El Programa de Acceso a la Educación Superior (PACE) del Ministerio de Educación nace hace diez años con una misión muy clara: brindar a jóvenes de establecimientos educacionales públicos la oportunidad de acceder y permanecer en la educación superior.
Hoy, al cumplirse estos diez años, es momento de mirar y reflexionar acerca de los logros que hemos alcanzado y los desafíos que debemos enfrentar en este largo sendero de reducir las brechas de desigualdad tan enquistadas en nuestro sistema educativo. En ese sentido, es importante resaltar a uno de los artífices de este programa, el profesor Francisco Javier Gil, quien a contramano de muchos académicos cuestionó y terminó transformando el mecanismo de acceso a la educación superior, bajo el lema de que los talentos están igualmente distribuidos entre ricos y pobres, en todas las etnias y todas las culturas. Por ende, lo que se requería era generar oportunidades para visibilizar, valorar y acompañar las trayectorias educativas de miles de estudiantes que, a pesar de sus grandes avances, no lograban ingresar a la educación superior debido a que este sistema solo consideraba a quienes llegaban a la meta, dejando de lado el camino recorrido. Desde esa óptica aparecen los propedéuticos, el puntaje ranking, los accesos preferenciales, el PACE, entre otras iniciativas que apuntan a combatir la segregación y la injusticia en las posibilidades de acceso a universidades, institutos y/o centros de formación técnica.
Hemos tenido el privilegio de observar muy de cerca cómo este programa ha transformado vidas. No se trata solo de números y estadísticas, sino de historias personales de esfuerzo, superación y éxito. Se trata de jóvenes, muchos de ellos de entornos poco favorecidos, que han encontrado en el PACE un apoyo en su camino hacia un futuro mejor. Particularmente, se puede mencionar la experiencia del Liceo Ciudad de Brasilia, un establecimiento de la comuna de Pudahuel ubicado en el sector rural de Noviciado, con múltiples problemáticas de infraestructura, poca conectividad del transporte público, muy distante de la oferta universitaria y cultural, pero con una comunidad educativa comprometida, innovadora y llena de estudiantes con variados talentos que solo necesitaban el apoyo y las oportunidades para desarrollarlos más allá del sistema escolar. El año 2014 llegó esa posibilidad que tantas escuelas públicas anhelan, a través del PACE, y específicamente en el estrecho vínculo de aprendizaje mutuo que se ha formado con la Universidad de Chile, gracias al trabajo de excelencia de cada uno de los profesionales que forma parte de esta iniciativa. Diez años después, podemos decir con gran orgullo que el número de estudiantes que ingresa a la educación superior se ha elevado considerablemente, llegando incluso a ser el segundo mejor liceo de la comuna de Pudahuel en dicho ámbito, considerando colegios subvencionados y también particulares.
Precisamente, este aniversario nos brinda la oportunidad de reconocer el esfuerzo conjunto de muchos y muchas: estudiantes, docentes, familias y profesionales comprometidos con la educación. Es un momento para mirar atrás con orgullo y hacia adelante con esperanza y determinación. En todo este tiempo, el Programa de Acceso a la Educación Superior ha demostrado ser un instrumento poderoso para la equidad. Cientos de estudiantes de liceos públicos han ingresado a diferentes carreras profesionales gracias a esta iniciativa, tratándose en la mayoría de los casos del primer o la primera integrante de la familia en acceder a la educación superior. Desde tercero medio, los y las estudiantes reciben un acompañamiento continuo, que incluye talleres, orientación vocacional, salidas pedagógicas, entre otras actividades. Este apoyo no termina con el ingreso a la universidad: se extiende, al menos, durante los dos primeros años de su carrera, asegurando que los y las estudiantes no solo ingresen, sino que también permanezcan y se gradúen.
A pesar de los numerosos éxitos, el camino no ha sido fácil. Los desafíos que enfrentan nuestros estudiantes son complejos y multifacéticos. La brecha socioeconómica sigue siendo un obstáculo significativo, y la reciente pandemia acentuó muchas de estas desigualdades. Estos desafíos también nos presentan oportunidades para innovar y adaptar nuestras estrategias, sabiendo que fortalecer el apoyo psicosocial y académico es una tarea crucial en los tiempos actuales.
El décimo aniversario del PACE es un momento para celebrar, pero también para renovar nuestro compromiso con la equidad y la inclusión en la educación superior. En ese sentido, la Universidad de Chile tiene el gran desafío de incorporar estos principios en todas sus facultades y, sobre todo, en el quehacer de sus académicos y funcionarios, de tal forma de transformar los resabios de elitismo que podrían horadar los cimientos de esta nueva forma de entender la educación superior.
Por otro lado, también debemos seguir trabajando para que el PACE se transforme en una política pública con los recursos necesarios para llegar a todos los jóvenes que necesitan una plataforma para desarrollar su proyecto de vida. Con este fin, la colaboración entre el Estado, las universidades, los liceos y la sociedad civil es esencial para seguir avanzando. Solo juntos podemos garantizar que cada joven, independientemente de su origen socioeconómico, tenga la oportunidad de desarrollar su máximo potencial. Hay que seguir trabajando para que, en los próximos diez años, podamos celebrar aún más historias de éxito y superación, porque cada estudiante que alcanza sus sueños es un testimonio vivo de que la educación transforma vidas y construye un futuro mejor para todos y todas.