Don Andrés Bello y la Universidad de Chile

EL RECORRIDO DE VIDA DE BELLO

Don Andrés Bello nació en Caracas, Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. Hijo de Bartolomé y Ana Antonia López, su vida se desarrolló en tres grandes escenarios; la Caracas de fines del siglo XVIII y principios del XIX, que fue una de las ciudades más cultas del imperio español en América; el Londres que estaba convirtiéndose en la capital de un nuevo imperio mundial, y finalmente Chile, la República en Consolidación, donde realiza una gran parte de su fecunda obra intelectual.

En 1796 ingresó al Seminario y Universidad de Santa Rosa de Caracas. El 14 de junio de 1800 recibió el grado de bachiller en artes. Estos estudios le dieron un excelente dominio del latín y del idioma castellano y despertaron su inquietud por la filosofía, la ciencia y las letras. Aprendió, además, por cuenta propia, los idiomas inglés y francés. Se trataba de un joven no solo lleno de inquietudes, sino también de una persona naturalmente dotada de notables dotes intelectuales.

En esos años juveniles, Bello fue apreciado como poeta, dentro de los cánones del neoclasicismo en boga. Destacan en su producción una "Oda a la Vacuna" que escribió como homenaje a la extensión de la vacunación por toda América, y el soneto "A la Victoria de Bailén". Por ese tiempo inició también sus trabajos de investigación lingüística y filológica. Concluyó la primera versión de su "Análisis Ideológico de los Tiempos de la Conjugación Castellana", que se publicaría mucho después, en Valparaíso, en 1841.

En 1802 Bello --ya un joven veinteañero-- fue nombrado oficial segundo de la gobernación de Venezuela, ascendiendo poco después, en 1810, a oficial mayor. Lo confirmó en ese puesto la Junta de Gobierno que asume el 19 de abril de ese mismo año. En junio es incorporado a la misión enviada ante el gobierno británico, formada por Simón Bolívar y Luis López Méndez. Al partir a Londres, Bello gozaba ya de una bien ganada fama como hombre de letras.

El 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de Venezuela. Bello y López Méndez siguieron en Londres al servicio del nuevo gobierno. Al año siguiente se produjo la reconquista española y ambos agentes quedaron en la capital inglesa sin representación, sin patria y también sin medios de subsistencia. Trabajó en distintos oficios ligados a su vocación intelectual; en mayo de 1814, contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de 20 años, quien le dio tres hijos. El 9 de mayo de 1821, ella murió muy inesperadamente dejando a un Bello dolido y con tres hijos pequeños. Don Andrés casó en segundas nupcias, en febrero de 1824, con Elizabeth Antonia Dunn, también de 20 años, quien le acompañaría hasta el fin de sus días. Este matrimonio tuvo 12 hijos; 3 de ellos nacidos en Londres y los 9 restantes en Chile.

De importancia en la vida del sabio fueron sus relaciones de amistad con españoles, hispanoamericanos e ingleses. Londres fue el principal lugar de asilo de los emigrados liberales españoles de los períodos absolutistas de 1814-1829 y 1823-1833. También lo fue de algunos americanos y lugar de residencia de otros que llegaron con comisiones políticas de los nuevos estados independientes.

El primero de estos contactos fue con su coterráneo Francisco de Miranda. Bello vivió en su casa de Grafton Street hasta 1812, y trabajó en la rica biblioteca que ocupaba todo un piso de la residencia. Recibió de él una profunda influencia, especialmente animada en la ideología literaria y reformista del insigne patriota, recogiendo también de él una profunda admiración por los pueblos originarios de América y el desarrollo de las jóvenes Repúblicas que en esa década empezaban a abundar.

Bello trabajó, además, en las magníficas bibliotecas públicas de la capital británica: la del British Museum y la London Library. Allí leyó los clásicos griegos y latinos, y dispuso de impresos y manuscritos de extraordinario valor para sus estudios filológicos, acentuando la profundización de su conocimiento y preparación intelectual.

