Discurso de Incorporación a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía del prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile.

Introducción

Quiero agradecer de modo muy sincero la invitación que se me ha formulado para incorporarme como miembro de esta Sociedad Chilena de Historia y Geografía, entidad académica de muy antigua data, y que ha ejercido una indiscutible e ininterrumpida labor académica y de divulgación a través del tiempo, construyendo un prestigio indiscutible. Esta invitación constituye para mí un inmerecido honor, que me lleva instintivamente al recuerdo de años hermosos de mi vida, cuando me formé como profesor de Historia y Geografía y cuando aspiraba, más tarde, a convertirme en un miembro activo del oficio de historiador, integrándome a una cofradía singular residente, en la época en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Alvaro Jara, fue en ese lugar mi maestro e inspirador, responsable además de haberme iniciado en 1974 como profesor ayudante en la Escuela de Economía de esta Universidad, y permitiéndome iniciar bajo su guía una tesis sobre la controversia de principios de siglo entre oreros y papeleros. Ese trabajo y sus preguntas me llevaron definitivamente al Programa de Posgrado en Economía, donde inicié mi nueva vida disciplinaria, esta vez a la sombra de mis lecturas en macroeconomía, en econometría, en economía del trabajo. Pero la influencia de mi formación en historia ha sido siempre determinante en mi desarrollo académico. Nunca he olvidado las lecciones de Olga Ortúzar, ni de Luis Vidal, ni las clases de Mario Góngora, de Genaro Godoy, de Sergio Villalobos, ni de tantos otros habitantes del mundo en el que se explora el pasado para entender mejor nuestras vidas y el devenir. La formación de historiador marcó mi vida como economista, porque siempre me sentí compelido a mirar hacia atrás, para aprender mejor el camino que se transita hacia los desafíos de lo que viene. Andrés Sanfuentes siempre me recordó que llegué al Departamento de Economía para ser el historiador del grupo; desertor mas tarde, puesto que pasé a engrosar las filas de los estadísticos y econometristas; siempre mi excusa para esta delatada infidelidad radicó en las lectura de Vogel y otros miembros de la llamada corriente de la Nueva Historia Económica, de la Cliometría, a la cual yo aspiraba a adherir, aunque mas tarde me tentaran mucho mas los modelos sofisticados sobre educación y capital humano.

Por eso, esta invitación estimula en mi un recuerdo emocionado de esos días que por difíciles quizás, constituían los mas propicios para reflexionar sobre la historia, sobre nuestro pasado como Nación, sobre los necesarios esfuerzos para entender qué nos pasó, en qué habíamos fallado. No puedo olvidar en estos momentos a mis maestros, como tampoco las largas horas de investigación y lectura en el Archivo Nacional, en la sección de periódicos o en la Sala Matta de la Biblioteca Nacional, donde siempre una gentil transgresora de los reglamentos me brindaba un café solidario en el curso de tardes interminables de estudio. Aprendí de tantos, que ya no sé a cuantos agradecer; fue todo un tiempo de aprender, profundamente, pero sobre todo un tiempo formativo que aceró mi humanismo, que refrendó mis principios más sentidos como humanista - laico y demócrata, al observar nuestro pasado como Nación, al darme cuenta de la monumental obra transcurrida, de nuestra capacidad para entendernos, como también de nuestros severos tropiezos y grandes limitaciones y frustraciones. Quizás la gran lección de estos tiempos, después de todo, es que la historia está perdiendo su carácter de museo; de cadena de hechos clasificados a través de una secuencia temporal, y presentados con un carácter de inevitabilidad o fatalidad, advirtiéndose en ella una búsqueda científica para explicarnos procesos, mas allá del dogmatismo que preconcibe la historia en moldes preconcebidos, o de la porfiada insistencia, que ha dominado a nuestra historiografía, en analizar al detalle los fenómenos puntuales, intentando así domesticar otros instintos que pretenden mirar a las lógicas, por encima de los atractivos hechos, para tener una visión más integradora de nuestra sociedad y de su evolución.

La Historia como Respuesta

"Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres", escribió Marc Bloch, apuntando a que la comprensión del marco cultural de cada época y los fenómenos del propio presente resultan primordiales para entender la sociedad y su evolución en la perspectiva del tiempo. Así, las preguntas sobre el pasado son producto de un marco cultural específico, de esa necesidad intelectual que se origina en los problemas del presente en dirección al entendimiento del pasado. Por ello, la elaboración del conocimiento histórico se orienta hoy menos por el carácter descriptivo y, en gran medida, de erudita diversión intelectual que imprimió a la historia la historiografía tradicional. La construcción de la historia se deriva en el presente de la necesidad de entender una sociedad mas globalizada, más diversa, también menos circunscrita a las elites intelectuales y del poder, y donde el conocimiento es más integral, la evolución social y económica más sofisticada, y las necesidades de comprender al pasado son, en cierta forma y por lo mismo, más analíticas. La historia se ha empezado a constituir en una ciencia que permite explicar y entender hechos en el contexto de su largo plazo, buscando raíces y causalidades, y tratando de desentrañar su lógica a través de las subyacentes fuerzas sociales. La economía constituye en nuestra sociedad actual un aspecto de gran importancia, desde cuya visión emanan preguntas cruciales en la perspectiva de nuestro pasado, para explicar el presente y el devenir, entendiendo procesos y lógicas que permitan anticipar el futuro.

