Exposición del Rector de la Universidad de Chile, profesor Luis A. Riveros en "Conmemoraciones: Una Instancia de Reflexión Política y Cultural"

Siempre resulta conveniente una reflexión basada a la conmemoración histórica. Por ello agradezco la invitación a participar en este foro. A veces en la marcha es difícil mirar hacia los tiempos, y evaluar para poder seguir adelante. Hoy es difícil detenerla y, por tanto, siempre resulta poco usual hacer reflexión sobre nuestro pasado y sobre nuestra proyección hacia el futuro. Creo que la oportunidad de nuestro segundo Centenario como Nación es una instancia que puede ser aprovechada positivamente en la perspectiva de observar a nuestra sociedad y sus dilemas más trascendentales.

Lo segundo que deseo señalar es una reflexión de entrada, que puede parecer incluso un poquito controvertida pero que es fundamental frente a nuestro tema. En efecto, no tenemos aún acuerdo sobre cuándo fue efectivamente que ocurrió la Independencia Nacional; si acaso en 1810 o si fue, de hecho, en 1818, o en algún punto entre ambas fechas. Lo que sí es claro es que hay una celebración simbólica que está representada por la instauración de la Primera Junta de Gobierno, en septiembre de 1810, y que constituye la referencia para este intercambio.

Pero también, parte de la reflexión debe considerar que hay una porción significativa de nuestra comunidad nacional que no se siente naturalmente identificada con esta fecha de celebración, ni con el hecho de Independencia alguna, y probablemente con la circunstancia de la separación cierta, el año 1818, del gobierno español. Eso necesita una reflexión en paralelo sobre el tema de nuestras minorías étnicas, y de las políticas más apropiadas para lograr su plena incorporación.

De manera que creo que un preámbulo justo a estas reflexiones debe referirse a la medida en que, efectivamente, la celebración del bicentenario es una celebración real proyectada al conjunto de nuestro país.

Otra consideración es que este análisis lleva a lo que muchos jóvenes historiadores, cuando se inician en la disciplina, siempre esperan encontrar en su trabajo histórico: cómo poder aprender de la historia y cómo poder trasladar la experiencia histórica hacia el presente y el futuro. Y, cómo poder, entonces, abocar su trabajo a una cierta "utilidad" de la historia como un instrumento predictivo. Recuerdo que en la metodología histórica hay bastante de este esfuerzo, especialmente por parte de quienes se han dedicado a la estadística o a la historia económica o a la historia demográfica, justamente para mirar hacia el pasado y proyectar, entonces, hacia el presente y el futuro.

Naturalmente la historia como "modelo del futuro" tiene ciertas ventajas, como la de darle perspectiva y profundidad a nuestra vida y a nuestra inserción temporal. Pero, evidentemente, eso se encuentra con una serie de limitaciones. La más obvia de las cuales, por cierto, es que los hechos históricos nunca se repiten a pesar de la espiral histórica que argumentan Toynbee y otros filósofos de la historia. Que existe, un caudal de experiencia a través del cual se puede mirar a sí mismo en la historia individual, en la historia grupal o en la historia de un país, para proyectar ciertas generalidades a futuro, es, por otro lado, materia indiscutible.

Pero a pesar que la historia no se repita, en términos de hechos, la historia tiene otra propiedad importante, justamente para una reflexión como esta: el transcurrir histórico se retroalimenta de la experiencia. Por ello pienso que más importante que referirnos al punto preciso en que ocurrió la Independencia, superando un debate innecesario, está el hecho que el proceso de Independencia ha sido un proceso continuo, un proceso que se ha extendido durante todos los tiempos, y uno en el cual todavía estamos, insertos en muchas dimensiones. En ese sentido, la experiencia histórica, y por lo tanto la reflexión sobre esa experiencia histórica, cobra un valor importante. La experiencia histórica que rodeó el proceso de independencia, y las celebraciones de su primer centenario, nos permite elaborar ciertos escenarios para comprender la historia reciente.

