Entrega de la Medalla Juvenal Hernández a los académicos y ex Rector de la Corporación, don Ruy Barbosa

La Medalla de Honor Juvenal Hernández se otorga a los académicos que han destacado en la institución por cultivar los valores que caracterizaron a aquel relevante Rector de la Universidad de Chile.

Juvenal Hernández fue por antonomasia el Gran Rector de la Universidad Nacional y Pública. Fue el eminente y definitivo realizador de la insigne obra de Andrés Bello e Ignacio Domeyko, proyectando la Universidad de Chile al país y en la complejidad y diversidad disciplinarias que caracterizan su presencia en la segunda mitad del siglo XX. Fue el conductor hábil y visionario que constituyó la presencia cultural y artística de la Universidad en todo Chile, pues era su intuición que había que llegar al corazón y al intelecto de los chilenos para constituir una vida universitaria plena y sostenible. Fue el académico de concepción integradora que dio vida a Centros de Estudio mucho más allá de las disciplinas tradicionales, heredadas de la tradición escolástica decimonónica. Fue el chileno que puso el esfuerzo supremo en la proyección de la Universidad de Chile hacia las provincias por medio de sus sedes, hacia aquellos territorios olvidados y pospuestos por la política pública y educacional, que mantenía a sus hijos lejos de las oportunidades que el Estado chileno abría para muchos. Fue el impulsor de la modernización académica al interior de la institución, quien promovió la investigación aplicada y el desarrollo de la ciencia; favoreció profundamente la creación artística y humanística como tareas centrales del quehacer universitario

Ese fue el Rector Juvenal Hernández Jaque, a quien anualmente rendimos homenaje por medio de la entrega de esta distinción que lleva su nombre. Pero más allá de todos esos merecimientos académicos tan distinguidos e irrefutables, nuestra comunidad reconoce al gran defensor de la Universidad de Chile como institución Nacional y Pública. Fue Juvenal Hernández quien comprendió como nadie en su época, que la educación universitaria, y la educación en general, requiere de un compromiso del Estado en forma consecuente con el gran beneficio social que se deriva de la preparación de chilenos capaces con espíritu de servicio público. Concibió la educación como un gran instrumento que en las sociedades cumple la tarea de igualar condiciones, para que un joven venido de donde venga -quizás como la entonces lejana provincia de Ñuble, su tierra natal- tenga la oportunidad de brindar al país su inteligencia, su capacidad formada y especializada en la Universidad.

Creía en la educación como una cuestión de interés público, dado que es la sociedad quien ha de invertir una proporción importante de sus recursos para que el niño y el joven puedan progresar en la vida, brindando de si hacia los demás, accediendo a la igualdad de condiciones y oportunidades, como tantos de nosotros que fuimos hijos del liceo público y de la Universidad.

Universidad Nacional y Pública un concepto que ha ido desplazando una política equivocada que privilegia la cantidad en acceso a la educación superior, pero en muy poco a la calidad que debe garantizarse en la entrega docente y el trabajo académico, para formar de verdad a nuevas generaciones de profesionales. Una política que también ha desfavorecido la formación en una cultura de servicio público. La educación pública sufre una tremenda declinación en calidad, que se evidencia dramáticamente año a año; cuando, como por ejemplo en los últimos puntajes de las pruebas de selección de ingreso a las universidades, más de un noventa por ciento de jóvenes venidos del sistema municipal no están en condiciones siquiera de postular a una Universidad tradicional. En una educación chilena globalmente caracterizada por una baja calidad -como lo prueban todos los comparadores internacionales y la existencia de un analfabetismo funcional de más de 50% en nuestra fuerza de trabajo- la educación pública es de mucho menor estándar y no brinda oportunidades a quienes acuden a ella. Esta verdadera vergüenza nacional lleva muchos años entre nosotros, y amerita un esfuerzo distinto, menos mediático y más humilde y convencido, en torno a que hay que levantar la eficacia y eficiencia de la gestión, la calidad de los profesores y el financiamiento a las escuelas para que se vuelva a sentir -como en los años de don Juvenal- que la educación pública es al menos tan buena como la privada, y que efectivamente permite a sus hijos el progreso exitoso en la vida.

La Universidad de Chile, como otras instituciones señeras de la educación pública han resistido el embate de las tendencias de política que han llevado a un deterioro en calidad. Eso ha significado, de alguna manera, poder proteger y rescatar el concepto de Universidad Pública que defendemos como el capital más importante de la institución. La Universidad Nacional significa que la atención de la institución universitaria debe estar en torno a los problemas nacionales. Debe acudir con su investigación, docencia y extensión, a atender las prioridades de país, cualesquiera sean los campos donde las mismas estén. La Universidad Nacional debe poner empeño en el hombre y la mujer para potenciar sus capacidades en pro de una contribución al país para su progreso material y espiritual. Hoy, sin embargo, la política pública obliga a la Universidad a autofinanciarse, y por tanto a sustituir la noción de Universidad Nacional, por una en que el centro de atención está en lo financiero. Si antes se maximizaba el servicio al país, hoy se privilegia el retorno capaz de sostener la vida del cuerpo universitario.

