BERNARDO O'HIGGINS RIQUELME: ESTADISTA Y CONSTRUCTOR DE LA REPÚBLICA Clase Magistral del señor Rector de la Universidad de Chile, prof. Luis A. Riveros.

Clase Magistral con motivo del cuadringentésimo vigésimo tercer aniversario de la Fundación de Chillán.

I INTRODUCCIÓN

Bernardo O’Higgins fue un hombre de excepcionales dotes, las cuales han sido ampliamente realzadas por su significativo rol militar y como héroe magnífico en la consecución de la Independencia de Chile.  Su rol como hombre de Estado ha sido, sin embargo, usualmente menos destacado por sus tratadistas y biógrafos, a pesar de su innegable trascendencia como organizador de la República, efectivo diseñador de muchas condiciones decisivas para la construcción del Estado chileno durante buena parte del siglo XIX.  El joven Bernardo recibió una esmerada educación, que culminó en la etapa en que se convirtió en un discípulo destacado de Francisco de Miranda en Londres, el brillante ideólogo de la liberación hispanoamericana.  En efecto a los dieciséis años viaja a Europa para continuar sus estudios, primero en Cádiz y luego en Londres, donde conocería a su maestro venezolano, de fuerte e innegable influencia sobre él y otros jóvenes americanos a los que acogió como discípulos.  Miranda despertó en todos ellos un profundo amor por la Patria, por la tierra que los vio nacer, y O´Higgins no abandonará jamás este convencimiento nacido del consejo de su mentor: “¡Amad a vuestra patria! Acariciad ese sentimiento constantemente, fortificadlo por todos los medios posibles, porque sólo a su duración y a su energía deberéis hacer el bien. Los obstáculos para servir a vuestro país son tan numerosos, tan formidables, tan invencibles, llegaré a decir, que sólo el más ardiente amor por vuestra patria podrá sosteneros en vuestros esfuerzos por su felicidad”[1]

Pero no sólo eso. Miranda también sembró en el joven O’Higgins aspiraciones independentistas y el deseo de procurar el bienestar económico, político y cultural de Chile.  La influencia de Miranda le permitió darse cuenta que la independencia era más que un desencadenamiento militar y puntual en la historia, sino que un proceso que envolvía muchos otros aspectos del desarrollo de la sociedad, y que el alcanzarla demandaba esfuerzos y reformas que apuntaran a hacerla una realidad política sostenible en el tiempo.

De regreso en Chile en  1802 , luego de un accidente de viaje, se transforma en un acaudalado agricultor, pues D. Ambrosio, su padre al morir le había heredado la hacienda de San José de las Canteras.  Su vida tomará un nuevo giro una vez iniciado el movimiento de emancipación, participando en forma decidida y activa de las ideas autonomistas.  Pero es este sólo uno de los aspectos de su vida, decisivo, por cierto, pues logra la Independencia de Chile y, con la ayuda de otros próceres, la de otros países de América como Argentina y Perú.  No obstante, es a él, también, a quien debemos, la difícil tarea de dar forma y estructura al nuevo Estado, al iniciar un gobierno con plena autonomía política, con instituciones propias, que asegurará a los individuos la libertad, la igualdad y el orden.

Por ello, en este cuadringentésimo vigésimo tercer aniversario de la fundación de la histórica ciudad de Chillán –la tierra donde quizás algún día reposarán por siempre sus restos— resulta propicio abordar la figura de su máximo hijo ilustre en el contexto de su significativo rol como político y hombre de Estado.  Es de justicia que reconozcamos en O´Higgins no sólo al militar sublime Padre de la Patria, sino también a quien tuvo la visión que permitiría sentar sólidas bases para el Estado chileno.

II IDEARIO Y PRINCIPIOS TRAS SU MANDATO

Ideal Republicano versus Monarquía

Obtenida la Independencia, prevalecía en la mayoría de los habitantes del Nuevo Mundo los usos y costumbres heredados del antiguo régimen español, incluyendo un marcado respeto por el monarca.  Pensamiento común en la época era que las nuevas patrias no tendrían la capacidad y elementos suficientes para autogobernarse.  Es más, la idea de instaurar gobiernos republicanos no era la meta explícita de grandes libertadores como Bolívar, San Martín, Iturbide, quienes no siempre ocultaron sus planes monárquicos.  Parecía tal idea, a muchos un lógico pensar en torno a la forma que debían adquirir las nuevas Repúblicas.