Creo que si se compara la historia de los comienzos del siglo XX y la historia de los comienzos del siglo XXI, por ejemplo, encuentra una sorprendente cantidad de similitudes que alertan respecto de muchos problemas en desarrollo y que a veces los miramos con la perspectiva corta a la cual nos hemos acostumbrado a mirar muchos de nuestros problemas nacionales. Y, por múltiples razones, es necesario mirarlos en la perspectiva de largo plazo.

El Chile del comienzo del siglo XX era un país que venía saliendo de una fenomenología política que estaba marcada por la Guerra del 79, e incluso, antes de eso, por una cuestión que fue mucho más importante y que marcó más el desarrollo del país en esos años y que se vinculó al éxito económico que Chile tuvo desde fines de la década de 1860 hasta mediados 1870. Un éxito económico que estuvo marcado por la minería de la plata, primero, y después por el desarrollo primario de la industria del salitre en el norte. Pero en general, una economía bien exitosa. Cuando se examina los textos históricos y los periódicos de la época, incluyendo los periódicos satíricos, se obtiene esa percepción: la de un país que se ve con posibilidades, con ciertos logros, pero un país que también sufre una serie de problemas que no se ven solucionados, que no son abordados propiamente y, por lo tanto, se deja operar una serie de desbalances que, proyectados en el tiempo, llevan a la tesis de Aníbal Pinto que Chile es efectivamente un caso de desarrollo frustrado. Un desarrollo prometido y de alguna manera trabajado elegante y esforzadamente a fines del siglo XIX, pero que se frustró sistemáticamente a partir de las dos primeras décadas del siglo XX.

Cuando se observa la evolución de la primera parte de la década del siglo pasado, de la primera década de celebraciones preparatorias, se da cuenta que están ahí presentes las primeras expresiones sociales en Santiago. Hay una gran manifestación, el año 1905 en nuestra capital, de insatisfacción por problemas de abastecimientos, por la carestía de la carne específicamente, y que posteriormente se fueron dando durante todo el resto de la década y que culminan con los problemas que todos conocimos: la eclosión social y política urbana y en el norte, y que continúa en su cabalgar hasta los años veinte o la década del treinta.

O sea, se tiene un país que posee un apogeo económico a fines del siglo XIX, pero que observa una progresiva confrontación social durante las tres primeras décadas del siglo XX. Allí se refleja con mucha claridad la hipótesis de Aníbal Pinto quien sostuvo que nuestra frustración del desarrollo se debió, esencialmente, a este desequilibrio entre una realidad social y política, y una realidad económica que no tenía compatibilidad con los requerimientos que surgían del desarrollo social y político que Pinto veía como bastante más maduro y probablemente más avanzado que muchos otros de nuestros países vecinos, pero que en definitiva no eran compatibles con el limitado desarrollo económico, con la limitada potencialidad de crecimiento del país.

Cuando se observa la experiencia de nuestro Chile actual, cuando se mira un país que ha tenido una experiencia de crecimiento importante justamente en la última década del siglo pasado, y cuando se analizan las estadísticas, percibe las insatisfacciones que existen, las tensiones sociales, los problemas de equidad, los problemas distributivos, los problemas de las minorías, no tiene más que concluir que de alguna manera aquí la historia tiene algunos paralelos que son interesantes. Por lo tanto valdría el intento aprender un poco de nuestra experiencia, de las dos o tres primeras décadas del siglo pasado para poder enfrentar adecuadamente ese tipo de problemas en términos de políticas públicas.

Cuando se leen novelas de principios del siglo pasado, como por ejemplo Casa Grande de Orrego Luco, allí se describe una sociedad confrontada con tremendos problemas valóricos, donde el enriquecimiento pasa a ser el sino y objetivo único de la vida y donde la especulación bursátil, lo que hoy los economistas llamamos "burbujas financieras", pasa a ser la manera de crear o hacer desaparecer rápidamente riquezas. Eso domina de manera importante nuestra sociedad, nuestra educación, pero domina también los desarrollos económicos y financieros durante las dos o tres primeras décadas claramente.

