Palabras del profesor Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile en la Ceremonia de Conmemoración del Cincuentenario del Capítulo Chileno del American College of Surgeons

Señor Presidente del Capítulo Chileno del American College of Surgeons, señor Presidente del Comité de las Celebraciones del Cincuentenario, señores ex Presidentes, ex Gobernadores y Fellows, señoras y señores.

Sean mis primeras palabras para congratular al American College en su Capítulo Chileno por estos cincuenta años de continuo trabajo. Cincuenta años en los países en desarrollo representan un largo lapso si se piensa como proporción de cualquier porción relevante en nuestra historia. Es un tiempo en el que cuesta concebir la estabilidad y la existencia de instituciones que hayan tenido un norte definido, un sostenido trabajo y un desarrollo consistente. Por lo tanto, estos cincuenta años, que en el contexto de la historia del hombre y de la historia de la humanidad constituyen un tramo corto, en el tiempo nuestro, en el tiempo de nuestro país, es largo e importante y demuestra la estabilidad de la institución. Me alegro mucho, por lo demás, que esta celebración tenga lugar acá en la Universidad de Chile, donde en mi opinión corresponde que ello así ocurra, porque esta es la Casa del saber, es la Casa de la cultura, es la Casa que alberga la creación del conocimiento en el país, es la Casa que ha promovido por largo tiempo los valores republicanos, los valores libertarios, los valores que representan la ciencia y el arte. Muchos de ustedes, formados acá, son parte de esta Casa y la celebración de estos 50 años del Capítulo se engalana para nosotros puesto que en este mismo año celebramos los cincuenta años de nuestro Hospital Clínico, que también constituye un hito muy importante, un hito que tiene mucho que ver con nuestro trabajo académico y con nuestra tarea en formación médica y en especialización. Además, siendo este año el cumpleaños ciento sesenta de la Universidad de Chile, es por cierto una coincidencia feliz, grata, importante, que se den estos tres números, estos tres hitos, estas tres ideas que son cruciales para una República que debe buscar consolidar de esta manera sus instituciones y su vida hacia el futuro.

Me han pedido que haga algunas consideraciones respecto a las materias que tienen que ver con el desarrollo del posgrado. Voy a referirme a tres aspectos que son los centrales y que tienen que ver, en primer lugar, con las consideraciones conceptuales generales, en segundo lugar, con el cambio que estamos enfrentando en materia de formación de postítulo y posgrado en nuestro país y en el mundo y, en tercer lugar, me referiré a los retos que nosotros en esta Casa de Estudios concebimos como fundamentales en la formación de posgrado en general y la formación profesional en particular.

Respecto del tema general creo que lo primero que hay que decir es que el posgrado es precisamente el elemento que permite distinguir a una Universidad compleja de una Universidad que realiza solamente tareas que están dedicadas a la docencia y al otorgamiento de diplomas profesionales. Hay entre ambos tipos de instituciones una diferencia sobre la que nuestro país recién está aprendiendo, a veces con dificultades, porque la Universidad compleja es la que mantiene no sólo un ritmo para repetir conocimiento sino que ha de sostener una actividad consistente para crear conocimiento nuevo y para poder adaptar el conocimiento creado en otras partes, a las realidades locales, a las circunstancias de la formación y a las necesidades del sistema nacional. Desde ese punto de vista el posgrado es un instrumento que permite dos cosas que en nuestra opinión resultan fundamentales: en primer lugar, la especialización, un tema sobre el cual hemos aprendido de nuestra experiencia en medicina, y que es cada vez más importante en la medida en que existe una diversificación grande en la enseñanza del pregrado como señalaré más adelante. El segundo elemento que es importante tiene que ver con la conexión de la investigación, el desarrollo profesional y la especialización. El problema radica en mantener al día a nuestros profesionales, formados en la frontera del conocimiento y así permitiendo actualizar y crear conocimiento, tema esencial para universidades que tienen un rol nacional prominente. El desarrollo profesional en la sociedad del conocimiento, consiste en sustentar la formación de sus profesionales en la frontera del conocimiento o lo más cercano posible a la misma, y eso tiene que ver con la forma en que la investigación básica y la investigación aplicada se relacionan con la formación. La cuestión reside en cómo podemos trasmitir desde aquellos que crean en sus laboratorios a quienes están en la sala de clases, creando una conexión, una relación proactiva y que permita hacer circular el conocimiento entre preguntas y respuestas. Creo que ese ha sido tradicionalmente el rol de la formación de posgrado en el sistema universitario y es cada vez más importante reseñarlo de esa manera para trazar con mayor claridad la línea que separa a instituciones de educación superior centradas en la docencia de pregrado y la repetición del conocimiento, de universidades que, en condición de tales, realizan efectivamente las tareas de investigación y de formación de posgrado.

