Charla del Rector de la Universidad de Chile sobre Valentín Letelier en Conferencia "Tres Momentos Históricos de la Universidad de Chile: Andrés Bello, Valentín Letelier, Juvenal Hernández".
En el marco del 160º Aniversario de la Universidad de Chile.
(Transcripción)
El año 1877 se constituye en un hito de extraordinaria importancia para la Nación. Ese año se inicia una de las más fecundas carreras de servicio público y de la creación y difusión de la cultura, cuando don Valentín Letelier Madariaga ingresa como profesor de Literatura y Filosofía al Liceo de Copiapó.
Nacido en Linares en 1852, el joven Letelier abrigaba desde niño fecunda imaginación. Dueño de una prodigiosa memoria, manifestó desde temprano un gran interés por los asuntos de la cultura, la historia y la política pública. Por sobre todo, ese niño linarense que comenzaría sus estudios en el Liceo de Hombres de Talca, se distinguiría por un enorme amor y devoción al servicio público que caracterizó su vida entera. Prosiguió sus estudios en el Instituto Nacional y más tarde en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, obteniendo una formación que aceraría en su espíritu el interés por lo público desde la perspectiva educacional y académica. Titulado de abogado en 1875 (una de las primeras generaciones de nuestra Escuela de Derecho) su labor intelectual se vio profundamente influida por el ambiente intelectual de Santiago. Participó en el Círculo de los Jóvenes Positivistas y se entusiasmó en el trabajo de la Academia Literaria fundada por Lastarria, la cual se inspiraba también, en el positivismo y el principio de la solidaridad. Sin embargo, nada detuvo su ambición de viajar para instalarse en el Norte de Chile, más específicamente en la ciudad de Copiapó, rubricando así una visión de país que mantuvo toda su existencia resumida en la apreciación respecto a que la vida en las provincias debía experimentar un salto en lo cultural y educacional, para así poder constituirse en efectivo factor de unidad nacional.
Así inició su vida como educador. Dio vida en Copiapó a una academia literaria, fundó la "Revista de Artes y Ciencias", colaboró en el periódico "El Atacama", y más tarde se transformó en un activo dirigente y parlamentario por la zona, adscribiéndose al viejo tronco constituido por el Partido Radical, que había tenido, precisamente, y hacía ya algunos años, su origen en la dorada tierra del norte. A poco andar, Letelier se convertiría en un notorio dirigente político y en uno de los más notables teóricos que ha tenido la política chilena.
Vendrían más tarde las tareas diplomáticas en la legación chilena en Berlín, ciudad en la que Letelier profundiza el ideario positivista al que había adherido fervientemente desde su juventud. Letelier aprovechó su misión en Alemania para estudiar el sistema educativo del país, extrayendo de sus observaciones, experiencias y consejos que le servirían para dar impulso a la tarea que Manuel Montt ya iniciara en la década del cuarenta, y que consolidara en la década siguiente. En efecto, la creación de la Universidad de Chile, de la Escuela Normal de Preceptores, de la Escuela de Agricultura y de la Escuela de Artes y Oficios, constituye un proyecto educacional de la mayor importancia, que envolvía una visión de país y de futuro que resultaba notable no sólo para la época sino por los positivos efectos de largo plazo que se derivarían de la implantación práctica de tal iniciativa. No pasó este hecho inadvertido para Valentín Letelier, quien, con su notable instinto político y su profunda vocación de educador, apreció la necesidad que demandaba el sostener adecuadamente los fundamentos de ese proyecto en el tiempo.
