"LA UNIVERSIDAD EN EL SIGLO XXI". Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile.

I. Introducción

Expongo en este trabajo acerca de las perspectivas de la universidad en el siglo XXI. Período probablemente largo, pero cuya referencia permite poner en perspectiva los retos actuales para la modernización de la entidad universitaria tradicional que se encuentra en camino. Quizás, este trabajo debiera llamarse: "Las perspectivas de la universidad en las primeras dos o tres décadas del siglo XXI" tiempo en el cual es factible aventurar algunas hipótesis sobre los desarrollos, las perspectivas y las necesidades de cambio en la universidad como la institución que concebimos actualmente.

Quiero dividir mi presentación en dos partes. La primera, consiste en un análisis acerca de las fuerzas que están dinamizando un cambio en el sistema universitario y en el quehacer propiamente académico de la institución universitaria. En la segunda discuto los elementos en que incide dicho cambio, esto es los aspectos del trabajo universitario en que ese cambio se está empezando a mostrar y que, muy probablemente, se evidenciará de manera mucho más definitiva en el curso de los próximos años. La última sección contiene las conclusiones que derivo de este análisis.

II. Los tres factores que impulsan el cambio universitario

Me parece que las fuerzas que imponen la necesidad de un cambio universitario son fundamentalmente tres. La primera. Se refiere al proceso de creciente internacionalización que experimenta el mundo, y Chile como un claro exponente de ello, y que en la actualidad resulta muy evidente. Me refiero principalmente a la internacionalización que se manifiesta en la movilidad de mercancías, como asimismo de capitales, que se produce activamente entre países y que hoy ya no resulta necesario explicarlo sobre la base de aspectos teóricos o estadísticas sofisticadas. Cualquier ciudadano puede constatarlo directamente, como nunca en muchas décadas, puesto que observa que operan bancos venidos de todo el mundo, empresas transnacionales que se desarrollan en todo tipo de ámbito productivo; y que se desenvuelven en áreas de comercio y servicios, además del ámbito propiamente industrial, y basta con que uno recorra un par de pasillos en un supermercado o en una tienda de departamentos para darse cuenta que se está en un mundo muy distinto de aquél que caracterizó a la década del 60 e incluso la del 70 en nuestro país en el siglo pasado, dado la gigantesca diversidad de productos importados. Así también el ciudadano medio puede verificar las múltiples asociaciones con empresas extranjeras, y la creciente oferta nacional de exportaciones que acuden a todas partes del mundo. Hay un proceso de internacionalización en marcha en el país que alcanza a los servicios, como también a la cultura, lo cual constituye una realidad aplastante y que ciertamente condiciona el hacer de la universidad. La misma se desenvuelve en un marco totalmente distinto de aquel que tuvo lugar durante su modelación vigente. Marco que, indudablemente está empezando a condicionar el trabajo universitario, que debe ya ponerse en perspectiva comparativa a nivel internacional o que obliga a transformaciones basadas en la propia experiencia internacional.

Un segundo elemento que quiero destacar tiene que ver con el proceso de globalización -más allá de una internacionalización en sentido estricto- que vive el mundo. Recuerdo haber leído de Keynes, destacado economista británico, en su libro "Las consecuencias económicas de la paz" escrito en la tercera década del siglo pasado, una descripción acerca del temprano proceso de internacionalización en el siglo XX, en el contexto de lo que él llamó la mundialización, y que ejemplificaba con aquel hombre londinense que en la mañana tomaba un té llegado de la India, abría el periódico que traía noticias de todo el mundo, levantaba el teléfono para hablar con su agente de la bolsa, porque ya había recibido también noticias a través de un telegrama de lo que estaba ocurriendo en la bolsa de Nueva York. Este hombre seguramente cenaba alimentos que venían de todas partes de Europa, se ponía ropas que eran fabricadas con telas de Portugal, y fumaba habanos provenientes de Las Antillas. Keynes decía entonces que prevalecía un proceso indetenible, una mundialización creciente de la sociedad europea. Es lo que hoy observamos, de modo muy similar, cuando compramos cosas venidas de todo el mundo como lo más natural en nuestra vida cotidiana.

Pero ese proceso que anunciaba Keynes se detuvo, como producto de dos hechos fundamentales. Por una parte, las trágicas consecuencias de la crisis financiera de los años 1930 y, por otra, las implicancias de la segunda guerra y la aparición de los socialismos reales que llevaron a un período de guerra fría, de aislamiento de los grandes países, especialmente en cuanto a su desarrollo productivo. En esta fase, las recomendaciones de los organismos internacionales se orientaban a que los países debían proteger su producción y, en consecuencia, procurar cerrar las fronteras al comercio en la mayor medida posible. En definitiva, esa temprana mundialización se detuvo como producto de decisiones políticas. La pregunta es ¿qué podría pasar para que el actual proceso de globalización sufra una similar evolución? Muchos tratadistas creen que bastaría con que haya una nueva guerra, al menos una guerra de una proyección geográfica relativamente significativa. Otros piensan que la actual mundialización se frenaría debido a una crisis económica-financiera profunda, que ya varios economistas vienen anunciando hace algunos años.

