Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Graduación de Profesores de Enseñanza Media.
Tuve la oportunidad hace una o dos semanas atrás, de leer un libro extraordinariamente interesante, que recomiendo, sobre todo a mis colegas profesores de Historia. Un libro de Cristián Gazmuri, que hace una recolección de trabajos de varios analistas de la crisis de comienzos del siglo XX en Chile, un tema que es interesante sobre todo para quienes hemos sido también formados en la perspectiva de comparar evoluciones temporales distintas. Cuando muchas veces analizando los problemas de hoy, siempre es conveniente mirar los problemas de ayer. En este libro se insertan los trabajos de autores de muy distinta connotación ideológica: está Francisco Antonio Encina, probablemente el más conservador de todos y también están Palacios y Venegas, probablemente los más liberales; pero también Enrique Mac Iver, Alberto Edwards, Guillermo Subercaseaux, que abordan esta pregunta que rondaba en el país y que también expusiera don Enrique Mac Iver a comienzos de 1904, exactamente hace un siglo: "Parece que no somos felices" "Parece que las cosas funcionan", decía él; "Parece que la riqueza del salitre está llegando", "Parece que nuestras instituciones están trabajando", pero también parece que no está dilapidada a través de todo el país la felicidad que se supone que deriva de esa riqueza material, de esas grandes perspectivas que nos anunciaban nuestros líderes políticos de la época. Cuando se recorre este conjunto de autores mirando porque el país no era feliz, la conclusión era esencialmente que era un país donde prevalecían inequidades insostenibles, inequidades regionales, naturalmente estaban las sociales y el ingreso, y estaba presente un reclamo fundamental, de porque este país que había tenido un éxito económico tan importante en los pasados 25 años, esto es en las últimas dos décadas del siglo XIX, se enfrentaba a este panorama tan incierto, de tanta desazón, que estaba, además, ya adornado por protestas en la ciudad de Santiago, naturalmente las que conocemos en el Norte de Chile, por conflictos sociales y por el surgimiento de la llamada cuestión social. Cuando uno revisa los artículos que en la época escribieron estos distinguidos intelectuales y analistas, desde muy diversos puntos de vista, llega uno a una sola conclusión: que la crisis fundamental del país estaba determinada por la crisis de su educación. Unos decían que las personas asistían a la escuela y en la escuela no aprendían nada útil; otros decían que estaba restringida solamente a aquéllos que tienen la oportunidad de hacerlo por su cuna, por su ingreso y por sus oportunidades, pero no por las posibilidades reales de sus capacidades; y el acento que ellos ponían en este problema es tremendamente estremecedor, cuando uno lee eso un siglo más tarde. Y cuando un siglo más tarde, todavía entonces, descubre que el debate en el país vuelve a ser el problema de la calidad de la educación, el problema de la inequidad en el acceso a la educación de calidad y el problema entonces resultante es la inequidad general que uno observa allá afuera, que uno observa en los campos, que uno observa en las regiones, en las áreas urbanas del país, uno llega a una conclusión preocupante y es que después de un siglo no ha pasado nada. Podemos hoy día francamente, e invito a mis colegas profesores de historia a que lo hagan, que tomen algunas de estas páginas de este libro, seleccionen una y la publiquen hoy día, y probablemente todos van a entender que estamos hablando de la crisis social y política de comienzos de este siglo XXI, y no de la de comienzos del siglo XX. Entonces creo que vale la pena meditar sobre ese tema, y esa es una meditación que es muy apropiada en una ceremonia de graduación de profesores, porque si bien es cierto hemos privatizado la educación, hemos privatizado el hacer educativo, incluso el incentivo a educarse, no hemos privatizado todavía la libertad de los profesores para poder pensar sobre ese oficio. Y creo que hoy día es más importante que antes, el que los profesores piensen más allá de las 44 horas semanales que estamos obligados a enseñar o a estar de alguna manera comprometido con el aula. Existe una