Discurso del Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Lanzamiento del libro "Nuestra Cultura Tecnológica. Desde sus orígenes hasta fines del siglo XIX", del Prof. Martín Pino Batory.

Debo confesar, como lo ha hecho el Decano (1), que dentro de los honores y los privilegios que he tenido en mi vida, uno es haber sido alumno de don Martín, con él, espero, aprendí un poco de didáctica, pero de él aprendí mucho más que su ejemplo como pedagogo, su ejemplo como profesor, su ejemplo como persona, y creo que, como enseñamos a nuestros estudiantes, más que de libros, se aprende de las personas que están al frente de la clase, y creo que él impregnó a generaciones de una actitud ante la vida, ante el conocimiento y ante la enseñanza que ha perdurado en muchos de nosotros.

Este libro es naturalmente un tremendo interés actual, de interés actual porque el libro se concentra en mirar los orígenes de nuestra educación técnica, tal como su autor señala, del fomento del desarrollo de la cultura tecnológica chilena, examinando básicamente el siglo XIX, que permite observar una perspectiva histórica que es de enorme interés para comprender qué ha pasado con la evolución de esta rama de la educación y con este tipo de preocupación hacia nuestro país. Y digo que ésta es una preocupación actual porque, como el señor Decano en su comentario también lo ha sugerido, hoy día un reto fundamental en nuestro país es el de poder desarrollar mayor conocimiento en el área de la tecnología o en las áreas de las tecnologías. Reto que es indispensable cuando uno mira los proyectos que muchos discursos políticos dibujan para el país en los próximos decenios. El proyecto de ser un país orientado a las exportaciones, el proyecto de ser un país que puede sostener una alta tasa de crecimiento económico, el reto de ser un país con una alta tasa de inversión, particularmente con interés de mucha inversión extranjera, el proyecto de ser un país vinculado activamente al comercio internacional con asociaciones de libre comercio o sin asociaciones de libre comercio con otras áreas del mundo, pero un país presente en el mundo y sustentando, entonces, su crecimiento en el largo plazo sobre la base de la inversión y la exportación.

Todo eso es francamente un espectáculo intelectual interesante, que recuerda mucho los debates sobre este tipo de materias justamente en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el país se veía en esta perspectiva de sostener su crecimiento, su internacionalización, su enorme apertura, su integración económica, la consolidación de su sector financiero, el aparecimiento de la industria, tempranamente; sin embargo, todo ese debate, todos esos sueños de fines del siglo XIX, no encontraron realidad palpable durante el siglo XX, y entonces se ha hablado, creo que apropiadamente, del caso del desarrollo frustrado de nuestro país, porque después de esa eclosión que también envolvió un punto muy alto en el desarrollo de nuestra intelectualidad, de nuestras humanidades, de nuestra literatura, todo eso sufrió un proceso de deterioro que en definitiva llevó a un siglo XX esencialmente muy poco productivo desde el punto de vista de la construcción de ese sueño que había alimentado el país a finales del siglo anterior. Y dentro de las causas, atribuibles a esta falla fundamental, está el tema de los enormes desequilibrios existentes, de acuerdo a don Aníbal Pinto, entre el desarrollo político, cultural y educacional (que tenía grandes ánimos y grandes perspectivas) y un desarrollo económico, sin embargo, incapaz de satisfacer adecuadamente los requerimientos que este otro gran ámbito del desarrollo nacional ponía. Y el país nunca pudo, nuestra clase política nunca pudo resolver este gran dilema y, por cierto, que el siglo XX fue un siglo de desencuentros, fue un siglo de una enorme fragilidad estructural de nuestra economía, fueron crisis tras crisis las que vinieron impactando: la crisis de la posguerra del salitre, la crisis financiera de la década del 30, las crisis envueltas en la segunda guerra mundial, posteriormente la crisis de la guerra fría y, finalmente, la crisis persistente del petróleo durante muchos años. Entonces, observamos un país sujeto a estas enormes crisis internacionales y en que nuestra clase política explicaba que nuestros problemas estaban asociados a esas fluctuaciones; pero en realidad, en la base misma de nuestros problemas estaba la insuficiencia del esfuerzo del país en la formación de recursos humanos y de conocimiento capaz de poder revertir o enfrentar mejor esas crisis y de poder alimentar mejor el proyecto histórico del país.