La realidad del posgrado en Chile es aún bastante deficiente. Se trata del cuarto nivel al que se ha referido en innumerables oportunidades el Presidente de la República y que es una referencia básica para el trabajo de instituciones como la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT). Aunque esta actividad se ubica estratégicamente en la línea de nuestras relaciones internacionales, es todavía un sector absolutamente subdesarrollado desde el punto de vista del trabajo universitario en general, pero especialmente en cuanto a los comparadores internacionales. En Chile se produce un nivel de doctores en las distintas disciplinas que corresponde aproximadamente a un país que tiene un nivel de ingreso per cápita de unos 2.000 ó 2.500 dólares, en circunstancias que si se observan resultados, como por ejemplo, las esperanzas de vida al nacer, estamos en un país comparable con otros con niveles de 14.000 dólares per cápita. De hecho, el ingreso per cápita chileno corregido por el poder de compra del dólar escala sobre los 7.000 dólares, mientras que su producción de doctorados compara muy pobremente con aquel de países de menor grado de desarrollo. Entonces, parece ser claro que hay algo que no hemos hecho adecuadamente como país y que se expresa en un deficiente desarrollo de la formación de posgrado y de postítulo, hecho que levanta serios cuestionamientos respecto de las posibilidades ciertas que el país tenga investigación y que la misma sea relevante para los objetivos económicos y sociales de largo plazo.

Desde esta Universidad hemos destacado en innumerables oportunidades una cuestión que quiero volver a reseñar porque está relacionada directamente con el tema del posgrado. El nuestro es un país que abriga sueños y ambiciones, desde hace mucho, con relación a ciertas metas económicas y sociales. Un país que tiene expectativas alimentadas generacionalmente, en medio de una historia de frustraciones económicas. Hemos escuchado mucho sobre esos sueños, ambiciones y expectivas en los discursos políticos en los programas presidenciales, pero está cada vez más presente esa angustia de poder concretar esos sueños, el objetivo de llegar a ser un país con 17.000 dólares per cápita, el anhelo de pasar de los US$5.000 per cápita actuales a los US$17.000. Se trata de una ambición posible y concreta, pero, que no es simplemente alcanzable si el país no tiene investigación para poder adicionar a su producción aquello que la haga más rentable en los mercado y le permita sostener un crecimiento en el contexto de largo plazo. No hay ninguna experiencia económica en el mundo, y éste es uno de los consensos difíciles entre los economistas, que permita sostener crecimiento en un sentido de largo plazo cuando los países exportan fundamentalmente recursos naturales o productos intensivos en recursos naturales y mano de obra barata. Nuestro país, que ha tenido tasas de crecimiento importantes por varios años, es un país exportador de frutas, exportador de palos, exportador de piedras. En consecuencia, el salto a ser un país exportador de conocimientos, un país exportador del valor agregado de sus exportaciones, un país que sea además capaz de sostener la productividad creciente de la mano de obra, requiere una decidida inversión en conocimiento. A su vez, invertir en conocimiento significa desarrollar intensamente una línea de posgrado o de cuarto nivel de especialización o de educación que hoy está bastante pobremente vestida, y que resulta fundamental para generar los cuadros capaces de originar conocimiento nuevo, básico y aplicado. Nada sacamos con tener un alto número de programas si, por otro lado, ellos no están caracterizados por la calidad implícita en el desarrollo de las universidades complejas.

