Presentación del libro "La Marina en la Historia de Chile (Tomo I, Siglo XIX)". Patricia Arancibia, Isabel Jara y Andrea Novoa

Este libro nos presenta mirada profunda a la Historia de Chile del siglo XIX con la originalidad de efectuarse desde el Océano Pacífico. En efecto, al revisar esta historia de la Marina Nacional desarrollada a lo largo del acontecer del siglo XIX, las autoras logran plasmar una interpretación histórica de Chile por medio de una visión diferente de aquella de la que usualmente disponemos a través de la Historia General. Con ello contribuyen a descubrir aspectos de gran trascendencia para la comprensión de nuestro pasado, puesto que el particular ángulo que utilizan se constituye por medio de uno de los actores privilegiados en el desarrollo de ese proceso histórico. Más allá de los eventos históricos puntuales -los "hechos" como se usa denominar en el lenguaje de los historiadores- esta obra se construye sobre la base de una constante en la descripción de los procesos históricos, constituida ella por el mar de Chile y la presencia de la Marina de Guerra. Con ello las autoras contribuyen a la arquitectura de lo que podemos llamar la "larga duración" de nuestro pasado, es decir al establecimiento de aquellas constantes que, como lo plantea Ferdinand Braudel, permiten entender las fluctuaciones que constituyen el devenir histórico de una sociedad y explicar el pasado más allá de los "hechos". En efecto ¿qué más constante en nuestra historia que el propio mar y la actividad marítima?

Es cierto: Nuestro largo sueño colonial se vivió de espaldas al mar; la Corona Española nunca tuvo un plan definido hacia el Pacífico que permitiera desarrollar económica y militarmente a las colonias sobre la base de un dominio marítimo. Las autoras tienen toda la razón al aludir a esta hipótesis fundamental en su trabajo. Sin embargo, es, por otra parte, difícil olvidar que el mar constituyó ascentralmente para Chile una fuente de recursos económicos tanto como un esencial fundamento en su desenvolvimiento cultural. El proceso de maduración de la sociedad chilena tiene mucho que ver con el mar, a pesar de nuestra tendencia a mirar con mayor viveza a la montaña y hacia el territorio "dentro" del continente. Pero también la presencia de instalaciones urbanas importantes en nuestras costas, varias transformadas posteriormente en ciudades, fueron una constante en nuestro desarrollo histórico desde tempranos tiempos. Fue asimismo el mar el centro de atención militar en nuestra colonia ante el peligro que siempre venía de lejos, amenazando desde los potencias enemigas seculares de España. Fue también el mar el foco activo de desarrollo de un comercio nacional e internacional que permitió la salida comercial en nuestros sucesivos ciclos económicos (de la minería, a la ganadería, a la agricultura, a la plata, manteniendo siempre el cobre en el trasfondo de todo), y construyendo una colonia pequeña con singular personalidad y presencia en el centro del dominio colonial en el Perú, como asimismo en el Atlántico y la Europa.

Es decir, hubo en nuestra historia colonial un mar activo y bien aprovechado para las necesidades globales de la población, y que constituyó también un sino en la construcción política del país, con centros urbanos como Concepción, Talcahuano, Chiloé y Valparaíso, que adquirieron notable poder político y económico gracias a su activa vinculación con el mar y su potencial económico y militar. Sin embargo, no existió un mar plenamente desarrollado por medio de las políticas coloniales, para haber sido así utilizado como un centro de desarrollo promovido por el Estado en los aspectos comercial y militar; a lo más la política se restringió al desarrollo privilegiado de la ruta comercial Valparaíso-Callao, un motor indispensable en el ciclo triguero que siguió al ganadero dentro de la historia colonial. La Corona no pudo, o más bien no deseó, imprimir una visión marítima a sus Colonias, porque la misma Península había adquirido un desarrollo notoriamente inferior a sus contrapartes europeas en cuanto a poderío marítimo, a pesar de que mucho del proceso de expansión Hispánica en América se asoció precisamente al transporte marítimo, pero que no fue ni con mucho predominante en el Atlántico. Nótese que las exploraciones en la conquista fueron más bien empresas terrestres que marinas, siendo estas últimas sólo cruciales para la llegada a las costas y el transporte del equipo militar y del ejército no como un instrumento efectivo de dominio territorial.