Y dónde estamos un siglo más tarde, de nuevo mirando a este país a los 20 ó a los 30 años que vienen con esta enorme perspectiva, con ese enorme potencial, pero con preocupación vemos que el país sigue con una enorme susceptibilidad a las crisis internacionales. Estamos saliendo de una breve y corta, pero entraremos, sin lugar a dudas, en algunos años más en otras, pero un país que en definitiva tampoco, como hace un siglo, está haciendo el esfuerzo debido en materia de formación de recursos humanos y de producción de conocimiento.

Es por eso que me parece a mí que este libro es extraordinariamente oportuno, porque en Chile hay poca discusión sobre esta materia. La discusión sobre la materia educacional es fundamentalmente una discusión presupuestaria, y es fundamentalmente una discusión sobre aspectos más bien formales o superficiales, pero no las discusiones de fondo. Creo que este libro contribuye un poco a desatar más discusión sobre qué es lo que necesitamos hacer en educación para poder enfrentar mejor los retos que tenemos, pero todavía para poder efectivamente impulsar aquellos sueños que aparecen en todos los discursos, pero que en definitiva tienen poca palpabilidad desde el punto de vista de las políticas públicas.

Este libro consta de 15 capítulos. Los cuatro primeros se dedican a los antecedentes generales, desde los primeros esfuerzos en la creación de instituciones de educación en el área tecnológica, a mediados del siglo XVIII, hasta la fundación de la Escuela de Artes y Oficios, a mediados del siglo XIX. Pero creo que es muy importante, como lo pone el autor, porque la fundación de la Academia San Luis a mediados del siglo XVIII y la fundación de la Escuela de Artes y Oficios, son dos hitos muy importantes en lo que se preveía como un desarrollo basado particularmente en el último siglo. Eran desarrollos, ciertamente, que ocurrían en forma paralela a los desenvolvimientos de la revolución industrial en el mundo avanzado, y que eran ecos todavía lejanos en nuestro país de los esfuerzos que posteriormente se profundizaron, aunque aparentemente de manera insuficiente.

Los otros capítulos del libro se dedican a analizar las historias de las enseñanzas de las tecnologías y de los oficios en minería, en agricultura, tanto en Santiago como en provincias; la enseñanza comercial, la educación en los temas marítimos y navales, como así mismo en temas como la enseñanza técnica femenina que tanto auge tuvo a mediados del siglo XX, particularmente. Y además dedica un interesante capítulo a la capacitación técnica de obreros que, desde luego, es un tema de tremenda vigencia hoy en día. También considera otro capítulo a la enseñanza técnica instituido por la Iglesia Católica, que también hizo su aporte importante en el desarrollo de esta área.

Los dos capítulos finales del libro se dedican a discutir las bases filosóficas de una política educativa y a analizar las bases del desarrollo de estas ramas del quehacer educativo a las puertas del siglo XX.

El recorrido que hace este libro en términos de todas estas áreas, de todas estas disciplinas, de todos estos enfoques, creo que a uno le permite concluir que hubo aquí un gran esfuerzo, un gran esfuerzo nacional destinado a diversificar nuestra educación, y que detrás de ese esfuerzo estuvo el Estado chileno en la concepción de un país que quiere progresar, y que la educación pública debe cumplir a ese respecto un rol crucial.

Sin embargo, son los dos capítulos finales los que probablemente hacen más meditar respecto a los alcances del tema. En ello, hay dos juicios fundamentales que el autor emite y que vale la pena considerar en los días actuales. En primer lugar, nos habla del exiguo desarrollo que alcanzaron las escuelas técnicas chilenas en el siglo XIX, comparativamente con el resto de la enseñanza pública, tanto humanista como la universitaria profesional, y eso a mí me parece que es un tema vigente hoy día.

