Homenaje al profesor Jorge Peña
La muerte constituye un cambio de estado que puede concebirse de modos diversos dependiendo de nuestras convicciones religiosas y éticas. Sin duda, la desaparición de un ser querido, a pesar de cualquiera racionalización que se intente, constituye un dolor asociado al carácter de arrebato de alguien desde entre nosotros, y se explorará por mucho tiempo en los porqué, en el intento de racionalizar una explicación que ha de servir más para nuestros corazones que para nuestras mentes. Cuando alguien se va en una etapa temprana de su vida, el dolor se une a la impotencia de sentir que se ha cristalizado una cierta injusticia, sobre la cual no hay explicaciones, mientras que la vida ha de seguir en medio de ese dolor y de esa ausencia.
Pero cuando esa muerte se ha producido por asesinato, es decir, cuando ha existido un acto premeditado y doloso destinado a terminar con la existencia de una persona, el dolor y la impotencia se suman a la pregunta sobre el castigo que se debe imponer al autor o los autores. No como un afán de venganza, sino como una norma mínima social para proteger a otros, para que nunca más vuelva a ocurrir, para que la sociedad pueda defenderse de estos ataques destructores. El tema del asesinato cae dentro de los elementales normativos penalizados que deben existir en una sociedad civilizada, y nos habla de la profunda deshumanización que se genera, y que destruye las bases mismas de toda arquitectura social cuando pasa a concebirse como un instrumento de control social. Tanto y tanto han hablado los políticos y los juristas sobre el castigo y su efecto; pero cada vez más los que sufren por actos de esa naturaleza deben reseñar no solo lo injusto, sino lo insensato e irracional que resulta de una desaparición provocada, y lo ausente o inapropiado del debido castigo.
Pero, aún más, cuando se trata de un asesinato político, es decir, originado en el hecho de disentir, de pensar distinto, de creer en formas diferentes respecto de tesis más o menos importantes sobre la vida social. El tema del asesinato va más allá de las preguntas, más allá de la alevosía, especialmente cuando el asesinato se une a la ocultación, a la desaparición y sigue a la tortura y al apremio ilegítimo. ¿De qué tipo de bestias se trata? ¿Cómo podremos defender nuestras sociedades de estos horrores? Se trata de castigar al crimen como una forma premeditada de imponer un pensamiento, como una forma de avasallar sistemáticamente a quienes discrepan. Se cuestiona, pues, a la sociedad toda, con sus mecanismos insuficientes e ineficientes de justicia.
Que triste, cuan contrario a toda forma de vida civilizada, ha sido la desaparición del Profesor Jorge Peña Hen. Víctima de un crimen organizado desde el propio aparato del Estado, urdido en la forma más cobarde y abyecta, en que sus restos se ocultan para tratar de eludir la responsabilidad de sus asesinos, para intentar impunidad, para sembrar una sombra de duda sobre su muerte, y para, de esta forma, asesinarlo día a día, año a año, en el dolor de su esposa y de los suyos. En el dolor de su Universidad que le siente permanentemente en la presencia de músicos jóvenes -en la herencia que nos ha dejado como una condición maravillosa y que se proyecta con fuerza, en nuevos adolescentes y en el deleite de todos por la música.
El asesinato del profesor Jorge Peña Hen constituye una serie de asesinatos. Se ha inmolado una forma de creer y de querer convivir; se ha ejecutado un alma activa dispuesta a crecer y a hacer crecer; se ha torturado a su familia en forma permanente y sostenida; se ha matado la credibilidad y el sentido de pertenencia social; se ha sacrificado futuro; se ha lapidado a la Universidad; se han asesinado tantas cosas, que sus asesinos tendrán que seguir huyendo de mucho y de tantos, por tanto tiempo, quizás el necesario para reparar lo que se ha hecho.
Este homenaje estábamos debiéndolo tanto tiempo. Pasaron años y casi décadas, para que pudiéramos reunirnos acá -en nuestra Universidad de Chile- y decirle al Profesor Jorge Peña Hen, en donde se encuentre, que no lo hemos olvidado. Que su brutal asesinato se ha convertido no solo en un estandarte en la lucha permanente por la libertad de las ideas, y por la necesidad de una Universidad constructora de esa libertad, sino también en una lección de monumental importancia para que la democracia sea cierta, y se construya más profunda y permanentemente.
Tanto tiempo para decirle que estamos recuperando, ésta su Universidad de Chile, para Chile, para que respire nuevamente orgullosa el aire libre de un Chile mejor, y asuma sus problemas y los convierta en compromiso y desafíos. Tanto tiempo para decirle que estamos aquí, junto a los suyos, con dolor, con impotencia, pero también con la más profunda sobriedad; con la tranquilidad de los que le hemos visto triunfar, finalmente, sobre sus ejecutores. Tanto tiempo para decirle que, con vergüenza, aún no se hace verdad y justicia plena, y que el reencuentro de su patria aún está pendiente, mancillada por lo que nunca más debe suceder.
Creo que el Profesor Jorge Peña Hen está sonriendo donde esté, ha triunfado, y ha visto triunfar, finalmente, a los suyos que con tanto ahínco y sacrificio persiguieron el encuentro de la verdad. Ha vuelto en gloria y majestad a su Universidad de Chile, como estuvo ya hace pocos días en su Serena tan amada, en donde hoy su alma mater le ha acogido con figuras remozadas, pero siempre la misma que el tanto amó. Sonríe, porque ve a los jóvenes de hoy con sus corazones más abiertos, para evitar que pase lo que nos pasó en Chile. porque ve esa magnifica Orquesta Sinfónica de la Universidad de la Serena, que surgió como proyecto suyo y en el cual todavía él vive, todos los días, en cada nota, en cada esfuerzo, en cada nueva presentación.
Sonríe, para evitar que continúe la destrucción de los nuestro, para encontrarnos de verdad en un intento de construir país sin hipocresías, sin arrogancia, con el deseo y decisión de crecer como sociedad y como personas. Sonríe por al fin y al cabo, como en la leyenda de Hiram, la vida ha triunfado sobre la muerte.
Sonríe, porque ve a su Universidad de Chile dando pasos para ayudar a ese proceso de país que tanto se necesita para encontrar un camino de verdad hacia el futuro. Como Rector de la Universidad de Chile, debo decirle que por él y por muchos, por las ideas y las necesidades de tanto, lucharemos por ser mejores, por educar mejor, y por comprometernos más con el país, sus necesidades y preguntas, y con las tareas de Nación que han sido nuestro norte histórico, y que nunca debimos abandonar.
Es un orgullo para mí estar en este acto en el que el Profesor Jorge Peña Hen vuelve simbólicamente a su Universidad. Es una distinción poder exhibirle lo que hacemos por reponernos en el sitial en Chile que nos corresponde. Es un privilegio poder decirle: bienvenido de vuelta Profesor Jorge Peña. Te echamos de menos. Te extrañamos. Que alegría que estés con nosotros nuevamente. Triunfador, junto a nosotros.