Entendiendo que el rompimiento político de la independencia significaba un gobierno republicano, O’Higgins tuvo preclara conciencia sobre la importancia de la continuidad histórica pensando que la fuerza de la tradición y la costumbre debían cobrar natural preponderancia en un proceso de tránsito desde la Monarquía a la República Independiente.  Para él la Patria, a la que dedicó su vida, era una patria libre, independiente y autogobernada, pero tenía perfecta conciencia acerca de las difíciles condiciones que se imponía lograr para favorecer el logro de este objetivo.  Sostenía gran temor al caudillismo que, alentado por otros próceres nacionales, tanto daño estaba haciendo en otras excolonias americanas.  De este modo, O´Higgins no abandonaría sus ideales revolucionarios y mantendría una postura de inconformidad frente al ambiente tradicional, pero reconocía que para lograr su objetivo debía asumir que la realidad concreta heredada de España no podía borrarse de una plumada, y que para avanzar en la construcción de un gobierno estable, era preciso dar forma a instituciones cuya maduración habría de requerir una transición política muy definida.

La interacción de estas dos fuerzas, realismo e idealismo, manejadas por él con maestría, es lo que permitiría a la larga la organización definitiva de la República.  Su genio radica en haber introducido los cambios necesarios para estructurar el nuevo régimen de gobierno, conservando algunos elementos del pasado colonial y, al mismo tiempo, introduciendo las orientaciones que permitieran avanzar en la consolidación de la efectiva independencia.  Este pensamiento, este delicado juego de equilibrio sólo inherente a los grandes políticos, queda también de manifiesto en su relación con la Iglesia.  Siendo él un católico observante, termina con la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias y crea el Cementerio General; como muestra de tolerancia y progreso autoriza la fundación de un cementerio para disidentes en Valparaíso.  Asimismo, mantiene la colonial institución del Patronato como un derecho propio de su condición de Jefe de Estado, esto es, la presentación de las personas idóneas para los cargos eclesiásticos, la recaudación del diezmo y, en virtud del “pase regio”, la difusión de documentos emanados de Roma, previa autorización del Gobierno.

Soberanía popular y democracia

Junto con el reconocimiento de la necesaria continuidad en ciertos aspectos de la sociedad colonial, O’Higgins ciertamente enarbolaba el ideal de la soberanía popular. Para los patriotas, en general, la soberanía del pueblo llegó a ser –desde muy temprano- el concepto político de mayor trascendencia, pues no solo comprendía la igualdad de los hombres y los pueblos, sino que conducía a erigir un régimen representativo y, por consecuencia, mayormente sostenible.  O´Higgins trató de introducir esta tendencia y ejercerla, aún cuando no existiese la preparación necesaria para ella, porque entendía que se trataba de un asunto que requería de aprendizaje, información y, por supuesto, práctica.  Por ello insistió ante los miembros de la Primera Junta Nacional de Gobierno a que llamaran a la elección del Primer Congreso Nacional porque, a su juicio, este no sólo representaría la voluntad popular sino que también serviría como escuela de civismo.  Así lo expresó en carta dirigida a su amigo Juan Mackenna, en 1811, “Por mi parte no tengo duda de que el Primer Congreso de Chile mostrará la más pueril ignorancia y se hará culpable de toda clase de locuras.  Tales consecuencias son inevitables, a causa de nuestra total falta de conocimientos y de experiencia: y no podemos aguardar que sea de otra manera hasta que principiemos a aprender.  Mientras más pronto comencemos nuestra lección, mejor”.[2]

En esta labor de “culturización cívica” encontrará un entusiasta colaborador en Camilo Henríquez quien desde la tribuna de la “Aurora de Chile” divulgará los principios de la ideología democrática, tales como que “la autoridad pública se ejerce sobre hombres libres por naturaleza, que los derechos de la soberanía para ser legítimos, han de fundarse sobre el consentimiento libre de los pueblos.  El más augusto atributo de este poder es la facultad de establecer las leyes fundamentales que forman la Constitución del Estado” [3 ]. Años más tarde, en 1817, O’Higgins reafirma estos postulados al decir: “Por cuanto el pueblo de esta capital, en uso libre de sus inalienables derechos para darse la forma de gobierno que le sea más análoga, y por la voluntad interpretativa de las demás provincias que, en el apurado conflicto de la acefalía del gobierno no ha podido suplirse de un modo más solemne, acordó en Cabildo abierto, por voto unánime conferirme el honroso y delicado cargo de Director Supremo”.

