Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile, en Ceremonia de entrega de la "Medalla al Mérito Académico Valentín Letelier", en el marco del 160º Aniversario de la U. de Chile

(Transcripción) 

Mantener el orden sin trabar el progreso, favorecer el progreso sin perturbar el orden; tales son los dos tópicos fundamentales de toda política positivamente científica. En estos términos definía Valentín Letelier, a comienzos del siglo pasado, la importancia de dos visiones sobre nuestra realidad social: la liberal y la radical.

En sus intensos debates sobre la cuestión social, en la que su polémica con Enrique Mac Iver permea, verdaderamente, toda la inspiración y el debate político chileno de la primera mitad del siglo, Letelier destacó como el educador comprometido, el hombre de Estado, el académico que sembró con fuerza el desarrollo universitario, mantenido en el compromiso de la investigación con la docencia. Las ideas de Letelier residían, fundamentalmente, en torno al principio de una educación capaz de sostener un intenso proceso de movilidad social, así permitiendo que la redistribución fuese un proceso naturalmente derivado de la instrucción, y de la creación de capacidades y del progreso del conocimiento. "Gobernar es educar", fue el lema que creó en el desarrollo de esta brega política. Un lema que le identifica como el inspirador de lo que más tarde se transformaría en un vital lema de Gobierno.

La tarea universitaria de Valentín Letelier se proyecta ya hacia fines del siglo XIX, cuando con firme convicción se transformó en decidido puntal para la creación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Como Rector, fue un vital defensor de la investigación académica, la que, en su opinión, no se encontraba adecuadamente financiada por el Estado de Chile, a pesar del importante impacto que la misma era, y es capaz, de proyectar por medio del enriquecimiento de la docencia y la formación profesional. Creía en que la dedicación académica debía envolver en grado importante, un compromiso con la creación y la investigación, aspecto que definía el carácter de una verdadera carrera académica. En aquellos tiempos, todavía estaba presente el debate que inspiraba en Chile la política de liberalización de la educación que propiciara Abdón Cifuentes y que valiera la crítica acerba de Domeyko, y más tarde de Letelier, en torno a que el negocio no podía constituir el fundamento de una tarea mucho más transcendente en el plano social, como es la formación, desarrollo y perfeccionamiento de las nuevas generaciones de profesionales, científicos y artísticos. Decía él, y lo cito, "un Estado no puede ceder a ningún otro poder social la dirección superior de la enseñanza", agregando que "para el sociólogo y para el filósofo, bajo el respecto moral, gobernar es educar; y todo buen sistema de política es un verdadero sistema de educación, así como todo sistema general de educación es un verdadero sistema político". Su obra universitaria, se define bien al repetir que su propósito era que el rector, "para tener al día al personal docente y a ciertos gremios de profesionales, debe proponer la organización de los cursos de repetición con el carácter de permanentes, que para ensanchar la enseñanza debe proponer, cuando hubiese recurso, la institución de nuevas cátedras para difundir los conocimientos; proponer, a firme, la llamada extensión universitaria para contribuir, en la medida posible, al desarrollo del saber; debe fomentar las investigaciones científicas por todos los medios que estén a su alcance". Estaba convencido de los pasos fundamentales que había que dar en esos tempranos años para consolidar la investigación. Y en su programa rectoral decía, "ver modo de establecer en Chile tres o cuatro Institutos de Sismología, que funcionen en relación con los novecientos que hay en las islas de Japón, y para instalar un Instituto de Psicología Experimental, sin cuyos estudios jamás adquiriría la pedagogía un carácter plenamente científico". Muchos de estos temas están en las agendas de la Universidad aún en nuestros días, lo que muestra la extraordinaria visión de quien fuera nuestro Rector: un soñador y un académico.

Valentín Letelier simboliza mucho lo que es, y lo que constituye el alma de nuestra Universidad: la defensa a ultranza de la excelencia académica, la promoción de la investigación y la extensión como actividades íntimamente ligadas a la formación profesional, la defensa de la educación pública y en pro de un Estado que debe asumir su responsabilidad para que se entregue al país una actividad educacional eficiente y equitativa, su profundo compromiso con el humanismo -que es el ser de la Universidad-, su innegable percepción de la educación como el más vital instrumento de progreso y su profunda lealtad a la institución que lo formó y a la que estuvo vinculado toda su vida. Todo ello, hace que el Rector Valentín Letelier sea un símbolo importante del trabajo académico, y del esfuerzo que todos hacemos por construir diariamente la Universidad que soñamos para el Chile que queremos.