Pero, aun si este proceso sufriere una significativa obstaculización por medio de algún nuevo "consenso de Washington", el mismo quedaría todavía vigente en el futuro debido a la segunda causa por la que creo que estamos experimentando cambios fundamentales en las universidades. Se trata de la revolución comunicacional y tecnológica. Hoy, lo sabemos, se enciende el televisor como una cosa natural que abre una ventana al mundo, literalmente. Se trata de una comunicación instantánea que nos informa o nos conecta con la realidad actual en todo su diversidad. Por ejemplo, hemos seguido desde Chile el referéndum en Venezuela, prácticamente como si estuviéramos en Caracas; y en la Guerra del Golfo o de Irak todo el mundo ha seguido todas las alternativas desde nuestros hogares como si hubiésemos estado en la acción. Las elecciones en los Estados Unidos se comunican a todo el mundo como una noticia local, y el Internet nos proporciona una diversidad de alternativas comunicacionales francamente sorprendente. Hay una revolución comunicacional innegable y eso está llegando a los niños y a los jóvenes con una fuerza indetenible. Ya no hay manera de pensar que se podría sacar Internet de los hogares, o prohibir Internet en las escuelas, puesto que se ha convertido en un instrumento de aplicación cotidiano en constante desarrollo, y su accesibilidad y gigantesco potencial modificará permanentemente las actitudes y la información de que disponen niños y jóvenes. Se trata de un instrumento que presenta una extraordinaria potencialidad, pero al mimo tiempo, nos presenta retos de gran importancia.

Las nuevas generaciones, mucho más que las nuestras, están familiarizadas con el Internet y con todas las opciones que representa desde el punto de vista informacional y comunicacional. No es poco común que un joven en la clase levante la mano para preguntar sobre algo que bajó el día anterior de la red, y que a lo mejor contradice totalmente lo que el profesor le está enseñando. Eso pasa hoy en las universidades, pasa en la enseñanza media, y será una situación que sucederá crecientemente, obligándonos a tener que empezar a enseñar de una manera distinta a los jóvenes. Se tratará de una enseñanza no concentrada en el conocimiento vigente, como lo hacíamos treinta años atrás cuando se transmitía lo que se sabía sobre un tema. La educación enfatizará más bien la enseñanza sobre lo que se ha de buscar de nuevo sobre cada tema, y respecto a cómo se debe procesar la información para buscarla e interpretar los hechos. O sea, la labor nuestra como educadores debe ser totalmente distinta, y vinculada con el enseñar a aprender y a investigar, como una actitud y una formación que incentiva la crítica y la búsqueda, más que concentrarnos en la entrega de contenidos formales rígidos.

Pero hay una fuerza también indetenible como aquel segundo elemento, y que va junto con otra cuestión innegablemente vinculada, que consiste en el progreso en la sociedad del conocimiento. Si bien es cierto que cuando estudiábamos en la década del 60, se estimaba que se producían revoluciones tecnológicas, probablemente cada 50 años. Hoy esas revoluciones tecnológicas se producen cada 5 años y se estima que en una década se van a producir cada cinco meses. Es evidente que nuestra actitud en el estudio, en la enseñanza, en la investigación tiene que ser distinta, potenciada y cimentada de otra manera de lo que fue tradicionalmente. Estamos en un mundo distinto, hay medios comunicacionales muy masivos, y la velocidad de transmisión del nuevo conocimiento es gigantesca. No podemos permanecer impávidos ante este movimiento que es la creación, transmisión y generación de nuevo conocimiento. El mismo pone de relieve los retos que enfrenta la formación de los jóvenes en las distintas disciplinas, sujetas -ellas- a cambios profundos en enfoques, contenidos y ritmos de cambio. El cambio en las tecnologías educativas, así como en cuanto al potencial de la investigación, están produciendo una verdadera revolución en cuanto al aspecto formativo y al desarrollo universitario.

