Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de Titulación de Médicos de la Promoción 1982.

(Transcripción)

Ésta es una ceremonia que muchos pueden calificar de curiosa y, casi, de divertida. Curiosa, porque pasan veinte años y algo más, para poder efectuar una graduación que por alguna razón, se diría, no se hizo a tiempo. Curiosa, porque es una ceremonia de graduación de profesionales en que dominan las calvas y las canas. Y, quizás, de divertimento, porque lo que generalmente les decimos desde este podio a los alumnos que se gradúan en este Salón de Honor, es que se van de aquí con una gran responsabilidad, que ellos necesitan enfrentar una sociedad, un desarrollo profesional que es complejo, que, además, tienen la responsabilidad, les decimos, de volver a esta Universidad a preguntar sobre las nuevas cosas, y que no olviden nunca que aquí se han formado como profesionales, pero también, y sobre todo, como seres humanos. Y por lo tanto, esa vocación de servicio a los demás es parte importante de la impronta de la Universidad de Chile. Pero a ustedes veinte años más tarde no puedo decirles esas cosas y sería impertinente, además, quizás, recordárselas, porque ustedes con su esfuerzo, con su trabajo, con su desempeño, han comprobado eso y nos han probado a nosotros, una vocación que hoy los tiene sentados aquí, en la misma Institución que los formó hace más de veinte años. Pero en realidad yo creo que hay dos significados profundos de esta ceremonia: el primero, tiene que ver con una lección universitaria, y el segundo, tiene que ver con una esperanza que ustedes dibujan en este acto.

Ustedes son una generación que se rebeló contra el acto impúdico de censurar lo que ustedes creían y lo que querían decir. Y la censura es el acto más anti-universitario que existe. Es un acto de destrucción de las ideas, es un acto de persecución, es un acto de hostilidad, es un acto contra la inteligencia, y ustedes lo rechazaron. Estuvieron dispuestos a decir que no querían su título así, si el precio que tenían que pagar era un acto indecoroso. Esa es una gran lección universitaria, porque a todos nos gustaría decir que estamos dispuestos a sacrificar cualquier cosa por la libertad de las ideas, por la libertad de expresión, por el desarrollo de la inteligencia en las expresiones que nosotros queremos: por hacer Universidad.

La Universidad sin libertad es un cuerpo inerme, sin vida, sin futuro, sin desarrollo. Y es por eso que muchos que creen que son universidades aquellas entidades donde se censuran las ideas, donde se dice hasta dónde se puede pensar, donde se selecciona sobre la base de lo que las personas creen. Esas no son universidades, con suerte son institutos de instrucción. Una Universidad es un centro de pensamiento, es un centro de reflexión, es un centro de propuesta, es un centro de nuevas ideas, y eso necesita libertad. Ustedes han sido testimonio de eso. Además, en aquellos años en que ustedes estaban desempeñándose en la Universidad como estudiantes de la Facultad de Medicina, eran tiempos distintos a los que hoy existen en nuestra Universidad y en el país. Es posible que la mayoría de ustedes vinieran de liceos. Muchos de provincias, muchos estudiantes modestos, de familias pobres o de la clase media, que no habrían podido nunca llegar a la Universidad en otras condiciones si no era así, con una Universidad que abría las puertas y los aceptaba sólo porque la Universidad era capaz de decir que ustedes eran los mejores.

Pero hoy, los estudiantes que llegan a la Universidad no son, necesariamente, los mejores. El que tuvo la mala suerte de crecer en un barrio pobre, o en una región aislada, tiene que ir a un liceo municipal. Un liceo municipal en que por definición se obtiene un puntaje que es, al menos, 30% ó 40% inferior de la contraparte privada. Y lo que determina eso, en definitiva, es cuánto pudo la familia pagar por la educación. La Universidad hoy no tiene ese sentido de justicia, ese sentido de amplitud que tenía en los tiempos de ustedes, y eso, créanme, es algo que a la Universidad le duele mucho, porque una tarea fundamental de esta Institución es promover la movilidad social. Eso ha sido desde su fundación. Porque nuestra Universidad necesita poner allá afuera a los mejores, no a las selecciones que se hacen sobre la base de los puntajes en la cuenta corriente de la familia.

Además, esta Universidad era también en esos días una Universidad pública, fundada por Bello en el concepto de una Universidad del Estado de Chile que cumplía una misión para el país. Una Universidad que había creado una Orquesta Sinfónica y que no necesitó el auspicio de una empresa para poder hacerlo. Una Universidad que contribuyó a eliminar la mortalidad infantil, y no lo hizo sobre la base de los auspicios, de las donaciones o quizás hasta, como diríamos hoy, de la limosna pública. Una Universidad que logró construir la República, que se constituyó como un elemento fundamental del Estado de Chile.

Hoy, sin embargo, esa Universidad, en la que ustedes empezaron a ver estos signos tan graves de descomposición, es de verdad una universidad privada: tiene que generar más del 77% de su ingreso, y no sólo cobrándole a los estudiantes, sino vendiendo también de todas las formas imaginables el tiempo de sus académicos. Una empresa privada de día, pública por las noches. Cuando la Contraloría viene a ver si se han cumplido las reglas para generar el ingreso privado, pero con las reglas públicas. Una Universidad que no es la Universidad que Chile quiere, no es la Universidad que Chile necesita, no es la Universidad de las ideas, no es la Universidad de la libertad, no es la Universidad del pensamiento: es la Universidad en que tenemos que hacer lo que se puede, y con eso, contribuir a lo que prevalece en nuestro país que es un Sistema de Educación Superior francamente en decadencia. Lo hemos dicho más de alguna vez, y si no, por favor, vean qué médicos se están hoy titulando en ese nuevo y pujante sector privado, con qué medios se está haciendo eso, con qué recursos académicos, con qué inversión en inteligencia se está desarrollando eso en el área médica, pero en todas las áreas profesionales del país por miles y miles.

Tenemos una esperanza, la esperanza que eso cambie, la esperanza que se definan mejores reglas, la esperanza que se haga un diagnóstico objetivo sobre lo que Chile necesita en política universitaria. No queremos simplemente que alguien diga: "bueno, a la Universidad de Chile hay que darle más". Queremos que se pongan reglas justas, reglas adecuadas, que haya acreditación de las carreras. Queremos que haya cuenta pública del uso de los recursos de todas las universidades que reciben los recursos públicos. Queremos que haya competencia de verdad con el sector privado, no ésta de hoy día, en que la Universidad de Chile tiene las manos amarradas para competir con tantos que se promueven desde tantas partes y con los instrumentos más perversos: queremos un cambio. Queremos una transformación de la política que se ha aplicado en los últimos años y que ha llevado a un desarrollo, no sólo indeseable, sino insensato del sistema educacional chileno. Injusto, además, creador de grandes desequilibrios que francamente harán inviable el proyecto de desarrollo que este país quiere. Por eso, son ustedes también parte de esa esperanza, porque con este acto que han impulsado con tanto afecto, con tanta devoción, muestran que las cosas siempre se pueden remediar. Muestran que las cosas siempre se pueden mejorar y que los errores, sobre todo, pueden cambiarse.

Ojalá este acto sea, en definitiva, una señal, una esperanza, una estrella que ilumine nuevamente a Chile para que vuelva a tener de verdad una Universidad de Chile.

Muchas gracias.

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