Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Homenaje del Rotary Club de Santiago

(Transcripción)

Yo quiero agradecer este homenaje a los 160 años de la Universidad de Chile. A los 160 años de una aventura destinada a promover inteligencia y humanismo, pero también 160 años que renuevan un compromiso de la Universidad de Chile con Chile, que es su norte, que es su tarea, que es su ambición. 160 años y más, como se ha recordado, porque nuestra historia se adentra, al menos, unos 200 años en la historia colonial; pero que es poco, y nada significa, respecto a los monumentales desafíos que hoy enfrenta la sociedad chilena y que son parte del trabajo y del compromiso de la Universidad de Chile.

Están aquí presentes, la obra de Andrés Bello y su magnificente declaración de principios sobre el rol de la Universidad aún vigente. Está aquí también aquí presente, la obra de Ignacio Domeyko, que logró incorporar la enseñanza profesional a la Universidad de Chile desde el Instituto Nacional. Está Diego Barros Arana, que logró construir ese legado de humanismo y de investigación humanista en la Universidad, como también Valentín Letelier: el Rector que comprometió a la Universidad de Chile con la educación, que consolidó el Instituto Pedagógico y que proyectó a la Universidad de Chile como lo que hoy día es: la institución líder de la educación pública chilena. Y también está presente aquí, Juvenal Hernández. Yo estoy seguro que Juvenal Hernández, como Rector, estuvo varias veces en este Rotary, fundado en 1924 siendo él Rector a partir de 1933. Juvenal Hernández proyecta a la Universidad de Chile en todos los campos disciplinarios. Lleva a la Universidad de Chile al país a través de la extensión artística y cultural, y promueve, además, lo que posteriormente consolidaría Juan Gómez Millas: las sedes regionales de la Universidad de Chile.

Es toda una historia profunda e importante. Pero hoy -déjenme decirles con mucha franqueza- la tremenda preocupación que tenemos es sobre lo que, desgraciadamente, ocurre con la educación chilena. Educación que no puede dejar a nadie conforme, a pesar de que se intente meter los problemas debajo de la alfombra. Hoy estamos en presencia de un tremendo desafío para el país. Un país que quiere lograr un salto económico y social importante. Un país que quiere prometerle a sus hijos el alcanzar un futuro distante de aquel que vivimos nosotros, y de aquel que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos. Un país que enfrenta la sociedad del conocimiento y que hoy firma acuerdos con el mundo, pero que desgraciadamente tiene en estos momentos en sus aulas escolares no sólo con pobres resultados, en muchos casos, sino vergonzantes respecto de nuestra historia. Hoy, cuando Chile de 38 países aparece en el número 36. Hoy, cuando podemos ver los resultados de nuestros niños, calificados por todos los expertos como deficientes, y cuando la educación en general, no se anima, justamente, a ponerse al día con estos retos que son decisivos para los diez o los veinte años que vienen.

Esa es nuestra fundamental preocupación en el día de hoy. Chile tiene una gran responsabilidad y una gran tarea. Tiene que ver con reenfocar adecuadamente lo que hoy estamos haciendo con nuestros niños y nuestros jóvenes. Creo que todos los indicadores que se pueden mencionar, no hacen sino esperar que no podamos mirar sin vergüenza a los ojos de nuestros niños y de nuestros jóvenes, porque no estamos haciendo lo que tenemos que hacer para garantizar su futuro y el futuro de la patria.

La Universidad de Chile se siente muy contenta de sus logros. La Universidad no está dormida en sus laureles. Sólo hace pocos días, la Universidad, en distintas encuestas, es vuelta a calificar como la número uno del país. Es reconocida desde Europa como la número uno en Latinoamérica en investigación. Es reconocida desde el Asia Pacífico como la número uno, también, en materias de investigación y de posgrado: es "la" Universidad de Chile. Pero eso -de no quedarse dormido en los laureles, de nuestro trabajo diario por seguir manteniendo allí vivo el espíritu de Bello, de Domeyko, de Letelier, de Juvenal Hernández- es, justamente también, lo que nos hace levantar con fuerza la preocupación por una educación que decae y por un futuro que peligra.

Yo quiero entonces que esta celebración -que agradecemos con tanto amor, con tanto afecto, sobre todo por que viene, además, a través del discurso y de los labios de un ex Rector de la Universidad de Chile, el Prof. Marino Pizarro-, constituya para nosotros el compromiso de hacer para Chile, nuevamente, una educación que se merece y que necesita para poder garantizar un futuro distinto y mejor que aquel que nosotros hemos presenciado en la historia del siglo XX.

Gracias por este homenaje, y gracias también por adherir a nuestra Universidad.

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