Por eso, cuando decidimos crear una distinción que premiara la dedicación, la entrega, el compromiso con el trabajo académico, nada pareció más justo y más proporcionado, que denominar a tal distinción, "Rector Valentín Letelier".

Simboliza ello mucho, pero, particularmente en estos días, nos recuerda que sigue vigente el desafío para el país en cuanto a la necesidad de contar con una educación pública de calidad, y con una Universidad de Chile que sea, efectivamente como hasta hoy, el referente de calidad del sistema. Nada parece hoy más vigente que el planteamiento en defensa de la educación pública, cuando al desafío de lograr una mayor equidad que enfrenta Chile y que resulta decisivo para conseguir las ambiciones económicas que nos hemos propuesto como país, hay también, al mismo tiempo, la necesidad de promover y sustentar una docencia y una investigación capaz de cumplir con el desafío de integrar a Chile en la sociedad del conocimiento. Desarrollar universidad para que nuestra patria no esté dominada por la ignorancia que infortunadamente caracteriza a la vida de los países pobres, sino que ilumine con el humanismo y las capacidades productivas que podemos desarrollar para mirar con éxito al mundo. Sueños de ayer y de hoy que se mantienen vivos y fuertes, tal y como fueron las convicciones de don Valentín, pero qué más hermoso que recordarlas y declarar su vigencia, es el hecho de transformarlo en reconocimiento a quienes tanto han entregado a la Institución, a quienes tanto debemos y en cuyo ejemplo queremos forjar a las nuevas generaciones.

Siempre he pensado que entre académicos es vital el poder otorgarnos reconocimiento, el poder dar las gracias que muchos de nuestros esfuerzos demandan y que simboliza el reconocimiento que tantas generaciones brindan, de una manera u otra, a los que han alcanzado el grado sublime de maestro.

Muchas veces el tráfago del trabajo, las grandes presiones por las respuestas inmediatas, los padeceres universitarios en búsqueda de los recursos necesarios, nos hacen olvidar que hay muchos maestros a quienes debemos tanto y a quienes no hemos podido, ni siquiera, remunerar como es debido.

Aquí hoy, al menos a un puñado de escogidos, vaya nuestra reverencia más sincera y un gracias tan grande como nuestra historia institucional.

A Dina Alarcón (1), la educadora, la mujer que ha proyectado con generosidad su ser femenino a la tarea académica, reflejando en sus alumnos y alumnas la maternidad del amor, de la entrega, de la conducción firme, de la tarea siempre renovadora. A la mujer que impulsa nuevas ideas y nuevos sueños cada día, y que proyecta con fuerza, difícil a veces de creer, las iniciativas más profundas en pro de la Institución.

A Ruy Barbosa (2), nuestro Rector, pero por sobre todo, el académico siempre comprometido, desde sus inicios universitarios, en el desempeño con profundo amor y convicción universitaria. A él, quien nunca ha dejado esta Casa, a quien siempre está dispuesto a entregar el consejo valioso, la inspiración necesaria.

A Enzo Faletto (3), el cientista social y sociólogo profundo, que ha influido tanto en la formación de sucesivas generaciones de cientistas sociales, cuya influencia ha sido innegable en toda Latinoamérica y cuyo aporte fundamental ha transcurrido por medio del trabajo de investigación serio, meditado, profundo y de una sólida formación sobre la problemática social a la que ha adicionado su aguda observación y su profundo humanismo.

A Arturo Jirón (4), el médico destacado que cuidó al Presidente Allende, que sufrió el exilio y el maltrato sólo por ser una persona entregada a su profesión y por constituir un alguien consecuente con sus ideas. El fraternal afecto de muchos está en torno a él, quien ha desplegado con fuerzas y vigor un trabajo de valor en la tarea de la especialización médica.

A Ana Kaempffer (5), la reconocida médico salubrista que ha dedicado parte importante de su hacer a la salud de la mujer y del niño. Destacada y premiada tantas veces, es nuestra Universidad y su Escuela de Medicina las que se han visto beneficiadas por su aporte, por su trabajo docente, por su sensibilidad y por su papel destacado en el ámbito académico en general.

A Camilo Larraín (6), el médico ilustre, el profesor símbolo de tantas y tantas generaciones de médicos. Al creador, al potente historiador que nos ha ayudado a comprender el desarrollo de la sociedad médica, a quien entrega amor a esta Institución con tanto cariño, con competencia, esfuerzo e irrenunciable dedicación.

A Mario Mosquera (7), el maestro digno, el gran defensor de nuestra Institución, el gran Decano de la Escuela de Derecho, el jurista destacado, el hombre del deporte, el Mario amigo que tanto ha entregado a esta Institución y que hoy día no puede acompañarnos, sólo por que su salud lo mantiene atado a su lecho de enfermo.