Es inevitable que, desde este punto de vista, la apreciación de la historia sea un proceso dinámico, que evoluciona con el tiempo. Voltaire escribió que la historia es una mala pasada que los vivos le juegan a los muertos, y hay mucho de cierto en lo afirmado por el genial iconoclasta. Eso significa que cada generación verá la historia a través de su propio prisma, convirtiéndola en un mundo vivo y cambiante, antes que una polvorienta y aburrida descripción para almacenar en los anaqueles de las bibliotecas. Para Encina, por ejemplo, la Conquista es un proceso civilizador, en la que un puñado de europeos trataría de levantar una sociedad cristiana "llevando a cuestas a medio millón de indios ociosos". Hoy, más bien, evaluamos este proceso como el choque y la integración de dos ricas culturas, y de dos ecologías, que evolucionaría hacia una síntesis, singular y en muchos aspectos inesperada. Asimismo, la historiografia nacional de fines del siglo XIX y principios del XX pretendía buscar las raíces de la seriedad del orden público de la Ilustración, de los fundamentos del orden que permitió desarrollar un sistema político y cultural, y que se veía como la fuente del progreso y sustento del futuro. Hoy día, vemos tal proceso como la construcción de una sociedad en evolución, con alta influencia externa, y con la aspiración de diferenciación y consolidación de un modelo liberal - aristocrático. Hoy en día, sin ir mas allá, las preguntas con relación a nuestro pasado versan sobre el "desarrollo frustrado", que propusiera como tesis Aníbal Pinto, dado la meta en nuestros días sobre como hemos de "cómo dar el gran salto", objetivo que da pié a preguntas muy específicas sobre nuestro pasado como Nación y como entidad económica. En definitiva, cada generación debe reevaluar y reescribir la historia de su propio pasado, desde el punto de vista de nuevas preguntas, de las problemáticas que levanta su propia evolución, de un marco analítico siempre cambiante, de un cierta cultura social, de ciertos modelos para entender los problemas presentes y las preguntas sobre "los orígenes".

Esas preguntas desatan interrogantes que van más allá del mero examen curioso del pasado, buscando ligar eventos que de una u otra manera se integran a las preguntas del presente, a la necesidad de explicar el curso de los hechos. Preguntas que obligan a mirar con ojos diversos a aquellos en que nos educó la historiografía tradicional y la historia con que nuestras generaciones aprendieron sobre el pasado. Preguntas que requieren referencia a un modelo de la sociedad, a una cierta lógica respecto de su funcionamiento y sus estructuras. Preguntas que se conectan con el futuro, como el navegante que fija el curso por medio del inamovible mapa estelar, la marca de lo constante y de lo infinito. Preguntas que requieren una profunda atención a las fuerzas de largo plazo, a los factores estructurales –en la vieja jerga de los ya cuasi vencidos Cepalianos— que atentan contra los cambios, las nuevas tendencias, los modelos innovativos.

La larga duración

Una de las elaboraciones de mayor influencia dentro de la corriente de pensamiento llamada "nueva historia económica", es el concepto de larga duración, asociado en su origen al nombre de Ferdinand Braudel. Este enfoque abandona la revisión descriptiva de hechos que en su acumulado significan "la historia". La larga duración constituye una visión de la historia que responde al planteamiento de analistas que buscan en el pasado lecciones para el futuro, o aspiran a encontrar una lógica para explicar la sucesión de los acontecimientos, las fuerzas vitales que circunscriben la dinámica social. La historia, reducida a un conjunto de fenómenos o figuras aisladas, interconectados por la descripción erudita, y fundamentada en la sucesión temporal de "los hechos", es reducida al carácter de una historia de corto aliento, incapaz de contestar preguntas que tienen que ver con el entender el hoy y prever el mañana. De acuerdo a la nueva corriente, inspirada en Bloch, Fevbre, Labrousse y Braudel --solo para nombrar a algunos de los más prominentes- la historia pasa a ser un objeto de estudio científico, cuya validez como tal depende de la existencia de una interpretación coherente, basada en una cierta teoría de la sucesión de los fenómenos históricos. La larga duración alude, así, a la necesidad de reconstituir las estructuras que en una sociedad histórica permiten caracterizar e interpretar el transcurrir de los procesos, descubriendo regularidades y las raíces de sistemas, costumbres, formas de adaptación, problemas y soluciones que se repiten más allá de la coyuntura. Se trata de los fenómenos y estructuras que caracterizan a nuestra sociedad por encima de los tiempos cortos, constituyendo efectivamente el mapa estelar que marca las posibilidades de navegación.