Junto a Juan García del Río, Bello participó en la edición de dos grandes revistas destinadas a los pueblos del Nuevo Mundo: la Biblioteca Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826-27). Estas incluían trabajos de investigación, creación, crítica y divulgación científica y literaria sobre toda clase de materias que podían interesar a América. Antes, en 1820, Bello había colaborado con Irisarri en la revista El Censor Americano, destinada principalmente a defender la causa de la Independencia americana. Con ello, se revela la influencia literaria de Miranda y de otros patriotas americanos que conoció y con quienes había además compartido en las logias masónicas.

Bello llegó a Valparaíso junto a su familia el 25 de junio de 1829. En esos momentos se vivían los últimos meses del período que los historiadores han llamado "la anarquía". Chile llamó su atención no sabemos bien porqué; lo que sí sabemos es que se comprometió de por vida con la joven República de la cual no volvió a emigrar, y donde realizó una insigne contribución que perdura hasta los días presentes.

En 1830 se inicia el llamado "régimen portaliano", que comprende, durante la vida de Bello, los gobiernos de Prieto, Bulnes, Montt y Pérez. Entonces se consolidó una organización institucional estable, se experimenta un "boom" cultural, se vive, hacia el final, un "boom" económico, pero por sobre todo prima un "boom" institucional, al ser el período donde se da efectivamente forma el devenir Republicano.

El 13 de julio de 1829, el presidente Francisco Antonio Pinto lo nombra oficial mayor del Ministerio de Hacienda, con un sueldo de 2 mil pesos anuales. No ejerció en ese ministerio, sino en el de Relaciones Exteriores, ocupando el cargo que correspondería hoy al de subsecretario. El Bello diplomático o funcionario consular, antecedía así al Bello académico, intelectual, jurista, educador, literato y político. Como oficial mayor de Relaciones, don Andrés, según sostiene Raúl Silva Castro: "durante más de veinte años, aplicó en la práctica las lecciones de derecho de gentes del que formó un libro especial y dio, en fin, a la obra internacional de Chile, una coherencia y una orientación cierta que, en mucho, contribuyeron a otorgarle al país la respetabilidad de que ha disfrutado".

En 1830 se fundó el periódico oficial "El Araucano". Se encargó a Bello la redacción de las secciones extranjera y cultural, una responsabilidad que se percibía como importante, dado que la tarea de construir una República precisaba de todos modos de un "periódico oficial", cuyo contenido debía reflejar en plenitud la madurez intelectual y política que era menester al nuevo estado de cosas. Quizás como resultado de su brillante contribución, en 1832 se otorgó por ley la nacionalidad chilena a Andrés Bello. Ese mismo año pasó a integrar la Junta de Educación que debía proponer los planes y programas de todos los colegios del país; con ello ingresó al campo en el que, probablemente, hacía su contribución más trascendente a Chile y al Continente Latinoamericano. En cuanto a su tarea magisteril, hay que señalar que el Gran Caraqueño ejerció la tarea formativa en su propio hogar, desde 1831 hasta la apertura de la Universidad de Chile en 1843. Pertinente es también citar el hecho que mantuvo un curso de humanidades, en cátedras como Gramática Castellana, Literatura, Legislación, Latín, Derecho Romano y Filosofía.

En 1837 fue elegido senador de la República y reelegido en dos períodos sucesivos, hasta el año anterior al de su muerte, 1864.

Suerte y privilegio constituyó para Chile la decisión del egregio maestro al elegir nuestro país para proseguir su alta tarea de sabio y educador. Por ello, cuando llega a Valparaíso en junio de 1829, la intelectualidad chilena sintió honda satisfacción y brindó al Maestro todos los honores que su alto espíritu merecía.

Como escribe el profesor Alamiro de Avila: "Hacia 1850, a los 70 años de edad, Bello desempeñaba al mismo tiempo las funciones de rector, subsecretario de relaciones exteriores, consultor de gobierno, Senador, redactor de "El Araucano" trabajando, además, intensamente en la elaboración del Código Civil y en sus obras de derecho, de filología y sus producciones literarias".