Nuestra cultura, nuestras prácticas, nuestra forma de entender el desarrollo de la educación, han llevado a poner un énfasis exagerado en la educación humanista y profesional universitaria, y creo que si uno preguntara a las familias -y de pronto estas encuestas lo han preguntado- dónde cree que, para el mejor futuro de sus hijos y del país, deben ser ellos educados, la respuesta es en la universidad, y probablemente en la universidad, en un número bastante limitado de carreras. Basta considerar que en nuestro país con este desarrollo universitario, son aproximadamente 6 carreras las que concentran alrededor de 130 mil estudiantes, notablemente Derecho con 22 mil estudiantes. Hay entonces una enorme orientación a concebir que el éxito profesional, que el éxito en la vida y que el éxito en la contribución al desarrollo económico y social, está concentrado en las profesiones tradicionales liberales, lo que viene de un convencimiento y de una cultura, porque efectivamente, creo, hicimos un gran esfuerzo durante toda la segunda parte del siglo XX en desprestigiar a la educación técnica, que debía ser considerada una educación de segundo nivel. Y ciertamente que cuando había alguien en un instituto técnico o en una escuela técnica, siempre la apreciación era que no le había dado para más y, por tanto, como no le había dado para el Derecho o todas estas cosas que estaban más en el límite de las aspiraciones de nuestra clase media y de nuestras clases altas, debía entrar a la educación técnica. Creo que eso tendió a debilitar estructuralmente nuestra apreciación sobre la educación técnica, y hoy día uno percibe en los colegios, cuando uno va a hablar sobre universidad, que el 99% de los estudiantes quieren ser abogados, arquitectos, sicólogos o ingenieros comerciales. Hay una pésima información sobre la oportunidad formativa que existe hoy día dentro de las mismas universidades, pero existe un juicio de valor tremendamente negativo contra la educación técnica. Pienso, entonces, que esto ha sido, de alguna manera, en esta doble ecuación, una perspectiva de política pública poco alentadora de la educación técnica y, en segundo lugar, como resultado, una escasa demanda por la educación técnica relativa a las otras oportunidades que se presentan.

Creo que, como muy bien lo sugiere el autor, eso es corregible, pero eso necesita decisiones de política mayor, y ciertamente esas decisiones no están en el contexto de una política pública que concibe a la educación básicamente como se concibe a las panaderías. Competirán en el mercado y, por lo tanto, se comprará o no se comprará dependiendo de los precios y, por consiguiente, esa información de los consumidores es la que asignará adecuadamente los recursos, aquí no hay convencimiento respecto de política y de orientación de política en esta materia.

Por ello, entonces, el segundo juicio que emite el autor, con el cual no podría yo estar más de acuerdo, es fundamental. Él dice que no existió (y yo todavía agrego, no existe) una estrategia educativa, o sea el país no tiene un concepto respecto hacia dónde queremos ir con nuestra educación, y nos conformamos con que hay miles de estudiantes acá, otros miles de estudiantes allá, todos indicadores cuantitativos; pero realmente los juicios respecto a si queremos tener más de una cosa o de otra, más educación técnica o más educación humanista, más educación universitaria o más educación técnico-profesional no existen. No existen, desde el punto de vista de la política, estrategias hacia dónde quiere ir nuestra educación. Hay un abandono de esto en términos de la política, confiados en que el mercado resolverá estos problemas de una manera sabia y productiva.