El concepto de larga duración no resulta extraño a la profesión de economistas, a pesar de que, durante un largo tiempo, la economía se ha ido convirtiendo en una ciencia atemporal, tanto desde el punto de vista del ejercicio derivado de su conocimiento como de la actividad académica que impulsa la generación de nuevo conocimiento. El sustancial desarrollo del instrumental analítico, y su innegable poder explicativo, han determinado el lugar central que ocupa la abstracción en el método de la ciencia económica actual, proceso dentro del cual se sacrifican aspectos de vital importancia, como son el tiempo y los aspectos propiamente "históricos" que caracterizan a un período o proceso específico. A pesar de la prescindencia de la historia y de los tiempos, no es en absoluto desconocido para los economistas la enorme influencia que los factores de tipo estructural tienen en el devenir de largo plazo, y el enorme peso que estos elementos juegan frente a las oscilaciones cíclicas y las crisis de corto plazo. Por ejemplo, muchos economistas han enfatizado durante mucho tiempo la decisiva influencia de los factores estructurales en economías en desarrollo -- más propiamente, sus debilidades intrínsecas-- los cuales pasaban a presentarse como una insalvable barrera para obtener un desarrollo económico continuo y sostenible. Ellos tienen que ver con cuestiones de dotación de recursos, pero también con aspectos culturales y valóricos que resultan del propio accionar humano y de sus limitantes económicas globales. Los factores estructurales fueron así, explícita o implícitamente, asociados a fenómenos históricos de largo aliento, a lentas evoluciones culturales e institucionales, comprendiendo la dinámica de las fuerzas sociales, la interrelación de grupos y estratos, el juego subyacente de las visiones políticas y su vinculación con el poder político y económico. Sin duda que un mejor entendimiento sobre el juego de estos factores, en un contexto de historia de largo aliento, es de importancia no sólo para entender los fenómenos presentes, sino también para definir respuestas ante ellos, impugnando la idea que los modelos económicos puedan ser atemporales en su concepción y sus aplicaciones.

Un factor de fundamental trascendencia en cuanto a la disociación que ha prevalecido entre la historia y la economía se refiere al dispar desarrollo metodológico que ha caracterizado a ambas disciplinas. Pese a que la historia y la economía comparten la preocupación por el largo plazo, y son ambas parte de un enfoque de largo alcance sobre la fenomenología social, la historia económica no ha caminado mucho más allá de una descripción de hechos identificados temporalmente, añadiendo, eso sí, un rico instrumental descriptivo a través de estudios cuantitativos que han mejorado considerablemente nuestra comprensión de los procesos históricos. Estos estudios han dado lugar a la historia basada en los ciclos, cuya descripción e identificación ha ocupado un lugar de importancia en el trabajo reciente de historiadores económicos nacionales, pero sin aún constituir una respuesta integral a la necesidad de construir una lógica explicativa de la evolución de los factores estructurales. El escaso diálogo inter-disciplinario, y la ausencia de preguntas elaboradas sobre bases compartidas, han favorecido desarrollos en paralelo con escasos vasos comunicantes.

Los ciclos y la economía chilena

La historia económica tradicional ha hecho contribuciones de gran importancia en el contexto de la historia de los ciclos económicos chilenos. Tales desarrollos han permitido la elaboración de una idea clara acerca de las sucesivas variaciones en la asignación global de recursos, siempre influidas por los profundos cambios observados en las variables externas, y los desequilibrios creados por las políticas internas. La economía, por su parte, ha recogido la evidencia sobre los cambios económicos estructurales de largo plazo, con la naturalidad que surge del entendimiento de cómo funcionan las economías pequeñas, sobre todo en contextos cambiarios rígidos, y en presencia de limitantes financieras para el crecimiento sostenido de la inversión. Sin embargo, la tradición histórica y literaria de los "grandes ciclos" ha sumergido en un cierto olvido la necesidad de buscar los factores más permanentes, aquellos que subsisten tras los cambios cíclicos en sí mismos, y que obedecen sólo a los lentos cambios en la larga duración.

Desde la perspectiva de los ciclos resulta claro que la historia económica chilena ha sido singularizada por una reveladora discontinuidad. Una historia constituida por una larga cadena de ciclos, fundamentalmente ligados a la evolución de la producción exportadora (quizás, más bien, mono-exportadora) determinada fundamentalmente por la demanda externa. En un principio, la economía de la alta colonia estuvo dominada por la producción de oro, desempeñando la minería el rol de adalid de un desarrollo hacia afuera que se repetiría en distintas etapas de los siglos XIX y XX. Al colapsar la economía del oro hacia fines del siglo XVI, por el paulatino agotamiento de los lavaderos, por el colapso demográfico de la población indígena sometida, y finalmente por el gran alzamiento mapuche de 1599, sería el modelo ganadero-exportador el que asumiría el rol primordial en la economía interna, basado en la exportación de productos como el sebo, cueros y cordobanes, proceso que cubriría casi todo el siglo XVII.

