Comentarios del Rector de la Universidad de Chile, sobre el libro "Equidad y calidad de la educación en Chile. Reflexiones e investigación de eficiencia de la educación obligatoria (1990 - 2001)"

"Equidad y calidad de la educación en Chile. Reflexiones e investigación de eficiencia de la educación obligatoria (1990 - 2001)", de los Profesores Jesús M. Redondo, Carlos Descouviéres y Karina Rojas.

En su prólogo a este libro, Jorge Pavez expresa que su contenido constituye un tanto de "oxígeno puro llegando a un ambiente contaminado por la visión unilateral y hegemónica de quienes quieren hacer de la educación sólo un negocio o una mercancía". Ciertamente, el libro constituye un aporte a la discusión seria sobre la eficiencia del sistema educativo y de las variables que lo afectan, así como con relación a la diferencia que este concepto envuelve respecto a aquel de "eficacia", y que es el usualmente medido por los resultados de pruebas nacionales. El análisis no parte de precondicionantes ideológicas, sino solamente de la visión común a los educadores y cientistas sociales de que la educación tiene insumos y productos de naturaleza estrictamente social. Como señala Viola Soto, "las investigaciones que han aplicado las variables externas a la escuela señalan que, en primer lugar, el índice de vulnerabilidad afecta al puntaje de las pruebas, así como enseguida la educación de los padres y luego la inversión alumno". Para analizar el impacto efectivo de estas condicionantes, los autores explican los puntajes observados en las pruebas SIMCE y en la PAA por insumos escolares y extraescolares, contando dentro de los últimos aquellos factores que no pueden asociarse a la actividad escolar, y que no pueden considerarse controlados por éstas. Utilizan para ello un análisis estadístico de regresión, que les permite separar el efecto de distintas variables sobre el fruto del proceso escolar en términos de puntajes.

El resultado principal de este análisis, que fluye a través de los distintos capítulos de este trabajo, es que el índice de "eficacia", que reproduce el efecto escolar y excluye aquello que pertenece estrictamente al ámbito social o previo a la escuela, experimenta un cambio sustantivo respecto del índice de eficiencia que se ha de medir solamente por medio de los resultados directos de las pruebas. Y lo más importante, en sus conclusiones, es que nada muestra que la educación privada sea más efectiva que la educación pública; por el contrario, los autores señalan que en las escuelas públicas existe un aumento de eficiencia en el período estimado. ¡Conclusiones oportunas en los días que a todos se nos pretende convencer que estamos luchando por la causa equivocada!

No es cierto, como fehacientemente se establece en esta obra, que la distancia de calidad entre los establecimientos municipalizados, privados subvencionados y privados, entendida como resultado del SIMCE, cuando se neutralizan las condiciones externas, sean muy favorables a la educación privada. Notable observación, que los padres deberían leer con cuidado: es posible que a través del "mercado educacional" no estén efectivamente adquiriendo educación, sino una especie de suntuario que está pagado por encima del precio que correspondería. En realidad lo que obtienen sus hijos es certificación, puesto que un componente importante de lo que exhiben como logro los colegios, lo traerían, ni más ni menos, que de sus propios hogares. Indican los autores, además, que los resultados de las pruebas estandarizadas aplicadas al aprendizaje no muestran si una escuela es buena o menos buena que otra, sino la diversidad socioeconómica y cultural de los sectores de que provienen los alumnos.

La implicancia más fundamental de los hallazgos de Redondo, Descouviéres y Rojas es que la divulgación mediática de la interpretación falaz de los resultados de las pruebas nacionales [como de hecho se conduce habitualmente por los medios de comunicación y por los observadores del proceso] está influyendo en la mayor segmentación y estratificación de la sociedad chilena y en que no las pruebas, pero sí las escuelas, practiquen la selección para mantener el "ranking" medido.

Se trata de contundentes conclusiones, que retan a considerar el problema más allá del ángulo financiero o definitivamente ideológico que ha permeado la discusión sobre educación y educación pública en los últimos años. La Concertación fue convencida de que la educación pública era (o es) una especie de relicto del pasado, una franca valla para el progreso material e ideológico de la sociedad chilena, y que debía continuarse con una extensiva privatización de la educación. Con ello se seguía el modelo "exitoso" de la privatización de la gran industria, de los servicios del Estado, de la Previsión, de la Salud y de casi todo. Así se ha hecho en educación, y los números están allí para poner de relieve la magnitud de la privatización explícita e implícita (como es la subterránea privatización de las universidades estatales, que se han privatizado filosóficamente y por intermedio del cada vez mayor componente privado en su financiamiento). Desde el informe sobre educación preparado en el Gobierno de Aylwin, se ha propendido -por parte de los autores y sus seguidores activos funcionarios del Ministerio de Educación- a practicar la sana doctrina de que la mejor política de Estado, es no tener ninguna política y dejarle estos asuntos al mercado.

