Palabras del profesor Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, con motivo del inicio del segundo periodo como Decano de la Fac. de Cs. Químicas y Farmacéuticas, del Profesor Luis Núñez

Esta ceremonia constituye una formalidad de excepcional importancia en la vida universitaria. Es la instancia en la que podemos escuchar una evaluación de lo hecho, y una perspectiva hacia el futuro en el plan de trabajo de la Facultad. Constituye, además, una oportunidad para que el Decano informe de su gestión a la comunidad toda, y se puede así propiciar una adecuada participación con ideas, aportes y discusión sobre la gestión institucional. Es esta, por tanto, una instancia en que junto con la formalidad de darse inicio a un nuevo periodo de gestión, se abre la oportunidad de examinar el camino recorrido y el que se observa hacia el futuro, construyendo Universidad y vida académica.

Nuestra Universidad enfrenta un medio desafiante, que representa amenazas y oportunidades que no debemos perder de vista. Nos sentimos decepcionados por el escaso avance que ha existido en materias concernientes a las políticas de investigación en el país. No solo al hecho de estar aun circunscritos a un escaso monto del producto interno bruto dedicado a investigación científica y tecnológica, sino también por la ausencia de innovaciones importantes en los programas y en las políticas vigentes. Desearíamos que exista un aumento en los recursos de investigación como una forma de poner en la agenda de crecimiento y desarrollo, el requisito de contar con un sistema nacional de investigación que sea productivo, eficiente y capaz de promover el desarrollo de una mayor relación entre investigación y sector productivo. En materia de políticas, nos gustaría que exista mayor espacio para proyectos de largo plazo, que financien equipos de investigación, y que promuevan el desarrollo en áreas prioritarias. También ambicionamos una política que promueva efectiva competencia por los fondos, basada en la total disposición de los mismos para la implementación de programas de interés nacional. Quisiéramos que exista una política definida respecto de la inversión en equipamiento mayor, para así dar fundamento real al crecimiento que la investigación científica y tecnológica debe experimentar como apoyo al proyecto de desarrollo nacional.

Observamos, sin embargo, que la investigación sigue siendo considerada una actividad que puede posponerse en función de las situaciones coyunturales. Prevalece un escaso conocimiento sobre las necesidades que esta actividad levanta en relación con el desarrollo económico y productivo del país. Hay quienes consideran que la investigación es una especie de bien superfluo, que solamente satisface las necesidades de los investigadores y las universidades, casi como cuestiones subalternas y no vinculadas a ninguna prioridad de país. También muchos creen que la investigación debe residir fuera de las universidades, en el empeño de muchos en ordenar a circunscribir la tarea universitaria a la formación profesional, capaz por tanto de autofinanciarse en un esquema de libre mercado. Finalmente, no se percibe una identificación de la educación de posgrado y pregrado con la actividad de investigación, por lo que se minimiza el rol que cumplen las universidades complejas para liderar el cambio que permanentemente requiere el desarrollo de los recursos humanos de un país en crecimiento.

Junto a las amenazas que envuelve la falta de decisiones en un ámbito prioritario para el país, se encuentra también la desregulación que caracteriza al sistema de educación superior. Como sabemos, el sistema se ha expandido sustancialmente en cantidad, pero la calidad está bajo severo cuestionamiento, al mismo tiempo que no existen instrumentos efectivos para contar con una adecuada acreditación. Existen desajustes en la oferta profesional, un excesivo énfasis profesionalizante en las instituciones de educación, un permanente incentivo a reducir costos vía menor calidad formativa, y una irresponsable aplicación de esquemas simples de mercado a un sector estratégico fundamental para un país. Aquí se envuelve otra amenaza para la Universidad de Chile, cuyo énfasis debe estar en mayor calidad en la formación, en la profunda vinculación entre el desarrollo de pregrado, la investigación y el avance de los posgrados, materias todas que se encuentran fuera del marco de la política vigente.

La ausencia de discusión nacional sobre estos problemas es preocupante, como lo es la satisfacción por los actuales escenarios, pensando en la expansión cuantitativa de un sistema que no es siquiera capaz de ajustar la oferta a las demandas efectivas que prevalecen en los distintos ámbitos de desempeño profesional o disciplinario. Ciertamente, el desarrollo de una Universidad compleja como la nuestra, que enfatiza estos aspectos y que además ha de privilegiar la investigación de carácter nacional, se ve amenazada severamente por un sistema diseñado hace 20 años, que no ha tenido cambios fundamentales a pesar de las preocupantes preguntas y problemas que la mecánica de esta evolución levanta.