La aparición de otras regiones proveedoras de estos bienes, con mayores ventajas productivas que la lejana colonia del extremo sur, obligaría a una nueva reasignación de recursos hacia las actividades agrícolas. Así, se inaugura el ciclo triguero chileno, a fines del siglo XVII, como respuesta al colapso triguero peruano, nuestro único mercado a la fecha. Este ciclo alcanzaría su esplendor con las "fiebres del oro" de California y Australia a mediados del siglo XIX y se prolongaría hasta los primeros años del siglo XX.

El ciclo triguero sería acompañado de manera oscilante por los ciclos irregulares del oro, la plata y el cobre, desarrollos mineros que a su vez tendrían una incidencia modernizadora decisiva en el relativamente atrasado sector agrario exportador chileno. El pasado siglo cerraría luego del declinar de la producción de metales preciosos que sería reemplazada con la aparición del oro blanco en el norte chileno. La economía salitrera es uno de los episodios más explorados dentro de nuestra historiografía económica, por su gran influencia en la historia política, y el efecto decisivo que tuvo sobre el grado de participación estatal en la economía. El declinar del salitre, a fines de la década del veinte, nuevamente como resultado de acontecimientos externos, junto con generar una dura crisis financiera, obligaría a la economía chilena a iniciar un violento giro productivo orientado a una economía cerrada de sustitución de importaciones. Y luego fue el ciclo del cobre el que, como antes, hizo a nuestra economía dependiente de un mercado internacional en el que ejercía una muy escasa influencia, visión que, sin embargo, está también cambiando paulatinamente debido al cambio en el mercado productor mundial

La descripción anterior centra el exámen de la historia chilena en los cambios profundos asociados a la influencia de los mercados externos. Para quien examina hoy en día el desarrollo de un nuevo ciclo productivo asociado a las exportaciones mineras, agrícolas y del mar, la implicancia simple del examen anterior es que habrá un punto en que la aparición de nuevos competidores, como también probables cambios en las barreras y demandas externas, concluirán nuevamente en el declinar de algunos de estos rubros de exportación. Así, este nuevo ciclo declinará y habrá que girar de nuevo, mirando hacia algún otro recurso que permita sustentar el progreso económico. Incluso se puede predecir que el mismo éxito del modelo exportador, siguiendo la lógica del modelo conocido como "el síndrome holandés", generará un fortalecimiento de la moneda local, afectando vía costos la viabilidad de nuestra base exportadora, y reforzando la orientación de la economía a la producción de no transables y a la necesidad de abrir nuevas áreas exportadoras en las que el país sea competitivo. Debe reconocerse, así, que la dinámica de la economía impondrá --como lo demuestra la experiencia de los ciclos históricos-- la necesidad de "ajustes" más bien permanentes.

Debe resaltarse también el efecto que cada uno de estos cambios en el eje de una economía primario exportadora generaría en las formas de organización social, los hábitos de consumo, la distribución espacial de la población, y hasta en el plano de las ideas. Las dinámicas social y política, con las cuales la economía forma una trilogía inseparable, han debido mutar para alcanzar un nuevo equilibrio, proceso ya muchas veces repetido en nuestra historia, como un simple resultado de la incidencia de nuestra ventajas comparativas. La República debería sufrir, a veces con inusitado rigor, los mismos vaivenes cíclicos en los mercados de exportación que habían caracterizado a la economía colonial, seguidos por recurrentes crisis sociales y políticas.

En resumen, la experiencia histórica demuestra la necesidad de asumir que el cambio permanente será la única constante clara en la economía chilena del futuro, a menos que se cree una base exportadora menos sensible al cambio autónomo en los términos de intercambio. Cambio debido, en cualquier caso, a la prevalescencia de una economía crecientemente globalizada e internacionalizada, que se caracteriza por ciclos cada vez más violentos envueltos en la reasignación de recursos entre sectores; debido, también, a factores de producción cada vez más móviles y a una magnitud relativa cada vez mayor de productos que caen en la categoría de transables; debido, asimismo, a una acelerada revolución tecnológica, que tiene un impacto significativo, aunque usualmente impredecible en lo específico, sobre la demanda de los recursos primarios que Chile exporta; y debido, del mismo modo, a barreras cada vez más débiles al flujo de productos, personas e ideas. En el marco de ese cambio, constituido al mismo tiempo en problema y en oportunidad, la historia económica de Chile se convierte en antecedente para construir el análisis estratégico necesario, educando para el cambio; para el cambio constante y permanente.