A Igor Saavedra (8), quien ha hecho brillar con permanente intensidad el quehacer científico proyectado en la formación de las nuevas generaciones. El maestro que, infortunadamente, tampoco puede acompañarnos por su débil salud, maestro de muchas generaciones, el hombre que no olvidamos nunca por su talento y su gentil disposición, a aquél que también defendió a la Institución en momentos muy ingratos, aquél que nunca ha claudicado en el impulso en pro de más y más calidad como marca indeleble de nuestro quehacer.

A Hermann Schmidt Hebbel (9), el hombre que cultivó el rigor más puro en su trabajo de investigación, al padre que proyectó su labor generosa a tantos hijos adoptivos transcurridos en las generaciones sucesivas que pasaron por su cátedra y por su laboratorio, al científico que logró proyectar su figura en el más puro humanismo.

A Eduardo Schalscha (10), quien ha manifestado amor por esta Universidad y por su escuela, y que ha colaborado siempre con gran voluntad y efectividad en las tareas que se le asignen, todas ellas, como ha sido recientemente su influyente trabajo en el Centro Nacional del Medio Ambiente, después de una brillante trayectoria académica en su propia Facultad.

A Fernando Valenzuela (11), el ilustre abogado y filósofo, el hombre dedicado toda su vida al hacer universitario, el que nunca ha buscado el descanso y ha seguido empeñado en entregarnos su experiencia directiva y su profunda lealtad universitaria. Es un hombre inspirador, una fortaleza bella y fuerte de las ideas más valiosas sobre el hacer y el ser de nuestra Universidad.

Y a Cirilo Vila (12), el maestro que nos ha emocionado tantas veces con sus interpretaciones cálidas y emotivas de la música que ama, y a cuya creación ha tanto contribuido a lo largo del paso de los años en la querida Facultad de Artes. Su vida universitaria constituye un verdadero ejemplo de dedicación, de empeño, de profunda motivación e identificación con el ideal nacional y público que como Institución profesamos.

A todos ellos nuestro agradecimiento y nuestro amor más fuerte. Todos ustedes han marcado un camino que podemos hoy día identificar claramente, para nunca perder el derrotero institucional que debe conducirnos a la institución que soñamos. Nos han enseñado, pero por sobre todo, nos han dado un ejemplo que nos llama a amar la Universidad de Chile con todas las fuerzas, a respetar siempre las bases de esta marca magnífica que navega siempre bella hacia el futuro y marca así los hitos del progreso de la patria. Todos ustedes se han constituido en el espíritu y el ejemplo de Valentín Letelier por la defensa de valores que todos nosotros apreciamos, y en los que nunca estaremos dispuestos a claudicar.

En la celebración de nuestros 160 años vaya a ustedes el abrazo cariñoso, vivo, emocionado, sincero, de la Institución toda, que les declara hijos predilectos, defensores sublimes de su hacer, pilares fundamentales de la construcción permanente de la Universidad que necesita Chile.

Gracias a ustedes por el legado que han dejado, que no olvidamos y no olvidaremos, y que, contrariamente, cultivaremos siempre en nuestro quehacer, entregándolo a las nuevas generaciones en la proyección vital de esta Institución hacia el Chile soñado, hacia el futuro que Bello nos enseñó a apreciar como el compromiso vital con las necesidades del país y de su pueblo, norte poderoso y fundamental que inspira nuestra vida y el palpitar sublime e inmortal de esta vieja Casa.

Muchas gracias.

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Notas
1. Prof. Dina Alarcón Quezada, de la Facultad de Ciencias Sociales.
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2. Prof. Ruy Barbosa Popolizio, Prof. Emérito de la Facultad de Ciencias Agronómicas.
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3. Prof. Enzo Faletto Verne, de la Facultad de Ciencias Sociales.
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4. Prof. Arturo Jirón Vargas, de la Facultad de Medicina.
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5. Prof. Ana Kaempffer Ramírez, de la Facultad de Medicina.
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6. Prof. Camilo Larraín Aguirre, del Hospital Clínico Universidad de Chile.
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7. Prof. Mario Mosquera Ruiz, de la Facultad de Derecho.
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8. Prof. Igor Saavedra Gatica, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
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9. Prof. Hermann Schmidt Hebbel, Prof. Emérito de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas.
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10. Prof. Eduardo Schalscha Becker, Prof. Emérito de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas.
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11. Prof. Fernando Valenzuela Erazo, de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
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12. Prof. Cirilo Vila Castro, de la Facultad de Artes.
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