No hay que olvidar que Chile enfrenta una crisis financiera económica enorme a fines de la Primera Guerra Mundial, posteriormente repetida con la crisis económica internacional. Pero todo esto en el marco de una sociedad cuyos valores son cada vez más materialistas. El idealismo, esta prosapia del desarrollo del siglo XIX en nuestras clases dirigentes, se va rápidamente eclipsando y llegando a un materialismo en que las cosas que importan son las que se tocan y las cosas con valor son todas aquellas que tienen precio, no las que tienen en sí mismo un valor intrínseco.

Díganme si hoy no observamos también de alguna manera una tendencia en nuestra sociedad a ese mismo tipo de materialismo, a ese mismo tipo de valoración de las cosas en función de esta dimensión.

Entonces, creo que hay algunos paralelos que son interesantes y sobre los cuales se hace necesario reflexionar. Es por eso que esta reflexión con motivo del bicentenario es interesante, es útil e importante.

Yo pregunté en la Universidad ¿qué hizo la Universidad de Chile con motivo de la celebración del primer Centenario? Me pareció una pregunta obvia y, por lo tanto, en nuestro archivo Andrés Bello se buscaron los antecedentes. Veamos si no se repite la historia: en 1905, el decano Amunátegui propuso en el Consejo Universitario desarrollar una serie de estudios y conferencias respecto de un conjunto de temáticas que tienían que ver con la historia social, la historia diplomática, la historia económica de Chile; incluyendo un atlas de la historia de Chile. Pero ocurrió que en abril de 1910 se le comunica a la Universidad que en realidad no hay fondos públicos para poder llevarlo a cabo. Posteriormente, se programan otra serie de actividades universitarias en celebración del centenario, pero la muerte del Presidente Pedro Montt, quien había sido miembro del Consejo Universitario, hizo que la Universidad efectivamente no llevara a cabo ninguna actividad visible e importante de celebración del Centenario. Díganme, si de alguna manera, no es un analogismo histórico que la Universidad se vea impedida muchas veces de cumplir sus programas su rol, en definitiva, por circunstancias que no tienen nada que ver con su propio desarrollo, sino por cosas como el financiamiento o eventos inmanejables por ella.

Mirado en un siglo, el país tiene evidentemente tres progresos que son innegables: hoy somos un país con un territorio más integrado; en segundo lugar, somos un país mucho más sustancialmente integrado al mundo, y esto, mucho más allá de los eventos recientes del último año o de los últimos dos, o cinco. Somos un país mucho más conectado al mundo que lo que éramos casi un siglo. Ciertamente, somos un país con más avances que lo que teníamos hace un siglo atrás en materia de educación y cultura, para no hablar también de ciencia y tecnología.

Pero, sin embargo, vivimos en un país que en los días actuales, refleja, ciertos problemas derivados de una evolución difícil en el último siglo, en materia social y económica. Se percibe la existencia de tres problemas muy sustantivos: un país que tiene graves problemas de desintegración social. Estamos integrados regionalmente, pero la desintegración social que prevalece constituye un fenómeno preocupante. Puede decirse que existen países distintos dentro del territorio; incluso al interior de las grandes ciudades hay países distintos, hay culturas distintas que imperan y que dificultan cualquier esfuerzo integrador. Se trata de un fenómeno que naturalmente se debe entender como consecuencia del desarrollo habido en el último siglo, y que no conlleva necesariamente un mensaje negativo. Pero existe una connotación preocupante que concierne a la política pública y al análisis de las tendencias, para construir una integración que fortalezca la idea de proyecto nacional.