Porque, si en el comienzo fue el oro... y luego el sebo... y más tarde el trigo... y la plata... y el salitre, y el cobre... y la madera... y la pesca... cualquier día nos levantaremos y nos encontraremos enfrentados a un nuevo comienzo.

Más allá de los ciclos

Un enfoque centrado en los ciclos económicos enfatiza los factores de cambio, de la lenta evolución interrumpida por transformaciones en términos de intercambio y ulteriores profundos procesos de reubicación de recursos; hay aquí implícito un cierto determinismo derivado del ámbito económico global y externo, que llevan a resultados políticos, sociales, demográficos, etc. en lo interno. A pesar de esta constante de mutación productiva en nuestra historia económica han prevalecido numerosos factores de continuidad, que se mantuvieron a través de los siglos como circunstancias de tipo permanente, y que son las que debemos analizar en la búsqueda de entender nuestro largo plazo. Así como el cambio atribuido a circunstancias externas se le puede otorgar el carácter de desencadenador de procesos de acomodo de todo el ámbito social y productivo en lo doméstico, a los factores permanentes se les debe entender como los límites y condicionantes efectivos para que esos procesos rindieran frutos dentro de un marco ordenador y diferenciador.

Dentro de esos factores debe incluirse el tamaño y rol del Estado nacional. Dada la particular estructura social, política y geográfica que ha tenido el país, el Estado ha asumido un rol siempre decisivo y muchas veces notoriamente activo en el proceso económico, incluso en el marco de políticas liberales. Aún en medio de periódicos y profundos cambios conceptuales y organizacionales, el peso del Estado ha permanecido en nuestra historia como un factor decisivo en economía. Por ejemplo, durante los al menos tres grandes ciclos de la economía colonial, el proceso económico estuvo marcado por el ingente rol que la Corona jugó en cuanto a regulación y directa intervención. Y del mismo modo la República siguió en gran medida esas mismas tendencias, adoptando el Estado el carácter de gran empresario, gran protector, gran impulsor de políticas destinadas al progreso y la cohesión nacionales. Asimismo, en muchos sentidos, existió más de continuidad que de ruptura en el paso de la Colonia a la República, y en gran medida se reconoce por muchos que el fortalecimiento del Estado constituyó el papel histórico del portalianismo. Por supuesto, el sueño liberal-aristocrático, tan a menudo identificado con Europa, se animó también en la inspiración de un Estado de bienestar de grandes alcances.

Detrás de los cambios cíclicos, por tanto, parecen existir factores más constantes, cuya incidencia no es tan espectacular en cada ciclo, pero es probablemente más estructural y, en muchos sentidos, más trascendente. Las propias fuerzas que desencadena el Estado al ejercer su rol, le convierte en un conductor del proceso económico, en constructor de las orientaciones de largo plazo, y en factor de maduración de instituciones y procesos. Sin embargo, no debe tampoco deconocerse que los cambios políticos y sociales han también sido capaces de impulsar cambios económicos de mayor o menor envergadura, indicando que no es sólo la dirección de causalidad desde la economía hacia el resto de la sociedad la que domina como factor único el escenario. El entendimiento de la forma de accionar de estos desequilibrios en esta trilogía formada por factores económicos, sociales y políticos, requieren a menudo acomodo de sus partes en formas que no resultan siempre analíticamente triviales. El examen de la historia económica puede ayudar a discernir la forma en que las fluctuaciones económicas influyen a las variables políticas y sociales, o el grado en que éstas impulsan un determinado cambio en el orden económico.

Recurriendo al marco económico actual, dominado por el escenario externo, es bueno recordar que en nuestra historia, aún bajo las formas más abiertas y mono-productoras de economía exportadora, el mercado interno también tuvo una importancia central, y ramas secundarias de especialización exportadora cumplieron también un papel central en una relativa diversificación sectorial, bien necesaria, en la asignación de recursos. No puede desconocerse, por ejemplo, el papel que la producción de cobre tuvo lugar desde épocas tan tempranas como la colonia, y que llevó al país, en el marco de una economía básicamente triguera, a convertirse en el principal exportador del metal entre 1850 y 1870. Del mismo modo, durante el llamado ciclo del cobre, a la industria manufacturera le correspondió un notable rol en términos del producto y consumo domésticos, del empleo y de la generación del ingreso. Aunque el desarrollo industrial se basara en el proteccionismo estatal y en la introducción de ciertas distorsiones que desfavorecían a otros sectores, no cabe duda que los antecedentes de la industria chilena --como lo han destacado Muñoz y Sunkel entre otros-- se encuentra ya en aquellos años en que Chile empezaba a mirar a su norte minero. Y, sin ir más lejos, la actual eclosión exportadora agrícola, cuyos ribetes espectaculares han dominado al análisis, no es menos cierto que se ha dado junto a un crecimiento sin precedente en algunas actividades productoras de bienes no transables, como los servicios privados.