Quizás sea por eso que, a menudo, las discusiones sobre los resultados SIMCE o PSU siempre "favorecen" a la visión privatista, sobre la base del argumento simplista que los resultados observados para este sector son definitivamente mejores -y los participantes, interesados o no, en este debate, se esfuerzan a menudo por demostrar que no hay modo en que los colegios públicos puedan siquiera insinuar una mejoría. La consecuencia fatal es, como indicó claramente uno de los líderes privatistas nacionales, que las escuelas públicas deberían seguir el camino de las AFP: todo a administración privada… con un subsidio a la demanda por parte del Estado.

Por cierto que esas visiones observan al producto educacional como una mera composición de puntajes o metas cuantitativas. Los bienes públicos que se asocian a la educación son, sin embargo, bastante más sofisticados y depurados que un simple promedio SIMCE o PSU. Se trata, además, de producir una actitud que propenda a la integración nacional (nada de eso es algo que se pueda promover por incentivo privado basado en resultados financieros). Asimismo, el desarrollo de un sistema escolar no basado en un dirigismo estatal requeriría tener un referente de calidad, provisto por la educación pública, lo cual justifica modelos de amplia y bien financiada educación pública en países tan poco estatistas como EE.UU., Inglaterra o Japón. Al mismo tiempo, uno de los objetivos o resultados asociados a la educación pública es promover movilidad social, ya que la educación vista como un bien transado en el mercado tiende solamente a producir más de lo mismo en términos de estructuras sociales y económicas, y quizás tienda aún a profundizar la segmentación de la sociedad.

Este libro pone de relieve, con números basados en un bien diseñado estudio estadístico, que quienes hemos defendido a la educación pública hemos estado en lo correcto al afirmar que el resultado va más allá de los puntajes, y que el insumo escolar va más allá de profesores, aulas y bibliotecas. Los autores han proporcionado artillería pesada para que exista una actitud distinta por parte del Estado y del Gobierno; pero lo más probable es que este libro no se lea en las esferas que corresponda. Por ello, habrá que llevarlo a las escuelas, a los padres, a la sociedad, para que de allí surja el rescate que amerita nuestra educación pública, a medio destruir por políticas cortoplacistas y basadas en "impresiones" e ideologismos, más que en evidencia dura como la que aquí se nos presenta.

Supongo que el análisis estadístico presentado en este estudio puede sofisticarse aún más, para escudriñar la sensibilidad de los resultados a especificaciones más complejas de los modelos y las técnicas de estimación. También es posible que pueda encontrarse en el modelo básico una serie de otras implicancias y supuestos implícitos que permitan enriquecer el análisis. Todo lo que se pueda hacer en esa dirección es importante, para no proveer espacios que permitan a los enemigos ideológicos de la tesis central, parapetarse estratégicamente, aunque sólo sea sobre la base de un argumento técnico. Supongo también que estos resultados serán consistentes aún con cambio de muestra, ya que la explicación que subyace tiene un alto componente estructural. Tengo también la sensación de que esta investigación está en la línea de lo observado en otros países, y en ese sentido también sería útil que, en una segunda etapa, los autores miraran también con cuidado los estudios comparativos. En lo personal, estoy tranquilo con la limpieza del análisis, la contundencia de los resultados y lo prudente de las conclusiones, siempre a la espera de resultados que propendan a una mejor extensión.

Deseo agregar dos comentarios a lo ya dicho sobre el contenido general del libro y al análisis que plantea el modelo estadístico utilizado. Me quiero referir a dos reflexiones que se nos plantean en el libro por parte del profesor Redondo. Una primera, es aquella acerca de si acaso ha estado ocurriendo un fraude en materia de política educacional, ya que la asignación de relativamente mayores recursos al sector relativamente menos eficaz, envolvería una especie de engaño. Me parece a mí que el gran defecto de la política educacional es precisamente, el de asignar recursos sobre la base de indicadores de eficacia y no de eficiencia. Tiene razón Redondo en que la política debería observar la dimensión socio económica de manera explícita -nuestro viejo tema de la movilidad social!- con lo cual se validaría el enfoque de eficiencia para financiar mejor a las escuelas más desvalidas y promover su mejor hacer. Pero la práctica consiste en excluir esos factores socioeconómicos -como si nada tuvieran que ver con el hacer educativo y sus resultados, como plantean los extremos militantes del modelo conservador- y asignar recursos sólo por la "punta del iceberg" que se puede ver, esto es, los puntajes y resultados objetivos del sistema. Si hay un fraude, éste radica en las bases mismas del modelo asignativo que la Concertación no cambió y heredó del Gobierno Militar.

