Simposio de Homenaje al Prof. Don Ignacio Domeyko organizado por la Universidad Jaguellona de Cracovia-Polonia "Don Ignacio Domeyko, Segundo y Tercer Rector de la Universidad de Chile"

Introducción

Ignacio Domeyko, junto a Andrés Bello, es uno de los sabios a los que se debe la creación y organización en Chile de una Universidad Estatal de profunda influencia en el país y en la América Hispana. La Universidad de Chile sigue hoy constituyendo una Universidad líder en materia Científica, tanto como en el campo de las Humanidades y las Artes. Su aporte a la educación chilena es de valor inestimable, habiendo egresado de sus aulas los más destacados líderes políticos, intelectuales y profesionales, ejerciendo una significativa influencia en la Nación chilena. El legado de Bello y Domeyko se encuentra plenamente vigente y ocupa un sitial destacado en el camino hacia el futuro que Chile experimenta actualmente.

Como miembro del Consejo Universitario, como Delegado Universitario y finalmente como Rector de la Universidad de Chile, Domeyko se empeñó en realizar importantes reformas en la estructura de la corporación creada por Bello para que ésta incorporara la función docente. Con esto no pretendía suprimir ni menoscabar la tarea científica, que había sido tan central al concepto de Universidad concebido por Andrés Bello, sino por el contrario, se animaba a conseguir una articulación efectiva entre investigación y docencia, logrando que ambas se potenciaran. Esto fue decisivo para cumplir los propósitos de la Universidad en cuanto a formar a las élites dirigentes; crear no sólo conocimientos, sino además un pensamiento propio para "no estar siempre condenados a repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea" -en el decir de Bello- y traspasar a la sociedad los beneficios de la ciencia por medio de una activa educación.

En términos generales, Domeyko sostenía como modelo a la universidad alemana, donde el profesor no se constituía en un repetidor de conocimientos obtenidos en revisiones bibliográficas, sino que formaba a los alumnos sobre la base de los resultados de sus propias investigaciones. Esto permitía transmitir los procesos de creación del conocimiento, otorgaba a la investigación un impulso de gran importancia. En su Memoria, presentada al Consejo de la Universidad el 4 de octubre de 1872, Domeyko anotaba: "la ventaja esencial que se saca de los estudios bien ordenados, ya sean preparatorios, ya superiores, es que se aprende a pensar y racionar: de manera que en cualquier situación de la vida en que se halle después el hombre sabrá estudiar, sabrá recordar y proseguir el cultivo de los ramos que le sean más necesarios y útiles" 1.

Resulta admirable, encontrar tan tempranamente, en un país con un desarrollo cultural y científico muy incipiente como era el Chile de mediados del siglo XIX, ideas en las que está el germen de las modernas tendencias educativas expresadas como "aprender a aprender" y organizadas en términos de sistemas de educación continua. Adelantado en más de un siglo a las tendencias que actualmente nos imponen los procesos de internacionalización, tecnificación y globalización, Don Ignacio Domeyko imprimió un sello de avanzada cultural y educacional que la Universidad de Chile ha conservado a lo largo del tiempo.

Para Domeyko era el profesor dedicado al cultivo y enseñanza de su disciplina, el profesional más idóneo para la tarea de creación del conocimiento: "La principal ventaja que ofrece un empleo de profesor pagado por el Estado –aseguraba– consiste en que los hombres que se dedican a las ciencias, a lo que se llama la vida literaria, el gozo más durable, más seguro, más noble, tienen asegurado para su vida el sosiego que no es de conseguir en medio de los negocios públicos: la principal recompensa que ellos deberían reclamar sería un cierto respeto de parte de sus conciudadanos y un contento interior de haber servido e ilustrado a la patria" 2 .

Por esta razón, concluyó en la necesidad de introducir reformas en la Universidad de Chile, organizada por Bello sobre la base de facultades-academias, pero desprovistas de la función docente. En este sentido la labor de Domeyko completa el proyecto fundador de Andrés Bello, por lo que nos resulta posible afirmar que el ilustre sabio Polaco fue el segundo rector de la Universidad, aun cuando cronológicamente fue el tercero, puesto que entre los fecundos y dilatados rectorados de Bello y de Domeyko -el primero desde 1843 a 1865 y el segundo desde 1867 a 1883- está el breve período de don Manuel Antonio Tocornal, quien falleció en el ejercicio del cargo antes de cumplir un año en el mismo.

Viaje a Chile

Domeyko nace en Lituania, que entonces era la región septentrional de Polonia, el 31 de julio de 1802, seis años después de un reparto total del territorio polaco entre las potencias limítrofes. En este reparto, Rusia se anexó con Lituania y la mayor parte del país.