Yo creo, sin embargo, que también hay que calificar ese juicio respecto de que no ha existido, de que se careció de una estrategia educativa, creo que es mucho más aplicable de ese juicio y estamos esperando el segundo tomo, ciertamente, para examinar la política educativa durante el siglo XX. Pero creo que, cuando uno examina la historia del siglo XIX, uno ve un esfuerzo, una concepción y una estrategia. Creo que no es casual que la iniciativa de crear la Universidad de Chile, la Escuela de Artes y Oficios, la Escuela Normal de Preceptores y las Escuelas Agrícolas haya ocurrido en el entorno de la década de 1840 bajo una concepción de un hombre con tan preclaras ideas sobre educación como don Manuel Montt y que, en definitiva, en mi opinión, obedecían a una estrategia educativa de país que se sustentó, avanzó, creció, pero sufrió enormes frustraciones, porque creo que los conservadores de este país no fueron capaces de sustentar ese proyecto en las sucesivas administraciones. Hubo, sin embargo, otros episodios en que surge ese proyecto educativo, y creo que el momento más brillante, y se destaca en el libro varias de las contribuciones intelectuales del autor de la época (don Valentín Letelier), es la creación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

Yo siempre he pensado si estuviese en un seminario con algunos parlamentarios, con algunos de estos institutos que emiten opiniones, y le dijese, a partir del problema con la formación de profesores, "mire, vamos hacer lo siguiente: vamos a importar 6 profesores alemanes y el Estado va hacer un cheque para poder fundar un instituto donde estos señores se dedicarán a formar generaciones de profesores para desarrollar un proyecto educacional para el país". Por cierto, que apareceríamos como estatistas, locos, ilusos y, quizás, probablemente, corruptos, porque algo por debajo debería estar ocurriendo en una idea como esa, pero la verdad es que esa locura fue una de las apuestas más importantes que ha realizado el Estado chileno para darle forma a la educación. Sin eso no habría existido enseñanza primaria obligatoria, en mi opinión, y sin eso probablemente tampoco habría existido esta iniciativa que llevó en el Gobierno de Aguirre Cerda y los siguientes a la constitución de la Universidad Técnica del Estado.

Yo creo, entonces, que el juicio de que no existió una estrategia educativa, probablemente debe ponderarse para decir que existió una estrategia educativa, pero que no hemos sido como país nunca capaces de sostenerla por falta de convencimiento político, por falta tal vez de visión de largo plazo. Nuestro país, y eso lo enseñan nuestros historiadores, es un país de cortoplacismo persistente en la mirada política, esta mirada de país a los 30 años creo que es muy importante, pero no necesariamente nos ha llevado, como en los días actuales, a repensar el tema de la educación. Creo que no sólo existió ese proyecto, sino que también se construyó educación pública, y creo que cuando uno mira, como lo hace don Martín, del año 1900 hacia atrás, uno ve una enorme labor del Estado. Qué habría sido de este país si el Estado no hubiese apostado definitivamente al desarrollo de la educación que permitió posteriormente consolidar tantas cosas. Qué habría sido de este país durante la primera parte del siglo XX si el Estado no hubiese apostado a la formación técnica superior, como la Universidad Técnica, donde nosotros estudiamos, justamente, y era ahí un centro de formación ingenieril técnica de alto nivel, porque el Estado había apostado a eso y el Estado apostó a sustentar la Universidad de Chile. Bueno, eso se empieza a disgregar hasta cuando se les ocurre, a algunos, terminar con las escuelas normales, y posteriormente a otros, a tratar de desmantelar esta invasión estatal en la educación, desmantelada de una manera sistemática que hasta despersonalizó los propios liceos, y que sustituyó nombres de gloriosos educadores por letras y números. A mí me parece que nosotros hemos tenido un proyecto educativo, que ese proyecto educativo se ha basado en la educación pública y que es momento de rescatarlo, si es que efectivamente tenemos convencimiento de verdad respecto del hecho que éste tiene que ser un país con crecimiento y con equidad. Creo que si no hay educación pública y no hay un proyecto educacional, no hay ni crecimiento y menos equidad, y pienso que ese es un tema que hay que discutir necesariamente.