Pero todavía hay un tercer factor que impulsa el cambio a la universidad, que tiene que ver con el proceso de cambio social en varias dimensiones, lo que podemos referir como desarrollo económico en un sentido conceptual amplio. Se puede hablar en forma muy extendida sobre los elementos que implica este concepto. Pero, en términos generales y simples, se puede definir como el crecimiento que va experimentando el nivel de ingreso de un país. Ese proceso impulsa a más gente hacia la educación superior, concebida ella como un bien superior. Es evidente que el crecimiento económico trae como una de sus manifestaciones la mayor cobertura del sistema educativo, un aumento en la demanda por servicios educativos a nivel superior. Se puede hablar respecto del tema distributivo, del tema de la equidad en relación con quienes acceden a la educación superior y en qué condiciones, y hasta donde eso puede limitar el crecimiento en cobertura. Se trata de un tema importantísimo y vigente independientemente de sus implicancias, resulta claro que prevalece un enorme crecimiento y lo seguirá habiendo en nuestro país en materia de cobertura. Se ha mostrado que la cobertura de la educación superior chilena en 20 ó 30 años ha ido de 100.000 a 300.000 personas, aproximadamente. Es decir, un crecimiento que es preocupante desde el punto de vista de cuan sostenibles es una oferta académica de calidad y del financiamiento necesario para que esa expansión sea efectivamente posible y rinda el fruto que la sociedad debiera esperar en cuanto a formación de capital humano y producción del conocimiento. Cuando se observan las perspectivas a futuro, se concluye que tenemos una cobertura en términos de la población de 18 ó 24 años que está aun muy lejos de aquella que se ha logrado en los países industriales. Cuando se analizan las posibilidades de evolución, se percata que efectivamente la cantidad de estudiantes que podemos tener en las universidades de aquí al año 2010 pueden ser 600.000, y de 800.000 en el conjunto de la Educación Superior, esto es incluyendo también los Institutos Profesionales, y Centros de Formación Técnica. Es lo que los economistas llaman una presión de demanda que se constituye en un proceso inevitable derivado del mayor ingreso. Por cierto se trata de una situación preocupante, porque al mismo tiempo que hay una presión de demanda debe existir una respuesta de oferta, la cual no puede consistir solamente en adicionar más sillas a las salas de clases, sino que ha de requerir un enriquecimiento global en insumos académicos. Hoy, por ejemplo, existen alrededor de 27.000 estudiantes en escuelas de derecho en el país y la pregunta es ¿hay en el país, 2.000, 2.500 académicos capaces de investigar, escribir y enseñar en esa área? También en el país hay en medicina, alrededor de unos 12.000 a 15.000 estudiantes, y se puede preguntar: ¿existen 1.000 o 2.000 académicos en medicina que sean capaces de llevar adelante la tarea docente y de investigación que requiere la formación médica en la sociedad del conocimiento?

Pienso que hay además, un problema que se debe medir seriamente: la sobreoferta. En muchos países se puede constatar un claro subempleo de profesionales universitarios, porque ha existido una sobreproducción de ellos en ciertas áreas como resultado de ciertos desarrollos de política en algún momento en el tiempo, sin medir las probables condiciones de empleo futuro. También puede estar ocurriendo eso en el caso de muchas carreras chilenas. Nótese, por ejemplo, que casi la mitad de la oferta profesional en Chile hoy son ingenieros comerciales, sicólogos, abogados y periodistas y la pregunta es porqué no ha existido mayor creatividad para diversificarla en el sentido del desarrollo que experimenta el país; porque así como producimos 1.000 ingenieros comerciales por año, producimos 50 ingenieros de mina por año. La pregunta es: ¿es todavía esta oferta adecuada a las necesidades del país? ¿Qué pasa con el mecanismo de señales de necesidades presentes y futuras a la oferta y demanda de formación profesional?

Estas cosas no se puedan resolver desde una oficina pública o de las atribuciones de una cierta autoridad que imponga limites al ingreso a las escuelas de derecho, por ejemplo, que defina una regulación para que no se enseñe periodismo durante un número de años. Eso no funciona así. Pero aun sostengo que sí es indudable que tenemos problemas en la estructura de la oferta y la inadecuación del mercado para resolver el problema. La mayor demanda tendrá que ser enfrentada con políticas de oferta entre las cuales está la acreditación de la calidad de las instituciones.

Uno de los planteamientos en fundamentales que a este respecto debe prevalecer desde el punto de vista económico, que una Universidad no es una fábrica de un bien de consumo cualquiera. Porque cuando se compra un bien y no gusta, simplemente se deja de comprarlo o se lo adquiere de otros proveedores. La verificación de la calidad de un bien es simple y directa por parte del consumidor, y ocurre un plazo potencialmente corto, pero la educación profesional es algo que se compra hoy y se recibe seis años más tarde, y entonces recién se sabrá lo que se compró. Además, no se puede cambiar de proveedor de educación tan fácilmente como irse de una tienda a otra. En tercer lugar, no se tiene información completa sobre cómo tiene lugar la producción de un profesional. Estas consideraciones hacen que el mercado educacional no sea trivial o simple como este mercado que les enseñamos a nuestros estudiantes de introducción a la economía, que pueden funcionar muy bien en el caso ideal, pero en cuanto a productos más sofisticados como conocimiento o formación profesional se constituye en un instrumento potencialmente peligroso en cuanto a asignador de recursos.

Este proceso de globalización, la revolución tecnológica y el proceso de ingreso a la sociedad del conocimiento, además de las presiones crecientes de demanda por educación superior, son los tres factores que en mi opinión modelan lo que va a ocurrir o lo que está ocurriendo con el sistema universitario nacional. Me parece que esta descripción somera sobre las fuerzas dinamizantes del cambio universitario da cuenta de los elementos más importantes que han de ser tenidos en cuenta.