A su regreso a Chile en 1885, Valentín Letelier despliega una enorme labor intelectual. Triunfa en importantes certámenes literarios ("El Varela") con un estudio denominado "La Ciencia Política en Chile", y en otro, convocado por la Universidad de Chile, con el notable trabajo "¿Por qué se rehace la historia?", que más tarde se refunde en una obra monumental que se llama "La Evolución de la Historia", publicada en 1900. Julio César Jobet anota que este libro "es demoledor del tradicionalismo dogmático, e inspirador de nuevos rumbos en la investigación del pasado". Por su parte, el catedrático español Posada señala que esta obra "representa la labor de varios años de un espíritu curioso, que se ha sentido irresistiblemente atraído hacia un problema tan interesante, como lleno de misterio". Aún cuando no escribió ninguna obra historiográfica propiamente tal, Letelier complementó su trabajo de filósofo de la historia, con la labor más básica de esta disciplina: la recopilación de fuentes. Otro de los libros fundamentales del maestro es su notable "Filosofía de la Educación", escrita en 1891 en prisión, al ser víctima de los triunfadores de la guerra civil de ese año, como consecuente liberal que fue toda su vida. En esa obra, publicada en 1892, desarrolla su teoría general de la enseñanza pública, destacando su enorme importancia como instrumento de política social. Allí escribió: "no son las universidades instituciones artificiales de los gobiernos, son instituciones sociales, hijas de la cultura, cuya existencia se impone en los grados superiores del desarrollo de los estados".
Posada en 1912, de este libro dijo: "acaso, no pueda señalarse en toda la literatura pedagógica sudamericana, ninguno que lo iguale en información, en abundancia de doctrina, en amplitud de vista para abarcar, con excelente espíritu crítico, la complejidad de los problemas que entraña la ciencia de la educación". Este libro, además de ser una importante contribución en la historia del pensamiento educacional en Chile, conserva en algunas de sus partes una admirable vigencia. Bien valdría contrastar algunas de sus páginas con nuestra realidad actual. Especialmente recomendable resulta ser la relectura de las reflexiones de Letelier sobre si la enseñanza debía ser lo que él llamó "una industria", sujeta a la ley de la oferta y la demanda. Advierte el maestro que sería tan absurdo entregar a la iniciativa privada la administración de la justicia como cederle la de la enseñanza. En esto, se une a lo que ya manifestara antes don Ignacio Domeyko, con referencia a la privatización de la enseñanza postulada por Abdón Cifuentes que fue la causa de un gran debate nacional, que concluyó también en profundas críticas sobre las ideas privatizadoras, como asimismo sobre el proceso de municipalización que criticara muy marcadamente don Darío Salas.
La aseveración de Letelier, en cuanto a que la educación no puede tratarse como un producto más o como una industria más, en lugar de perder vigencia, parece haberla ganado en el tiempo. Ciertamente en nuestros días, como sabemos, ello aún constituye una materia de debate. Afirmaba también Letelier, a este respecto, que "el único aporte válido de la iniciativa privada en la educación, se ha realizado a través de algunas fundaciones que, renunciando a todo propósito de lucro, se empeñan en hacer de la enseñanza no un negocio, sino una tarea de abnegación y desinterés". Y es éste también, ciertamente, un objeto de debate hoy día en todo el mundo, respecto a la cuestionable eficiencia y legitimidad que envuelve la obtención de lucro a partir de la preparación que obtienen las nuevas generaciones.
En 1895 Letelier publica otro de sus libros más célebres, "La lucha por la cultura", en el que recoge diversos artículos, conferencias y textos donde reafirma su doctrina esencial: el Estado docente. Una de sus alocuciones más célebres publicada en este volumen, es el discurso "El Estado y la Educación Nacional", que pronunciara en la Universidad de Chile, precisamente el 16 de septiembre de 1888 en el Salón de Honor de la institución, el mismo año en que también asume la cátedra de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho. En esa ocasión afirmó enfáticamente que, "un Estado no puede ceder a ningún otro poder social la dirección superior de la enseñanza pública". A lo cual agregaba que, "para el sociólogo y para el filósofo bajo el respecto moral, gobernar es educar, y todo buen sistema de política es un verdadero sistema de educación, así como todo sistema general de educación es un verdadero sistema político". Como se ha señalado, aquella frase, "gobernar es educar", tuvo un insospechado eco proyectándose hacia el futuro, convirtiéndose en el lema y programa de la candidatura de don Pedro Aguirre Cerda -ex Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de esta Casa-, quien llegó a la presidencia de la República en 1938. Es decir, exactamente 50 años más tarde del memorable discurso de don Valentín.
