La Formación Integral del Universitario de Hoy. Presentación Rotary Club

Se me ha pedido que exprese algunas ideas en torno a la formación del universitario de hoy, especialmente en el contexto de los requerimientos y problemas que ella presenta con vistas a los retos futuros para nuestra sociedad. Indudablemente, este es un tema de extraordinaria importancia y actual relevancia, el cual nuestra sociedad no está visualizando adecuadamente en muchas de sus trascendentales connotaciones, como tampoco está abordando adecuadamente por medio de las políticas necesarias para garantizar un restablecimiento de la credibilidad de la formación universitaria y del propio sistema universitario en el país, ni para reenfocar la formación universitaria en cuanto a sus evidentes implicancias valóricas y profunda esencia humanista. Como expondré, son necesarias una serie de modificaciones y giros en materia de política y de regulación del sistema de educación superior, para así enfrentar adecuadamente los problemas vigentes y los retos del futuro. Sobre esto último es necesario hacer hincapié, porque nuestra visión en materia educacional tiene que ser de carácter muy prospectivo, ya que el concepto de tiempo demanda innovación y alejamiento de las visiones que producen estancamiento o reproducen simples slogans.

En primer lugar, es necesario decir que el concepto de educación superior cobija en Chile dos sistemas fundamentalmente distintos, que requieren independencia y políticas apropiadas para tratar en forma sustantiva con sus problemas y retos. Se trata de la educación técnica superior, es decir aquella destinada a producir técnicos en distintas materias, y la educación universitaria, destinada a producir profesionales que constituyan el segmento directivo y de ejercicio superior disciplinario en los distintos ámbitos del quehacer nacional. En la actualidad, Chile presenta una severa distorsión en esa materia al estar graduando aproximadamente 7 profesionales por cada técnico, una proporción a la inversa de aquella prevaleciente en países desarrollados o recientemente industrializados. Naturalmente, el tema tiene que ver con incentivos y diseños legales y reglamentarios equivocados, que dan lugar a tal severa distorsión cuyos efectos están siendo sentidos a nivel de la actividad productiva con más y más intensidad. Cosa similar en cuanto a la existencia de un muy liberal sistema en el que tiene lugar la oferta de carreras y especializaciones, en un campo que obviamente requiere mayor regulación en cuanto a información y al diseño de un adecuado sistema de acreditación, para así resguardar la fe pública y una educación de calidad y relevancia. Esto además nos plantea, al igual que en el caso de la educación universitaria, un tema de operación a futuro, como expresaría un financista, ya que la inversión en educación envuelve incertidumbre, riesgo y, en consecuencia, amerita una política menos simplista que la libre operatoria de los mecanismos de mercado.

El otro sistema es el universitario, donde residen carreras que han sido definidas como propias de una universidad y que, producto de la reforma del año 81, se ha configurado en base a una amplia libertad para la conformación de instituciones privadas sin fines de lucro y a una virtual ausencia de Estado en materias de regulación. Este sistema debe ser entendido con políticas y una estructura de gestión distinta a la educación técnica, haciendo también elegible a esta ultima para financiamiento solidario a los estudiantes. Esta realidad imperante genera un sinnúmero de problemas, especialmente asociados a la total ausencia de Estado en la Educación técnica superior como proveedor directo. En el caso del sistema universitario privado, el subsidio a la demanda tiene lugar en un ambiente de escasa regulación y nula acreditación sin con ello garantizar soluciones óptimas. Lo que sí es claro, para despejar inmediatamente el tema organizacional, es que el sistema universitario y el de educación técnica requieren una organización distinta a la prevaleciente para restaurar un sistema de incentivos que permita reponer el adecuado desarrollo de ambos. En cualquier caso, y también para despejar los temas más generales, ambos sistemas necesitan mejorar en forma radical su gestión, especialmente en cuanto a acreditación y regulación en un mercado que acumula presiones y conflictos potenciales de gran importancia.

Quería hacer esos comentarios iniciales para indicar que al referirnos a la educación universitaria, lo estamos haciendo con respecto a sólo un componente de la educación superior del país, y en donde se encuentran comprometidos una serie de problemas muy importantes, respecto de los cuales no se han adoptado decisiones fundamentales de política –correcciones que con el paso del tiempo resulta urgente adoptar. Es necesario recordar, también en términos generales, que el país ambiciona un salto al desarrollo económico para las próximas décadas, en un esfuerzo que ha comenzado en forma relativamente exitosa en los últimos doce o quince años, pero que requiere una singular persistencia en lo que viene, lo cual ha de precisar, a su vez, definiciones muy concretas en materia de diseño del trabajo educativo.