Estudió en la Universidad de Vilna donde obtuvo su licenciatura en ciencias físicas y matemáticas a la temprana edad de 19 años. Se vio obligado a interrumpir sus estudios para comparecer en el proceso que se siguió a las sociedades estudiantiles nacionalistas de los Filaretes, Filomates y Radiantes, las que proponían el cultivo de la ciencia y de la virtud como las bases del renacimiento nacional y de la liberación de la patria. Como el joven idealista que fue, Don Ignacio participó a fines de 1830 en el levantamiento patriótico contra Rusia. Al fracasar este movimiento, debe internarse con su regimiento en Prusia, desde donde decide emigrar a Francia. En el exilio, Domeyko completa sus estudios en la Escuela de Minas de París, donde rinde sus exámenes finales en 1837, obteniendo el título de ingeniero de minas. Trabajaba en el reconocimiento de los minerales de hierro de Bonne Fontaine, Alsacia, cuando recibió una carta de su maestro Dufrenoy, en la que le comunicaba la posibilidad de un empleo como profesor de química y mineralogía en la República de Chile.

Este país, que hacía menos de veinte años había consolidado su Independencia del imperio español, era para Domeyko una nación remota, quizás un tanto exótica, con cuyo nombre se habría encontrado posiblemente en algún libro de geografía. Sin embargo tenía para él, a través de una inspección más cercana, dos importantes atractivos: la presencia de la cordillera de los Andes, con volcanes activos y un relieve abrupto que era un paraíso para la investigación geológica y por otra parte, poseía una enorme riqueza mineral que se trabajaba sólo con conocimientos empíricos, pero sin ningún dominio de las ciencias necesarias para la extracción y fundición. La explotación de esta riqueza se había acrecentado considerablemente con la libertad de comercio, luego de la Independencia, con los nuevos mercados abiertos en Inglaterra, y las mayores facilidades de transporte marítimo.

En la Escuela de Minas de París, y bajo la dirección de Berthier, Domeyko había adquirido el interés por la investigación, de modo que, como bien lo expresa su biógrafo, el historiador Miguel Luis Amunátegui, un empleo como el que se le ofrecía en Chile, era el que mejor ajustaba con sus ideas e inclinaciones. Porque uno de los rasgos que llaman la atención en la personalidad del sabio polaco es su amor por la pedagogía y su dedicación a la docencia, actividad que consiguió conciliar con una labor científica de primera importancia, y que no abandonó en ningún momento, ni siquiera cuando fue Rector de la Universidad, en el difícil período en el que emprendió una de las más decisivas reformas a la educación del país.

En sus documentos se encuentran, a cada paso, acotaciones sobre el valor y la dignidad de la docencia: "El destino del profesor, no sólo es útil a la juventud que estudia, sino también al profesor mismo: la enseñanza es la verdadera vida del hombre de letras" - anota en su Memoria sobre el modo más conveniente de reformar la instrucción pública en Chile. En su libro de memorias, Mis Viajes, al recordar su tercer y último quinquenio rectoral anota: " Mis clases de química y mineralogía dictadas diariamente en las aulas universitarias y los incesantes trabajos en el laboratorio eran para mi un elemento indispensable y reconfortante, no me fatigaban en exceso, siempre me agradaban por igual..." 3.

Ideas educacionales y práctica pedagógica

No se puede separar la dilatada y fecunda gestión rectoral de Ignacio Domeyko de su ideario educacional que se forma en tres vertientes: la Universidad de Vilna y la tradición cultural de Polonia; sus maestros de la Escuela de Minas de París, y finalmente, su propia práctica pedagógica, coherente e innovadora, que inicia en el Liceo de la ciudad de Coquimbo y continua en la Universidad de Chile en Santiago- Chile.

Respecto de la primera fuente, el doctor Bogumil Jasinowski, profesor polaco que trabajó en la Universidad de Chile, señala que el humanismo polaco concilió los estudios clásicos, es decir el cultivo del griego y el latín, con las ciencias de la naturaleza. Como ejemplos de esta tradición cita al investigador de la óptica, Vitelio, del siglo XIII, y al astrónomo Hevelius. Ambos son los extremos de un desarrollo cuyo punto culminante lo marca Nicolás Copérnico, el más célebre alumno de la Universidad de Cracovia, que produjo una de las grandes revoluciones científicas de la historia 4.

La Academia Vilnensis se funda en 1578 y es reformada con el nombre de Universidad de Vilna en 1803, convirtiéndose en el principal centro de irradiación de la cultura polaca. Recibirá esta Universidad la herencia espiritual de la Comisión de Educación Nacional, constituida en 1783, que en su momento había planteado que el poderío de un pueblo debe descansar en la instrucción pública, y que dicha instrucción debía orientarse hacia las ciencias experimentales, sin por ello romper con los estudios clásicos. En esta Universidad, donde trabajaban eminentes filólogos, como Crodekc e historiadores como el medievalista Lelewel, junto a biólogos como Andrés Sniadecki -autor de la Teoría de los seres orgánicos, una obra precursora en su tiempo- el joven Ignacio Domeyko profundiza en el estudio de la física, la química, la mineralogía, la paleontología, y al mismo tiempo del latín, que después le hará muy fácil el aprendizaje del castellano.