responsabilidad tan fundamental en el hacer educativo hoy día que está lejos de la comprensión y del interés de la clase política, como lo estuvo hace un siglo, y francamente eso se constituye en una limitante para el desarrollo de la educación y para potenciar todo aquello que se detecta en los discursos, como una falla del sistema. Somos un país con una educación que en promedio es más mala que probablemente la mayoría de los países con los cuales podemos compararnos. Somos un país con una educación que, además de mala en promedio, es tremendamente selectiva, es tremendamente inequitativa en términos de oportunidades y la llamada educación de calidad está reservada solamente a un 10 o a un 20% de la población que puede pagar por ella. Quienes defendemos la educación pública hemos ya pasado al archivo de quienes están diciendo cosas probablemente muy relevantes en el pasado, pero que hoy día no tienen mucha significación, porque hoy día es el mercado el que determina cómo, qué y cuánto se asigna a cada uno. Yo lamento no estar de acuerdo, y lo lamento también por aquéllos que así piensan, porque la mayoría de los académicos de esta institución no están de acuerdo con este enfoque de la educación como un acto privado, como un compromiso de las familias y no como un compromiso de la sociedad en su conjunto, que tiene que proveer, potenciar y permitir el desarrollo de sus niños y de sus jóvenes. Y desgraciadamente éste es un problema que pasa por los compromisos políticos y por los compromisos financieros. Cuando hoy día los incentivos de la política están puestos en el muy corto plazo y cuando lo que se espera de un Ministro de Educación es que tenga resultados visibles, palpables y probablemente fotografiables en un plazo de dos o tres años, probablemente lo que vamos a observar como políticas sean cuestiones muy acotadas, muy específicas y muy insatisfactorias. Desgraciadamente, para quienes así piensan y para quienes tienen ese tipo de visión respecto del diseño de la política educacional, aquellas políticas trascendentes que tienen efectos a 10 o 15 años plazos no son simplemente elegibles porque no tienen premio político y por lo tanto no valen nada. Y quiero aquí sugerir también entonces, que la situación de la educación hoy día no se debe a que durante un siglo no haya pasado nada, porque cuando uno examina el siglo XX, es evidente que sí pasaron cosas importantes. Pasó no sólo la formalización de la enseñanza primaria obligatoria a la expansión de la educación media, el crecimiento de la Universidad de Chile, sino sobre todo la profundización del trabajo de formación de profesores que, probablemente después, experimentó una crisis, crisis de crecimiento, crisis probablemente de diseño, pero creo que si uno pudiese describir como una curva, la educación, su calidad, el esfuerzo, el compromiso de la política pública fue de menos a más, pero nuevamente fue a menos producto de los fenómenos políticos de los últimos 25 años del siglo XX. Y creo que es bueno ponerlo también en esa perspectiva, porque de alguna manera nos enseña que es posible volver a tener un proyecto educativo que realmente propenda a rescatar aquellos principios que valieron tanto a la idea de que gobernar es educar. A mí me parece que todavía existe un espacio enorme para hacer realmente política de educación con un sentido de largo plazo. Me parece que hay todavía un respaldo ciudadano a la idea de una educación pública de calidad. Creo que esto es un elemento fundamental para poder eliminar estos desequilibrios sociales, que tanto amenazan el largo plazo del país. Me parece, y así lo entendemos en esta Casa, que la formación de profesores debe volver a tener un marco de excelencia. El profesor tiene una misión de transmisión intergeneracional que es de profunda importancia en estos años de cambios. Cuesta francamente hacer comprender en las discusiones de política pública, que la formación de profesores no pueda circunscribirse solamente a iniciativas privadas, clientes que vienen a pagar a la Universidad para posteriormente salir a recuperar con sus ingresos el fruto de la inversión que han ejecutado. La formación de profesores debe tener una óptica distinta porque corresponde a un compromiso