En su iluminado ensayo sobre las causas del endémico subdesarrollo económico chileno, Pinto aventuró que existía una insuficiente expansión de la actividad económica que se contradecía profundamente el alto grado de desarrollo del sistema y la sociedad democráticas. Sin duda, el desarrollo del sistema democrático se asociaba a una educación abierta y pujante, a la aparición de la clase media, al desarrollo del partidismo, y a la histórica conexión que en el ámbito político y cultural existió entre Chile y el resto del mundo desde los orígenes de la República. Y, sobre todo en este siglo, los desarrollos políticos respondieron de una manera muy directa a los eventos europeos, colocando a Chile muchas veces por encima de las naciones más cercanas en el continente cuyas experiencias políticas reflejaban un mucho más débil desarrollo institucional. Pero, como el mismo Pinto vaticinara con agudeza a fines de la década del cincuenta, la contradicción entre el insuficiente desarrollo económico y el alto desarrollo democrático llevó a lo que el llamó "un ataque franco contra las condiciones de vida democrática que, en esencia, son incompatibles con una economía estagnada". La persistencia de instituciones democráticas relativamente fuertes sustentadas en una débil base económica, constituye un elemento cuya comprensión como factor estructural de largo aliento obliga a ir más allá de la sucesión de ciclos como factor interpretativo de la historia.

El desarrollo del sistema político democrático chileno se ha visto históricamente mucho menos restringido por la intervención estatal que el desarrollo del sistema económico. Lo que es más: con el propósito de velar por la estabilidad de los equilibrios, dicha intervención justificada en elementos de bien común, a menudo favoreció el desarrollo de grupos de interés organizados. En abierta contradicción con el amplio espíritu liberal de la sociedad chilena --en el sentido más ampliamente ideológico-- el grado de intervención estatal en términos de la actividad económica privada ha sido históricamente muy importante. A menudo, y esto tiende a olvidarse, esta intervención ha sido solicitada y estimulada por el mismo sector privado. Y lo ha sido generalmente con el propósito de establecer incentivos apropiados para estimular desarrollos sectoriales, o de buscar recursos para redistribuir el ingreso acorde a nuevos patrones o principios.

Este significativo papel estatal en la economía y la sociedad se explicaría bajo diversos prismas en distintas épocas: para asegurar la estabilidad legal y económica en algunos períodos, o para introducir cambios revolucionarios en otros; para paliar los costos sociales de los procesos de cambio, o para asegurar la disciplina social resentida por estos costos en otros; en favor de una economía abierta en un momento y en favor de una economía cerrada más tarde. No cabe duda que, desde esta perspectiva, si el Estado ha jugado un papel en los necesarios ajustes económicos producto de las crisis externas, en ocasiones ello ha constituido un factor determinante en la generación de desequilibrios que a veces han desembocado en otras crisis. Es interesante destacar, desde ese punto de vista, que desde los lejanos tiempos del despotismo ilustrado y la lucha por el control de la Real Audiencia por parte de la aristocracia local, esa intervención estatal ha sido manifiestamente sesgada a favor de los segmentos sociales mas poderosos. En un continente marcado por profundas diferencias sociales, culturales y raciales, la lucha por el control del Estado ha reflejado regularmente el temor de los segmentos más acomodados de la sociedad por la "América profunda" que bullía a sus pies. Esa América india y más tarde mestiza sobre la cual se estructuraría una aristocracia de la tierra, en un momento, y del capital, más tarde, que en general se identificaría con modelos culturales, ideológicos y de consumo exteriores, más que locales. Los aristócratas de la colonia querían ser españoles, los criollos de 1810 adoptarían los moldes culturales e ideológicos ingleses, los revolucionarios liberales del siglo XIX adoptarían el modelo de los girondinos franceses, los reformadores socialistas del siglo XX adoptarían los modelos rusos, chinos, yogoeslavos o cubanos, y los reformadores autoritario-liberales de los 70 el modelo de las modernas economías asiáticas. Los ejércitos americanos se moldearían en las matrices francesas primero, prusianas después, y finalmente, norteamericanas. Se explica así que a lo largo de la historia del país se refleja una permanente tensión en favor de procesos de reforma estructural que explica buena parte de los desequilibrios permanentes que presentaría su evolución económica. En gran medida, esta sensación de "país incompleto", de "país por hacer", influiría, a través de diversos moldes ideológicos externos, en diversas generaciones, cada una orientada a alcanzar su propia revolución. Desde ese mismo punto de vista, el objetivo, generoso a veces, fríamente práctico en otros, de modernizar las naciones americanas en un molde europeo, de hacerlas "menos americanas", se reflejaría en las violentas oscilaciones políticas que marcan su historia.