En esta comparación histórica, creo que lo primero que se observa es que antes el posgrado era en nuestra realidad y en la internacional, pero sobre todo en la nuestra, una estructura bastante rígida y formal. Nuestros posgrados eran entendidos como los postítulos o las especializaciones, especialmente en el área médica; nuestros magister o maestrías, los niveles de doctorados, se rodeaban de estructuras curriculares bastante rígidas, enfatizando poco la diversidad formativa y la conexión con la realidad productiva. La experiencia nuestra en la universidad por años ha sido la de mantener estructuras curriculares que respondían a la realidad de cada medio, cuando, por ejemplo, se formaba un economista como magister en nuestros programas en los años 60 o en los 70 y que en realidad se mantenían sin cambios cruciales por 10 ó 15 años. Lo propio ocurría en las áreas de Ciencias y Tecnología. En general eran, por lo tanto, posgrados inmóviles en el tiempo porque a la vez el ritmo de generación de conocimiento y por otro lado el ritmo de la competencia contra nuestros propios posgrados era débil. Se trataba además de un sistema poco incentivado desde el punto de vista de la política pública y la política universitaria. Lo que ha cambiado en los últimos 10 años es, en primer lugar, la realidad del conocimiento mismo. Como ustedes saben, y aquí lo hemos escuchado, los médicos y los cirujanos hoy hablan y usan computación y tienen que referirse a medios que probablemente hace 15 ó 20 años atrás era difícil de imaginar, tal como hoy en todas las disciplinas hemos tenido que dar saltos tecnológicos tan importantes para poder estar al menos al día y poder saber qué está pasando. Se trata de una dinámica y de una competencia que induce al cambio permanente en los programas y en la propia definición de los grados.

Visitando una Universidad canadiense hace más o menos un año atrás me mostraron lo que era la telemedicina. La conclusión que se saca cuando se ve ese desarrollo es lo indispensable de mantener la nueva formación en la frontera, considerando además que ya este año esa tecnología ha experimentado un nuevo salto, una nueva revolución. Nuestros programas no pueden mantenerse atrasados, sin desarrollar la velocidad suficiente para ir sosteniendo este ritmo de cambio que existe. Por tanto, el reto que enfrentamos se refiere a tener sistemas de enseñanza y de formación de posgrado dinámicos que efectivamente estén permeados de lo que ocurre en el mundo, de lo que ocurre con el conocimiento, particularmente para una Universidad que quiere estar en la frontera del conocimiento. Esto significa un énfasis muy importante en la formación, pero también conlleva dos elementos que para nosotros son muy trascendentales. En primer lugar, significa tener un posgrado mucho más en conexión con la investigación, porque desde allí surge efectivamente esta relación que permite mantener el conocimiento al día y renovar programas, orientaciones formativas, permitiendo además hacer sistemas de posgrados que sean permanentes y no aspectos que son más bien de tipo puntual en la vida profesional. Lo segundo, es que el posgrado necesita hoy cada vez más ser interdisciplinario, multidisciplinario y posiblemente también transdisciplinario. Significa que la conexión lateral de la disciplina principal con otras, con las otras maneras del mundo, tiene que ir cambiando. Así, tal y como hemos cambiado en nuestras escuelas de medicinas en general y en la nuestra en particular, la formación básica, que antes tenía que ver con una cantidad de disciplinas organizadas por cierto cada una de ellas en un departamento especifico, hoy el enfoque es distinto, el enfoque es multidisciplinario, integrado. El enfoque desde el punto de vista de la formación básica en medicina tiene menos que ver con aspectos puntuales y mucho más que ver con aspectos que cuesta más desarrollar, porque son aspectos más generales, y asimismo en las demás ciencias. Hoy, por ejemplo, no hay ninguna ingeniería que pueda salirse del desarrollo fundamental en materia de tecnología en computación; eso tiene que ver con los ingenieros de minas, ingenieros industriales, también con los ingenieros químicos y eléctricos. Generalizando, todas las profesiones necesitan mucho más de esta interacción disciplinaria que es también una responsabilidad del posgrado y de la formación de postítulo. Pero aquí en este cambio que menciono hay que también tomar en cuenta otros dos elementos que se han ido transformando.

