Palabras del profesor Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, con motivo de la asunción del nuevo Decano de la Facultad de Artes, profesor Pablo Oyarzún
Esta ceremonia forma parte de la tradición como de la modernidad en la vida universitaria. El traspaso de mando de un académico a otro para ejercer la tarea de conducir los destinos de una Facultad, es parte de las prácticas que dominan el quehacer y el ser universitario a través del tiempo. Constituye un aspecto vital del ceremonial universitario, que nos convoca, en su forma práctica, a escuchar la cuenta sobre la marcha de la institución, y a conocer las perspectivas que se plantean a futuro. En lo sustantivo, esta ceremonia es un reflejo del hecho participativo que debe caracterizar a la Universidad conjuntamente con aquel vinculado al establecimiento de una jerarquización académica. Como sabemos, nuestros Decanos se eligen por parte del cuerpo académico, un hecho fundamental que pone de relieve la evaluación que requiere la gestión como asimismo las propuestas de distintos profesores con relación a la conducción de la Facultad o de la Universidad. Esta ceremonia es una manifestación hacia la comunidad respecto del significado del cambio así generado, constituyendo un reconocimiento a la nueva autoridad, y marcando el sentido de continuidad y cambio que caracteriza a la gestión académica en nuestra institución. Es también la base para el continuo debate de propuestas e ideas que deben servir de base a la conducción del quehacer académico.
Pero esta oportunidad también permite al Rector de la Corporación emitir algunas reflexiones sobre los aspectos globales de la política universitaria que afectan la marcha de la institución.
Sentimos gran intranquilidad por el espacio de política pública que rodea al quehacer universitario en los días presentes. Por una parte, se trata de un medio en que se evalúa positivamente solo la expansión en cantidad de un sistema que es, a pesar de todo, débil en sus fundamentos y preocupante en sus alcances académicos y formativos. La falta de regulaciones apropiadas y de una efectiva acreditación institucional y profesional está conduciendo a un vital decaimiento en la calidad del sistema universitario, que es objeto solo de incentivos financieros para alcanzar una mayor expansión y mayor y exclusivo énfasis en la docencia. Ello ha de resultar solo en mayor debilitamiento de la investigación y de las universidades complejas a cargo de la mayor parte de la misma, mientras que los demandantes no son capaces de discriminar, con la información disponible, respecto de los aspectos de calidad envueltos en la docencia. En estos días hemos presenciado un debate entre quienes sostenemos que el Estado debe cumplir con un fin público de primera importancia a través del proceso de acreditación, a través de una Superintendencia de Educación Superior, y en donde las agencias acreditadoras sean efectivamente evaluadas y autorizadas para cumplir con sus fines, y aquellos que creen que esto es puramente una cuestión de mercado. En todos los países del mundo industrial existe este modelo, concordante con la necesidad de asegurar calidad, en un contexto de diversidad formativa y académica, pero evitando las distorsiones que traería un sistema basado en aspectos financieros, grupos de control y conflicto de intereses con relación a la propiedad de las instituciones.
A estos problemas vinculados con calidad, regulación e información, que reflejan una grave ineficiencia del sistema de educación superior chileno, ha de sumarse otro conjunto de dificultades que reflejan la presencia de una profunda inequidad. En efecto, el limitado desarrollo de políticas sobre crédito universitario y sistemas efectivamente solidarios de financiamiento estudiantil acarrean múltiples conflictos y generan universidades cada vez más elitistas. Se hace inviable como realidad efectiva aquello que las universidades están reservadas para los más capaces independientemente de su condición socio-económica. Las propuestas a este respecto han sido y siguen siendo insuficientes, y parece hora que el Estado asuma una responsabilidad conductora en esta delicada materia.
La otra dimensión preocupante en el desarrollo del sistema de educación superior tiene que ver con la investigación y la creación. Sabemos que existe en Chile un inadecuado financiamiento de la investigación científica y tecnológica, el cual se refleja en la reducida proporción que alcanza el gasto (más propiamente, la inversión) en esta área, el cual no significa más de un 0.7% del PIB. Los esfuerzos para superar esta realidad, a pesar de la absoluta necesidad de mayor y mejor investigación para respaldar el proyecto de desarrollo del país ha ido acompañada por falta de suficiente innovación en los instrumentos de financiamiento de la investigación nacional, especialmente en cuanto a una mayor extensión temporal y cobertura en términos disciplinarios, que a la vez promueva equipos de investigadores y acciones interdisciplinarias, y apoyo en equipamiento mayor. Frente a los compromisos de elevar el monto empleado en este ámbito, se contraponen las coyunturas financieras, las cuales, últimamente, definen los proyectos y temas de largo plazo que, como la investigación, se ven siempre como potenciales objetos de ajuste presupuestario. .