El hecho es que, como bien lo señalan las autoras de esta obra, en la temprana República independiente no existía concepción alguna acerca de la importancia del mar como recurso, ni mucho menos acerca del hecho esencial que probaría la historia del siglo en cuanto a que el dominio del mar es garantía del control de cualquier objetivo militar en tierra. Y así se puede entender la escasa atención que recibió el general Carrera en sus tempranos intentos por adquirir barcos y un cierto poderío naval ante España y el Virreinato del Perú, como también los tropiezos que encontraron los mismos empeños por parte del General O´Higgins para constituir una Armada fuerte ante el siempre potencial peligro de una reconquista. A pesar del nombramiento de un primer Comandante de la Marina tan tempranamente como en 1814, de la constitución de una primera escuadra, del brillante rol desempeñado por Cochrane y del triunfo que aseguró el dominio del mar para Chile frente a España, no existió durante todo el siglo XIX una visión firme y una política comprometida en torno al desarrollo permanente de un poderío marítimo estable.

Este libro nos pone ante una situación histórica de notable interés, como es el abandono secular, aunque marcado por épocas, que sufrió nuestra marina a lo largo del siglo XIX, y que muchas veces expuso al país a serios riesgos de supervivencia como tal. Ya en 1826, todo el equipamiento adquirido para consolidar la independencia nacional se vendió para hacer frente a agudos problemas económicos gubernamentales, dejando sólo un barco en posesión de la Armada. El Ministro Portales refundó la Academia Náutica en 1834, mientras también se consiguió arrebatar barcos enemigos para constituir una modesta flota utilizada en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana; sin embargo en esta guerra, como en aquella frente a España, el país improvisó peligrosamente en el desarrollo de su campaña marítima. Asimismo, a pesar de la desahogada situación económica que vivía el país en la década de 1840 la Marina sufría una crítica situación que creaba una suerte de percepción de discriminación. A pesar de ello, la Armada nunca claudicó en su adhesión a la Constitución durante las guerras internas de 1851 y 1859, y desarrolló una esforzada historia de afiatamiento y ordenamiento institucional de lo cual la creación de la Escuela Naval en 1858 es un claro testimonio. En la década de 1860, y sólo con posterioridad a la guerra con España, Chile dotó de barcos convenientes a su Marina, los cuales pasarían a ser vitales para el éxito en la Guerra del Pacífico. Pero aún así, luego de culminada esta guerra que llenó de gloria a la marina, se procedió prácticamente a desmantelar la flota, nuevamente por razones de Hacienda Pública. La Armada sólo tendría recursos renovados a partir de las iniciativas del Presidente Balmaceda en la década de 1890. Los problemas fiscales, las crecientes necesidades financieras habidas en el período de construcción republicana, las profundas depresiones económicas sufridas a partir de la década de 1860, la eterna deficitaria situación de los gastos públicos debido a la escasez de recursos tributarios, todo ello explica la difícil situación material vivida por la Armada durante el siglo, que es bien descrita por las autoras del libro en cuanto a la disponibilidad logística, la situación de las escuelas y los factores predominantes en las políticas de personal.

¿Cómo entender esa falta de compromiso-país con la seguridad naval a pesar de la extensión de nuestras costas, los brillantes resultados en las guerras marítimas y nuestra absoluta dependencia económica del mar? Parece ser la única forma de explicarlo la falta de una verdadera cultura marítima, ausencia que ha estado en la base misma de nuestra temprana historia republicana. La falta de entendimiento sobre la importancia del mar como fuente de desarrollo y como base fundamental para garantizar la seguridad nacional es lo que posiblemente explica mayormente porqué nuestra Marina fue siempre considerada la "variable de ajuste" en cuanto al endémico problema fiscal.

Si la inestabilidad en materia de recursos fue una constante en la historia de la Marina del siglo XIX, también lo fue su ascendiente prestigio en la sociedad chilena. Desde Cochrane y su vital participación en la consolidación de la independencia, con la destacada y brillante labor de Blanco Encala, que se extendió al campo político y diplomático con singular éxito, hasta la aclamada participación de Rebolledo, Riveros y Latorre en la Guerra del Pacífico, la Marina fue adquiriendo una imagen nacional de respeto, de admiración y de agradecimiento. Mas aún con el activo y difícil gobierno del Contralmirante Lynch en territorio peruano junto al desenlace de la Guerra del Pacífico. En el prestigio de la Armada ante la ciudadanía brilla con luces propias el rol jugado por Arturo Prat, quien no sólo rindió su vida como tributo al país y a la defensa de sus intereses superiores, sino que también en este libro uno aprende de una dilatada trayectoria de servicio que incluyó la de instructor en la Escuela hasta la de trabajar como agente secreto en las preliminares del conflicto con Argentina y los países del Norte. Hay en Prat una lección de valor, pero mucho más allá de su sacrificio como hecho puntual, está la entrega a la institución a lo largo de toda una vida de servicio. El respeto y la admiración ciudadana por la Marina Nacional alcanzan un climax de notable trascendencia con posterioridad al conflicto de 1879.