Primero, una diversificación de lo que es el posgrado, ya que no se trata solamente del doctorado o el magister, los cuales constituyen los programas más tradicionales. Actualmente, por ejemplo, hay versiones en varias disciplinas que tienen que ver con los master ejecutivos que se realizan con tecnologías y con aproximaciones muy distintas al tradicional magister o al tradicional doctorado de dedicación exclusiva. Los MBA, por ejemplo, que han colmado nuestros mercados en varias partes del mundo, tienen mucho que ver con aprovechar eficientemente el tiempo de las personas que necesitan especializarse en materia de administración de negocios. También en materia de economía lo usual era que el entrenamiento posgraduado fuera permanente durante dos años, pero hoy lo usual es que lo mismo se lleve a cabo en períodos cortos, en programas de posgrado muy intensivos y fundamentalmente renovables de acuerdo a la experiencia y de acuerdo a los cambios en las disciplinas y en las realidades que ataca.

Por lo tanto, hoy entendemos como posgrado un abanico mayor de lo que apreciábamos como tal hace 10 ó 15 años. Están desde luego los tradicionales, a los cuales apuntamos porque tienen que ver con los fundamentos mismos de la especialización y la investigación, que son los niveles de doctorados y de magister. Pero está también una gran cantidad de postítulos de especialización que en esta misma Universidad se reconocen como títulos posteriores al profesional que no son estrictamente posgrado, pero sí son postítulos desde el punto de vista de la especialización profesional en varias de nuestras áreas y que cubren disciplinariamente desde el arte hasta las ciencias más duras. Hay aquí una tremenda diversificación que, por lo demás, tiene que ver con el segundo fenómeno, que es la internacionalización. Actualmente nuestros programas de alguna manera están compitiendo directa o indirectamente con programas que se ofrecen en cualquier parte del mundo. Desde luego están los medios electrónicos; hoy no es una excepción que tengamos que competir con universidades españolas en materia de economía, con universidades americanas en materias de ingeniería o con universidades de Canadá o Australia en materias que tengan que ver, por ejemplo, con el desarrollo de investigación agrícola o agronómica. Y es esto lo que nos pone, adoptando un punto de vista positivo, un referente de calidad que es muy importante, para que madure adecuadamente. Nosotros tenemos que igualar la competencia que hoy es en cierto modo indirecta, pero mañana, hay que reconocerlo, será una competencia directa importante, una consecuencia inevitable de todas maneras. Esta tendencia es también, al parecer, inevitable en consonancia con las asociaciones comerciales que hoy ya se han formalizado con la Unión Europea, Corea, México y otros países latinoamericanos además de Canadá. Se formalizará con Estados Unidos y próximamente con Japón. Un derivado de eso tendrá que ser, más tarde o más temprano, la libre movilidad profesional entre países, y el reconocimiento de los títulos entre países, cuestión que siempre ha sido un tema difícil de tratar y aceptar para nosotros, donde tenemos reglas de reconocimiento profesional que son bastantes duras y estrictas. Sin duda eso tendrá que cambiar. Tendrá que cambiar desde el punto de vista de nuestra capacidad para que nuestros profesionales puedan luchar con una enorme competencia que vendrá probablemente desde muchas partes del mundo y muchos de los nuestros que querrán competir en otras partes del mundo. De manera que hoy, los retos que prevalecen en materia del posgrado, de lo que significa el posgrado y el postítulo es distinto y complejo, pero obviamente más desafiante de lo que era hace 10 ó 15 años.