Existe en nuestra sociedad y entre nuestros políticos una visión aun limitada sobre la investigación básica y aplicada; prima una idea que más bien la centra en sus aspectos utilitarios, pero con escasa noción del complejo proceso que envuelve la producción de conocimiento nuevo. La investigación en ciencia es vista por muchos como algo que no debiera efectuarse en nuestra realidad nacional, poniendo más bien los recursos en adaptación de la creación de otros. Además, este debate se ha imbuido de las convicciones de quienes creen que esta actividad se realiza mejor desde fuera de la Universidad -sea en centros independientes o en las propias empresas o centros productivos- desconociéndose el fundamental rol de la sinergia entre docencia de posgrado, formación de nuevos cuadros académicos, e impulso del potencial de investigación.
Pero donde la ausencia de innovaciones y de una política pública sustantiva es más clara y preocupante, es en lo que se refiere al financiamiento de la creación artística, como asimismo en el área de humanidades o en la investigación en humanidades y ciencias sociales. El actual esquema de financiamiento universitario genera, por definición, áreas sensiblemente más débiles, como las mencionadas, puesto que están más alejadas de los incentivos y alcances del mercado; tal situación pone a la creación artística y en las otras áreas, bajo la severa limitante financiera, además de la existencia de escasos recursos para financiar adecuadamente una actividad docente que es significativamente costosa. Pero, por otro lado, es muy difícil desconocer el fundamental aporte de las artes, las humanidades y las ciencias sociales para mantener en pie el ideal humanista que reviste en general el trabajo universitario. Aquí no debe primar el retorno ni los criterios financieros por sobre aquellos que determinan la calidad, la excelencia y la necesidad de desarrollo espiritual y valórico que muestra ostensiblemente una sociedad como la nuestra.
Estos desarrollos son preocupantes, tal y como lo es la ausencia de debate político en la materia y de decisiones específicas. El país espera reasumir su crecimiento después de esta crisis, y seguir avanzando en su inserción internacional. Una pregunta gravitante es ¿será eso posible cuando el éxito frente al requerimiento competitivo internacional tiene que ver con valor agregado e incorporación de conocimiento a la producción?. Al mismo tiempo, la otra pregunta relevante es ¿será posible el crecimiento sostenido cuando prevalece una inequidad social tan grande que tensiona permanentemente a la comunidad nacional, y hace con ello menos viable la inversión y el propio crecimiento? A esta última interrogante habría que agregar la pregunta ¿podrá efectivamente hablarse de desarrollo en una sociedad crecientemente materialista., deshumanizada en que el precio no refleja adecuadamente el valor de las cosas? Sostenemos que el país solo puede ser exitoso si invierte adecuadamente en educación e investigación; que solo el mayor potencial creador de conocimiento permitirá el acceso a los mercados que garantizaran estabilidad a nuestro crecimiento. Solo el esfuerzo educativo dará las bases para superar en el tiempo la vergonzante situación de distribución del ingreso que Chile presenta hoy, reflejo vergonzoso del grado de deshumanización que estamos alcanzando. .
Menciono estos aspectos tan vitales de la política pública, porque los mismos afectan de manera directa al quehacer de esta Facultad, que es un símbolo de la creación y la diseminación artística y cultural. La Facultad de Artes se inscribe en la historia del siglo XX chileno como una de las contribuciones más preponderantes en creación, y como semillero de generaciones importantes de artistas en todas las manifestaciones de la plástica, la música, la danza, las artes de la representación. Una Facultad que ha brindado una lista de premios nacionales, que incluye a Fernando García, Elvira Savi, María Cánepa, y tantos otros a los que se han unido este año el premio nacional de nuestros queridos profesores Gonzalo Díaz y Mares González, reflejando nuestra trascendencia y nuestra labor significativa en la creación y la formación. Una Facultad que, no obstante, fue significativamente aminorada y silenciada durante casi dos décadas, y que luego ha tenido que enfrentar una realidad dura en lo material y de poca comprensión en lo que se refiere a las políticas públicas. Sin ninguna duda, los temas de acreditación, de falta de transparencia en el llamado mercado de la educación superior, la ausencia de políticas en cuanto a financiamiento estudiantil, y las grandes dificultades para financiar la creación en un sentido profundo, significativo, universitario, afectan en forma más que proporcional a esta Facultad de la Universidad de Chile.
Estamos esperanzados en la propuesta que la Universidad de Chile ha formulado al Estado en materia de financiamiento, y en la cual tuviera un rol tan destacado precisamente el nuevo Decano de la Facultad profesor Pablo Oyarzún. Quiero reiterar desde aquí nuestra petición al Estado en cuanto a definir con claridad el rol asignado a la Universidad de Chile, y los compromisos financieros que deben estar envueltos en tal contexto para sacarnos de esta actual situación de constituir, para todos los efectos prácticos, una Universidad Estatal con financiamiento privado y mínimo aporte del Estado. Queremos que se discuta un cambio en la política pública en esta materia, que sea consonante con la necesaria modernización del país y de la Universidad y del sistema universitario, pero que sea también concordante con mantener vigente el espíritu universitario implícito en nuestra declaración sobre la misión institucional y la inspiración que provee nuestra tradición y la tarea que nos asignara nuestro fundador hace ya mas de 160 años.
