Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Aniversario del Instituto Nacional Barros Arana.

(Transcripción)

Cuántos años, quizás, que no se escuchaba en este hall magnífico el himno de la Universidad de Chile. Si hasta don Diego se quiso poner de pie para escucharlo y que sea entonces éste no sólo el homenaje de la Universidad de Chile al cumpleaños del Instituto Nacional, sino que sea también el símbolo claro de que la educación pública de este país es una sola y que la Universidad de Chile es la cabeza y el transatlántico mayor, pero que aquí todos somos miembros de la misma comunidad, que estamos destinados, encomendados por nuestra sociedad, para darle educación a todos los chilenos, independientemente de su cuna y de su situación socioeconómica.

Este Internado se fundó en años decisivos de la República, eran los años de un debate político, económico y social de gran trascendencia y los participantes en aquel debate de la primera década del siglo pasado, Mac-Iver, Letelier, Encina, Subercaseaux, Palacios y tantos otros, indicaban entre otros de los factores muy importantes que explicaban la desaceleración del país, lo que en ese entonces se llamaba la crisis del país, indicaban a la calidad de la educación y señalaban que ése era el factor que reprimía el potencial de crecimiento del país, que sí había tenido un crecimiento efectivo en dos décadas anteriores en el siglo XIX, pero decían que en gran medida la frustración que el país estaba viviendo se debía a la calidad de su educación y, ciertamente, cuando uno está hoy día, en la primera década del siglo siguiente, se da cuenta de que estamos quizás en la misma encrucijada, que sin mejor educación no es posible en modo alguno de sostener aquello que se dice en los discursos de que Chile dará un salto fundamental al mundo en desarrollo; no habrá desarrollo como lo prueba la experiencia del siglo XX, si no hay realmente educación de calidad y este Instituto, esta fundación que se realiza a comienzos de ese siglo, responde precisamente a ese reto que empezaba a enfrentar el estado chileno, que había partido con la fundación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y que siguió con una oleada de fundación de colegios de gran nivel, todos los colegios del estado, como el Liceo Amunátegui, aquí cerca, que desde 1896 tenía ahí en la esquina un orgulloso cartel impreso en la muralla que decía "Liceo del Estado" y que fue vergonzosamente borrado en la década de 1980 como si fuese un pecado que el estado tuviese una apuesta, que tuviese una opción, que tuviese una oferta de educación para los chilenos.

El Internado Nacional como esta gran oleada de colegios públicos y el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile dieron lugar al surgimiento más importante de una actividad educacional en Latinoamérica y dieron paso a miles de jóvenes que egresaban no sólo con un potencial de conocimiento, sino también un corazón lleno del orgullo de ser formados por el estado y dispuestos a entregar también para el estado y la sociedad chilena. Y es producto de eso que cuando uno va todavía a otros países latinoamericanos, allí se replicó esta experiencia chilena, y muchas veces en varios casos fueron educadores chilenos los que dieron forma al sistema educacional en países como Costa Rica, o la fundación de la Escuela de Pedagogía en Venezuela, o la generación de la experiencia de los liceos en Ecuador, es decir, este Internado, en su fundación y desde su fundación, fue diseñado para cumplir una labor fundamental de estado, con una visión de estado y con una visión de país. Pero más tarde ocurre que nuestra educación pública se empobrece, bajo el dictamen, primero, de que todo lo público es ineficiente, pero también bajo el dictamen de que en realidad el tema de la calidad importa menos si existen adecuados incentivos para que el propio sistema lo genere desde dentro. Y lo que vemos hoy día como resultado es en mi opinión preocupante porque uno observa una brecha entre la educación pública y la privada que es inaceptable. Cuando uno observa esa brecha en la década del 60 y compara, por ejemplo, los puntajes del bachillerato, o de la Prueba de Aptitud Académica entre colegios públicos y privados, uno observa o bien un empate o bien una ventaja para los colegios públicos. Cuando uno observa esa brecha en la década del 90 o a comienzos de los 2000, uno lo que observa es que en promedio los colegios públicos están 30% debajo de los colegios privados. Cuando uno observa el promedio de la educación en los años 60 se da cuenta que es una educación fuerte, convencida, donde los egresados realmente adquieren conocimientos y potenciales efectivos. Cuando uno los observa en los días nuestros, la educación en promedio no potencia efectivamente a los jóvenes para el desempeño adecuado ni en la vida del trabajo ni en la universidad. Cuando uno en la década del 60 ve que era la educación chilena un modelo para Latinoamérica, uno lo que observa hoy día es que en cualquier prueba que se aplique, Chile aparece en la cola de la distribución en países que tienen muy similar y además muy bajo ingreso per capita muchos de ellos. Entonces yo creo que ha llegado la hora de reconocer que no hemos hecho bien, que ha llegado la hora de reconocer que necesitamos tener una visión de estado y de país sobre un problema que afecta a todos los chilenos. Ha llegado la hora también de reconocer que cuando se habla de oportunidades, que cuando se habla de mejorar la distribución del ingreso, que cuando se habla de crear efectivamente una democracia sólida no hay instrumento más potente, más efectivo que la educación, y particularmente la educación que se entrega a los más pobres. No es justo que a los más pobres se le dé una educación más mala. No es justo que a la educación pública se la mantenga en un estado de desfinanciamiento y de incertidumbre permanentemente. No es justo que se compare a la educación pública con la privada como si hubiesen tenido igualdad en su desarrollo y en su potencial. Creo que ha llegado la hora de que los debates en el país tengan menos que ver con las fotografías en los medios y tengan mucho más que ver con los argumentos que tiendan a defender los valores efectivos que el país necesita potenciar para ser efectivamente un país en desarrollo.