También enseña este libro acerca de la dimensión humana que ha decorado brillantemente el transcurrir de la Marina durante este casi siglo de historia. Permite aprender acerca de la adhesión de muchos de sus miembros destacados a la causa del humanismo más puro y al interés por el estudio del hombre en sociedad. También enseña sobre el rol importante que se dio siempre a la disciplina y a los estudios técnicos; sobre la vasta ilustración de su oficialidad; sobre la seriedad formativa que se impuso con sacrificio y empeño en la Escuela Naval y la Escuela de Grumetes. También nos reporta rasgos tan humanos como aquél reflejado en la conducta de los grumetes Carlos Condell y Arturo Prat castigados por darse de golpes en sus años de guardiamarinas. Nos enseña acerca del cultivo de la tolerancia y de un espíritu de ciudadanía por parte de sus miembros, como aquél Prat egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile quien da la razón a las leyes liberales de la época. En fin, se trata también de una historia de hombres, de espléndidos seres humanos con toda su riqueza y sus imperfecciones; una historia que enseña que, siempre al final y por sobre las instituciones mismas, es la persona, con sus singularidades, lo que está en el proceso de constitución de las entidades y en la marcha de los grandes procesos históricos.

La historia de la Marina en el siglo XIX se marca, sin embargo, por una última etapa que no es indudablemente feliz. La Guerra Civil del 91, la cual costó más muertos compatriotas que la propia Guerra del Pacífico, representa una página penosa en nuestra historia republicana. Fue una confrontación originada en incomprensiones y enfrentamientos desatados por la conjunción de una embestida fundamental contra intereses económicos, particularmente aquellos foráneos, una obcecada conducta Presidencial y una no menos obstinada e interesada oposición. La Marina fue en el fondo otra perjudicada entre visiones antagónicas y en medio de un enfrentamiento ya en marcha por intereses de amplias raíces; su actitud se debió, en lo esencial a su visión porfiadamente constitucionalista hasta el final. De la guerra civil, sin embargo, nadie puede declararse haber salido estrictamente vencedor; el propio Gobierno del Presidente Montt serviría para introducir mayor equilibrio al escenario político nacional, pero las heridas que dejó esta guerra continuaron abiertas a lo largo de un siglo de silencioso o abierto enfrentamiento entre visiones alternativas sobre nuestro destino común.

El libro deja también una lección que no es posible observar con desdén, especialmente cuando se sopesa con criterio nacional nuestra historia patria y la historia de las relaciones con los países vecinos. En los días en que se trata de reflotar viejos conflictos, superados ya aunque no del punto de vista de quienes lo emplean para enfrentar sus propios problemas internos; en los días en que prevalece la misma fragilidad política secular en aquellas naciones frente a la reconocida estabilidad institucional en nuestra tierra; en los días en que se amenaza sin demasiada responsabilidad la paz y la seguridad nacionales, es importante recordar que sólo una adecuada política de control de nuestro Mar y de una democracia bien asentada y sin disensos sociales como los que producen las grandes diferencias en oportunidades, constituyen la fortaleza para una paz próspera y los únicos elementos disuasivos de importancia. La historia del siglo XIX y la brillante participación de la Armada Nacional en sus hitos constituyen una lección que no podemos dejar de lado en el análisis prospectivo el país.

Este es un libro oportuno, puesto que aparece en los días en que Chile ha aprendido y materializa su acercamiento mayor al Pacífico, entendiendo que allí reside el potencial de crecimiento futuro como también el factor de seguridad necesario en un mundo que se globaliza. Deja por cierto una gran deuda: la significativa historia de la Marina en el siglo XX chileno, menos dominado por la Guerra externa, pero sí por la inestabilidad interna. Se trata, sin embargo, de una obra que educa en forma integral sobre la Armada Nacional, pero sobretodo en cuanto a su importante ingerencia en la Historia de Chile, en el crucial período de consolidación republicana. Agradezco muy sinceramente la oportunidad de comentar esta valiosa obra, cuya lectura debe ser importante a nivel de nuestros educandos, pero también una información de gran valor para el ciudadano medio. Felicito a las tres autoras por su bien logrado trabajo y a la Armada Nacional por haber auspiciado este estudio que tan bien destaca sus glorias y su aporte al país, y que deberá completarse prontamente con la deuda señalada.

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