No podemos esperar que todo venga de soluciones externas. Hay que continuar en el esfuerzo que esta Universidad ha puesto en marcha. En la actualidad, se ha cumplido una etapa en que se ha generado la nueva institucionalidad, el consenso sobre orientaciones estratégicas de desarrollo, la consecución de un manejo presupuestario de equilibrio y con gran descentralización. En esta etapa se han consolidado también trascendentales proyectos para mejorar la organización y la gestión académicas: en este escenario se encuentra la reforma del pregrado, la profundización y extensión de los doctorados y la organización de la investigación con nuevos ímpetus tanto en el ámbito de la colaboración interdisciplinaria, como en el ánimo de apoyar el desempeño de los académicos jóvenes. Aquí también se inscribe el esfuerzo de esta Facultad bajo la conducción del profesor Luis Merino, por conservar y acrecentar su excelencia, generando nuevos programas y nuevas estrategias para apoyarlos, como es el caso, por ejemplo, de la Fundación Isidora Zegers.
Hay tareas fundamentales, que no deben ser materia de una simple aplicación autoritaria, sino que deben ir generándose condiciones que permitan un progreso, sin que ello se convierta en fuente de conflicto y pérdida de autoridad y credibilidad de la autoridad. Nada sacamos con mejorar indicadores, si existen problemas que impidan, más tarde o más temprano, un progreso significativo y sostenible. Hay que emplear energía en convencer y avanzar en un programa de reformas. El mismo debe continuar junto a las mencionadas reformas del pregrado, extensión de los doctorados y mantención de una política de descentralización funcional y financiera. En estas orientaciones cumple también un rol importante la consolidación del trabajo de Campus, promoviendo la interacción disciplinaria en docencia e investigación y construyendo una mayor integración de nuestro cuerpo de Facultades e Institutos.
Hay pues un trabajo importante en ciernes para un periodo que se vaticina como muy fructífero para la Universidad de Chile. Junto a las amenazas que observamos, también se presentan oportunidades de gran trascendencia que no podemos soslayar. Las líneas de trabajo que se han planteado resultan fundamentales para posicionarnos como corresponde a nuestras ansias de seguir liderando el sistema universitario chileno, y de seguir constituyendo la Universidad Nacional y Pública que nos ha sido legada por la historia de la República.
Quiero desear al nuevo Decano, mi querido amigo el profesor Pablo Oyarzún, el mayor de los éxitos en la conducción que esperamos otorgue a esta Facultad hacia un progreso definitivo. El tiene una experiencia notable en materia universitaria, como lo prueba su rol destacado en la comisión de proyecto institucional, la comisión normativa transitoria y el actual senado académico. Se trata de un hombre de ideas y de una muy clara conceptualización de nuestro espíritu universitario, y será un factor fundamental para liderar esta organización académica con ideas y con metas de relevancia. Estoy convencido que el Decano Oyarzún tiene la energía y las ideas para salir adelante exitosamente en el reto que hoy asume. El sabe que cuenta con todo nuestro apoyo, desde la administración central, para que ese éxito sea efectivo y rinda así tributo a la larga y reconocida trayectoria de esta Facultad. Hay tareas de primer orden, especialmente en cuanto al esfuerzo por mejorar nuestra infraestructura, definir nuevas metas en materia organizacional y funcional, y fomentar el seguir consolidando el trabajo de creación de posgrado.
Al ex decano profesor Luis Merino quiero sentidamente expresar los agradecimientos sinceros de la institución por el trabajo desempeñado a cargo de esta Facultad por ocho años. Enfrentó períodos difíciles tanto a nivel de esta unidad, como de la Universidad toda; ha sido testigo de un cambio que esta ocurriendo, y creo que su aporte continuo al trabajo universitario es algo de lo cual nos beneficiaremos todos. Compartí con él como Decano por cuatro años, y luego por otros cuatro en mi desempeño como Rector; nos tocó enfrentar juntos tareas de gran trascendencia para la institución, como aquella que diera vida a la comisión de proyecto institucional. Fue para mi un factor fundamental para poder remediar un conflicto que amenazaba seriamente a la institución desde el centro de extensión artística y cultural; mostró siempre responsabilidad y un enorme tacto, que solo lo proporcionan los años de academia y la bonhomia que caracteriza a este ser humano excelente, bien calificado, buen amigo, profundo conocedor de su arte, gran universitario, hombre de corazón azul enorme y generoso. Siempre su consejo, su visión, su experiencia han sido elementos determinantes en momentos difíciles para la Universidad. Siempre he contado con su apoyo para definir aspectos vitales en nuestro desempeño como Universidad. Por ello, también agradezco su enorme y fundamental amor por la Universidad de Chile y su decisión de aceptar la dirección del Centro de Extensión Artística y Cultural Domingo Santa Cruz.
A todos ustedes queridos colegas, funcionarios y estudiantes, les pido con vehemencia todo el apoyo que se merece el Decano que inicia su periodo, porque con ello materializamos no solo una tradición grande y bella que representa esta Facultad en su historia, sino también a la Universidad de Chile toda, que enfrenta el desafío de siempre continuar siendo la mejor, para servir a las necesidades de Chile y de su pueblo.