Mención aparte merece la situación de inequidad que el actual modelo de desarrollo universitario ha propiciado. Las estadísticas recientes indican que más del 50% de los estudiantes que rinden la PAA este año, provienen del familias con menos de $240.000 mensuales de ingreso familiar. Asimismo, más del 80% provienen de familias con ingreso mensual inferior a los $830.000. ¿Será esta realidad concordante con la existencia de un financiamiento estudiantil tremendamente deficitario? ¿Será posible que el pobre -que puede aspirar a crédito- pueda efectivamente sobrevivir en la Universidad cuando la realidad económica de su familia es tan carente? ¿Será posible seguir excluyendo a la clase media de la Universidad, puesto que su realidad no permite ni que obtenga crédito ni que pueda pagar los costos efectivos?. Parece indispensable revisar también estas políticas, puesto que las mismas, por la sola mecánica implícita en su diseño, lleva a una Universidad elitista, con incentivos para la disminución en calidad para poner los costos a nivel de la demanda, y con una grave inequidad que también limita el desarrollo pleno de una Universidad como esta, que ha protegido y promovido la diversidad como parte de su capital más esencial.

Sostengo pues, que nuestro sistema de investigación, de regulación de la educación superior, y de financiamiento estudiantil, constituyen una trilogía que representa una grave crisis, no abordada con la decisión y claridad que se requiere. Sostengo que los sueños del país en torno a lograr un mayor bienestar económico, se estrellarán contra una realidad social absolutamente tensionada, y con la propia ausencia de un sustento productivo que enfrente efectivamente los retos de la sociedad globalizada y del conocimiento. Sostengo que el país necesita un debate responsable sobre una materia que reviste alta prioridad, como lo es también lo relativo a la calidad de la educación chilena en su conjunto.

Sin embargo, la tarea también tiene que ver con nuestras propias decisiones en lo interno. Hay que continuar en el esfuerzo que esta Universidad ha puesto en marcha. En la actualidad, se ha cumplido una etapa en que se ha generado la nueva institucionalidad, el consenso sobre orientaciones estratégicas de desarrollo, la consecución de una manejo presupuestario de equilibrio y con gran descentralización. En esta etapa se han consolidado también trascendentales proyectos para mejorar la organización y la gestión académica: en este ámbito se encuentra la reforma del pregrado, la profundización y extensión de los doctorados y la organización de la investigación con nuevos ímpetus tanto en el ámbito de la colaboración interdisciplinaria, como en el ánimo de apoyar el desempeño de los académicos jóvenes.

Pero en esta etapa es fundamental dar otros pasos fundamentales, para los cuales las anteriores se han constituido en condiciones objetivas. En primer lugar, es necesario repensar nuestra distribución presupuestaria, especialmente en el ánimo de constituir un fondo de inversión académica que permita sustentar aquellos programas más alejados de las oportunidades que ofrece el autofinanciamiento o lo sistemas vigentes de concurso. Este programa debe proveer un estímulo definido y específico a la docencia de pre y posgrado, que se ve en gran medida desincentivada frente a los beneficios que aporta la investigación y la venta de servicios, en segundo lugar, las facultades deben llevar a cabo una revisión muy fundamental de sus tareas bis-a-bis la disponibilidad académica y la organización del trabajo, de modo de utilizar más adecuadamente los recursos, reordenando también los aspectos que tengan que ver con el personal de apoyo, atendiendo especialmente los casos de quienes están en condiciones de jubilar. En tercer lugar, y junto a una revisión de los sistemas de calificación y una consolidación de los de evaluación, debe ponerse énfasis en la productividad académica en docencia, investigación y extensión, y en la promoción de los académicos jóvenes.

Aquí hay tareas fundamentales, que no deben ser materia de una simple aplicación autoritaria, que de lugar más bien al conflicto paralizador. Deben además generarse condiciones para que este cambio no desvirtué el espíritu que fluye de nuestra misión institucional, no convierta a la Universidad de Chile, como muchos quisieran, en una especie de sociedad anónima cerrada cuyos incentivos sean puramente privados, nada sacamos con mejorar indicadores, si existen confrontaciones, odiosidades y falta de credibilidad que impidan, más tarde o más temprano, un progreso significativo y sostenible. Hay que emplear energía en convencer y avanzar en un programa de reformas como el que menciono, y que debe también seguir promoviendo la modernización en nuestra actividad, el desarrollo de la inversión, como consolidar nuestro campus, y el de esfuerzo para poder dar incentivos a la investigación, los doctorados y el mejoramiento en la docencia.