III. Cómo se evidenciará el cambio que impulsan esos factores

¿Dónde se traduce y en qué tipo de direcciones se reflejan estas fuerzas que operan sobre el cambio del sistema universitario y en las propias universidades? Pienso que esto se da principalmente en seis dimensiones de nuestro trabajo. Primero, y desde luego, la enseñanza debe progresivamente adquirir estándares internacionales. Hoy es difícil alejarse de la realidad internacional del conocimiento, a menos que se elija ir detrás del avance científico y tecnológico en forma premeditada. Sin embargo, no es fácil tener noción de cómo podríamos enseñar medicina hoy en el contexto de 10 años atrás y no observando lo que ocurre actualmente, especialmente considerando cuanto cambia el conocimiento en un área como la bio-medicina, en el mundo que importa desde el punto de vista de la generación del nuevo conocimiento. Se dice que en medicina cada día está saliendo algo nuevo y distinto, y que se debe estudiar por sus implicancias directas en materia de investigación y docencia. Para eso, los académicos deben estar menos en los libros y mucho más en Internet y en la investigación. Menos, seguramente, en sus oficinas y mucho más en las conferencias con otros académicos del mundo, para estar al día, para lograr el roce internacional que les ha permitir estas en la frontera.

Medicina es un buen ejemplo. Ingeniería y Ciencias también lo son. La pregunta es: ¿habrán algunas áreas que estén excluidas de este impulso fundamental que apreciamos hacia la adquisición de estándares internacionales? Creo que no: cada vez son menos las áreas disciplinarias en que se puede aventurar la hipótesis que lo que ocurra en el resto del mundo es irrelevante. No lo es en Derecho, por cierto aunque pueda considerarse "más local"; tampoco en Arquitectura, en Arte, o en Sicología. La experiencia mundial está al lado nuestro en todas las disciplinas -no sólo en aquellas ligadas a la ciencia y la tecnología- y debemos estar en esa línea, si verdaderamente queremos cumplir con la precondición de estar enseñando en la frontera del conocimiento. Hay otra manera de hacerlo: basar la enseñanza en libros y con la mirada en el pasado. Desafortunadamente, eso tiene altos costos respecto del profesional o del graduado que estamos preparando, haciéndolo menos relevante en el mundo en el que deberá actuar. El proceso de internacionalización obliga a estar impulsando la frontera del conocimiento de distintas maneras, incluyendo la disponibilidad de académicos. Podemos hacer mucha investigación básica, mucho de transferencia tecnológica para traer el conocimiento básico desde otras partes del mundo, y trabajar en las aplicaciones a las problemáticas más relevantes para nuestra realidad. Pero ello precisa crecientemente académicos cuya investigación esté en contacto con la moderna investigación y la realidad internacional; ese es un reto significativo.

Esa es una primera consecuencia: se necesitan académicos con una cultura amplia, conectados internacionalmente, bien recibidos entre sus pares de otras latitudes, y que publiquen en el contexto relevante. De otra manera estaríamos confinando a un universitario a no llegar muy lejos, limitado en su visión temática y actualización, así como estará distanciado de la frontera del conocimiento.

A lo anterior se adiciona un segundo factor cambiante producto de las nuevas tendencias y que se relaciona con la creciente movilidad laboral internacional. Como sabemos, Chile ha firmado convenios comerciales con varios países: con la Unión Europea, también con Costa Rica, Corea, México, y los EE.UU. Esto va continuar y cada uno de esos acuerdos comerciales está teniendo un avenimiento que va a ser cada vez más frecuente y más explícito en términos de la movilidad laboral que se asocia al pacto comercial. Una precondición para que exista un sano movimiento de mercancías y de capitales es que también exista movilidad internacional del trabajo, especialmente en el campo profesional. Esto ha costado. Les ha costado a los canadienses con los EE.UU.; le ha costado también a México. Pero ya en Europa está cambiando la rigidez institucional que restringe dicha movilidad; hoy un francés puede trabajar en Alemania con mucho menos restricciones que aquellas que existían hace 20 años. ¿Qué va a pasar aquí, al próximo quinquenio o la próxima década en esta materia? Es muy probable que profesionales chilenos se desempeñen en cualquier parte del mundo, donde operen inversiones nacionales, donde funcionen transnacionales que también se desenvuelvan en Chile.

Por lo tanto, debemos preparar profesionales en esa perspectiva. Los profesionales de otra parte del mundo podrán también venir a desempeñarse aquí, y eso va a ser una realidad inevitable. Ello requerirá una formación local altamente competitiva y capaz de actualizarse. Todavía no gusta la idea de plena movilidad, aun se puede evitar aunque solo sea transitoriamente por medios de leyes y reglamentos. Incluso los Colegios profesionales y las propias universidades podrían una serie de prevenciones y presiones para que esto no ocurra. Pero, pese a todo, la mayor movilidad internacional va a ocurrir, aunque ello tenga lugar en cinco o diez años más; y se va a tener como un hecho normal el que médicos argentinos trabajen acá, tal cómo médicos chilenos se podrán desempeñar en Argentina o en otras partes del mundo. Eso también cambia bastante el esquema del trabajo universitario. No se está preparando profesionales sólo para competir aquí, en nuestro incipiente y reducido mercado, sino que, y dependiendo de su calidad, ellos podrán y deberán competir en otras partes del mundo o enfrentar mucho mayor competencia en lo doméstico. Esto pone ante nosotros un reto tremendo: se tiene que formar profesionales capaces de competir en el resto del mundo y cumplir, entonces, con estándares internacionales. Ese es un reto que tiene que ver con la estructura académica, con la forma en que se está enseñando, con la forma en que nos estamos desempeñando académicamente, y con la introducción de parámetros comparativos con el resto del mundo.