Cuando, al año siguiente, la Comisión Constituyente encargada de redactar  la Carta Fundamental le sugiere someter el proyecto a aprobación de la Junta de Corporaciones de Santiago, él rechaza la idea por estimar que este es un asunto que más bien competía a todos los chilenos. [4] Además, consecuente con la premisa que todos los individuos son iguales y gozan de los mismos derechos O’Higgins suprimió los títulos de nobleza, los escudos de armas e intentó abolir los mayorazgos, medidas que le granjearon la molestia de la aristocracia chilena.

Asimismo, cuando advirtió que su presencia en la dirección del país podía ocasionar graves enfrentamientos y que no contaba con el respaldo de todos los chilenos para gobernar, y que siendo éstos “los depositarios de la soberanía”, lo que correspondía era dejar el camino libre y que el pueblo escogiera a su nuevo líder, respetando así los principios que había defendido.  Por ello expresó: “Siento no depositar esta insignia ante la Asamblea Nacional, de quien últimamente la había recibido.  Siento retirarme sin haber consolidado las instituciones que ella había creído propias para el país y que yo había jurado defender.  Pero llevo al menos el consuelo de dejar a Chile independiente de toda dominación extranjera, respetado en el extranjero, cubierto de gloria por sus hechos de armas . Doy gracias a la divina providencia que me ha elegido para instrumento de tales bienes y que me ha concedido la fortaleza de ánimo necesaria para resistir el inmenso peso que sobre mi han hecho gravitar las azarosas circunstancias en que he ejercido el mando”.[5]

Realismo demócratico y gobierno fuerte

O’Higgins fue, pues, un entusiasta defensor de la democracia, y en los inicios del movimiento emancipador de las más amplia participación y de su ejercicio, sin limitación alguna de todas las garantías constitucionales.  No obstante, los fracasos y los errores cometidos en la Patria Vieja y el espectáculo de la anarquía en el resto  de América española, modificaron en alguna medida su criterio.  Para la construcción de la naciente  república resultaba indispensable mantener el orden y el respeto a las instituciones, idea que se extendía a la necesidad de preservar ciertos principios del ordenamiento colonial.  La anarquía y el desorden podrían, si no se tomaban las medidas precisas para obtener cierta madurez política, atentar contra el gran proyecto de consolidación republicana, y terminar con el ideal independentista en manos de una temida crisis política, social y económica.

Por cierto prevalecía en él la intención de introducir los ideales liberales, pero ello se haría teniendo en cuenta el contexto nacional.  Habría que dar inicio a un lento y difícil camino de aprendizaje político que permitiera encauzar y moderar el entusiasmo revolucionario, adaptándolo a las condiciones reales del organismo social.  Por lo demás amplios sectores coincidían en esta postura.  Así lo estimaba también la clase dirigente, que desde la época colonial manifestaba una marcada tendencia al orden.  La naciente burguesía, por su parte, estimaba que sus actividades económicas se verían beneficiadas con un país de orden y respeto, y que éstos sería posible obtenerlos mediante un gobierno con autoridad.

Al no ser O’Higgins partidario de la monarquía como sistema de gobierno, ni de la dictadura por su origen irregular, concibió como indispensable un marco legal  que equilibrara adecuadamente la idea de un gobierno fuerte a la vez que democrático.  De ahí la promulgación de la Constitución de 1818  que consagró un gobierno centrado en un Ejecutivo fuerte con amplias atribuciones, característica que, no obstante, sería atenuada en la Constitución de 1822, la cual  fijaría el término de la duración de las funciones de los gobernantes.

