era poner estas ideas a la luz pública para que muchos pudieran contemplarlas desde distintas distancias y pudieran compartirlas, rechazarlas o mejorarlas, Y desde luego, agradezco su esfuerzo generoso, pero por sobre todo su espíritu tolerante y amplio.

Durante muchos años Víctor Manuel Ojeda me ha aceptado como columnista semanal en Estrategia, donde expongo lo que creo sobre los temas que me son más familiares, siempre en un marco de respeto por el lector y en el propósito de crear debate sobre lo que pienso es posible de mejorar en nuestra sociedad. Desde allí he escrito sobre educación, sobre equidad, y he también procurado defender a la Universidad de Chile como la primera institución de educación pública chilena, alma mater del país.

Le agradezco a él que haya aceptado mis contribuciones sin siquiera requerir de mis acuerdos previos sobre contenidos u orientaciones; agradezco mucho a los que han permitido que mis ideas se elaboren a través de la discusión y del compartir. El debate sigue siendo una vieja y querida tradición en la universidad y a muchos dentro y fuera de ella les debo inspiraciones e ideas que han ido afirmando las propias; son muchos; no quiero nombrar a nadie para no cometer la injusticia de la omisión en la que posiblemente ya incurrí en la introducción del libro, pero en especial le debo agradecimiento a los académicos de la Universidad de Chile, de quienes he aprendido mucho más sobre humanismo, sobre la importancia de la competencia académica, sobre la necesidad de mantener estándares altos para responder con propiedad a las preguntas de los jóvenes, a mis colaborares, especialmente a Ruth Tapia y a mis secretarias Carmen y Gloria que han soportado por años mi hiperkinecia, mis errores, mis arrebatos, pero también mi cariño y mi especial afecto, y a mis amigos Jorge, Marco, Danilo, Darío, Felipe y otros que me han empujado siempre ha seguir creyendo con fe que las ideas valen y que tenemos que defenderlas siempre.

Y quiero agradecer a mis profesores del Liceo Amunátegui que me dieron temprana formación y que me enseñaron el valor de la educación y la enorme trascendencia que adquiere ella como rol fundamental del estado; con ellos aprendí a cerca de oportunidades, sobre el poderoso impulso que los hijos de la clase media se podrían proveer por medio de una buena educación. Cuando hoy veo una educación que necesita tanto para mejorar y recuperar esta vocación pública, que ha de permitir mejores días a nuestra sociedad, no puedo dejar de recordar las murallas de mi liceo ni el recinto del Instituto Pedagógico, espacios ambos en donde como en tantas otras partes de Chile se construyó un futuro mejor y que hoy, por desgracia, ponemos en riesgo para los jóvenes y a los niños más pobres.

Agradezco a todos ustedes su presencia en este acto que lo leo en el mejor espíritu de Bello, Valentín Letelier, Juvenal Hernández, Pedro Aguirre Cerda, Juan Gómez Millas, como un compromiso renovado por una buena educación para Chile y para los niños y jóvenes a quienes tenemos la obligación de mostrarles el camino a un futuro mejor. Y en esa senda siempre he defendido la Universidad de Chile como Rector, y por cierto, y lo seguiré haciendo todo el tiempo que yo pueda. Muchas gracias.

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