Me parece fuera de discusión que el país tiene que avanzar en el campo distributivo para garantizar la estabilidad que necesita el desarrollo en su sentido más amplio como he hecho ver en numerosas intervenciones. La posibilidad de alcanzar el desarrollo en un par de décadas precisa modificar proactivamente las severas deficiencias que en lo distributivo y en cuanto a productividad y acumulación de capital aún presente Chile. Con esto no me refiero a que sea necesario introducir políticas con visión de corto plazo que corrijan en forma ex-post las deficiencias de ingreso relativo generadas por políticas inapropiadas del pasado –y reflejadas en distintas condiciones en el presente– con el objeto de igualar oportunidades. Hay, ciertamente, mucho que corregir en este campo. Pero quiero referirme al más trascendente, que es el del largo plazo y que consiste en la construcción de un mundo de nuevas oportunidades a través de la generación de una igualdad de condiciones para que las personas puedan elegir informada y libremente, y en donde se den a conocer en forma efectiva y libre las aptitudes verdaderas en un ambiente de igualdad de oportunidades. Y es en este terreno donde es posible concordar en la necesidad de un cambio sustantivo en la formación universitaria, como parte de una profunda transformación del sistema educacional.

En primer lugar, la consideración de un cambio profundo en materia de formación profesional debe consistir en una transformación completa de los currículos de estudio. Por lo expuesto anteriormente en términos de los alcances del concepto de desarrollo, los currículos necesitan enfatizar tanto los aspectos de relación con el mercado futuro de trabajo, como aquellos que tienen que ver con el enriquecimiento personal, la formación valórica profunda del individuo. Y pienso que en ambas cosas estamos fallando. Por una parte, nuestros currículos tienden a ser anquilosados y a responder en forma lenta frente a las exigencias de un medio empleador y productivo que experimenta cambios profundos y permanentes como resultado de las tendencias modernizadoras y globalizadoras que prevalecen. En distintos grados, sin embargo, las distintas formaciones profesionales se han ido desadaptando respecto de los importantes requerimientos que presenta el mercado educacional de egresados, y que requiere personas con capacidad de respuesta frente a los problemas vigentes y futuros. ¿Cómo puede la Universidad adelantar las tendencias que han de producirse en los diferentes campos? No existe una respuesta estándar sobre este problema, pero ciertamente no es una respuesta la que escuchábamos en el pasado, en el sentido de que la Universidad debería determinar, por sí misma, que es lo que se ofrece, y no la perspectiva ocupacional profesional de sus egresados. Aquí necesitamos una innovación muy profunda que tienda a garantizar una oferta formativa con rápida capacidad de adaptación a la realidad externa, y de actualización tanto en el desempeño en el trabajo como por medio de los sistemas de cuarto nivel de educación. Requiere, por tanto, enfatizar la formación general en los estudiantes de las diversas carreras, y fortalecer en forma significativa los posgrados y postítulos, que de hecho están pasando a ser una necesidad de fundamental relevancia en nuestros días. Humberto Giannini ha afirmado que la educación superior debe tratar de “... satisfacer, por una parte, las exigencias del nuevo dinamismo y elasticidad del mercado profesional, y, por otra parte, de asegurar desde una perspectiva más responsable y reflexiva que al menos este mercado no pierda de vista los fundamentos teóricos y las razones sociales y éticas que deben regular su vocación centrífuga”. Indudablemente, esta idea reafirma nuestra hipótesis de que el cambio en la aproximación actual a la docencia debe ser doble, puesto que por una parte interesa proveer una mejor respuesta al mercado, pero por otra significa reservar para la Universidad un rol respecto de la formación integral del profesional y con relación a la influencia que éste ha de ejercer en dicho mercado. Concuerdo con Giannini que esto tiene mucho que ver con dejar en la Universidad la formación académica y docente como uno de sus privilegios y contribución vital a la sociedad, especialmente con un sentido crítico y constructivo y en contacto con la creación de conocimiento. Pero ello no debe excluir a la formación profesional, inspirada en los elementos generales con proyección a la educación permanente y expuesto al conocimiento de frontera en contacto con la investigación y la creación. Ese perfil profesional sólo puede ofrecerlo universidades que cuenten con adecuada infraestructura académica, especialmente en cuanto a la generación de investigación para formar un profesional contributivo y en condiciones de perfeccionarse en forma permanente.

