Palabras del profesor Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, con motivo de la presentación del libro "Presente y Futuro de la Concertación de partidos por la Democracia"

Si la presentación de este libro se hubiera efectuado hace una semana, probablemente la connotación de los comentarios sobre sus contenidos habría tenido un dejo un tanto más inquietante que el que ha de prevalecer hoy. En efecto, la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América nos ha dejado con un sentimiento de entusiasmo respecto del futuro de Chile; casi como que hemos olvidado nuestro usualmente entusiasta autoflagelamiento, y nos disponemos a pensar más autocomplacientemente el futuro de Chile. Pero la firma de este Tratado no sólo permite comentarios más generosos sobre los contenidos del libro que se nos ha encargado reflexionar, sino que permite también subrayar el fondo del asunto: la existencia o no de un ánimo de largo plazo de la Concertación como proyecto político. En efecto, no olvidemos que este Tratado ha constituido un esfuerzo permanente promovido por los tres gobiernos de la Concertación, y su concreción debe pues interpretarse como una recompensa al mantenimiento de una sólida línea en materias macroeconómicas, financieras y de relaciones exteriores. Por lo mismo, este logro que celebramos al inicio de estos comentarios, nos permite destacar en forma categórica la importancia que adquieren los compromisos de largo plazo, las propuestas sobre el Chile que se busca, el caminar consistente entre sucesivas administraciones para lograr metas importantes. Son esas propuestas y compromisos lo que da forma a las ambiciones que deben constituir la esencia de una coalición de partidos, y el fundamento estructural de cualquier política de acuerdos con miras a la gobernabilidad de largo plazo. Es la ausencia de esas propuestas lo que probablemente constituye hoy la debilidad estructural más importante de la política chilena en su conjunto.

Concuerdo con lo que plantea en este libro el senador Frei: la Concertación ha llevado adelante un cambio evidente, al menos comparando con el país que observábamos a fines de la década del 80. Sin embargo, es también cierto que existe creciente desazón entre los chilenos, y que abunda una visión que a comienzos del siglo XX resumiera muy bien don Enrique Mac Iver, en el contexto de similar período de transición en el proceso de desarrollo y de insatisfacciones sociales: no parecemos ser felices. Este ánimo se debe en gran parte a que las exigencias sobre los programas de acción gubernamental exceden con mucho las reales posibilidades, especialmente en una economía que enfrenta un panorama regional y mundial mucho más difícil que aquél existente a comienzos de los noventa. Pero este sentido de infelicidad va más allá de la coyuntura, y así lo sugieren los otros integrantes del panel que dio lugar a esta obra: sea porque el advenimiento de la democracia empezó a dictar el término de la vida de una Concertación surgida "por la democracia", o porque se ha fallado en focalizar la acción en la agenda social y económica que ha de corresponderse con una visión de largo plazo, o debido simplemente a que no existe una propuesta convincente para conducir, un mapa de ruta de largo plazo, para así no dejarse sólo llevar por las presiones derivadas de las ansias de innovaciones y cambios, y de disfrutar de un salto en lo social y económico que se ha postergado durante muchos años.

Entonces, es quizás ciertos que los progresos reales, los logros evidentes ocurridos en estos años, se han ubicado, y se observan, fuera de un contexto, de un ideal, de un devenir de largo plazo. Es efectivo: la pobreza ha disminuido sensiblemente; se gasta mucho más en educación y en salud; se han abierto espacios de participación que tienden a fortalecer la democracia. Pero es también afirmativo que estos logros, estos avances, a menudo no se ubican en un contexto estructural, carecen de una definitoria inserción en el plano de un ideal de país, de un sentido de largo plazo que reclama el avance en las acciones de corto plazo. Por ello, se destacan más los aspectos en los que se ha avanzado menos, y que son naturales opciones en el terreno de las prioridades y las decisiones en el mundo real. Lo ha dicho un respetado periodista político hace sólo unos días: la Concertación carece de un alma, de un afán, de un ideal que otorgue consistencia a lo que se hace, como también a lo que no se puede hacer al menos en el contexto de corto plazo.

Es por tanto, un resultado de esta ausencia de una visión compartida de proyecto de sociedad, el hecho que la Concertación se constituya más bien en torno al poder, y que el accionar de los partidos se desgaje en fórmulas destinadas a enfatizar y acrecentar la competencia por el poder. De allí quizás el privilegio que se otorga a acciones con afanes comunicacionales, con estrategias mediáticas y con programas de denuncias, impactos noticiosos y exclusivismos, que conducen a una lógica política destinada a minimizar la presencia de ideas, de debate y de propuestas para el Chile que se busca. La derecha hace lo suyo, y ha logrado instalar esta dinámica, promoviendo un discurso que, sin llenar los vacíos programáticos que existen, abarca imagen comercial, un marketing emprendedor y un populismo que denota también idea de adquirir el poder a toda costa. Quizás en medio de esta pobreza de la política nacional, es que también se dé como resultado lógico el enfrentamiento entre partidos y actores de un mismo conglomerado, puesto que las disputas por el poder y basadas en el personalismo, reemplazan a las viejas (y olvidadas) batallas por las ideas y los principios.

Quizás sea justo decir que la Concertación ha ido perdiendo su alma, la cual hace años se creó fuerte y trascendente para recuperar la democracia e iniciar los cambios que permitieran consolidarla. El llamado que aquí se formula, en la discusión que se presenta en este trabajo, es volver la acción al campo de las ideas y las prioridades programáticas tácticas y estratégicas. Lo que aquí se plantea es que se echa de menos el diseño estratégico que ha de derivarse de una visión compartida de país, que permita sortear con un norte definido los múltiples e inevitables escollos. Se dice aquí que la lejanía de la gente ocurre porque cada vez hay menos ideas de entregarle, mucho menos que consultar acerca de las opciones programáticas, y muy poco acerca del desafío de enfrentar prioridades con una visión de largo plazo, que permita diseñar un camino para avanzar.