Hay pues un trabajo importante en ciernes para un período que se vaticina como muy fructífero para la Universidad de Chile. Junto a las amenazas que observamos, también se presentan oportunidades de gran trascendencia. Entre ellas, está la enorme ventaja de ser la Universidad con mayor preponderancia en materia de posgrado; de constituirnos en la Universidad capaz de innovar permanentemente en contenidos y plataformas tecnológicas para la enseñanza; en seguir siendo en este siglo XXI la Universidad líder que el país necesita para confiar en ella sus prioridades y proyectos de más largo plazo. También está la oportunidad de la internacionalización que ya hemos abordado proactivamente. El convenio que Chile ha suscrito en ciencia y tecnología con la Unión Europea es una oportunidad que debemos aprovechar, como los posibles nuevos similares convenios con Japón y Corea. También la oportunidad que nos representa el programa ALBAN, de estudios de posgrado en Europa, y del cual nuestra institución es la coordinadora para Chile. Nuestra base académica, nuestra credibilidad como institución, nuestra solidez y efectividad, son también un elemento atractivo para un sector productivo nacional que precisa el apoyo para salir adelante en el reto de la integración y la competencia. Tenemos que pensarnos como la institución nacional capaz de enfrentar los nuevos retos del país en una forma comprometida y decidida.

Nosotros estaremos dispuestos a apoyar las acciones de esta Facultad en forma especial. Lo hemos hecho con proyectos que han requerido nuestro respaldo y que son significativos en la modernización de sus instalaciones y el quehacer académico. Lo haremos en toda la medida de lo posible por la importancia de lo que aquí ocurre para el contexto general de la investigación en la Universidad. En especial nos preocuparemos de lograr que en este período se concrete la plena integración de la Facultad en este Campus Norte de la Universidad de Chile.

Quiero desear al decano profesor Luis Núñez, el mayor de los éxitos en la continuación de una gestión productiva, que se simboliza, quizás de un modo expresivo, por tener lugar esta ceremonia en una nueva instalación que ni siquiera hemos aún inaugurado oficialmente. Este debe constituir un augurio de lo que viene, del empeño que debemos poner para enfrentar el desafío futuro de construir una Facultad integrada estrechamente al resto de la Universidad, activa en su Campus, promotora del intercambio y la interdisciplina, y profundamente comprometida con la vocación nacional y pública de la Universidad de Chile.

He trabajado cuatro años con el decano Luis Núñez y su equipo directivo. Siento que hay aquí un proyecto académico que suscribo y promuevo, y que se manifiesta en cada discusión, en cada oportunidad en que abordamos material de política universitaria. Quiero agradecerle a él y a todos, su empeño, su sacrificio, su convencimiento, su colaboración, su amor por la Universidad de Chile.

A todos ustedes queridos profesores, funcionarios y estudiantes, les pido con el mayor convencimiento el apoyo que se merece esta gestión que se inicia en su segundo período, porque con ello podremos proyectar en el tiempo la tradición grande y bella que representa esta Facultad en su historia. Solo el día de ayer, la profesora Peniachiotti recibía nuestro homenaje sincero y emocionado tras 60 años de dedicación a la institución. Y ella nos relataba sobre la historia ilustre de esta escuela, del alma oculta en sus viejos salones en Vicuña Mackenna 20, de las viejas y queridas tradiciones, trasluciendo en su relato el amor más profundo por la institución que le ha albergado toda su vida, a la cual ha dedicado todo su empeño, su inteligencia, su primordial espíritu maternal. Ella es un buen signo para mirar a nuestro pasado con orgullo, y a nuestro futuro con confianza: contamos con la fuerza, con la convicción, con el espíritu necesario para triunfar siempre. Estoy cierto que nos esperan cada vez mejores días, y que seremos capaces, todos junto, de propiciar los esfuerzos para enfrentar siempre el desafío de continuar siendo la mejor Universidad de Chile, para servir a las necesidades de Chile y de su pueblo.

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