Don Roberto Munizaga destaca, junto a la obra en materia pedagógica, la no menos importante producción intelectual en materia jurídica de Valentín Letelier. En este campo sobresalen dos libros importantes: "Génesis del Estado" y "Génesis del Derecho", que son, en gran medida, producto acumulativo de sus estudios y reflexiones en la cátedra universitaria.
Por último, de su labor como Fiscal del Tribunal de Cuentas (lo que hoy día llamaríamos el Contralor General de la República), han quedado 27 voluminosos tomos con los borradores de sus vistas como Fiscal de las cuentas públicas. Se publicó una selección de este material con el título de "Dictámenes de Don Valentín Letelier, 1891-1918", mostrando su aporte sustantivo a la práctica del derecho administrativo, y sobre la buena y correcta gestión que debe caracterizar a toda autoridad pública.
Lo que sorprende y fascina en Valentín Letelier, como muy bien también lo destacó don Roberto Munizaga, es que no manifestara una ruptura entre sus dos dimensiones fundamentales: el hombre de pensamiento y el hombre de acción. Su formación jurídica pudiera haber hecho de él una de esas mentalidades deductivas ágiles, entrenada para moverse en el plano de los principios, revestido de una coherencia lógica, formal; pero, en cierta medida, impotente para reajustar su instrumental dialéctico a los ambiguos matices de una realidad que cambia. Del mismo modo, su formación filosófica pudiera haberlo conducido a buscar la paz sobre las alturas, en un terreno de piadosas generalidades fraseológicas edificantes, pero donde se elimina cuanto tiene de áspero la consideración de los problemas concretos.
No obstante, Letelier se mantuvo adherido a las cosas para interpretarlas y reconstruirlas, para llevar los principios a la acción. En todas las posiciones cultivó el valor intelectual de mirar la realidad cara a cara, hablar siempre con un lenguaje claro, nítido y directo, y actuar. Periodista, sus luchas en defensa de la cultura resuenan aún entre nosotros. Maestro, sus iniciativas prácticas cubren todo el dominio de la educación, desde la escuela primaria hasta la universidad, con ideas desafiantes y constructivas. Político, nunca claudicó en su visión del Estado docente y de un liberalismo practicado con efectiva solidaridad social.
Ya antes de ser nombrado Rector, Valentín Letelier había entregado una contribución inapreciable a la Universidad de Chile, con su aporte a la creación del Instituto Pedagógico y la defensa que hace de éste cuando se ve amenazado por los triunfadores de la guerra civil de 1891, quines veían como sospechoso y amenazante a este Centro (cosa que ocurriría también un siglo más tarde) por haber sido creado, en ese caso, por el derrocado Presidente José Manuel Balmaceda. Defensor a ultranza de la formación de buenos profesores, sostenía que éste era la palanca vital para cualquier desarrollo. Agregaríamos nosotros en el lenguaje de hoy, sustentable en el plano humano.
La obra universitaria de Letelier concilia con su ideario, según el cual la universidad debe constituir la piedra angular de todo el sistema educacional. La observación de las realidades históricas de los países americanos y europeos, parecía señalarle, claramente, que allí donde prospera y se desarrolla la vida universitaria, se expanden también los otros grados de la enseñanza. La universidad, creía, debía inspirar a todo el resto de la educación pública. En ella debían generarse los proyectos de reforma de todos los niveles y coordinarse los más diversos proyectos educacionales. Letelier consideraba, asimismo, que el deber fundamental de la universidad era el de crear conocimiento, hacer ciencia sólo por la ciencia, sin que esta actividad se orientara necesariamente hacia la formación profesional. Tampoco desconocía y, por el contrario, se convirtió en un gran promotor de la práctica de una investigación ligada a resolver problemas fundamentales, pero para lo cual se requería el material básico proporcionado por la investigación. Pensaba que para desarrollar adecuadamente su labor científica, las universidades requerían de un clima de la más absoluta e irrestricta libertad espiritual, sin sujeción ni influencia de ningún movimiento confesional, secta o partido, que pudiera introducir consideraciones extrañas a la búsqueda de la verdad.