El Prócer  dueño de un pensamiento pragmático y de gran sensibilidad política, que no obedecía a doctrinarismos dogmáticos, fue capaz de conciliar de la mejor forma posible su anhelo de instaurar las bases de una República que representara las aspiraciones de la mayoría, sin que por ello se desconociese el respeto a la autoridad y el orden, tan importantes en aquella época de creación y organización institucional.  Verdaderamente, la posterior obra de Diego Portales no habría sido posible si O’Higgins no hubiese pavimentado el camino para la efectiva consolidación de la República.

El amor a la patria

Pero no se podría comprender en toda su dimensión la pragmática visión política de O´Higgins, sin referirnos a su concepto de Patria, y el profundo amor por la misma en que se educara. No se trata sólo de un sentido de pertenencia al lugar físico de origen.  La visión O´Higginiana es más profunda y amplia: hay en él un manifiesto deseo de contribuir a su engrandecimiento.  “He respirado por primera vez en Chile y no puedo olvidar lo que debo a mi patria.  Mirar con apatía sus errores y su degradación sería violar abiertamente un gran principio moral que me enseñaron a venerar desde mis primeros años; esto es que debemos poner el amor patrio inmediatamente después del amor hacia nuestro Creador”[6].

Ya al mando del país quiso traspasar este sentimiento a sus conciudadanos y estimó “urgente destacar los valores patrios, enseñar a sus compatriotas –y especialmente a las nuevas promociones- a conocer y amar la realidad chilena.  De ahí su preocupación por la geografía, la flora, la fauna y la mineralogía chilenas” [7]. Esta tarea de dar a conocer y amar la realidad chilena, la continuarán más adelante Egaña, Pinto y Portales.  Un sentido similar, de identidad nacional y unificación, tiene la creación de los símbolos patrios, la bandera y el Himno Nacional.  Asimismo, cuando su permanencia al mando del país fue puesta en tela de juicio y los pareceres divididos –como hemos visto- O’Higgins prefirió dejar el mando, por el bien de la patria, si ya no contaba con el apoyo mayoritario de sus conciudadanos.  “Creyendo que en las circunstancias actuales puede contribuir el que la Patria adquiera su tranquilidad el que yo deje el mando supremo del Estado y habiendo acordado sobre este punto lo conveniente con el pueblo de Santiago reunido (que era el único con quien podía hacerlo en la crisis presente) he venido en abdicar la dirección Suprema de Chile”[8].  Ejemplo que no debemos olvidar, puesto que la Patria no es un concepto apropiable para obtener ganancias políticas, sino sólo para propiciar la entrega ciudadana y el respeto por todos los conciudadanos.

Aún en los años de destierro en el  Perú, O’Higgins siguió pendiente de los destinos de su patria, sin albergar resentimiento.  Por cierto entendió que su alejamiento tenía que ver con las diferencias de criterio de algunos sectores respecto a su política, pero eso en nada cambiaba sus sentimientos por Chile.  “En 1840, en carta fechada el 5 de abril y dirigida al general don José María de la Cruz, le manifiesta el deber que pesa sobre el Gobierno de Chile para reunir a los grupos indígenas y hacerlos partícipes como chilenos de los beneficios de la religión, educación, moral y organización del país”[9].

En síntesis su amor a la patria no fue simplemente una declaración lírica de intenciones, fue acción decidida.[10]

III MECANISMOS UTILIZADOS  PARA CONSOLIDAR SU IDEARIO POLITICO

Al asumir como Director Supremo el 16 de febrero de 1817, después de la batalla de Chacabuco, O’Higgins se preocupó de asegurar la libertad del país y a organizar su gobierno. En este sentido fue prioritario la formulación del marco legal que regulara su administración en los aspectos jurídico, administrativo y constitucional.  Fruto de ello son el Plan de Hacienda y de Administración Pública de 1817 y de las Constituciones de 1818 y 1822.