Pero el segundo aspecto es también de crucial importancia. Hoy en día necesitamos mejores profesionales en el sentido de su formación integral valórica; es decir, precisamos crear un profesional con fortaleza humanista, en cuya preparación se integren los conceptos de eficiencia y eficacia, pero en donde también ocupe un lugar la solidaridad, el entendimiento de una misión social y prevalezca una ética acorde a lo que la sociedad espera de la inversión efectuada por el conjunto en cada uno. Este objetivo –que es tan indispensable en vista de nuestra visión del proceso de desarrollo en forma integral—sólo puede lograrse incluyendo materias afines en forma transversal a los currículos de formación profesional. Nada se saca con tener un curso de ética o uno de naturaleza humanista o sociológica, cuando se trata de un electivo de tercer o cuarto año; la cuestión reside en que estas perspectivas se adentren suficientemente en la formación que reciben los estudiantes universitarios en todas sus cátedras, así requiriendo una revisión profunda del sistema de educación que tenemos. En otras palabras, se requiere más transversalidad formativa. Es indudable, además, que la preparación de este tipo de profesional coloca a la universidad nuevamente, en el ámbito de la función pública que le es propia en forma concordante con su misión social, y requiere superar los criterios estrechos del mercado aplicado en forma indiscriminada y exclusiva. La formación del profesional debe salir del ámbito estrictamente de la rentabilidad privada, para también conectarlo con la responsabilidad social que requiere un efectivo e integral desarrollo.

Los aspectos expuestos han llevado a plantear la necesidad de revisar integralmente el sistema de formación profesional vigente en Chile. Por una parte, porque es necesario sacar de la Universidad ese énfasis profesionalizante que ha sido tan profundizado por el negocio privado que hoy día se ha estimulado. Por otra parte, porque el mundo de hoy, y lo que ha de venir en términos de globalización y cambio técnico, requiere profesionales menos especializados y con una formación general más sólida, que extienda su conocimiento a temas no propios de la profesión, pero hoy día indispensables para todos, como son los temas de cultura, las matemáticas, la estadística, la ciencia política, las relaciones internacionales, la historia, la economía, etc. Además, porque es necesario que los estudiantes se familiaricen con la oferta universitaria antes de tomar una decisión de elección de carrera, ya que la complejidad y diversificación creciente de la oferta universitaria, hace muy difícil el tener sistemas expeditos de información en forma previa a la decisión de ingreso a la Universidad.

La reforma que necesita nuestro sistema universitario debe consistir en la creación de un programa de dos años que sean comunes a todos los estudiantes de la Universidad, en donde ellos se familiaricen en la misma y puedan optimizar su elección, así también permitiendo una mejoría de fondo en los sistemas de selección a las carreras. En ese programa de dos años, sería mucho más fácil el poder integrar cursos generales de formación en el área cultural, social, valórica, histórica, etc., de manera de enriquecer la formación del futuro profesional sobre bases comunes, tal y como hoy día no existen. Asimismo, dicho programa permitirá la formación básica que hoy se necesita para todos los desempeños profesionales, tales y como las matemáticas, la estadística, la biología, la economía, etc. Los egresados de este programa (Bachilleres) pueden desarrollar un mercado ocupacional de interés, dado su formación y cultura general, pero el propósito real, sin embargo, sería el proseguir en carreras universitarias.

Las mismas deben ser rediseñadas, para enfocarse mucho más en la formación de tipo general que requiere cada profesión, con mucho menor énfasis en la especialización (o la formación específica) que se demanda mucho menos en la realidad ocupacional. Una formación que, sin embargo, debe estar al día, lo cual requiere inevitablemente el contacto entre investigación y creación con la docencia, de modo de que se potencien en forma sinérgica. El rediseño de las carreras debe abordar un tema central en los días de hoy: no necesitamos carreras tan extensas para formar el profesional que se requiere en la realidad. Por el contrario, se demanda mucho más posgrados y postítulos para atender la creciente necesidad de educación permanente y de calificación especializada a ese nivel.

Las ideas que planteo constituyen, en mi visión, una reforma universitaria de grandes proporciones, y que demanda un claro compromiso con la excelencia académica, para darle profundidad a un cambio que el país necesita para alcanzar, como he expuesto precedentemente, sus metas integrales de desarrollo. Esta reforma requiere reponer a la tarea universitaria en su exacta proyección, y volver a concebir a las universidades como centros de investigación y diseminación del conocimiento, no como meras entidades de entrenamiento profesional. Estoy convencido de que este esfuerzo también redundará en profesionales más conscientes de su responsabilidad social, y dominados por principios de humanismo que hoy tanto necesitamos para mejorar nuestra calidad de vida y nuestras perspectivas reales de convertirnos en una sociedad más justa y de progreso.

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