Clase Magistral con Motivo del Día del Profesor

La educación chilena está experimentando cambios de importancia, los cuales ocurren en consonancia con los retos que nuestra sociedad enfrenta a las puertas de la sociedad del conocimiento y de la globalización. Por cierto, la velocidad de esos cambios no ha sido satisfactoria, especialmente por el rezago modernizador de 20 años que experimentó nuestra educación en aspectos de contenido y calidad. Fue en este período, al mismo tiempo y quizás en forma contradictoria, cuando también surgió con fuerza la innovación en materia organizacional, al cambiar sustancialmente la antigua dependencia directa de los establecimientos de media, básica y preescolar desde el Ministerio de Educación hacia el sistema municipal, mientras que la educación superior se privatizaba en forma significativa, se inducían políticas de autofinanciamiento para el caso de las Universidades Tradicionales, se regionalizaba el sistema conformado por las dos Universidades Estatales principales, y se abría el sistema a la creación de nuevas Universidades Privadas, como asimismo de Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica.

Estos fueron grandes cambios estructurales, cuyos efectos, defectos y virtudes son aun materia de debate entre especialistas, como asimismo en el ámbito político. Es interesante que nuestra educación experimentó retrocesos de importancia, que aun manifiestan secuelas en aspectos tan graves como el déficit en materia de calidad y equidad, pero también sufrió transformaciones cuya evaluación está aun pendiente y que evidentemente depende de cambios que no se pusieron en práctica en los aspectos propiamente educativos. En cualquier caso, el nuevo diseño de la política pública en educación rompió con una tradición de estado docente que marcadamente influyó nuestro desarrollo como país durante un buen número de décadas. Es por ello que la evaluación de estos cambios ha de constituir materia de preocupación para la comunidad nacional en su conjunto. Se pasó, por así decirlo, de una política educacional con fuerte subsidio a la oferta (debido al peso estatal en la propiedad de instituciones educacionales) a una política con énfasis en el subsidio a la demanda (dado la tendencia a entregar dinero para que las familias obtengan educación provista privadamente).

No es el propósito que use esta oportunidad para evaluar los resultados de esta significativa transformación de nuestra educación. Sin embargo, es al menos necesario mencionar que al cabo de los años no se observan secuelas favorables en materia de calidad, puesto que los indicadores disponibles aun señalan que nuestra educación básica y media no ha manifestado cambios significativos en las capacidades que formamos en nuestros niños y jóvenes. Los resultados de varias pruebas nacionales permiten manifestar profunda preocupación por la calidad de nuestro hacer educacional, como asimismo lo hacen las comparaciones internacionales que colocan a Chile en una situación de profunda desventaja comparativamente a otros países, a pesar de que en el pasado constituíamos un caso de notable éxito en materia educacional, especialmente en cuanto a la formación de una población educada a buen nivel, culta y con excelentes perspectivas para su desarrollo ulterior en el trabajo o en la formación profesional. También a nivel de la educación superior existe la fundamental preocupación por los aspectos de calidad que se discuten públicamente en esos días a raíz de una iniciativa legal para normar sobre aspectos de control e información, y que se refieren a la enorme varianza que parece prevalecer en esa materia a través de distintas instituciones, junto a las variables oportunidades de desarrollo, empleo y productividad profesional que se derivan de los distintos ejercicios formativos. La cuestión es que hoy hay necesidad de un debate en materia de educación que no se ha hecho totalmente transparente ni se ha organizado de la manera debida para que el país pueda tener la oportunidad de reflexionar y ejercer las medidas correctoras que sean necesarias.