Consolidación de la soberanía nacional y americana

O’Higgins quería un país dueño de su propio destino vale decir, soberano.  Que tuviese la facultad para regirse a si mismo sin subordinarse ni aceptar ninguna injerencia o influencia procedente del exterior.  Para ello lo más urgente era asegurar la libertad obtenida mediante los triunfos militares, y mientras el poderío realista en el Perú no fuese derribado ésta continuaba en riesgo de perderse.  Consecuencia de este planteamiento fue la organización de la Primera Escuadra Nacional y la formación del Ejército Libertador del Perú.  Sin embargo, no sólo razones de estrategia militar y sentimientos americanistas impulsaron al Prócer a abocarse a tan difícil tarea.  “Quebrantado el poder militar del Virreynato se afianzaba automáticamente la independencia de toda la América del Sur, y al mismo tiempo se regularizada el intercambio comercial con Chile.  El genio político de O’Higgins vio en la Independencia del Perú grandes ventajas de orden económico: los productos agropecuarios de Chile tendrían un mercado rico, seguro y provechoso”.[11]

Prevalece, pues, una visión político-estratégica, que va más allá del estricto militar que la historia tanto ha subrayado.  Los líderes del movimiento independentista se habían limitado a expulsar a los españoles del continente, sin tomar conciencia de la importancia de una fuerza naval para proteger y conservar las conquistas territoriales.  De hecho tanto los hombres como los armamentos y provisiones de la Corona española llegaban al Nuevo Mundo por esta vía, el mar.  O’Higgins fue uno de los primeros en comprender el problema y la formación de la Escuadra Naval aparece como otro de sus aciertos producto de su talento visionario.  “Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar”, (habría exclamado después de la victoria en Chacabuco).[12]

Tampoco descuidó el aspecto propiamente militar, y a pesar de la difícil situación financiera económica se preocupó de la constitución de un ejército profesional.  En su manifiesto del 20 de agosto de 1820 se refiere en detalle al tema: “Conociendo que sin Fuerza Armada el Estado queda expuesto al encono de España o a las aspiraciones de un aventurero, fue mi primera atención establecer una Academia Militar (1817), donde por primera vez recibió la juventud de Chile esta clase de educación; y aunque la guerra y la escasez de recursos no dejaron perfeccionarla, contamos por ello con un Ejército respetable de cinco batallones de línea, uno de granaderos de la Guardia de Honor, otro de cazadores, dos de artillería, un regimiento de caballería de la escolta, otro de dragones y una Maestranza sin igual en América”.[13]

Además de estas dos columnas fundamentales para la soberanía nacional, la Escuadra Naval y el Ejército, el reconocimiento de Chile como país independiente por las otras naciones fue muy importante para O’Higgins, puesto que de esta forma legitimaba la naciente República. De ahí que no escatimó esfuerzos en este sentido y envió a sus representantes a distintos países, consiguiendo durante su mandato el reconocimiento  de Estados Unidos y Portugal.

El marco constitucional

El enfrentamiento bélico con España era inevitable para alcanzar la libertad, pero una vez obtenida, el esfuerzo, pensaba O’Higgins, debía enfocarse en materializar los ideales de la revolución, es decir, crear las instituciones permanentes que los aseguraran y los llevaran a la práctica.  Formular los principios constitucionales por los que se regiría el Estado constituía un aspecto doctrinario fundamental, además de un indispensable factor de cohesión.

La Constitución de 1818 fue promulgada el 23 de octubre y fue aprobada por los habitantes de todas las ciudades, villas y pueblos del Estado, que debían votar en libros de suscripciones a favor y en contra del proyecto constitucional, ubicados en las parroquias, en presencia del cura, del juez del barrio y del escribano, si lo hubiese, como testigos de fe.  Uno de los aspectos más destacados de esta pieza, coincidente con la visión democrática del Libertador a la vez que con su convicción sobre un gobierno central fuerte, se refiere a la formación de un Senado de cinco integrantes elegidos por el Director Supremo, esta última autoridad con grandes atribuciones y que predomina claramente sobre los demás poderes públicos.

La Constitución de 1822, en tanto, fue aprobada por una Convención Preparatoria.  En su introducción se afirma que el texto contiene dos partes.  Una que proclama los principios fundamentales de la revolución independentista, como la división de los poderes públicos y el sistema representativo.  Como se sabe, el Director Supremo en la búsqueda del ideal republicano, participó activamente en el Primer Congreso Nacional y buscó continuamente la participación de los ciudadanos en la aprobación de las Constituciones, tal como intentó hacerlo con la propia Acta de la Independencia.  Otro principio considerado en el texto constitucional fue el respeto de las garantías individuales, idea que puede apreciarse en los documentos analizados.

