Existen problemas psicológicos como la locura, la psicosis o el trauma que se tienden a individualizar, pero que en realidad reflejan trastornos en las relaciones sociales. Muchas veces las experiencias de víctimas de guerras o catástrofes son silenciadas, solapadas o ignoradas, acciones que obedecen a una decisión política. Estos fueron parte de los temas analizados por la psicoanalista francesa, Françoise Davoine, en su conferencia “Historia, Literatura y Psicoanálisis” y en el seminario Transferencias/Interferencias”, realizados el 25 y 26 de mayo, respectivamente.
Durante su cuarta visita a nuestra facultad –invitada por el Programa "Estudios Psicoanalíticos: Clínica y Cultura" y el Magíster en Psicología Clínica de Adultos (MYCA) de la Facultad de Ciencias Sociales– se refirió en esta entrevista con el decano Roberto Aceituno, a los desafíos de reconstruir los lazos sociales dañados producto de las experiencias traumáticas o, como ella diría, “zonas de catástrofe” que requieren ser relatadas y conocidas socialmente.
Françoise Davoine es psicoanalista y ex profesora de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, donde trabajó por más de 30 años con Jean - Max Gaudillière la relación de la locura con las fracturas del lazo social, apoyada en el psicoanálisis, la literatura y la historia.
¿Cómo ha incidido tu experiencia personal en los trabajos que has realizando, vinculando el psicoanálisis, la historia y la literatura?
Yo entré en 1969 al laboratorio de Alain Touraine. En ese lugar, me interesé rápidamente en la locura y me era muy difícil hacerle comprender a un sociólogo (Alain Touraine) que era necesario que yo fuera a un hospital psiquiátrico, para –no sabía muy bien qué hacer– hablar con los pacientes. Touraine aceptó que lo hiciera y con Jean-Max Gaudillière, mi marido, fuimos al hospital psiquiátrico público.
No se trataba de hacer una observación objetiva como ocurriría en una investigación sociológica, lo que nos interesaba más bien era hablar con los pacientes. Había que salir de esa posición de “objetividad”. No sabíamos muy bien qué hacer pero rápidamente nos dimos cuenta que se trataba de un hospital ubicado cerca de campos de batalla de las últimas tres grandes guerras: la guerra de 1870, la guerra de 1914 y la guerra de 1940.
Fue en ese entonces cuando comenzamos a hablar y trabajar sobre locura y lazo social, y cómo la locura implica una investigación sobre las catástrofes y rupturas del lazo social. Nos quedamos ahí y, al principio, trabajamos con las enfermeras volviéndonos psicoanalistas, porque hablando con los pacientes nos dimos cuenta que algunos podían cambiar.
Los pacientes fueron quienes nos hicieron psicoanalistas. Comenzamos, entonces, un seminario semanal en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, que se llamaba y “Locura y lazo social”. Lo hicimos durante casi 40 años.
Acerca de tu trabajo clínico ligado a la locura y la fractura del lazo social, ¿es necesario avanzar hacia un análisis sobre la perversión?
Eso es parte de lo mismo porque, justamente, terminamos por descubrir que la locura es un combate contra la perversión. En los locos, lo que se encuentra bajo las etiquetas diagnósticas es una experiencia de soledad total. Los delirios muestran lo que no se puede decir, lo que no se puede decir tiene que ver con que ellos o sus ancestros han sufrido catástrofes históricas o bien abusos sexuales en la infancia.
¿El desarrollo de los traumas permanece todavía como algo indispensable de tener en cuenta para el Psicoanálisis, o debe ser abandonado como explicación?
Es que el trauma no es una explicación, porque si uno le dice a una persona que sufrió un trauma él va a responder: “Yo ya lo sé”. En esa época no se habla mucho de trauma, sino más bien de catástrofes o zonas de catástrofe. De lo que se trata es de encontrar a un “otro” a quien dar testimonio de lo que ocurrió, ahí donde toda realidad ha sido destruida.
Eso plantea, entonces, la pregunta por la transferencia, uno de los temas de tus conferencias en Chile...
Sí, de la transferencia y de reanudar el lazo social ahí donde fue destruido. Entonces la pregunta por la perversión es cómo enfrentarse a esta instancia mortífera, asesina de todo lazo. La instancia perversa ha cortado toda posibilidad de lazo y vínculo.
¿Cuál es el papel del arte y la literatura en la reconstrucción de ese vínculo y lazo social?
Pienso que, con mucha frecuencia, los grandes maestros de la literatura universal salieron de una experiencia traumática. Por ejemplo, Cervantes fue esclavo durante cinco años en la guerra, Dickens tuvo una infancia espantosa y horrible. Incluso Proust, ya que cuando él estaba escribiendo “El tiempo recobrado” (tomo VII de la novela “En busca del tiempo perdido”), ese proceso ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. Entonces, él también era un niño de la guerra. El hecho de poder contar una historia es lo que hacemos también en psicoanálisis.
Finalmente, ¿qué quiere decir la ética como una cuestión política respecto de la perversión del lazo social?
Yo hablo de la banalización del mal a partir del trabajo de Hannah Arendt y esa es una cuestión política. Ella habla de la banalidad del mal en momentos de colapso moral, justamente, y pareciera que la moral ya no existiera. Siempre hay un doble discurso, una disimulación, toda una impostura.
Nosotros como psicoanalistas lo vemos bastante bien en nuestro trabajo con los pacientes, porque siempre llegamos a cuestiones de carácter político. Es necesario hacer que las huellas no sean borradas, que los muertos sean enterrados y no haya desparecidos.
Lo hemos visto en las víctimas del holocausto pero también en otras catástrofes donde el silencio es total... el hecho de levantar el silencio es un acto político.