En segundo lugar, y vinculado a lo mismo, vivimos en un país con una sustantiva inequidad, y eso sí resulta ser un problema inherente al estilo de desarrollo que ha compartido de alguna forma el país en un siglo. El ingreso per cápita chileno, a pesar de existir discusiones sobre los niveles y montos, probablemente ha crecido una muy buena cantidad de veces entre el año 1900 y el año 2000. Sin embargo, con eso también ha crecido la inequidad, el problema distributivo que nos afecta, y que nos pone entre los países que sufren una de las situaciones distributiva más regresivas del mundo. Eso, lleva mucho a todo esto que fue la cuestión social, que abarcó el debate político, económico, durante la primera parte del siglo pasado, en la que participaron todos los actores relevantes, incluyendo al Presidente Arturo Alessandri Palma, que escribió su tesis de memoria en la Escuela de Derecho en 1906 sobre la vivienda obrera y la cuestión social, y donde los grandes debates políticos -recuerdo, por ejemplo, la convención del partido Radical de 1906- era justamente si el país debía orientarse más bien por una idea de mayor presencia del Estado en términos de sus orientaciones económicas, políticas y sociales, propiciada por el profesor Don Valentín Letelier, o más bien por una línea liberal que era la tesis que sostenía don Enrique McIver. Fue un debate que persistió durante por lo menos un par de décadas al interior de todos los partidos liberales-progresistas de la época. Sin embargo, tal debate ocurría en un Chile caracterizado quizás por una menor inequidad que la prevaleciente hoy. Con posterioridad, los modelos económicos y sociales no lograron abordar con éxito el conocido dilema entre crecimiento y equidad, reconociendo en esto una falla de la política pública. Por ello, debe ser hoy un tema abierto a debate y que representa uno de los problemas que me parece como persistente en este siglo y el gran desafío para consolidar un mejor futuro económico.

Y tercero, respecto de otra de las cosas sujetas a debate que es si acaso el país logró avances importantes en educación y cultura durante el siglo. A pesar de notables avances, caracterizados por diseños concentradores y poco eficientes, pero sí al parecer de gran impacto en torno a movilidad social y difusión cultural, creo que también durante las últimas dos décadas el país ha tenido retrocesos importantes en educación y cultura, en cuanto a su organización, distribución y financiamiento. Eso también levanta preguntas respecto a los desequilibrios estructurales de lo que nos hablaba Aníbal Pinto, que hoy adicionan esta enorme brecha que existe en la entrega del capital humano o de la educación, que afecta la potencialidad de las personas para poder desempeñarse y, por lo tanto, su inserción en el mercado laboral, en la situación distributiva y en torno a la realización de un desarrollo valórico y cultural acorde con el desarrollo material que se busca.

De manera que, me parece, la reflexión tiene, como he dicho al comienzo, la limitación que la historia no se repite, y la ventaja de mirar estas grandes tendencias para preguntarnos realmente qué es lo que podemos aprender, para no repetir los errores y para poder favorecer las correcciones. Creo que la conmemoración, como oportunidad para mirar al futuro, levanta en nuestro Chile preguntas fundamentales respecto de la política pública y de la atención sobre aquellos aspectos que hemos visto más lesionados o menos desarrollados en el curso del último siglo.

Mi último comentario: a mí me parece muy importante que las celebraciones de un Bicentenario, que es una fecha tan relevante por su significado numérico, no consistan solamente en construir algunos monumentos o edificios. Hubo mucho de eso en 1910. Creo que tiene que haber algo en ese sentido, pero me parece mucho más importante que el ingrediente fundamental para celebrar sea, el repensar, el reflexionar y el poder tratar de crear una imagen, idealizada quizás, del país que nos gustaría alcanzar sobre la base de la experiencia de los últimos 100 años para los próximos 100. Mirar sin enojos, sin rencores, con generosidad, el país que se puede construir en los próximos años para entregarle a nuestros hijos un país que, por lo menos a nosotros como generación, nos habría gustado recibir.

Me parece que ésta es una oportunidad para pensar en eso, a la luz de los 200 años. Me parece que es una buena oportunidad y por eso yo he celebrado que se hagan este tipo de debates, que por supuesto se promuevan ciertos estudios, que se promueva reflexión, que se promuevan ideas y propuestas que permitan pensar al Chile que queremos sobre la base de la experiencia del Chile que hemos sido capaces de construir.

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