Esta Carta Fundamental incluyó aspectos constitucionales novedosos.  Por ejemplo un capítulo sobre nacionalidad, un Congreso bicameral y la presencia de Senadores institucionales, que incluían Obispos, jefes del Ejército, Doctor de la Universidad, hacendados y comerciantes, elegidos por la Cámara Baja.  Otro aspecto destacado que más tarde renació en la Constitución de 1833, como Comisión Conservadora, era la institución denominada Corte de Representantes, que reemplazaba al Senado cuando estaba en receso.

El marco administrativo: la creación de los Ministerios

Respecto a la conformación administrativa del gobierno, un tema preocupó a O´Higgins en la idea de consolidar el Estado nacional, ya desde los inicios de la Independencia y a partir de mayo de 1811 se dispusieron salas de Guerra, de Gobierno y Policía, y Real Hacienda.  Estas primeras carteras ministeriales fueron colegiadas, integradas por varias personas entre Vocales de la Junta de Gobierno y un número variable de Diputados del primer Congreso Nacional.  A fines de ese año se adoptó la denominación de Secretarías de Gobierno, Guerra y después se agregó Relaciones Exteriores.  En mayo de 1814 aparece la Secretaría de Hacienda.

Con O’Higgins en el Poder Ejecutivo, los ahora llamados ministerios, fueron de Gobierno, a cargo de Miguel de Zañartu y de Guerra y Marina con el Teniente Coronel José Ignacio Zenteno como titular.  A partir del 2 de junio de ese año aparece la cartera de Hacienda con Hipólito de Villegas.  Según el Plan de Hacienda, ésta cartera tenía también bajo su tutela los despachos de Gracia y Justicia.  Años más tarde, en 1837, los dos últimos dieron origen al Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública.  Finalmente, el 29 de octubre de 1818 a la cartera de Gobierno se agregó Relaciones Exteriores, que quedó a cargo de Joaquín Echeverría y Larraín.  Así, la situación ministerial se mantuvo con la mayor estabilidad posible hasta la Abdicación en 1823, en tanto el Director Supremo llevaba adelante todas las tareas urgentes para organizar un país que nacía en medio de la guerra y de múltiples penurias económicas.

El ya citado Plan de Hacienda y de Administración Pública, redactado por el Ministro Contador de la Tesorería General, Rafael Correa de Sáa, fue promulgado el 2 de septiembre de 1817.  Sus propósitos fueron organizar los servicios públicos, fijar las rentas fiscales y su correcta recaudación, desligándolos de su dependencia de la Corona española.  Además, se apreció el deseo de salvaguardar ciertas garantías ciudadanas, como los procedimiento para la regulación de las contribuciones de guerra, respecto a la propiedad de empleos fiscales y sus emolumentos, y cobro de las acreencias fiscales.  En esos años la escasez del Erario obligó al Estado a solicitar diversas formas de reunir dinero acrecentando la deuda interna nacional.

En suma, el Plan enseñaba criterios determinados en la adopción de reglas que permitieran la formación de una República Nacional.

Su concepto de la educación como vehículo de cambio y progreso

O’Higgins entendió que si se deseaba instaurar un sistema efectivamente democrático, desconocido por la mayoría de sus compatriotas, el único camino era el cambio en la mentalidad, propósito en el cual la educación cumplía un rol clave.  Como hombre de principios, y como hemos visto, también de realidades concretas comprendió que el problema político práctico que enfrentaba tras la emancipación América, consistía no sólo en extirpar físicamente el dominio español, sino también erradicarlo definitivamente de las mentes de los nuevos ciudadanos.[14]  “La democracia misma era en último término, un problema de cultura colectiva.  La obra lenta y definitiva de la educación permitiría consolidar todo avance político..con clara vocación por la cultura se dio a la tarea –entonces- de organizar un sistema educacional”[15].  En ese marco protegió y estimuló las iniciativas particulares y también se ocupó de extender la Educación Pública.  Entre otras tantas medidas hizo que el Cabildo de Santiago nombrara regidor protector de los centros educacionales de la capital  fomentando la creación de otros, reabrió el Instituto Nacional y la Biblioteca Nacional, que habían sido clausurados durante la reconquista española; fundó el liceo de Concepción y el de La Serena .