Un tercer desarrollo que se observa en el sistema de educación superior se refiere a la creciente competencia. Prevalece una clara competencia en la realidad nacional de la educación superior, ciertamente limitada por la poca transparencia y la notable asimetría de información que prevalece. Esa competencia irá aumentando junto con el crecimiento e internacionalización del sistema. Harvard ya instaló oficinas y un proyecto en Buenos Aires; y no quepa duda que habrá un Campus de Harvard en Buenos Aires. En Chile tenemos universidades extranjeras con un gran nombre que entrarán a la competencia sobre todo con la liberalidad que existe. Podrán esas universidades abrir una carrera de medicina, por ejemplo, y tendremos que competir con ellos. Eso tiene rasgos saludables pero envuelve retos formidables para las instituciones locales. También podrá aumentar el número de instituciones nacionales en vista al proyectado crecimiento en cobertura del sistema universitario y de educación superior. Actualmente, este proceso se ha frenado debido a las expectativas sobre la nueva ley de acreditación, como asimismo por las falencias en materia de financiamiento estudiantil. La mayor competencia debería promover mayor calidad, una más alta inversión en desarrollo académico y mayor transparencia e información sobre el contenido de la oferta y las perspectivas en el mercado laboral de sus egresados.

Se trata de un cambio que está a la puerta de nuestra realidad. Hoy en día se puede tener campos virtuales y educación a distancia, así incrementando la competencia y el reto que ello significa para las universidades del país. Hay varias universidades en que la enseñanza prácticamente no se está produciendo en las salas de clases, sino a través de Internet, como asimismo los trabajos de apoyo y las evaluaciones. Se puede participar de una conferencia en cualquier parte del mundo o dar una conferencia para cualquier parte del mundo, estando poco menos que en casa. Con el desarrollo de la tecnología, para Harvard, por ejemplo, va a ser muy fácil crear campus virtuales en muchas partes del mundo, implementando nuevas metodologías comunicacionales y de evaluación aplicada al desarrollo de una docencia en ambiente de gran competencia.

En la capacidad de desarrollar una adecuada respuesta a la mayor competencia, radica un reto importante. Creo que nuestro desarrollo va también en esta dirección: concretar nuestra capacidad de competencia y esto tiene que ver con la inversión que se está haciendo en el trabajo académico, en investigación, y mejores capacidades docentes. Se debe ser selectivo en las áreas que desarrollamos, ni siquiera una institución como la Universidad de Chile, que desarrolla todo el espectro disciplinario, puede actualmente decir que va a desarrollar todo lo posible. Se tendrá que privilegiar algunas áreas potentes, para poder tener una competencia también importante y no ocasionar una gran dispersión que debilite la calidad necesaria para ganar en una competencia transparente.

Un cuarto desarrollo observado -aunque aún de forma muy preliminar- se refiere al cambio en los enfoques docentes. Debe producirse un cambio fundamental en el perfil profesional de los profesionales universitarios que se deben preparar para el futuro. Antes, un abogado, por ejemplo, estudiaba el 95% de su tiempo en la Escuela, cursos de derecho que lo habilitaban y especializaban para un adecuado ejercicio. Hoy se está demorando 7 ú 8 años en titularse un profesional, lo cual requiere en teoría cinco o seis. Por ejemplo el Ingeniero Comercial estudia alrededor de seis años y el intento de las universidades se orienta a formar un Ingeniero Comercial especializado, sea en el área administración, marketing o economía. En general nuestros profesionales toman largo tiempo en formarse y adquieren una formación profesional de relativamente alta especialización.

Eso, en la práctica, sirve cada vez menos en términos de los desarrollos del mercado laboral. Con la velocidad del cambio técnico, cuando salen con su título debajo del brazo, lo único que a nuestros profesionales les ha de servir efectivamente consiste en su formación general en el área disciplinaria y la actitud de investigación, de buscar y de aprender más. La especialización se adquiere en el desempeño laboral y en el posgrado. Nos adentramos así en un terreno de gran importancia actual: las universidades deben desarrollar competencias, basarse menos en currículos rígidos y buscar ciertas habilidades y destrezas que demanda la cambiante realidad laboral. En el pasado, una universidad preparaba un profesional que salía al campo laboral luego de un extenso período de formación, cosa que facilitaba la gratuidad. Como el cambio técnico era lento y, además, era poco significativo, el profesional se adaptaba rápidamente al proceso productivo, y podía utilizar sus conocimientos por largo tiempo. Pero hoy no es así. Una empresa necesita un profesional con capacidad de aprender todo lo nuevo que está pasando y, por lo tanto, las competencias que tiene que tener ese profesional son muy distintas de aquellas que se formaron tradicionalmente en la universidad.