La visión nacional de la educación constituyó una decisión surgida con fuerza a mediados del siglo XIX junto con el tremendo proyecto educativo que encabezo don Manuel Montt, y que se manifestó en la creación de la Universidad de Chile, de la Escuela Normal de Preceptores, de las Escuelas Agrícolas y de la Escuela de Artes y Oficios. Predominaba aquí una visión de país, de desarrollo y de integración nacional, la cual que indiscutiblemente primó en los positivos resultados que verificó Chile en materia económica y política a partir de la segunda mitad del siglo XIX Esos cambios se reforzarían y profundizarían con la fundación del Instituto Pedagógico y la expansión del Liceo Público y, más tarde, con obligatoriedad de la enseñanza primaria y la extensión de la enseñanza de las artes industriales, especialmente con la fundación de la Universidad Técnica del Estado y a profunda ampliación del hacer de la Universidad de Chile a partir de la década de 1940, así, el proyecto educacional, encabezado por el Estado, se desenvolvió por siglo y medio, con resultados visibles en materia de comparadores internacionales, especialmente por el claro liderazgo que nuestra educación ejerció en el contexto latinoamericano durante los años de las décadas de 1950 y 1960. Fue este gran proyecto el que giró dramáticamente sobre su eje, para dar paso a un sistema diseñado con incentivos muy distintos y un rol claramente disminuido del Estado y su intervención en estas materias.

En el inicio de esta presentación mencioné lo importante que es el desarrollo educacional frente a los compromisos y retos que el país ha adquirido en materia productiva y de las relaciones económicas. Uno de ellos tiene que ver con la dimensión distributiva y humana; no cabe duda que la educación es un mecanismo fundamental de socialización, que propende a construir y diseminar valores y, por ende, a promover, de esta manera, el desarrollo integral del país. Nuestra educación ha sido siempre un factor de integración nacional, para que no ocurra que cada una de las partes del cuerpo nacional, sea esto en términos de regiones, de grupos sociales, de grupos valoricos o ideológicos, prepare a las nuevas generaciones con exclusivo énfasis en su realidad o perspectiva, sino que más bien –sin dejar de lado el cultivo de sus valores, ideas y perspectivas– enfatice el rol de la educación como mecanismo de integracion nacional. La idea de un proyecto país tiene mucho que ver con esto, y ese es uno de los roles más importantes que debe atribuirse al proceso educacional visto en su conjunto. Ciertamente, ese rol fue así visualizado en lo que he llamado el proyecto nacional de la educación chilena.

Un segundo rol trascendental tiene que ver con movilidad social. Todos sabemos que la educación es un mecanismo de adquisición de valores, conocimientos, habilidades y destrezas que permiten a la persona un mejor desenvolvimiento en el mundo laboral, productivo, ocupacional o como quiera denominarse. Por cierto hay quienes sobre enfatizan este importante rol, y casi circunscriben a la educación a esta tarea, extrayendo desde allí una serie de implicancias relativas al retorno financiero de la educación y a la explicación sobre los incentivos que tendrían las personas para invertir en su preparación. Por cierto lo que ha de destacarse es que la educación tiene también un gran retorno social, no solamente financiero, y que se traduce en los beneficios de contar con una población más culta, con entendimiento de su realidad como Nación y con perspectiva de pertenencia a un proyecto común de país. Esos son, indudablemente, beneficios de la educación a nivel de la sociedad en su conjunto.

Por cierto, se percibe que el conjunto de beneficios, incluyendo aquellos relativos al aumento de la productividad laboral –y que tan ciertamente es uno de los resultados centrales, pero no único del proceso educativo, agregan mucho mas a la persona con menos recursos, con más situaciones de carencia, con mayores oportunidades, por otro lado, para desenvolverse mejor en la sociedad. Por ello es que la educación produce movilidad social, ya que los beneficios financieros y no financieros tienen un efecto proporcionalmente mayor en el más pobre, y por lo tanto se contribuye a la mejoría de la distribución del ingreso en el largo plazo. Es esta la razón por la que el pobre debe recibir educación de calidad, con oportunidades sustentatadas por el Estado, ya que el beneficio social es sustantivo, y se traduce en resultados de largo plazo de claro provecho para la sociedad toda.