Pero su gran proyecto educacional se centró en las escuelas primarias, la educación de mayor impacto popular. A partir de aquí se civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos; enseñar a leer es también enseñar a entender la nueva vida que rodea a la recién creada República. [16] Después de investigar las posibilidades más adecuadas para Chile O’Higgins optó por implantar el sistema Lancasteriano de educación, transformándose en una de sus reformas más novedosas y que perdurará hasta 1850.

El rasgo esencial de las escuelas basadas en el sistema pedagógico de Lancaster era que un solo maestro podía enseñar simultáneamente de 100 a 200 alumnos en una gran sala de clases acondicionada para este efecto.  Ello se obtenía dividiéndolos en grupos de 10 con un monitor por cada grupo, éste había sido seleccionado previamente atendiendo a sus capacidades sobresalientes.  El maestro instruía primero a los monitores, quienes después practicaban con los respectivos alumnos a su cargo. [17] Esto permitía una óptima utilización de los recursos, eficacia en el rendimiento, disciplina y organización conducente a un mejor y rápido aprendizaje.  Con este sistema se consiguió, por tanto, abaratar la educación de manera significativa y hacerla accesible a un gran número de alumnos.  “Fue la respuesta pedagógica precisa a las necesidades culturales de la época, ya que se logró alfabetizar a miles de niños, al tiempo que se formaba en ellos el espíritu nacional y de cultura tan necesario para la construcción continua de Chile”.[18]

Pero O’Higgins también prestó atención a la formación del profesorado.  Para ello instaló lo que sería la primera Escuela Normal de Preceptores, que funcionaría en la Capilla de la Universidad de San Felipe.  (“Todos los maestros de primeras letras, sin excepción de fuero ni profesión, de esta capital, se presentarán…en la Escuela Normal de Enseñanza mutua establecida en la Universidad, para acordar con el preceptor de ella el turno de su respectiva asistencia, para su instrucción en el nuevo sistema de enseñanza”).[19]

De este modo, con el lento pero progresivo avance del proceso educacional, cada vez serían más los ciudadanos que fruto de la enseñanza estarían aptos para participar activamente en el desarrollo de la República y ejercer sus derechos cívicos.  Aquí hay una visión de futuro, sobre la cual bien nos haría reflexionar en los días presentes.

IV. A MODO DE CONCLUSION

Como soldado O’Higgins arriesga su vida por la causa de la libertad y de la Patria, lo hace motivado por sus ideales los que transforma en acción para alcanzarlos.  Pero es esta acción un paso para cambiar un orden que le parecía injusto, su finalidad última era establecer un gobierno basado en la igualdad de derechos, orden y soberanía.  Fue el verdadero constructor de las bases del Estado Nacional, y quien percibió la necesidad de una vital estabilidad política para la subsistencia de la República.  La historia no debe olvidar estos hechos. Especialmente en los días presentes cuando el Estado se ve sujeto a tanta crítica destructiva y aprovechamiento menor, y cuando la Educación Pública se ve desmantelada en sus propósitos y acción trascendentales.

“O’Higgins actuó exactamente como el opuesto al rebelde de instinto, al impulsivo e irreflexivo que no mide el alcance de sus actos y que por este tipo de descuidos pone en peligro importantes oportunidades.  En él hay una actitud de reflexión, de búsqueda de sentido trascendente y un respaldo de principios y valores que se expresan a cabalidad en el ideal republicano que dejó como legado y que defendió con ahínco…  En una época en que la forma republicana y democrática de gobierno aparecía aún como sospechosa, en que la idea de soberanía popular, de gobierno representativo y democracia daban sus primeros pasos, O’Higgins fue suficientemente decidido para defender la legitimidad de este nuevo ordenamiento y lo suficientemente pragmático para traducir esta voluntad en acciones eficaces, en gestos simbólicos efectivos, conduciendo el proceso de creación de instituciones que proyectarán por largo tiempo las ideas de la revolución”.[20]