Asimismo, el profesional de hoy necesita una formación más transversal para hacerse cargo de la interdisciplinariedad de su quehacer. Es cada vez más evidente que el abogado necesita saber algo de estadística, y de política internacional, tal como el economista necesita saber un poco de historia de la cultura, o el médico necesita ética y filosofía, o los historiadores un poco de lógica formal. El sistema va a ir evolucionando hacia una formación que tenga un contenido transversal más amplio y, por otro lado, este crecimiento en la cobertura del sistema universitario al que he aludido, va a producir también el hecho que el paso de la enseñanza media a la universidad, que todavía es bastante traumático, vaya a ser una cosa mucho más natural debido a la existencia de programas transversales de ingreso. De manera que la universidad va a tener que proveer también más continuidad a partir de la enseñanza media para poder perfeccionar sus procesos de selección al interior de la institución. Esto nos lleva a pensar que la universidad va a estar más bien caracterizada por programas comunes de ingreso, como fue el propedéutico en la década del 60 en Concepción, y que es la experiencia que estamos desarrollando en la Universidad de Chile: tener cursos de formación general para todas las carreras. Porque es también altamente formativo que ingenieros compartan con sociólogos en la misma clase, reciban el mismo conocimiento y puedan sentirse más en una universidad desde el punto de vista de la transmisión del conocimiento y del contacto con otros. Eso está ocurriendo y, por lo tanto, en el futuro no se va a ingresar a carreras, se va a ingresar a estos programas generales; dos años quizás, un año de formación general para todos y luego un año de formación en los cursos básicos, por área, donde se aprenderán las matemáticas, la química, la física y sólo desde allí seleccionarán las carreras o postgrados. Hay muchas carreras en Chile que deben dejar de serlo desde la base y ser más bien especialización de posgrado. Y ello ha de ser también un campo de profundas transformaciones.

Habrá opciones distintas. Pero definitivamente vamos a cambiar hacia un sistema que reflejará una universidad más universal y más transversal, desde el punto de vista de la formación y del entrenamiento. Esto va a llevar asociado otro cambio en el cual ya estamos trabajando también todas las universidades: acortar la duración de las carreras. Por dos razones: uno, porque no se puede decir que vamos a tener un año de formación general, más lo que actualmente duran las carreras; el abogado no estaría siete años, sino ocho, y eso es inviable, tremendamente costoso desde todo punto de vista. Hay que dimensionar las carreras en función de las competencias que queremos desarrollar. Las competencias básicas, necesarias en el mercado, en la realidad laboral, en cualquier ámbito profesional. La experiencia de la Unión Europea, con el programa de Bolonia, en que hay una transversalización de programas, para poder hacer fácil que un estudiante de sociología, por ejemplo, se puede ir a seguir su curso en otra universidad o con su propia formación se pueda integrar en otras áreas, de manera que haya efectivamente una movilidad que hoy no existe en las universidades. Hay ahí, para eso, un sistema de equivalencia de créditos basado en la cantidad de horas que se emplea en cada actividad académica. En la actualidad, en la experiencia universitaria nacional, por el contrario, es prácticamente imposible para un estudiante cambiarse de carrera. Tal posibilidad es bastante restrictiva; se ha observado que es difícil que un estudiante de economía, por ejemplo, que quiere tomar un curso de sociología pueda efectivamente hacerlo y aunque lo haga, que le reconozcan eso como parte de su currículo en economía. Hay grandes rigideces porque nos hemos preocupado en el tiempo de crear estos túneles que son las carreras, donde se entra y sale eventualmente con el título profesional y donde no hay comunicación entre dichos túneles; eso debe cambiar. Se debe acortar el largo de estos túneles y transversalizar la base, el comienzo de ellos para que los procesos de selección, además, sean más fluidos.

El intento de transversalizar y reducir la duración de las carreras lleva asociado otro elemento; la especialización que precisa la formación en cualquier ámbito disciplinario debe llevarse a cabo en los postgrados y postítulos. Los postgrados, son todavía considerados como el aditamento que se puede elegir o no como complemento a la formación profesional. Pero hay que empezar a concebirlos más bien como parte de la formación necesaria para un adecuado desempeño laboral. Es decir, si un abogado quiere ser efectivamente un especialista en derecho procesal, una vez que tenga su título de abogado podrá ingresar al doctorado que corresponda para obtener su especialización de dos años más en el terreno que quiera. Podrá hacerlo en otras partes del mundo también. Pero debe haber un continuo entre la enseñanza de pregrado y postgrado. Actualmente no existe ese ligamento y por esa razón Chile produce una cantidad insignificante de doctorados. Por el contrario, un país que quiere lograr su desarrollo económico, que quiere entrar a competir con los grandes, que quiere dejar de privilegiar solamente la producción basada en los recursos naturales y entrar en producción tecnológicamente más sofisticada, necesita conocimiento, inteligencia e investigación basada en la producción. Eso se consigue en los programas de postgrado. Pero los programas de postgrado son limitados y esto tiene que cambiar por la vía del adecuado financiamiento y el desarrollo de un sistema nacional de investigación de calidad. Por lo tanto, vamos a observar en el tiempo universidades que van a tener postgrados más fuertes, más amplios y más conectados con la formación previa.