Don Andrés Bello muere el 15 de octubre de 1865. Su fallecimiento fue motivo de duelo para todo el país, un duelo que evidentemente, afectó principalmente a la clase intelectual chilena y a la Universidad de Chile, donde hasta el día de hoy nos llamamos "sus hijos".

SU TAREA RECTORAL

Con la inauguración de la Universidad de Chile en 1843, se inicia la más fecunda, dilatada y señera tarea de don Andrés Bello. No hubo campo científico o cultural en el cual no se dejara sentir ampliamente su influencia, especialmente por la vía de entregar una visión, un estímulo central para el desarrollo futuro de las disciplinas. Paralelamente fue dándole a la primera institución universitaria de Chile, un detallado ordenamiento administrativo, procurando depositar en ella la tutela nacional de la enseñanza. Los resultados de este esfuerzo fueron brillantes, y se reflejaron en la madurez y calidad de la educación chilena a fines del siglo XIX y principios del XX. Hay que recordar que, en esos años, la Universidad no asumía aún su papel docente; más, por disposición de su Ley Orgánica, debía ejercer la tuición de todos los establecimientos de educación superior del país, así como aprobar textos de estudio y designar comisiones examinadoras para los colegios. Bello estableció el estudio regular de los tratados históricos e instituyó, además, que todos los años, en el aniversario de la Universidad, se leyera una suerte de monografía histórica sobre un aspecto fundamental de la vida nacional, tarea que se encargaba a una figura intelectual prominente, y que se dirigía, precisamente, a estimular el conocimiento de la Patria y de su historia aún grandemente inexplorada. Paralelamente, el Rector debía dar cuenta de la marcha institucional de los doce meses anteriores de su gestión. Polemista de fuste, el Primer Rector participó en incontables discusiones públicas para determinar taxativamente el auténtico concepto de la historia entre los chilenos.

De otra parte, y reflejando su espíritu intelectual, se inicia la publicación de los ANALES de la Universidad de Chile, revista universitaria considerada la más antigua del continente latinoamericano. Esta publicación, que aún edita nuestra Universidad, abrió un amplio campo a la edición de estudios científicos y humanísticos, junto a la exposición de los grandes temas nacionales. Desde sus primeros números ANALES cubrió una amplia gama de temas de seleccionada trascendencia que contempló el universo de la filosofía y las ciencias puras.

UNA UNIVERSIDAD PARA CHILE

Respecto al carácter institucional y modelo universitario, el Gran Caraqueño tomó como paradigmas a las universidades de Alemania, napoleónica y las inglesas. No obstante, le dio un profundo sentido nacional, esto es, un nuevo paradigma "ajustado a las condiciones especiales de Chile y, en general, a las necesidades comunes de los países latinoamericanos en trance de desarrollo", como señala el filósofo de la educación Roberto Munizaga. Un sentido nacional que hoy en día constituye un valioso capital y una fundamental orientación estratégica por medio de la cual se compromete priorizar la investigación, docencia y extensión que aborde temas de país, necesidades de conocimiento que de otra forma no se pondrían a disposición.

Las primeras noticias acerca del carácter de la nueva corporación don Andrés Bello las entrega en El Araucano, en 1842, cuando el proyecto de la ley orgánica de la Universidad fue aprobado por el Consejo de Estado y remitido al poder legislativo. No se trata, -escribía el sabio- de aquellos establecimientos escolásticos o de ciencias especulativas, destinados principalmente a fomentar la vanidad de los que desean un título aparente de suficiencia, sin ventajas reales o inmediatas para la sociedad actual... Se desea satisfacer, en primer lugar, una de las necesidades que más se han hecho sentir desde que con nuestra emancipación política pudimos abrir la puerta a los conocimientos útiles, echando las bases de un plan general que abrace estos conocimientos, en cuanto alcancen nuestras circunstancias, para prolongarlos con fruto en todo el país y conservar y adelantar su enseñanza de un modo fijo y sistemado, que permita, sin embargo, la adopción progresiva de los nuevos métodos y de los sucesivos adelantos que hagan las ciencias".