Es por eso que hemos representado nuestro malestar, no solo por las inadecuadas políticas de financiamiento estudiantil, sino que también las que aquejan al sistema universitario, a las universidades complejas especialmente, y a la investigación, la creación y el posgrado. Políticas inadecuadas, pobremente definidas y nunca debatidas son las que predominan en este campo, dejado casi total e incomprensiblemente a la libre competencia, pero sin fundamentos de calidad ni perspectivas de desarrollo fundamentado en la evaluación de su quehacer.

El día que recordamos a Juvenal Hernández tenemos que referirnos a estos temas que le habrían preocupado a el tanto como a nosotros, considerando el daño que esta situación causa a la Universidad de Chile. Sin duda alguna, seguimos siendo la primera y mejor Universidad del país: lo prueba nuestra reciente acreditación por el máximo número de años y de áreas; lo prueba nuestro reciente ascenso en el ranking mundial de universidades que elabora la Unión Europea, donde seguimos siendo la única Universidad chilena y una de las siete latinoamericanas incluidas; lo testimonia el hecho que los cinco premios nacionales recién entregados sean académicos de esta institución, o quienes han sido egresados de ella y académicos en el pasado.

El peso de esta institución universitaria no se mide solamente mirando a sus logros actuales y a su vasta y noble tradición. También al futuro que se construye día a día preparando nuevos académicos, innovando en nuestros programas y creando innovadoras ofertas en docencia, investigación y extensión.

Por eso también, esta distinción Rector Juvenal Hernández se dedica a quienes reflejan el espíritu del Gran Rector del siglo XX, y a quienes, por tanto, participan de esta permanente gesta innovadora que orienta a la Universidad a integrarse exitosamente con el futuro. Los profesores Juan Colombo y Ricardo Cruz-Coke son dos de ellos. Como Decano, en días difíciles para la institución, el académico Juan Colombo supo conducir con sabiduría y alentar las transformaciones que se necesitaban para garantizar un buen futuro a una de las escuelas insignes de nuestra institución, humanista y capaz que ha formado a numerosas generaciones de abogados. Ricardo Cruz-Coke, de modo similar, ha sido el médico y académico de nuestra Facultad de Medicina que ha entregado su vida a la enseñanza y la investigación. Ha sido por muchos años, el académico dedicado en forma total a la formación de las nuevas generaciones, ora en la clase teórica, ora en la práctica en nuestro hospital clínico. Juan Colombo ha sido también el ilustre servidor de la institución, que aun hoy semana a semana dedica valiosas horas a la tarea de la evaluación académica, cuya existencia y formato institucional enorgullece a nuestra Universidad y es garantía de la seriedad de nuestro trabajo. Asimismo, Ricardo Cruz Coke continúa sirviendo a la Universidad de Chile impulsando nuevas iniciativas, dirigiendo su querido museo de la medicina, y participando activamente de las tareas de su Facultad en posiciones de responsabilidad y gran trascendencia.

El amor de Juan Colombo y Ricardo Cruz-Coke por esta institución emblemática de la República está lejos de toda discusión. Ligados a ella desde jóvenes, le han dedicado su vida, las más de las veces con compensaciones insatisfactorias que el bien supo completar con el inmenso cariño de sus alumnos y colegas. Juan Colombo y Ricardo Cruz-Coke han emulado a Juvenal Hernández totalmente entregados a construir una Universidad de Chile… para Chile, a través de su trabajo serio y consistente por la institución y su futuro.

Haremos el homenaje que Ricardo Cruz-Coke se merece cuando este personalmente entre nosotros, lo cual tendrá lugar en la Facultad de Medicina. A Juan Colombo, quien sí está con nosotros, tengo que agradecerle como Rector su permanente adhesión a la institución, su disposición a trabajar en lo que sea para darle a ella el brillo que siempre soñaron sus fundadores, su inconfundible ejemplo y vocación de servicio público que es apreciado singularmente por las nuevas generaciones. Tras esa cálida sonrisa que cada semana veo cruzando el patio Andrés Bello en pos de la reunión de la Comisión Superior de Evaluación Académica, tras su saludo apresurado, que no mezquina un cálido apretón de manos con algunas palabras cariñosas, Juan Colombo seguirá siempre presente en mi trabajo, pero por sobretodo en el quehacer institucional y el cariño de sus pares.

Cada vez que Juan Colombo o Ricardo Cruz-Coke se crucen en el camino de cualquiera de nosotros, tendremos indudablemente que pensar: ahí van dos grandes académicos y grandes humanistas!!

En recuerdo de Juvenal Hernández y su obra, un abrazo cariñoso y fuerte para ti querido profesor Juan Colombo.

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