¿Qué pasa si no hacemos eso? Va a suceder lo que ha pasado históricamente: que nuestros profesionales acudirán a los postgrados en universidades extranjeras; y en consecuencia, los mejores cerebros se quedan en otras latitudes. Esto nos ha pasado a todas las universidades: se pierde capital humano. Si no somos capaces de tener una oferta atractiva de posgrado, vamos a perder mucho capital humano. Eso nos obliga a que, como universidades, tengamos que adoptar una política, una actitud distinta en materia de postgrado.

Un quinto desarrollo que debe producirse en el sistema universitario se refiere al aspecto docente. Me parece que tenemos que cambiar las metodologías de enseñanza en la universidad. Esto va a tener que ir ocurriendo porque el cambio técnico ya está entre nosotros disponible para implementar un cambio decisivo en esta materia. Por lo tanto, se debe ser más una universidad con tecnología a distancia, y con tecnología infocomunicacional. Esa vieja clase en la escuela de Derecho en que el profesor hablaba una hora y media frente a sus estudiantes o aquella del profesor de Ingeniería que junto a la pizarra estaba una hora y media escribiendo fórmulas, va a ser parte del pasado. Hoy necesitamos clases más interactivas y con medios distintos. Los estudiantes van a tener que preguntar más y el grupo del curso va a tener que ser un grupo de búsqueda de información y de respuesta a problemas, más que la pura entrega desde el profesor al estudiante. Esa es una cuestión quizás obvia, pero importante de señalar porque a los académicos les está costando asumir esta realidad, en que los alumnos pueden manejar más información puntual que ellos mismos, y su liderazgo estará permanentemente siendo puesto a prueba.

Recientemente, el MIT, Instituto Tecnológico de Massachuset, puso en su página web todo el programa y todo el material de respaldo de su trabajo docente. Es decir no hay secretos en lo que se proporciona a un estudiante. Por lo tanto, disponemos de una página web y puedo saber exactamente qué se está enseñando hoy en el MIT, con toda la información, los documentos de respaldo. Eso será cada vez más frecuente y pondrá de relieve el tema de calidad comparativa. Un estudiante puede tomar eso y preguntar acerca de lo que está pasando desde el punto de vista de su profesor, quien muy probablemente no esté enterado. Por lo tanto, la clase hay que construirla metodológicamente de una manera distinta, y una de las grandes preocupaciones que tenemos hoy en la universidad es ¿cómo avanzar rápido en el reentrenamiento docente para profesores que tienen que ponerse al día en esta perspectiva de mayor diálogo? Ser efectivamente un líder en la clase, porque la clase no se puede transformar en una conversación solamente, ese es uno de los propósitos centrales del cambio en marcha. El tiene que saber hacia donde dirige la investigación que promueve el curso y qué contenido quiere desarrollar pero sobre la base de esta interacción con los estudiantes, conjuntamente con la interacción con la red.

Hay un reto fundamental que está derivado del tema tecnológico y ese reto es más importante en las clases que tienen que ver con cuestiones prácticas, laboratorios, prácticas profesionales y otros. Eso también es un tema que hay que abordar con urgencia y decisión.

Un sexto desarrollo se refiere al tema de la investigación. ¿Cómo vamos a poder enfrentar este mundo que viene si las universidades no son efectivamente también creadoras de conocimiento? Se puede, como ha sido hasta ahora, tener instituciones universitarias que replican conocimiento, porque todavía, como he dicho, el cambio técnico, las revoluciones, se producen en tiempos aún largos. Pero cuando se produzcan cada cinco meses, la única manera de estar al día no será leyendo los artículos publicados, sino que haciendo investigación que tenga que ver con el tema, en forma activa e integrada con los centros más relevantes. Esta cuestión será definitivamente impostergable.

Por lo tanto, una universidad debe estar más orientada a investigación como insumo para la docencia. La investigación también es insumo para otras cosas: transferencia tecnológica, o simplemente creación de conocimiento básico, aunque ello no justifique en la actualidad la existencia de poca vinculación entre la investigación y la docencia. Las universidades más complejas del país se enorgullecen de decir que los profesores dictan clases una vez que han salido del laboratorio, y parte de lo que están enseñando corresponde a lo que han estado haciendo en aquel laboratorio. Eso está muy bien, no es solamente la réplica de lo que está en los libros, pero aquello va a tener que ser mucho más la realidad insustituible en el futuro.