¿Dónde están los desafíos? Mi opinión es que en la materia fundamental, que es el aspecto al cual me quería referir en tercer lugar. Desde luego, no es inadecuado partir con un concepto económico que es muy importante y muy básico, que se refiere a la diferencia entre el capital humano general y el capital humano específico. Los economistas entendemos como capital humano la acumulación de conocimientos y destrezas en nosotros mismos como individuos, producto de las inversiones en educación, posgrados, actividades universitarias, investigación. Es, por lo tanto, un concepto de activo que no debe considerarse como transable en la bolsa, pero sí constituirse en un referente ordenador de algunos de los principios o ideas que tienen que ver con políticas y diseños de programas de desarrollo de recursos humanos. En el pasado el desarrollo profesional, a nivel de la universidad, trataba de poner todo el capital humano general y lo más posible del capital humano específico en la formación de pregrado; mi ejemplo favorito a este respecto es la formación de un abogado, que necesitaba por ahí por los 12 ó 14 semestres (estamos hablando de seis a siete años) y en que el abogado en formación recibía cerca de un 95% de cursos de derecho y por lo tanto egresaba con una fuerte especialización en el área civil, penal o laboral, porque la universidad hacía un gran esfuerzo por integrar todo lo posible de aquello en la cabeza de buenos profesionales, que tendrían que ejercer por medio de una conducta muy especializada en el mercado. Del mismo modo, las otras profesiones reflejaban un esfuerzo sistemático por incluir la mayor cantidad de conocimientos y especialización, los mejores cursos avanzados. Prueba de este esfuerzo es que nuestros mejores académicos destinados a tareas de investigación, enseñaban también en los cursos avanzados a nivel de pregrado, porque había que enseñar todo eso a quienes se iban de la universidad y difícilmente volvían a ella, puesto que no tenían mucho a qué volver. Eran los tiempos de lentos cambios técnicos, el cambio del conocimiento ocurría con mucha lentitud, probablemente también a través de cambios de poca profundidad. Sin embargo, hoy estamos en una realidad distinta, y parece ser que de allí nace el reto fundamental para el nuevo diseño de los posgrados. Hoy enfrentamos el enorme reto de separar la formación general de la especializada. La primera debe erigirse en la base fundamental de conceptos y conocimientos sobre la que se construye la especialización, mientras que la formación especializada necesita de independencia en su desarrollo para hacerse más fundamental en los resultados que busca. Hoy es muy difícil para un abogado, por ejemplo, salir al mercado con un 95% de conocimiento de derecho, pero sin saber nada de estadísticas, de relaciones políticas internacionales o historia de la cultura, tal como es muy difícil para un economista o administrador ser exitoso sin haber pasado por un entrenamiento relativamente intenso e importante de historia económica y social de Chile o de aspectos que tengan que ver con las normas éticas que caracterizan el diseño jurídico de una sociedad. El conocimiento a nivel general debe ser hoy mucho más transversal, por lo que el esfuerzo que se está colocando en las dos universidades mayores del país consiste en radicar en el pregrado o en la formación profesional el conocimiento general que es necesario para que una persona tenga un desempeño satisfactorio en el mercado, en su ocupación, en su profesión, pero que le dé los fundamentos para lograr la especialización al nivel del postítulo o del posgrado de la manera que resulte para él conveniente, y a menudo como una necesidad creciente para el óptimo desarrollo profesional.