Y es una tarea difícil defender hoy día la educación pública. La Universidad de Chile asumió esta tarea de defensa desde hace algunos años y hemos encontrado en eso aliados importantes y poderosos. Yo quiero rendirle aquí un homenaje a uno de esos aliados, un hombre que ha dedicado su vida a la educación y que ha logrado poner el empeño a su trabajo en los resultados que se observan, al Rector del Instituto Nacional profesor Sergio Riquelme que está acá. Con él hemos trabajado tanto y hemos soñado tanto para poder hacerlo mejor. Somos vecinos, no sólo físicamente, somos vecinos de ideales, de ambiciones y también en una cuestión que es muy fundamental y en la cual él me ha enseñado a mí, que es el cariño por los jóvenes. Yo creo que esta hermandad que hemos construido con el Instituto Nacional y que estamos construyendo con el Internado Barros Arana y que estamos construyendo con el Liceo Nº 1 de Niñas y que estamos construyendo con el de Aplicación y con el Lastarria y con tantos otros, es la fórmula para potenciarnos, para crear una base de desarrollo eficaz, Sergio Riquelme ha sido un impulsor de las reuniones de los colegios públicos de Chile para discutir sobre los temas de educación y hemos trabajado duro en eso y hay que seguirlo haciendo. Yo quiero que quien siga en el Instituto Nacional a cargo de esa institución tan emblemática siga construyendo ese camino, pero todo esto será inviable si no tomamos decisiones fundamentales respecto a las políticas educacionales. No puede ser que a los rectores de las universidades públicas les digan que el problema del financiamiento de los estudiantes es un problema de ellos y que, en definitiva, a los rectores se les califique de buenos a malos dependiendo de con qué efectividad realizan la cobranza a la clientela. No es justo que las universidades hoy día, este año, tengan que poner más de 17 mil millones para solventar el crédito universitario a costa del salario de los profesores y de la inversión de las universidades para facilitarle así el camino a los mismos que se llevan a los profesores a hacer clases y a los mismos que después compiten con la belleza de los nuevos edificios. Yo creo que hay que rediseñar tantas cosas y repensarlas, creo que necesitamos propuestas, creo que necesitamos un espíritu nuevo, distinto en el país en materia educacional. Esta misma orquesta juvenil de la UMCE, yo no sé que tasa de retorno le sacará el Rector de la UMCE, pero yo sí sé que muestra que existe la diferencia entre precio y valor, porque probablemente no le produce a la UMCE, pero el valor que tiene el poner a niños a educarse en su sensibilidad y a ejercerla y mostrarla frente a otros tiene un valor inmenso para la sociedad chilena que probablemente no tiene ninguna manifestación, ni en el financiamiento, ni en el retorno, ni en el problema de las cobranzas. Aquí necesitamos una visión distinta y esto no significa volver al 60, no significa volver a 1902, pero sí significa volver a tener una visión de estado sobre un problema tan fundamental como es la educación de los chilenos, pero sobre todo, como digo y reafirmo, la educación de los que están más desaventajados. Por eso creo que cuando se celebran los 102 años de la fundación del Internado Nacional vale la pena reflexionar sobre el significado que tuvo aquel acto hace ya más de un siglo y cuál es la proyección que eso tiene para los días presentes, y yo sigo pensando que sigue siendo válido lo que entonces se dijo y dijeron tantos: gobernar es educar, eso lo dijo un Rector de la Universidad de Chile, don Valentín Letelier y se transformó posteriormente en un hecho del gobierno. Yo pienso también, con modestia pero con convencimiento, que hoy día en los días de la globalización, en los días en que tenemos que hacer las cosas bien y eficientemente, en los días en que tenemos presente la regionalización del país, en los días en que la integración económica es uno de los retos, también sigue siendo válido y es uno de los retos el que una tarea fundamental del gobierno sea la educación: gobernar es educar sigue y debe seguir siendo un valor permanente en un país pobre como éste que aspira a salir de su pobreza por la capacidad de su gente.

Yo quiero entonces señor Rector desearle con cariño, con mucha fuerza y mucha pasión un feliz cumpleaños al Internado. Quiero agradecerles este gesto que han tenido, que me enaltece y que lo considero injusto, pero lo agradezco y lo recibo humildemente. Quiero también hacer alusión a que este Internado no por casualidad lleva el nombre de Barros Arana. Barros Arana fue un gran Rector de la Universidad de Chile, fue uno de los principales impulsores del Instituto Pedagógico, un gran educador además de historiador y, por lo tanto, es su nombre y su figura una señal a la que tenemos que responder hoy día trabajando juntos, el Internado y la universidad y por ese medio con el Instituto Nacional y los otros colegios públicos para poder aprovechar nuestras fortalezas, para poder organizar nuestras fortalezas y ponerlas a disposición de los niños y los jóvenes, a ver si acortamos la brecha y a ver si logramos convencer efectivamente a un país que debe tomar decisiones de fondo en materia educacional.

Feliz cumpleaños Internado y sólo deseo que estas columnas sigan siendo bellas y fuertes y soporten el crecimiento que tenemos que construir sobre ellas y esa proyección que en la Historia de este Internado nos ha enseñado es la proyección de una clase pobre o de una clase media que necesita de una mano que la ponga en el potencial para su desarrollo y su realización. Esa es la tarea que como antes sigue hoy día pendiente y que estas columnas sean también testigos de nuestro compromiso con esa tarea y con el futuro que tenemos que construir junto a las instituciones de educación. Muchas gracias.

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