Esta unión de las modernas ciencias experimentales con los estudios clásicos, da al cultivo de las primeras una orientación que va más allá de la racionalidad instrumental y de la aplicación utilitaria, y la vincula con valores como el descubrimiento de la belleza, la armonía, la elegancia y la sencillez del universo. Ignacio Domeyko buscó siempre esa mirada y esa dimensión integradora, que está presente en uno de sus más hermosos escritos: Ciencias, literatura y bellas artes, que es el discurso con el que se incorpora como miembro de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en enero de 1866, ocupando el lugar que había dejado al morir don Andrés Bello.

Sobre esas bases espirituales, y sobre el amor por la investigación que le infunden sus maestros parisinos, Domeyko inicia su labor en el Liceo de Coquimbo -en el norte de Chile a unos 600 kms. de Santiago- donde construyó un verdadero modelo educativo que hoy nos asombra por su vigencia. En primer lugar, introduce un método activo de enseñanza. Él mismo recuerda que comenzó sus clases en septiembre de 1838, pocos días antes de las fiestas patrias chilenas. Tenía quince alumnos que a veces no podían disimular la risa "cuando yo pronunciaba mal o confundía alguna palabra del hermoso idioma castellano". Pero la comunicación activa lograba superar ese y muchos otros problemas.

El sabio polaco partía por diseñar un plan de estudios a la medida de la preparación y las necesidades de sus alumnos. A pesar de las presiones del medio local, no comienza enseñando mineralogía, sino las ciencias básicas: "Había que empezar por los principios elementales de la física experimental, agudizar en ellos la curiosidad de los oyentes y, al mismo tiempo, mostrar la utilidad de la ciencia" 5. Es notable como encara la enseñanza. A este respecto nos dice en sus Memorias que en lugar de disertar doctamente sobre cosas incomprensibles para sus estudiantes, exponiendo desde el comienzo teorías, como solían hacerlo entonces los profesores de ciencias elementales, comenzaba la clase con un experimento o asociando la materia con objetos simples, de uso común. Luego entregaba a un alumno los instrumentos para que repitiera el experimento y verbalizara, con sus propias palabras lo que había visto o realizado. "Seguidamente -apunta Domeyko- pasaba yo a explicar el fenómeno que ellos ya habían observado y conocían bien. A veces, mediante hábiles preguntas, lograba inducir al alumno más despierto para que él mismo se atreviera a explicar y casi a adivinar la causa de lo que estaba viendo" 6.

En este método, que el mismo Domeyko define como "palpable y orientado hacia los sentidos" encontramos algunos elementos de las modernas prácticas pedagógicas, en las que el alumno, antes que un receptor pasivo de conocimientos transmitidos por el profesor, adopta un papel activo como constructor de sus propios conocimientos.

Domeyko muestra una preocupación constante por hacer que la enseñanza tenga un arraigo en la realidad local y una relación con la experiencia del estudiante. Así por ejemplo, se pregunta ¿qué clase de química había que enseñar a aquellos alumnos que eran hijos de propietarios de minas, de hornos para fundir el cobre y de amalgamadoras de plata? Opta entonces por vincular los contenidos de su curso con las necesidades de las labores productivas: "Al hablar del carbón, mencioné algo importante para esta provincia más bien pobre en madera, a saber, el arte de disponer las piras y conducir el fuego en la fabricación del carbón vegetal; al hablar del azufre, les enseñaba la manera de aprovechar las solfataras chilenas, ricas en este producto, de cómo se purifica el azufre y cuantas aplicaciones tiene". Luego indica que pone el énfasis del curso en "las propiedades de los metales más útiles que forman parte de la riqueza minera chilena" 7.

Pero además, el sabio se ocupa mostrar públicamente los resultados de la educación que entregaba y realiza exhibiciones ante la comunidad, para que ésta valore la educación. Recuerda, entre otras, la exposición del 24 de enero de 1840, ante "una nutrida concurrencia de dueños de hornos y minas". Aquí los alumnos demostraron el conocimiento que habían adquirido de los diferentes minerales expuestos ante ellos, y supieron describir los métodos de ensayes no solo de los minerales más importantes de la región, como el cobre y la plata, sino también del cobalto, el níquel, de escorias y aleaciones. El sabio anota que: "Pudo apreciarse una satisfacción general tanto entre los ciudadanos locales como entre los venidos de lejos".

Domeyko se ocupa también de establecer buenas relaciones con el sector productivo, de modo de asegurar el futuro laboral de sus alumnos. Advierte que los dueños de las minas vendían el mineral a comerciantes extranjeros o a fundidores nacionales, sin conocer la ley de estos minerales. Durante 1840 realiza gratuitamente muchos ensayes para mineros y fundidores, con el propósito de demostrar las ventajas de esta práctica. Apunta que desde el principio trató de establecer buenas relaciones con los productores: "De este modo, preparé con anticipación, para mis alumnos, la lucrativa profesión de ensayadores comerciales".

Lo interesante es que toda esta preocupación de Domeyko por las aplicaciones prácticas iba aparejada con un profundo sentido del valor formativo no sólo de las ciencias básicas, sino de las humanidades y las artes. Así, una vez más el sabio se adelanta a las tendencias modernas que propi

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