Un tercer rol fundamental de la educación esta implícito en lo anterior, y se refiere a la capacidad de producción y movilidad laboral que el proceso educativo introduce en las personas. La capacidad de producción se refleja en la capacidad de realización productiva, que se deriva de las habilidades conocimientos y destrezas que se generan al amparo del sistema educacional, y que pone de relieve la necesidad de que el mismo esté en contacto con la realidad disciplinaria, productiva o laboral. La capacidad de movilidad laboral se refleja en el potenciamiento del individuo para acceder a diferentes oportunidades vía el aprendizaje, el manejo de la información, y el acceso a la capacitación, aspectos todos facilitados por la adquisición de educación y de capacidad para aprender. Para cumplir adecuadamente con estos objetivos, la educación debe entonces mantenerse con la dinámica social y productiva, aunque la enseñanza no sea concebida como un mero proceso de entrenamiento o capacitación laboral. Pero sin duda que su rol en la productividad nacional es de primera importancia, especialmente en los días en que los manuales, las páginas de internet y los textos de instrucción para la educación continua son los factores claves y decisivos para el éxito laboral.

A este respecto es útil reseñar que la fuerza laboral de nuestro país está dominada por el llamado analfabetismo funcional, que implica que la habilidad de lectura no esta complementada por la capacidad de comprender el significado de los textos. Este grave hecho, más grave aun en el mundo de los manuales, los textos de instrucción y el internet, domina a más de la mitad de nuestra fuerza laboral, y pone de manifiesto el pobre impacto productivo que actualmente puede ejercer nuestra educación, además del también escaso aporte en materia valórica y formativa general.

La educación, como decía, debe caracterizarse por mantener al día los currículos, lo cual requiere una dinámica de revisión y adiciones que debe al menos consultar dos fuentes: el progreso del conocimiento, y la marcha de la realidad laboral y productiva. Por ello es que las llamadas “reformas curriculares” han de ser un fenómeno mucho más presente en los días futuros de lo que fue en el pasado, por la siempre urgente necesidad de mantener al día una educación que no puede repetir pasado, sino que debe proyectar futuro.

Pero al mismo tiempo, y por lo mismo, la educación debe ser un elemento modernizador en nuestra sociedad. Debe constituirse en palanca de cambio y de transformación en la realidad social –como ya he destacado– pero también en lo productivo y laboral. Ciertamente, la educación debe entregarse en un sentido amplio, formando individuos críticos e informados, capaces de transformarse en agentes de cambio. Probablemente no hay mejor manera de enfocar este importante rol que a través del conocido principio de enseñar a apreender, es decir, enseñar a formar actitudes inquisitivas, de curiosidad y de propensión al cambio como una cosa natural y necesaria en la vida. Nuestras generaciones, por el contrario, fueron educadas en el ritmo de lo permanente; el cambio tecnológico y científico era lento, y también lo era la evolución cultural, las relaciones productivas y los términos de intercambio a nivel regional o mundial. Hoy se vive toda una nueva realidad; cuando un profesional egresa de la Universidad, es posible que ya haya cambiado en mucho la mayor parte, o parte importante, de las cosas que aprendió durante sus estudios universitarios. Por ello es mejor fortalecer la formación general, darle una sólida capacidad de entender los cambios y la aventura que significan los nuevos desarrollos en todo ámbito, y aprender constantemente de la observación, de las propias preguntas formuladas, y de los nuevos desarrollos visibles y menos perceptibles.

La labor modernizadora que debe ejercer la educación, constituye una piedra angular en la formación de un individuo apto para su exitoso desempeño en la sociedad del conocimiento. Se trata de individuos que empujan permanentemente el cambio, de innovadores que no están nunca satisfechos, que perciben la dinámica del cambio como una cuestión natural y necesaria, y que además están permeados de valores humanistas, de respeto por las personas y consigo mismo. Si hubiese una forma simple de denominar al trabajador u hombre educado de este siglo, probablemente su arquetipo se marcaría en las líneas mencionadas.