Existe en el país, además, y a propósito de lo que el Decano mencionó respecto de la Prueba de Selección Universitaria, esta noción que la educación pública es un poco como "Jalisco a la menos uno": la educación pública siempre pierde. Cuando se publicaron algunos ensayos, de bastante dudoso origen, en que los puntajes caían, en que a la educación pública le iba más mal, eso fue noticia indiscutible en todas partes. Cuando se hace un ensayo nacional que promueve el Consejo de Rectores y que realiza la Universidad, y en el que a la educación pública le va mejor, y los resultados en general mejoran, aparece una gran cantidad de técnicos, una gran cantidad de estadísticos y personas con opiniones tremendamente informadas y sofisticadas para decir que eso, en realidad, primero no debería compararse, cosa que nunca dijeron antes y, en segundo lugar, que siempre hay una razón estadística para encontrar que la verdad, en realidad, no es tan verdad. Eso muestra que aquí hay este convencimiento en sectores del país que lo público es por definición malo, es por definición atrasado, es por definición incompetente y, por lo tanto, con toda razón, aparece un señor que dice: "bueno, lo mejor que le puede ocurrir a la educación municipalizada es que se privatice". Esa es una propuesta que anda dando vueltas y, ciertamente, veremos varias editoriales en varios de los periódicos, a las que estamos acostumbrados, en que empezarán a encontrar razón, que en realidad aquí será la energía privada la única capaz de sacar un proyecto educacional hacia el futuro.

Por lo tanto, cuál creo yo que será la evaluación del siglo XX cuando veamos el segundo tomo, yo creo que la misma del siglo XIX; o sea, no ha cambiado nada y probablemente a finales del siglo XX nos sintamos todavía un poquito más frustrados de lo que nos sentimos al evaluar la evolución de estos déficit sustantivos y de estas necesidades que están allí mismo donde nos encontrábamos hace un siglo atrás.

Creo que todos deberíamos darle una mirada a una sección que es breve, pero que es tremendamente importante, me refiero al balance de un siglo en 1902. Estamos hablando de un documento y de un congreso general de enseñanza pública convocado por el Rector de la Universidad de Chile, el doctor Manuel Barros Borgoño, y dice don Martín: "aquel congreso dio lugar a una confrontación polémica entre los educadores partidarios de mantener incontaminada la enseñanza humanística en los liceos, y una minoría del gremio convencida en la necesidad de orientar la educación secundaria en un sentido utilitario acorde con las necesidades de la vida económica de la nación. Doña Amanda Labarca escribió al respecto que los primeros, más premunidos de conocimiento y avalado por una venerable tradición, tenían ventajas sobre sus contradictores y éstos con menos experiencia pedagógica no lograban fijar con claridad la relación que debe existir entre conocimientos generales y especiales, exponiéndose a fundadas críticas. En la sesión inaugural de la comisión abocada al tema, el Rector del Instituto Nacional, Don Juan Nepomuceno Espejo, defendió la tesis de que la educación secundaria obedece a un fin más amplio y generoso que el de preparar para las profesiones, su verdadero quehacer, indicó, es preparar a la clase directiva de la sociedad desarrollando su razón y su criterio".

Allí está entonces un debate, un debate que no tuvo una conclusión, quizás, clara, y a lo mejor tampoco afortunada, por esta visión distinta que existía respecto a lo que traía consigo la enseñanza humanista versus lo que traía la enseñanza técnica, y como doña Amanda Labarca, bien lo ha dicho, los defensores de la educación técnica o de la enseñanza técnica, estaban quizás menos preparados para enfrentar a los otros. Creo que eso no ha cambiado, y lo que sí ha cambiado es que a comienzos del siglo XIX hubo una instancia en que el país en una reunión nacional se convocaba a discutir sobre su educación, a establecer un juicio y sacar conclusiones, hasta ahora no hemos sabido nada parecido, porque todo se ve por los diarios, todo se ve por decreto y, finalmente, todo es un tema que tiene que ver con los presupuestos y nada más que eso.

De manera que creo que un siglo más tarde no sólo las preocupaciones son las mismas, sino que las condiciones existentes son todavía peores, pero mientras tengamos a Martín Pino, seguiremos soñando con tener una educación técnica repuesta para el país que queremos.

Muchas gracias.

 

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Notas
1.

Prof. Raúl Labbé, Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago.
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