Lo anterior me lleva a otra consideración que tiene que ver con la estructura del sistema y que se deriva de lo mismo. Creo que se va a transparentar mucho más la diferencia entre tipos o estilos de universidades. Eso existe, pero se utiliza como una acusación, contra instituciones de estructura más simple y de orientación puramente docente, lo cual lo considero ni pertinente ni justo. Hay y habrán más marcadamente universidades complejas; es decir entidades que hacen docencia de pregrado, docencia de postgrado, investigación y en un amplio arco de área disciplinaria. Conocemos algunas universidades en el país que hacen eso. Otras, sin embargo, estarán más bien acotadas a ciertas áreas disciplinarias y esa es una experiencia también que conocemos en el mundo. Es decir, no todas las universidades pueden ser iguales, grandes universidades que tengan un importante número de departamentos, de facultades en todas las disciplinas desde la física nuclear hasta la danza o el arte.

Habrán universidades que estarán especializadas en el trabajo de postgrado, en el trabajo de investigación y docencia de pregrado, en ciertos ámbitos disciplinarios. Hay universidades, como alguna vez se pretendió hacerlo en Chile, en el ámbito técnico; universidades que estén más concentradas en la arquitectura, en el arte, en el diseño u otras en las áreas de la salud. No significará que las primeras sean mejores que las segundas, son simplemente instituciones distintas y por eso, es importante que se pueda evaluar la calidad de las instituciones no tomando como modelo la Universidad de Chile, por ejemplo, porque no todas las instituciones deben ser ella o como cualquier otra universidad compleja. Debe haber una diversidad y deben haber proyectos distintos, aunque proyectos universitarios de calidad en su diversidad.

Hay un tercer rango que corresponde a las universidades docentes. Estas universidades forman profesionales distintos, más en una línea de repetición del conocimiento existente, mientras aquellas otras están más en contacto con la frontera del conocimiento basado en investigación. Pero eso no significa que las universidades docentes sean universidades de segunda categoría; simplemente son universidades distintas; en EE.UU. se llama "college", que entrega formación disciplinaria, pero que no son equivalentes a la universidad que realiza investigación y posgrado.

IV. Consideraciones Finales

El sistema universitario chileno está sufriendo serios embates provenientes de los cambios en el escenario nacional provocado por fenómenos internos y externos. Dentro de los primeros cabe enunciar el significativo incremento en las tasas de cobertura de la educación superior, que son dinamizadas por el propio crecimiento económico, la diversificación productiva y la propia expansión en la oferta educativa. Cabe solucionar problemas de cierta gravedad a este respecto, como es el financiamiento estudiantil y el que representa la insatisfactoria cobertura que aún manifiesta la educación técnica superior en comparación al crecimiento en las carreras universitarias tradicionales. Lo primero, tiene que ver con el simple hecho que la expansión en la cobertura del sistema se estará dando progresivamente en segmentos de clase media y clase media baja, mientras que lo segundo tiene que ver con el efectivo potencial de empleo que manifiesten los egresados de carreras universitarias en alta demanda.

Dentro de los factores externos, se ha mencionado en este trabajo la internacionalización creciente del trabajo universitario, como asimismo el profundo cambio tecnológico que está afectando lo comunicacional y los instrumentos de enseñanza-aprendizaje a todo nivel. Estos cambios presentan desafíos muy directos para el desempeño universitario, bajo la amenaza de una competencia directa a nivel nacional y planetario, además del reto que representa la innovación en estrategias docentes y de investigación que se acoplen efectivamente al ritmo ascendente del conocimiento. En este ámbito, la movilidad internacional del trabajo, específicamente del trabajo a nivel profesional, impone desafíos de significativa importancia a las universidades y a la calidad de estándar internacional que logren incluir en su trabajo.

Estos significativos retos están encontrando respuesta en materia de internacionalización del trabajo universitario. En cada uno de ellos ha de primar la calidad en el hacer, puesto que existe una enorme externalidad asociada al trabajo universitario que realiza cada institución, y que se visualiza en la exposición internacional en el mundo de rápida comunicación que se vive actualmente. Garantizar la calidad es, pues, un instrumento de fundamental importancia considerando la externalidad que causa, a nivel de país, una buena o mala respuesta frente a los desafíos que hoy día impone el mundo.

Las universidades chilenas tienen una bien ganada reputación en Latinoamérica y el mundo, La misma se gestó a partir de los años sesenta, cuando florecía la influencia de la Universidad de Chile en la región y existían convenios de colaboración internacional de indudable proyección en el tiempo por medio del desarrollo disciplinario. Hoy en día, ese prestigio bien ganado ha sido ratificado con la inclusión de la Universidad de Chile dentro de las mejores 400 universidades en el mundo, y una de las siete latinoamericanas en el ranking encargado por la unión europea. Por ello, existe confianza en que el avance en los días actuales frente a los nuevos retos y desarrollos del mundo universitario, se fundamenta en el sólido liderazgo de la Universidad de Chile y de otras instituciones tradicionales que han probado su calidad e influyente desarrollo a través del tiempo, y a pesar de adversos escenarios políticos internos. En los días de la internacionalización y de la sociedad del conocimiento, las universidades chilenas se preparan para dar una respuesta efectiva, diversa, de calidad y consonante con la histórica tradición de la educación chilena.


Concepción 18 de agosto de 2004.

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