De esta forma, Bello hacía notar la importancia del cultivo, enseñanza y propagación, de los que llaman "conocimientos útiles". Una concepción de Universidad vinculada a la calidad productiva, social, cultural, política, etc. que caracterice al país.

Según la Ley Orgánica, la Universidad se encargaría de la enseñanza y el cultivo de las letras y ciencias, y además tendría la dirección de la enseñanza en todos sus niveles, cumpliendo de esta forma con lo establecido en el artículo 154 de la Constitución de 1833. No obstante, era la Universidad de Chile de esa época una entidad académica, no docente, que otorgaba los grados (de bachiller y licenciado) a quienes seguían los cursos superiores dictados, principalmente, en el Instituto Nacional y en otros colegios o clases privadas. Solo mucho más tarde, bajo el Rectorado de Domeyko, se incorporaría esta actividad docente completamente a la Universidad de Chile.

Estaba constituida la Universidad por cinco facultades: Filosofía y Humanidades, Ciencias Matemáticas y Físicas, Medicina, Leyes y Ciencias Políticas y Teología, cada una con su decano y secretario respectivo y bajo la dirección general del Rector. Se componían éstas de un número no superior a 30 miembros, nombrados la primera vez por el Gobierno, y las vacantes sucesivas cubiertas por elección interna. La continuidad con la Universidad de San Felipe quedaba marcada por el hecho de que todos los doctores del antiguo claustro, que eran veintidós, podían incorporarse en sus respectivas facultades. Si alguna duda quedaba respecto de la continuidad entre ambas corporaciones, ésta fue resuelta por el propio Gobierno al responder a este Bello que "consideraba a la Universidad de Chile como una continuación de la antigua Universidad de San Felipe".

Era a través de las facultades que la Universidad cumplía con una de sus funciones básicas, pues ellas tenían la responsabilidad de cultivar y fomentar las letras y ciencias en el país. Además de la tarea general, la ley les asignaba otras específicas. La de Humanidades debía dirigir las escuelas primarias y ocuparse preferentemente de la lengua, la literatura, la historia y la estadística nacional; la de Matemáticas debía prestar particular atención a la geografía, a la historia natural de Chile y a la construcción de todos los edificios y obras públicas; la de Medicina tenía que ocuparse del estudio de las enfermedades endémicas y epidémicas que afectaban con mayor frecuencia a la población del país; y las de Leyes y teología de la redacción y revisión de los trabajos que en su campo les encomendara el Gobierno.

OTRAS TAREAS DEL SABIO

La conservación del idioma castellano como un "medio providencial de comunicación" entre los pueblos americanos, fue una de las preocupaciones fundamentales de Bello. El sabio temía que se reprodujera acá "la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónico de la Edad Media".

Para preservar el lenguaje preparó su "Gramática de la Lengua Castellana destinada al uso de los americanos". Amado Alonso y Pedro Henriquez Ureña coinciden en que esta obra no sólo es la mejor gramática de la lengua castellana, sino una de las mejores de los tiempos modernos en cualquier idioma.

Otros de sus aportes significativos fue la preparación del Código Civil. En los modernos estados europeos, se había demostrado las ventajas de la codificación, que generaba cuerpos de leyes coherentes, preparados en forma racional y sistemática, por sobre el derecho común, lleno de vacíos y de leyes contradictorias.

Partidario de esta modernización, Bello sostenía la idea de respetar las peculiaridades del derecho vigente, ordenándolo con técnicas de codificación. Inició este arduo trabajo en 1840. El Código entró en vigencia en 1857. Por su claridad, exactitud y coherencia fue fácil de aplicar. Asimismo, se adoptó en otros países hispanoamericanos. Ecuador y Colombia lo promulgaron con muy pocas modificaciones y sirvió de fuente para los códigos de otras naciones del continente.