Don Valentín Letelier expuso su programa de rectorado en la sesión del Consejo de Instrucción Pública del 1º de octubre del año 1906. Comenzó llamando la atención acerca del deplorable estado de la enseñanza secundaria. Ésta se encontraba en un estado tal de anarquía que no podía garantizarse su eficacia, ni como educación general, ni como preparatoria, para seguir en la educación superior. Si bien las leyes entregaban la superintendencia de la enseñanza secundaria al Consejo de Instrucción Pública, en la práctica el régimen parlamentario permitía la intromisión de los políticos para repartir beneficios y favores entre sus clientelas electorales, e intervenir tanto en éste como en otros servicios públicos. Se hacía necesario, entonces, de acuerdo a la visión de Letelier, restituir la superintendencia del Consejo, puesto que lo que importaba restaurar era la autonomía del servicio público de la enseñanza, y el manejo de ella por técnicos y expertos en educación, por sobre los intereses políticos del momento.
El programa de Letelier incluía, además de su preocupación fundamental por el estado de la enseñanza secundaria, otros conceptos importantes. En el acta de la sesión mencionada, se lee que el Rector, "para tener al día al personal docente y a cierto gremio de profesionales, propondría la organización de los cursos de repetición con el carácter de permanentes; que para ensanchar la enseñanza propondría, cuando hubiese recursos, la institución de nuevas cátedras; que para difundir los conocimientos propondría la organización a firme de la llamada extensión universitaria; que para contribuir, en la medida posible, al desarrollo del saber, fomentaría las investigaciones científicas por todos los medios que estuvieran a su alcance, y que al efecto había dado ya unos pasos para ver modo de establecer en Chile tres o cuatro Institutos de Sismología, que funcionen en relación con los novecientos que hay en las islas de Japón, y para instalar el año venidero un Instituto de Psicología Experimental, sin cuyo estudio jamás adquiriría la pedagogía un carácter plenamente científico".
En este párrafo se encuentra lo medular del programa rectoral de Valentín Letelier. Llama la atención algunas cosas, como la temprana organización, con carácter permanente, de los cursos de repetición; es decir, lo que hoy llamaríamos programa de actualización o educación continua. Ya a principios de siglo fueron propuestos por este maestro visionario, aunque más tarde implementados con dificultad debido, precisamente, a la restricción de recursos. Igualmente novedosa para su tiempo, fue una actividad que alcanzaría gran importancia en los años posteriores, como es la extensión universitaria, que alcanzaría su apogeo durante el rectorado de don Juvenal Hernández y el significativo trabajo de Amanda Labarca. El hecho de que en el acto se refiriera a ella como la llamada "extensión universitaria", indica, al parecer, que por ese entonces era un concepto de uso reciente.
Letelier realizó, efectivamente, buena parte de estas propuestas programáticas: consiguió mantener los cursos pedagógicos de repetición. Estos cursos contribuyeron en forma eficaz al perfeccionamiento del magisterio y también se llevaron a cabo para médicos y matronas. La extensión, convertida en un servicio permanente, trajo al país a destacados profesores extranjeros que desde la tribuna universitaria divulgaron conocimientos científicos y literarios. Se inició así, la vinculación de la Universidad con las audiencias y público extra universitario, que iría ganando cada vez más importancia al avanzar el siglo y que reflejaría, de ese modo, el mandato fundacional de acercar la Universidad hacia los problemas y la realidad de Chile.
En materia de investigación, el Rector Letelier comisionó al Dr. Wilhenmann, para que viajara a Europa y los Estados Unidos a conocer los mejores laboratorios de psicología experimental, y luego trabajara en la instalación de uno de estos centros anexo al Instituto Pedagógico. Por otra parte, se consiguió que el Gobierno contratara al Conde Ferdinand Montessieu, un experto sismólogo francés, cuyo prestigio se extendía a toda Europa, para que instalara en el país una red de estaciones sismológicas e impartiera la cátedra de Sismología en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
En materia de administración, Letelier advirtió que la Universidad, por una parte, carecía de la posibilidad de generar recursos propios y, por otra, contaba con presupuestos rígidos y limitantes en cuanto a la creación de nuevos programas. Se requería por lo tanto, en su visión, desarrollar la capacidad de producir por sí misma, recursos y utilizarlos con flexibilidad. En esto, Letelier también fue un adelantado. Entre otras cosas, autorizó a los empleados de los laboratorios de las Escuelas de Arquitectura y de Ingeniería para prestar servicios externos de análisis y ensayes, cobrando determinados aranceles, lo que hoy día llamaríamos un overhead, cuyo monto compartían con la Universidad. Asimismo, el Rector Letelier realizó en forma periódica gestiones exitosas para obtener mayores presupuestos gubernamentales, al mismo tiempo que garantizaba el uso más eficaz de estos por medio de una mucha mejor administración.