Lo segundo que deseo comentar son sus acertadas apreciaciones sobre el carácter peculiar del "mercado educativo". Me gustaría reafirmar las cosas que él argumenta para adicionar, como economista, que este es un mercado incompleto: falta allí la información que el consumidor requiere para ejercer su "soberanía". Falta la movilidad que el consumidor requiere para "arbitrar" precios, puesto que las instituciones educativas monopolizan una vez que adquieren al consumidor. Lo que se transa consiste en un bien a futuro -es decir yo compro hoy algo cuyo valor efectivamente conoceré luego de mi graduación, años más tarde. El bien transado viene en un paquete que incluye: adscripción a valores, pertenencia a ciertos grupos sociales y un enorme componente de consumo (la educación vale per se, y no sólo y necesariamente como algo que afecta la productividad laboral futura). Es decir, el mercado que sueñan aquellos que desean convertir a la educación en un conjunto de instituciones como las AFPs, es bastante más complejo, mucho más difícil de definir, y ciertamente cuestionable en cuanto pueda determinar precios y volúmenes eficientes, debido a la presencia de externalidades sociales de enorme incidencia.

El libro que he comentado contiene ideas de gran valor, que deberían discutirse en sus implicancias, mucho más de lo que serán en el ambiente político y ministerial. Hemos perdido hasta las opciones de discutir estos temas, ya que habría que radicar esa tal discusión en alguna ONG o simplemente en alguna empresa propietaria de un conjunto de establecimientos -claramente no interesados en este tema- o en organizaciones municipales, que por sus múltiples tareas y preocupaciones distintas a la educación no sentirán también un gran ímpetu por abordar estos complejos problemas. A nivel de la autoridad no hay tiempo, simplemente, para estos análisis, ya que hay que estar despejando temas y declarando sobre aspectos de la política global, que distrae de estos elementos importantes, pero menos en la lógica del corto plazo que se privilegia. Están, por cierto, las universidades, que por su estructura de financiamiento las veo cada vez menos interesadas en usar tiempo y esfuerzo en estas cosas que producen ideas, pero que quizás no sean directamente rentables. También son posibles interlocutores las asociaciones de padres y profesores, mucho más proclives a considerar con prioridad aquello que se traduce en lo visible: mejores puntajes (mayor eficacia) produce reconocimiento, premios y acceso a mejores oportunidades. No quiero proveer una visión desalentadora, pero junto con apreciar un libro uno debe pensar en las audiencias potenciales, que en este caso requerirá pensarse mucho más de lo que yo o cualquiera pueda decir a este punto.

Felicito a los autores por su empeño, su claridad y su compromiso con la investigación. Me sorprendió que dos sicólogos y una estadística estuviesen interesados por abordar un tema en educación, que por múltiples razones no parece atraer como tema de análisis a los miembros de la profesión de educador. Sorpresa grata, porque he visto competencia técnica, claridad de propósitos y una gran información sobre el tema educacional como debe verse en los días actuales. Por ello, mis felicitaciones son aún mayores, en la expectativa de que el sendero que han marcado se seguirá abriendo con más aportes sobre estos delicados e importantes problemas.

Como Rector de la Universidad, me place ver que el uso de recursos para apoyar -aunque sólo sea marginalmente- a la investigación por parte de nuestro Departamento de Investigación de la Vicerrectoría respectiva, exhiba esta manifestación tan clara y sólida de calidad e impacto. Cuando los Fondos Nacionales de investigación no proporcionan, por el diseño de sus tareas, ayuda a la buena investigación en Ciencias Sociales, son las propias universidades las que deben apoyarlas, porque es crucial contar con buena investigación en las áreas humanas, si es que verdaderamente valoramos el humanismo en el hacer universitario, especialmente en instituciones complejas.

Vaya también a la Facultad de Ciencias Sociales mi felicitación por esta muestra de relevancia en el trabajo, de competencia de sus académicos, y de compromiso con los temas de futuro para Chile

He lamentado mucho no poder estar físicamente en la presentación por encontrarme fuera de Santiago cumpliendo deberes institucionales. Pero no quería perderme de decir lo que inspiró en mí este libro, convencido hace mucho tiempo de que necesitamos defender y proteger con toda fuerza a la educación pública chilena, si es cierto que queremos lograr un país desarrollado y más justo.

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