Ciertamente uno de los temas en debate se refiere al proceso de municipalización, y la medida en la que esto ha colaborado a profundizar la brecha de inequidad que persiste en la entrega de calidad educativa. Asimismo, el rol activo del Estado en esta materia, considerando a la educación como bien público, es también uno de los debates más centrales en una sociedad que ha empezado a concebir que todo lo bueno y necesario proviene del mercado, y que el Estado mientras más ausente, mejor será para el destino del bien común. Por cierto que los temas de financiamiento también rodean a las actuales discusiones, especialmente en relación con los temas de calidad, y particularmente en cuanto a la creación de similares oportunidades independientemente de la realidad financiera de cada estudiante. Y lo es también el financiamiento de la investigación científica y tecnológica, que constituye hoy un grave déficit para un país que pretende insertarse en forma triunfal en el mundo moderno y globalizado. Por cierto que el financiamiento del arte y la cultura, y la debilidad estructural de las ramas humanas en los estudios superiores, es otro tema del debate en educación que hoy día interesa. Y todos esos temas, junto a otros que no menciono para no aburrir, necesitan un marco conceptual que, en mi opinión está dado por los conceptos de educación como instrumento de movilidad social, educación como reflejo de modernidad productiva, educación como factor creador de modernización.

Pero en todos esos debates me parece que hay un rol central para el profesor, para el maestro, para quien es realmente el conductor de la sinfonía que refleja la acción de educar niños y jóvenes. Hay, sin lugar a dudas, un retroceso fundamental en nuestra sociedad en cuanto a reconocer el rol del maestro como un efectivo formador, conductor, líder en el aula, capaz de plasmar principios en personas imbuidas de los mismos; capaz de traspasar conocimiento en el espíritu de abrir perspectivas de futuro, no solo de enseñar lo presente y lo pasado; capaz de dar ejemplo de vida, de dedicación, de compromiso. El maestro ha dejado de ser concebido como el modelo respetable de quien traslada la experiencia social y la dirige hacia las necesidades más vitales de modernidad, movilidad social y capacidad crítica y modernizadora. Quizás sea justo ponerlo de otra manera: hemos pasado de concebir al maestro como el líder conductor de juventudes, a un empleado que encabeza el trabajo de un grupo limitado a reproducir conocimiento.

Nuestra sociedad necesita un cambio importante en ese enfoque. Debe volver otorgarle al maestro, al profesor, esa distinción con que se le concebía antes, cuando también la educación era una tarea más de la comunidad nacional o local, y no solo, como ahora, una tarea asignada exclusivamente a la familia. En la labor de formar nuevas generaciones que sean generosas en función de los fines últimos de la educación, es crucial que la consideración del maestro vaya cambiando como un símbolo de la credibilidad e importancia que asignamos a la educación que necesitamos en la era del conocimiento.

Dentro de las precondiciones para que ello ocurra esto, por supuesto, la de lograr un salto cualitativo en la formación de las nuevas generaciones de docentes. Se ha ido avanzando en torno a lograr que a los estudios de pedagogía ingresen estudiantes de mayores puntajes, y de más alta vocación para dedicar su vida a la enseñanza. Sin duda hemos retrocedido en esta materia, pero hay señales auspiciosas que debemos reforzar. Ello requiere que los programas de formación pedagógica tengan aun mayor apoyo estatal, ya que constituyen una prioridad nacional en estos días, por todas las razones que he expresado anteriormente. Pero es particularmente importante, porque tenemos todos la sensación de que el profesor debe hoy más que nunca ser el aliado complementario la familia en la formación valórica de nuestros niños y jóvenes; es hoy más importante que nunca, recuperar para nuestra educación el ejemplo del viejo profesor de Estado, de aquel dedicado a la enseñanza rural, del profesor de escuelas técnicas y profesionales, del docente de liceo privado o público, de quien dejó una estela importante de influencia en la formación de tanto buen servidor público, empresario, profesional o simple trabajador.

En esta celebración del día del profesor deseo, hacer un reconocimiento profundo a la labor desempeñada por el profesor en nuestra tradicional educacional, pero mucho más que eso en nuestro desarrollo como República.

Compartir:
https://uchile.cl/u11806
Copiar