Hay aquí una bifurcación en dos capas importantes que habrá que diferenciar en el futuro. La idea anterior conlleva una diferenciación importante a nivel de la organización académica del pregrado, que en países como Estados Unidos, Canadá y muchos europeos se da en términos del College, quien brinda la formación de tipo general, formación que constituye el fundamento para el desarrollo de los posgrados. Es en estos términos entonces que nuestra versión tradicional de títulos profesionales empieza a tener una dimensión distinta. Por ello el esfuerzo debe radicarse en la reingeniería de las carreras, porque esto significa hacer carreras que estén mucho más condensadas, sean mucho más multidisciplinarias, estén más conectadas con la realidad y otorguen formación general necesaria sin extender la estadía promedio en la universidad. Por lo tanto, ese modelo replica más lo que es el sistema del college americano, que lo que es el sistema de formación profesional tan estricto y rígido que tiene nuestra realidad nacional. Recuerden ustedes, por ejemplo, que un estudiante de sociología que quiera cambiarse a la carrera de economía, no puede hacerlo en nuestro actual régimen, tal y como un estudiante de derecho que quiera tomar un curso de medicina legal tampoco puede hacerlo en otra Facultad por las mismas razones. El problema del diseño levanta el reto de hacer un sistema más flexible y más acotado a las realidades de nuestras formaciones profesionales. Hay preguntas que a este respecto tenemos que responder y que están en debate en el sistema universitario, ¿es verdad que necesitamos 5 años para formar un kinesiólogo?, ¿es verdad que 6 ó 7 años es mucho para formar un ingeniero o un abogado?, ¿no debiéramos, por tanto, considerar el costo de oportunidad de los recursos en el diseño de un sistema de carreras que esté más condensado, que sea más enriquecido multidisciplinariamente y que potencie más el desarrollo del posgrado? Nuestra respuesta tiende a ser que sí; eso debiera ser mucho más el énfasis que debemos poner ahora. Esta orientación tiene otra gran ventaja, por lo demás, que es el poder tener un sistema más amplio y más diverso en que la selección de carrera profesional se hace desde dentro de la Universidad, permitiendo también tener una conexión que hoy es bastante inexistente entre la enseñanza media y la universitaria. El debate que ustedes han presenciado respecto a los cambios o no cambios en la prueba de selección para la universidad tiene que ver en gran medida con esta desconexión que ha sido creciente entre la Universidad y la Enseñanza Media, una desconexión que evidentemente es perjudicial, perniciosa para el concepto formativo general y atenta contra la idea de tener un sistema nacional de educación integrado, no desintegrado como lo hemos concebido en todos estos últimos años. De manera que hay un cambio muy importante y ese cambio potencia el posgrado y el postítulo en todas sus distintas versiones, que son tan diversas como diferentes son las realidades profesionales y disciplinarias. En ese sentido observo que el posgrado esencialmente enfrenta seis retos básicos.

El primero es que el posgrado debe estar orientado fundamentalmente a la especialización, esa no es una novedad en medicina, pero si es una novedad en áreas como el derecho, y es una novedad muy profunda en economía o en agronomía donde los posgrados han sido tradicionalmente una adición significativa al final de la carrera profesional, pero a un nivel de formación general "en profundo". Esto implica que, por ejemplo, un economista se podrá desempeñar perfectamente en lo profesional sin tener un doctorado, pero si quiere ser un profesor en la Universidad de Chile entonces necesitará contar con ese "plus" formativo. La idea, ahora, es que el economista que quiere especializarse en los temas monetarios o del desarrollo económico de largo plazo, o sobre regulación económica, debe adquirir tal entrenamiento en un nivel de posgrado, como ocurre precisamente en los países industriales, donde se cuenta con una formación general más amplia y más sólida que la nuestra actual, porque la enorme multitud de cosas que incluimos en los programas y que tratamos de poner en la cabeza de nuestros jóvenes, naturalmente, hace perder un poco de consistencia y de tiempo. La verdad es que el conocimiento general que debe condensarse debe ser el que esté restringido a los aspectos más vitales para el funcionamiento adecuado de una persona en cada una de sus disciplinas o especializaciones profesionales, dejando el espacio de especialización al posgrado.

En segundo lugar, el posgrado enfrenta el gran reto de permanente actualización, y eso significa que los posgrados tienen que estar actualizándose todos los días en una universidad como la nuestra. Esta permanente preocupación no es una cuestión simple: es mucho más fácil para los posgrados, muchas veces, funcionar con profesores part-time, siguiendo una costumbre de concebir el posgrado como una manera de allegar recursos en la Universidad, una cultura profundamente desarrollada, pero que no es naturalmente la que permite y potencia el desarrollo académico de estos programas. Ese tipo de organización no permite la actualización, porque ahí el posgrado tiende a funcionar siempre sobre la base del conocimiento pasado, con profesores no en la línea de investigación y que tienden a repetir las mismas clases, porque no han tenido tiempo de estar en contacto con las cosas nuevas, con las preguntas nuevas, con los artículos nuevos en desarrollo. Este aspecto permite poner de nuevo un acento muy importante en la diferencia existente entre una universidad compleja, que concentra equipos académicos en investigación y dedicados al trabajo universitario, versus aquellas otras que no ponen énfasis en este trabajo, o lo hacen en una perspectiva bastante menos transcendente con respecto a las necesidades de actualización. Cuando ustedes miran, por ejemplo, un área como la administración de empresa, el mercado está plagado de MBAs, una oferta creciente y diversificada. Pero la pregunta es ¿cuántos de esos programas están realmente al día?, y estar al día significa estar en forma semanal actualizándose con respecto a lo que está pasando en todo el mundo, con creación de cosas nuevas. En esta perspectiva se concluye que hay muchos de esos programas que están pegados siempre en el pasado, en un pasado que no va más allá de 3 ó 4 años, lo cual en materia de negocios o administración es mucho tiempo, porque los problemas, las preguntas y la respuestas están cambiando de forma más sistemática y dinámica. Este comentario también es cierto en materias como computación, es decir, cómo podríamos tener un doctorado en computación como el que tenemos en nuestra Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas si no está efectivamente al día y para eso tiene que estar funcionando en una integración en línea prácticamente con lo que está ocurriendo en otras universidades "top" del mundo y en la realidad empresarial en distintas partes del planeta.