Señor Alcalde de la Ilustre Municipalidad de Chillán Viejo, Autoridades Civiles y Militares, Señoras y Señores, quiero nuevamente agradecer esta ocasión que se me ha dado como Rector de la Universidad de Chile, para rendir un homenaje a Chillán Viejo a través de esta Clase Magistral sobre el rol como Político y Estadista del hijo más preclaro de estas tierras, don Bernardo O´Higgins Riquelme.  Résteme, solamente, junto con Neruda y su Canto General, decir:

“Eres, O’Higgins, reloj invariable
Con una sola hora en tu cándida esfera:
La hora de Chile, el único minuto
Que permanece en el horario rojo
de la dignidad combatiente”.[21]

 

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Notas
* Este trabajo se presentó en la Ceremonia Oficial de Celebración de los 423 años de la Fundación de Chillán, realizada en la Municipalidad de Chillán Viejo. El autor agradece la importante contribución de la historiadora Antonia Rebolledo H., perteneciente al Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile, para la preparación del texto.
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1. Archivo de don Bernardo O’Higgins, tomo I, Santiago, Editorial Nascimento, 1946, p.22.
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2. Archivo de don Bernardo O’Higgins, tomo I, Santiago, Editorial Nascimento, 1946, p. 68.
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3. Citado por Julio Heisse en “O’Higgins en la organización de la República”, en Las Conferencias O’Higgins, Santiago, Instituto de Chile, 1979, p. 71.
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4. Idem p. 72-73.
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5. Citado por Juan Mújica de la Fuente “El ideario político de O’Higgins”, Las Conferencias O’Higgins, Santiago, Instituto de Chile, 1979, p.170.
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6. Carta a Juan Mackenna, de 5 de enero de 1811, en Archivo del General don Bernardo O’Higgins, Tomo I, Santiago, Editorial Nascimento, 1946, p. 64.
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7. Julio Heisse González: “O’Higgins en la organización de la República”, op. cit., p. 68.
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8. Julio Heisse González: O’Higgins, forjador de una tradición democrática, op. cit., p. 107.
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9. Daniel Tapia Neira: “El libertador D. Bernardo O’Higgins, estadista”, en Revista Libertador O’Higgins, nº 2, Instituto O’Higginiano de Chile, Santiago, 1985, p.66.
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10. Idem p.72.
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11. Julio Heise González: “ O’Higgins, forjador de una tradición democrática”, Santiago, Talleres Gráficos R. Neupert, 1975, pp.149-150.
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12. Eugenio Orrego Vicuña: “El espíritu constitucional de la administración O’Higgins”, p.202. Citado por Julio Heisse en “O’Higgins forjador de una tradición democrática”, p. 151.
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13. Manifiesto del capitán general de Ejército D. Bernardo O’Higgins a los pueblos que dirige, Santiago, Imprenta del Gobierno, 1820,p. 3 (Este documento se encuentra en el Archivo Central Andrés Bello).
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14. Daniel Tapia Neira: “El Libertador D. Bernardo O’Higgins Estadista”, en Revista Libertador O’Higgins, n° 2, Instituto O’Higginiano, Santiago, 1985, p.59.
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15. Julio Heisse González: O’Higgins en la organización de la República, op. cit., p. 67.
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16. Daniel Tapia Neira: “ El Libertador D. Bernardo O’Higgins. Estadista”.., op cit, p. 60.
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17. Roberto Munizaga A.: “La educación en le época de O’Higgins”, en Las Conferencias O’Higgins, Santiago, Instituto de Chile, 1978, p.153.
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18. Daniel Tapia Neira: “El Libertador D. Bernardo O’Higgins.Estadista”, op. cit, p.62.
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19. Gazeta Ministerial, Santiago, 22 de noviembre de 1821, p.
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20. Claudio Rolle: “O’Higgins de militar a estadista”, en Revista Libertador O’Higgins, n° 19 , Instituto O’Higginiano de Chile, Santiago, 2002, p.81.
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21. Pablo Neruda. Canto General. Santiago, Editorial Planeta, 1992, 90- 93.
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