Se explica, por esa razón, el que Chile haya sido un país de revoluciones conservadoras. A pesar de contar con un historial de estabilidad política notable en un continente caracterizado por el caudillismo, las dictaduras oligárquicas o populistas y los gobiernos de facto, el país presenta en su evolución diversos puntos de inflección relativamente cruentos, y, por lo general, orientados a favor de las elites sociales y económicas. En 1829, 1891, 1925, y 1973, la evolución política del país cambiaría bruscamente, y se establecerían marcos políticos y constitucionales sobre nuevas bases. Es curioso destacar que en general los segmentos políticos asociados a las izquierdas (liberales en el siglo XIX, sindicalistas, anarquistas, socialistas, socialcristianos o comunistas, más tarde) a pesar de presentar ideologías más rupturistas y postular por décadas procesos de cambio acelerado, encabezarían más bien procesos evolutivos, a través del marco político establecido, puesto que las revoluciones y los quiebres institucionales las harían las derechas.

Esa repetida intervención del Estado en la política y la economía, a veces como árbitro, y a veces como agente o instrumento de un segmento de la sociedad, tendría un costo, cuyo principal síntoma sería la inflación. Desde tiempos coloniales, y como parte vital del legado español, Chile experimentó el desarrollo de una maquinaria estatal reguladora --pero a más de eso interventora-- que subsistió notablemente durante la etapa republicana. Con todo, las políticas de gobierno, desde los remotos tiempos coloniales, no siempre consiguieron obtener los mejores resultados en términos de equilibrios distributivos y crecimiento, y a menudo se convirtieron en fuentes de nuevos desequilibrios, que llevaría a formas más profundas aún de regulación. Con ello se introdujo una significativa y creciente asimetría entre la mayor liberalidad política, y el creciente intervencionismo económico. En parte, el alto grado de desarrollo político, y el bajo potencial de desarrollo económico del país y su errática historia económica, encuentran una fuente explicativa muy importante en términos de las políticas estatales.

Es también importante notar que los marcados ciclos de la economía chilena de los últimos dos siglos, han estado notoriamente asociados a vaivenes en la tradicional división de responsabilidades económicas entre el sector privado y el Estado. Por ejemplo, tanto el despegue de mediados del siglo XIX como el auge salitrero de fines de ese siglo y comienzos del XX, se identificaron con un activo sector privado, regulado en algunos aspectos críticos --como los tributos-- pero que disfrutaba de una gran libertad en la toma de decisiones económicas. Otros, como el ciclo del cobre y la aparición de la industria sustituidora de importaciones, se caracterizaron por una ingente intervención estatal directa.

El rol de las políticas estatales adquiere dos dimensiones de importancia. Por un lado, se trata de estrategias específicas para la asignación de recursos productivos que, aunque adquieran matices más o menos intervencionistas, tiene como referencia válida la necesidad de intervenir correctivamente y establecer las "reglas del juego" que afectan a la economía privada. Por otra parte, el mayor grado de intervención constituiría en ocasiones un factor de estancamiento económico, en la medida en que la acción correctiva del Estado --como, por ejemplo, en algunas acciones redistributivas-- provocaría un desaceleramiento del crecimiento económico, producto de la caída de expectativas privadas, la disminución de incentivos económicos, y un menor ahorro agregado. Un Estado que estimule y fomente la inversión y el ahorro, que fije normas claras y que aporte un marco político, social, legal y de infraestructura puede ser un gran activo para un proceso de crecimiento. Un Estado anácronico, obsoleto, tradicionalista, e inflexible, puede convertirse en un pasivo. Sobre todo, compete al Estado adoptar las políticas que conviertan un proceso de crecimiento en un proceso de desarrollo, que incluya además de los factores que estimulan la producción aquellos que la hacen estable y sostenida en el tiempo, y que permiten un avance igualmente sólido en las áreas social, educacional y cultural.

Una propuesta de otros factores de largo plazo

Desde tiempos coloniales la economía chilena se caracteriza por la influencia de dos brechas --en el sentido macroeconómico. Por una parte, la brecha externa, dominada por el comercio de intercambio y por el asociado flujo de capitales, ha jugado un papel central en la explicación de las oscilaciones macroeconómicas. Desde tiempos coloniales, fenómenos reales y monetarios vinculados a los resultados de la balanza de pagos han ejercido un rol decisivo en la conformación de las políticas económica y en la determinación de los niveles de producción domésticos. Por extensos períodos, el mercado monetario ha sido influido directamente por los resultados del comercio exterior, y las veces en que la oferta ha sido manejada en forma más exógena --como en la mayor parte del siglo XX-- el resultado ha sido una persistente inflación. La influencia de la brecha externa va todavía más allá, al campo del financiamiento del gasto Estatal, afectando sus condiciones para cumplir con las tareas impuestas por el grado de intervención que la sociedad le ha fijado, y la búsqueda de ciertos resultados redistributivos. La brecha fiscal, es, así, una segunda constante de la historia nacional, desde tiempo coloniales --en que el problema central relativo a la colonia del sur era si el gasto en defensa podía o no ser financiado con la severa estructura tributaria de la Corona-- hasta el día de hoy, en que el debate sobre el financiamiento del gasto y la inversión pública domina la política económica.