social, es decir, a un compromiso de la sociedad en un contexto de largo plazo. Yo no esperaría que una reforma en serio de la educación chilena, como probablemente necesita nuestra educación, rinda resultados antes de los próximos 10 o 15 años, y por lo tanto, dentro de ese compromiso en serio, la formación de profesores y la revolución que necesita el país en formación de profesores, necesita un esfuerzo muy distinto, muy superior, mucho más masivo que debe rendir fruto solamente en ese contexto de largo plazo, entre gobiernos, entre distintas administraciones, y que por lo tanto requiere de un consenso político nacional muy distinto de aquél al cual estamos acostumbrados para mirar estos pequeños juegos de cambios para llenar un poco los ojos del público y del electorado nacional. De manera que creo que lo que estamos haciendo aquí, graduando profesores, es muy importante. He procurado estar todos los años en la graduación de nuestros profesores, porque me parece que es muy importante esta pequeña molécula, ya que está de moda el concepto de profesores de calidad en nuestro cuerpo social, para darle una inyección de calidad y de energía al sistema. A mí me parece fundamental, además, la formación de profesores con un sentido de servicio público; no solamente profesores que están formados para servir en el ámbito privado, en el servicio público creo que hay mucho que hacer, porque hay muchos niños que esperan, justamente, la oportunidad que se deriva del trabajo que ustedes efectuarán en el aula. Yo realmente los felicito porque hay que ser valiente para ser profesor en estos días. No es en estos días la profesión socialmente más reconocida. No es tampoco en estos días la profesión más fácil, porque donde es más provocativa es enseñando en los colegios pobres, en los colegios de la clase media, en donde se vive la frustración, se viven las necesidades, se vive la impotencia muchas veces de ese salto social que la gente anhela, pero que está tan limitado por el acceso a los instrumentos del conocimiento. Los felicito, porque hoy día un profesor tiene que competir también fuertemente con todos los otros medios de comunicación que existen: Internet y la televisión, y muchas veces el profesor está indefenso frente a estudiantes que de alguna manera creen tener, o tienen, mejor información. Los felicito porque hoy día educar es difícil, cuando el concepto de familia está tan disgregado y cuando muchas veces las familias ven a la escuela como una oportunidad para que el niño o el muchacho no esté tanto en la casa. Con poco compromiso con lo que ocurre sustancialmente en la escuela, la labor del profesor es difícil y lo es más aún cuando al profesor, muchas veces, se le exige más allá de lo que el profesor puede entregar con sus recursos y con los recursos que están a su disposición para el trabajo. De manera que ustedes han elegido un camino difícil, un camino duro, un camino sin embargo loable e importante para el país. Creo que si hubiesen 500 como ustedes, miles como ustedes, este país tendría un destino distinto; pero en fin, son 50 y creo que 50 con la calidad, con el trabajo multiplicado por el empeño que ustedes sean capaces de poner, pueden hacer un cambio que abra un camino y que enseñe, quizás algún día, a quienes toman las decisiones que la educación también es importante y que la sociedad del conocimiento no debe estar abierta sólo a algunos para que sea la sociedad de la mano de obra la que este abierta a otros, sino que la sociedad dé las oportunidades abiertas a todos, independientemente de su cuna, para que la movilidad social vuelva a ser una realidad en el país, y para que la educación sea un instrumento efectivo no sólo para potenciar productivamente a los individuos, sino también para potenciarlos en su espíritu, en su capacidad de construir sociedad y en su capacidad de construirse a sí mismos. Les deseo todo el éxito del mundo. Ustedes llevan aquí en el pecho el corazón de la Universidad de Chile y su insignia noble y servidora de la educación chilena por más de 160 años: úsenla dignamente, muéstrenla dignamente porque ustedes son nuestros embajadores en este mundo de los niños y de los jóvenes que necesitan un país mejor. Que les vaya muy bien. Gracias.