Asimismo, se considera que Bello es el primer tratadista de Derecho Internacional Público en lengua española. En efecto, sus "Principios del Derecho de Jentes" es la primera obra de esta calidad escrita en idioma castellano. En este libro se encuentran ya los conceptos relativos a la protección de una zona marítima exclusiva. Sobre la base de estos conceptos, Chile fue el primer país del mundo en proclamar, en 1947, su soberanía y jurisdicción sobre una marítima de 200 millas. Posteriormente, estos mismos conceptos dieron origen a la Comisión Permanente del Pacífico Sur.

PALABRAS FINALES

En el discurso inaugural de la Universidad de Chile, su primer Rector proclamó el espíritu de libertad que siempre debería animarla; por ello declaró: "bajo los auspicios del gobierno, bajo la influencia de la libertad, espíritu vital de las instituciones chilenas, me es lícito esperar que el caudal precioso de ciencia y talento de que ya está en posesión la Universidad, se aumentará, se difundirá velozmente en beneficio de la religión, de la moral, de la libertad misma y de los intereses materiales". Estas expresiones, que son parte de su pieza oratoria magistral, apuntan a lo que debe ser la misión de nuestra Casa de Estudios. Por ello, y de acuerdo al legado del gran autor del Código Civil chileno, nosotros derivamos la idea de que la Universidad de Chile, nace integrada a la vida misma de nuestra patria, siendo indisoluble tal relación e imprimiendo el carácter nacional que sustenta a la institución.

Otra afirmación de Bello, que se proyecta tanto a la existencia misma de nuestra institución, como respecto a la misión que está incorporada a su alma y llamado histórico, es la siguiente: "La Universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales, si (como murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) el cultivo de las ciencias y de las letras pudiera mirarse como peligroso bajo el punto de vista de nuestra moral o bajo el punto de vista político". Aquí hay una fundamental afirmación respecto de la libertad académica para investigar. Sujeta a los valores del desarrollo necesario del conocimiento, y no a esquemas morales o políticos que restringen tal libertad so pretexto de herir o confundir credos particulares. Se trata de una discusión muy antigua y profunda respecto de aquello que debe o no materializar un cierto límite a la capacidad para crear y diseminar conocimiento, lo cual más allá que principios ligados a intereses o credo, requiere del establecimiento de una ética de investigación basada en el respecto a la vida y la naturaleza, pero inspirada en la idea de mayor bien común.

Definió y marcó la institucionalidad de la Universidad de Chile, en forma clarividente y enormemente trascendente en el tiempo. Escuchemos al sabio hablar de nuestra Universidad, con la validez como si sus palabras hubiesen sido dichas hoy día.

"Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción científica se debe de preferencia a la enseñanza primaria. Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y científica. En ninguna parte ha podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases laboriosas, la gran mayoría del género humano, sino donde han florecido de antemano las ciencias y las letras. No digo yo que el cultivo de las letras y de las ciencias traiga en pos de sí, como una consecuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental; aunque es incontestable que las ciencias y las letras tienen una tendencia natural a difundirse, cuando causas artificiales no las contrarían. Lo que digo es que el primero es una condición indispensable de la segunda; que donde no exista aquél, es imposible que la otra, cualesquiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifiquen bajo la forma conveniente. La difusión de los conocimientos supone uno o más hogares, de donde salga y se reparta la luz, que, extendiéndose progresivamente sobre los espacios intermedios, penetre al fin las capas extremas. La generalización de la enseñanza requiere gran número de maestros competentemente instruidos; y las aptitudes de estos sus últimos distribuidores son, ellas mismas, emanaciones más o menos distantes de los grandes depósitos científicos y literarios. Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura intelectual muy adelantada. La instrucción literaria y científica es la fuente de donde la instrucción elemental se nutre y se vivifica; a la manera que en una sociedad bien organizada la riqueza de la clase más favorecida de la fortuna es el manantial de donde se deriva la subsistencia de las clases trabajadoras, el bienestar del pueblo. Pero la ley, al plantear de nuevo la Universidad, no ha querido fiarse solamente de esa tendencia natural de la ilustración a difundirse, y a que la imprenta da en nuestros días una fuerza y una movilidad no conocidas antes; ella ha unido íntimamente las dos especies de enseñanza; ella ha dado a una de las secciones del cuerpo universitario el encargo especial de velar sobre la instrucción primaria, de observar su marcha, de facilitar su propagación, de contribuir a sus progresos. El fomento, sobre todo, de la instrucción religiosa y moral del pueblo es un deber que cada miembro de la Universidad se impone por el hecho de ser recibido en su seno.