En tercer lugar, y en forma íntimamente relacionada con la anterior, el posgrado se constituye en la plataforma de desarrollo académico. Es allí donde se genera la renovación de los equipos académicos, donde se pone a prueba la fortaleza de la investigación básica y aplicada que se lleva a cabo. Es allí también donde se produce la selección natural de los nuevos académicos, y donde se pueden poner a prueba las vocaciones que despierta y fomentar la entrega generosa que reviste nuestro trabajo.

En cuarto lugar, y en el contexto de la reforma de pregrado que el nuevo posgrado implica en el desarrollo universitario, el crecimiento en calidad y cantidad de este último ha de constituirse en la fuente que alimenta al mejor diseño del pregrado. Un reto fundamental para una universidad compleja es el mantener liderazgo en la producción de profesionales de alta calidad, y en la innovación en la perspectiva formativa. Cuando la especialización radica en un sistema de posgrado profundamente vinculado con la investigación, la demanda por un pregrado de calidad resulta natural, y es a la vez resultado del esfuerzo formativo a nivel del cuarto nivel.

En quinto lugar, como está implícito en algunas de las ideas anteriores, el posgrado enfrenta el reto de la internacionalización. Por una parte, porque de hecho el sistema nacional enfrenta una severa competencia desde el exterior, fomentada por la búsqueda de recursos financieros y humanos y resultante de una ola de internacionalización en la educación. Por otra parte, porque el posgrado debe consolidar alianzas y programas de intercambio que le permitan enriquecer su dotación académica y su capacidad para proveer docencia de buen nivel compatibilizada con investigación de punta. La internacionalización, para ser efectiva, requiere de la disposición de nuevas estrategias de docencia que puedan utilizar efectivamente la red y la creciente oferta de tecnología medial aplicada a la educación. Programas de intercambio como ALBAN -el cual opera entre Europa y Latinoamérica-son expresión concreta de una realidad de posgrado que deberá ampliarse mucho más allá del envío de grupos pequeños a universidades del mundo industrial, sino que proyectarse a la integración de programas y al traslado real o virtual de la enseñanza del mejor nivel a nuestra realidad.

Finalmente, pienso que el reto más fundamental que por ahora enfrenta nuestro sistema de posgrado es el de lograr un crecimiento con calidad. La producción de posgraduados, como he indicado, es actualmente poco significativa y su aporte con relación a los grandes objetivos de desarrollo nacional, es discutible y en cualquier caso muy pequeño. Pero no se trata de lograr un crecimiento a costa de una calidad mínima, que el país debe cuidar, para no así repetir lo que en gran medida ha ocurrido con la formación a nivel de pregrado. Se trata de crecer pausadamente, pero en forma sostenible, contando con un cada vez más asentado sistema de acreditación, instrumento indispensable para mantener un estándar al nivel de los retos trascendentales del sistema.

Me he sentido muy distinguido con la invitación que ustedes me han formulado para participar en esta importante ocasión. Quiero reiterar mis más cordiales felicitaciones al Capítulo Chileno del American College of Surgeons en este importante aniversario, y reiterar el sentimiento de profundo aprecio que abriga la Universidad de Chile por el significado de esta institución. Muchas gracias.

Compartir:
https://uchile.cl/u5918
Copiar