Me atrevo, pues, a sugerir que la Concertación tiene una falla muy profunda que es la de carecer de una visión compartida de país, de un proyecto político fundamental, de un objetivo explícito que considera también claramente la transición política que vivimos. Me atrevo a decir, también, que con esto se introduce un factor de grave riesgo para el país, puesto que el ciclo político no oscilará en torno a cuestiones programáticas fundamentales que orienten la marcha del país, incluso a través de gobiernos de distinto signo. Más bien, la ausencia de esa visión compartida de largo plazo condena al país a estar en permanentes luchas por el poder, a vivir cruciales giros, a carecer de un horizonte que cumpla el rol de ambición central y consensuada. No existe otra visión de país, ni una propuesta estructurada para lograr el desarrollo y la equidad en Chile. Esa batalla por las ideas es la cuestión central, en mi opinión, que surge como un llamado desde este libro y del debate que lo originó para reposicionar a la Concertación, en el mismo espíritu fundacional de convertirse en un programa, en un gran objetivo para Chile.

Me atrevo además a plantear una cuestión de fondo. El fracaso de nuestro desarrollo durante el siglo pasado tuvo que ver, en forma muy directa, con la existencia de profundos desequilibrios entre la base económica y aquella relativa al mundo social y político. Las demandas de éstos ámbitos, chocaban contra una estrecha base de posibilidades, con lo que el auge económico del último tercio del siglo XIX, periclitó y nos condujo a un siglo XX preñado de experimentos sucesivos, discontinuidades y un profundo ideologismo. Un siglo de frustración de nuestras aspiraciones económicas, de esperanzas alimentadas por un accionar político incapaz de mantener una conducción de largo plazo. Hoy, cuando ambicionamos recuperar el ritmo económico de los últimos 15 o 20 años, no puede dejar de pensarse en los profundos desequilibrios que aún prevalecen entre el lento progreso en los social, lo ambiental y lo político, con respecto de la ágil base económica y financiera que hemos adquirido. Es decir, está aquí el mismo dilema de hace un siglo: la frustración de nuestro desarrollo posible debido a nuestra inhabilidad para reducir el desequilibrio existente en distintos ámbitos de nuestra dinámica social y económica, poniendo en grave riesgo nuestros sueños y esperanzas y la propia democracia. Es evidente, por ejemplo, que nuestra deteriorada distribución del ingreso -especialmente respecto del mundo donde queremos integrarnos y competir- será la fuente de tensiones sociales que llevarán a arriesgar la inversión y el propio crecimiento. Cosa similar se concluye cuando se analiza el profundo deterioro ambiental que produce la expansión económica y que finalmente debilitará el potencial de desarrollo.

Creo que la Concertación enfrenta una gran responsabilidad respecto de la evolución del país en las próximas décadas. La tarea educacional, por ejemplo, cumple un rol fundamental en la ambición de mejorar la distribución del ingreso, para lo cual hay que diseñar estrategias y fijarse plazos y logros, por lejanos que nos parezcan. Del mismo modo en lo ambiental, en el diseño del rol del Estado, en la concepción de la política social y en temas como la regionalización y la integración nacional. Aquí es necesario que se establezcan definiciones, proyectos a alcanzar, una visión de largo plazo y llevarlos a la gente para reencantar y asegurar que existe un alma, un sueño, una propuesta, que en definitiva significará enfocar la política nuevamente hacia el país, la gente y sus problemas.

El documento que comento sienta una serie de ideas importantes para emprender esta tarea. Pero lo fundamental no es el diseño académico, la producción de propuestas, el pensar a Chile, una tarea que también llevamos a cabo desde la Universidad de Chile. La cuestión de fondo es comprometer a la institucionalidad política y a los políticos en este ánimo de volver a llenar las páginas de los medios, la mente de los chilenos, con ideas positivas sobre el Chile que se desea, del sueño que queremos dejar a nuestros descendientes. Hay que abrir los espacios para reposicionar la política, valorar el aporte que es posible de hacer desde fuera de las orgánicas partidarias, es fundamental una política de alianzas que privilegie los objetivos profundos sobre el Chile que se busca. Ojalá pueda usarse la energía positiva que nos ha dejado el logro del Tratado Comercial que firmaremos, para poner nuestra fuerza vital a pensar en las propuestas que devuelvan el alma a la Concertación y permitan, a la vez, superar este momento aciago de la política, en que fuerzas disociadoras están en un plan de demolición de las instituciones, como señalara el senador Frei, quizás en el ánimo de imponer siempre la fuerza como método para superar el caos y el descrédito.

No hay que olvidar que la Concertación fue capaz de garantizar gobernabilidad al país en momentos muy difíciles, y que pudo conducir un proyecto que muchos veían como improbable en sus primeros diseños. Es ese también un legado importante que debe proyectarse, puesto que este conglomerado tiene una enorme responsabilidad para constituirse en un garante de gobernabilidad para el futuro de Chile, para encaminar al país en la senda de desarrollo y equidad que se ha comprometido. Ojalá el debate que comentamos se proyecte hacia la ciudadanía, y se busque así no sólo el alma de la Concertación que debe resurgir fuerte e inteligente frente a Chile, sino también se pueda así contribuir a construir un mejor destino posible y necesario para una actividad política que debe volver a enaltecernos y a brindarnos ideas, más ideas, ideas conducentes a la acción, que edifique sólidamente nuestro respecto y compromiso por Chile y su futuro.

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