Uno de los acontecimientos importantes que ocurrieron bajo su rectorado, fue la celebración, en Santiago, del primer Congreso Científico Panamericano en 1908, organización a cargo de la Universidad de Chile. Para dar una idea de la magnitud de este Congreso en sus tiempos, señalemos que los adherentes fueron 1.850, los delegados de instituciones científicas más de 400 y las monografías y ponencias entregadas alcanzaron a 742. El mismo Letelier comentó que "esta fue la más grande asamblea científica de carácter internacional que el continente americano hubiera presenciado". Muchos de los temas desarrollados por los adherentes chilenos fueron obras de investigación original, y la mayoría de sus autores pertenecían, en calidad de miembros docentes o académicos, a las facultades de la Universidad de Chile.
El rectorado de Letelier, como puede apreciarse, fue tremendamente fecundo. Además de las realizaciones concretas que hemos detallado, se tendió a ampliar los estudios universitarios, crear nuevas carreras y ajustar los planes y programas para mejorar la enseñanza. Pero además, Letelier fue pionero en otra cuestión de importancia fundamental para la Universidad: la organización estudiantil. Fue el mismo Rector quien alentó a los estudiantes a asociarse, a pesar de la desconfianza que eso generaba en los sectores más conservadores. Incluso, se ocupó de la construcción de una sede para la Federación de Estudiantes recién constituida. En la inauguración de ésta, en diciembre de 1908, expresó que, "no hay hombres más cuerdos y con quienes sea más fácil entenderse, que los locos estudiantes universitarios".
No pasó mucho tiempo, sin embargo, sin que el Rector Letelier tuviera que poner a prueba esa afirmación. En junio de 1909, a raíz del maltrato de un alumno por un mayordomo, estalló un conflicto en la Facultad de Medicina, que luego se extendió a toda la Universidad. El conflicto creció, y entre sus muchas protestas los estudiantes hicieron una manifestación frente a la casa del Rector. Cuando un oficial de policía se acercó a éste para preguntarle si dispersaba a los jóvenes, Letelier contestó: "no, por ningún motivo, así como los estudiantes tienen derecho a aplaudir, también tienen derecho a protestar". Pero, sobrepasado por las circunstancias, y molesto por la intervención de políticos en el conflicto, Letelier decidió renunciar. A pesar de que le fue rechazada la renuncia por el Presidente Montt y su Ministro Amunátegui Solar, el Rector insistió en ella. De todas formas, fue posteriormente reelegido como Rector y los estudiantes fueron los más complacidos con esta elección. Al celebrar el tercer año de la Federación, le entregaron una placa con la siguiente inscripción: "Al señor Valentín Letelier la Federación de Estudiantes de Chile como ofrenda de respeto y cariño al maestro y rector que llegando hasta el espíritu de la juventud, ha comprendido sus aspiraciones y dado forma a sus ideales de progreso colectivo".
Valentín Letelier es un verdadero paradigma de la Universidad de Chile. Fue un hombre de acción, pero de acción reflexiva, coherente con un pensamiento profundo en materia de educación, derecho e historia. Fue un hombre consecuente con sus ideas liberales, y con su profunda convicción acerca del rol del Estado de la educación. Hoy, tanto su modelo de gestión como sus aportes intelectuales, son fuentes de nuestra tradición, y medios que nos permiten formular líneas de acción y examinar críticamente la realidad. La Universidad de Chile fue su gran amor, su verdadera pasión, a la cual dedicó con valentía su vida entera, su lúcida mente y su fuerte corazón de viejo luchador.
Muchas gracias.