La Universidad estudiará también las especialidades de la sociedad chilena bajo el punto de vista económico, que no presenta problemas menos vastos, ni de menos arriesgada resolución. La Universidad examinará los resultados de la estadística chilena, contribuirá a formarla, y leerá en sus guarismos la expresión de nuestros intereses materiales. Porque en éste, como en los otros ramos, el programa de la Universidad es enteramente chileno; si toma prestadas a la Europa las deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un centro: la patria.

La medicina investigará, siguiendo el mismo plan, las modificaciones peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos, dictará las reglas de la higiene privada y pública; se desvelará por arrancar a las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad devastadora; y hará, en cuanto es posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y reparar la salud. ¿Enumeraré ahora las utilidades positivas de las ciencias matemáticas y físicas, sus aplicaciones a una industria naciente, que apenas tiene en ejercicio una pocas artes simples, groseras, sin procederes bien entendidos, sin máquinas, sin algunos aun de los más comunes utensilios; sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos sentidos de veneros metálicos, a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias alimenticias; a un suelo sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada rápida?

¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra joven república? Celebrad sus grandes días; tejed guirnaldas a sus héroes; consagrad la mortaja de los mártires de la patria. La Universidad recordará al mismo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maestro de nuestros días: "Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imaginación y la transforme en poesía".

¡El arte! Al oír esta palabra, aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra semejante aserción; y no creo que mis antecedentes la justifiquen. Yo no encuentro el arete en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles y Horacio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente preparado; creo que hay un arte que guía a la imaginación en sus más fogosos transportes; creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías de la imaginación".

Bello ha sido uno de los intelectuales de mayor relevancia en nuestra región latinoamericana, e indudablemente el gran Rector de la Universidad de Chile, inspirador del ser institucional y de las tareas misionales plenamente vigentes hasta nuestros días. Su versabilidad fue unida a la profundidad con que abordó cada tema de que se hizo cargo, y logró proyectar vívidas y fuertes ideas de contenido y gran proyección en el tiempo. El discurso inaugural de la Universidad de Chile constituye una pieza oratoria culmine, donde se explicita una visión y una misión institucional, plenamente vigente en su forma más amplia a pesar de los cambios sustanciales en la organización del sistema universitario chileno. Fue el mismo Bello, precisamente, quien hablará del "acomodo", como la permanente y necesaria actitud innovadora de la Universidad en respuesta al cambiante marco externo. La idea de Universidad Nacional --es decir, aquélla que prioriza los temas de país en el diseño de su investigación, docencia y extensión-- sigue siendo la fuente inspiradora de mayor importancia en el actual diseño del trabajo institucional. Por tal razón, al examinar la vida e influencia de don Andrés Bello no puede reducirse a un frío recuento histórico, ya que por su esencia y vigencia debe referirse a un examen del trabajo institucional presente, y constituir una permanente y poderosa admonición sobre las tareas futuras. Tal es la impronta vívida de su trabajo señero; tal nuestro grado de adhesión a la causa que abriera para responder al reto majestuoso de la Nación y del conocimiento.

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