El examen de la historia de Chile en términos de las políticas relativas a las brechas externa y fiscal, provee un instrumento para efectuar preguntas atingentes a los fenómenos históricos. Las políticas relativas a la regulación del comercio exterior, o aquellas dirigidas al quehacer económico doméstico teniendo en vista la posibilidad de ciertos objetivos en materia de comercio exterior, constituye un elemento de larga duración, una constante en el devenir de nuestra historia económica. Asimismo, la política fiscal, con sus componentes expansivos y contractivos por el lado de los ingresos y de los gastos, constituye la manifestación del accionar económico del Estado, la palanca fundamental de intervención económica, convirtiéndose en un factor de carácter permanente en nuestra Historia. Por lo demás, las relaciones entre ambas políticas son suficientemente claras, y permiten predecir que cualquiera de ellas ha de tener influencia en el accionar de la otra. Por ejemplo, el aumento del déficit fiscal acarreará una revaluación real, que implicará una disminución del superávit --o el aumento del déficit-- externo, requiriendo acciones correctivas o en el lado fiscal, o en la política comercial, o en ambas.

Otro factor de largo plazo, de decisiva importancia en la historia nacional, es el de la escasa disponibilidad de mano de obra. Desde el colapso de la empresa conquistadora del sur, a fines del siglo XVI, en gran medida determinada por la brutal disminución en el número de los "indios amigos" --fueran ellos "de lanza" o "de chusma"-- este problema ha afectado en numerosas ocasiones a la economía local, sobre todo en sus ciclos expansivos. Durante el siglo XIX, la migración de mano de obra rural (a California, Australia, Argentina, Perú, o al Norte de la plata o el salitre) preocuparía seriamente a la aristocracia terrateniente. Durante el ciclo salitrero, millares de trabajadores extranjeros, sobre todo bolivianos y peruanos, llenarían las filas de un proletariado minero en violenta expansión. La necesidad de incrementar el factor humano disponible, tanto en términos de número como de productividad, llevó a estimular políticas migratorias en el siglo pasado. Hoy, frente a un mundo crecientemente globalizado, caracterizado por violentas crisis locales y por profundos desequilibrios regionales, la necesidad de definir una política migratoria clara es una necesidad apremiante, dado que más temprano que tarde la presión demográfica externa va a convertirse en un factor económico, social y cultural de un peso que en este momento se desconoce, y que se puede revelar significativo.

Esto era necesario, porque también ha sido una característica de los procesos de largo plazo, en nuestra historia económica, la existencia de segmentos sociales, raciales y/o políticos marginados, aislados, o de difícil integración. En un momento fueron los indios, sometidos o "amigos". En otro, el mestizo libre. Más tarde, el vagabundo rural o el lumpen proletario urbano. La discriminación social o política ha marcado nuestra historia de una manera aguda y dramática, aunque por algunas etapas se hayan apaciguado sus manifestaciones, a menudo por un uso más o menos indiscriminado de la fuerza. Estos segmentos, aquel "Chile escondido", que en ciertas etapas han incluído parte importante de la población, constituye una reserva inapreciable de recursos humanos para un proceso de desarrollo acelerado, pero a la vez constituyen un factor de inestabilidad política y social que debe ser tomado en cuenta, ya que más de una vez ha irrumpido en los procesos históricos con una fuerza desequilibrante. Este desequilibrio social debe ser tenido en cuenta en cualquier estrategia de desarrollo, no solamente por su peso social o político sino también económico. Una estructura inadecuada en la distribución del ingreso, como la que ha caracterizado tradicionalmente a la economía chilena, ha constituido permanentemente una traba al crecimiento económico, al reducir la importancia de la demanda interna como factor de estímulo al proceso de crecimiento. Durante al menos el siglo final de la colonia, los pensadores criollos tendrían más claro que algunos que les sucederían lo negativo de este efecto, y sugerirían diferentes medidas, muchas de ellas sin duda ingenuas, para revertir este proceso.

Entre esas medidas asumiría un carácter central la educación. Entre las primeras medidas de los gobiernos surgidos de la independencia, se contaría la introducción del sistema Lancaster en los colegios, la creación de la biblioteca Nacional, la creación del Instituto Nacional, y la creación de colegios, incluyendo algunos femeninos. Programas educacionales masivos caracterizarían a algunos gobiernos, entre los que destacan los de Bulnes y Montt, y aquellos de las primeras décadas "del salitre", a partir de Santa María y Balmaceda, el auge de la educación estatal bajo el Frente Popular, y la privatización de la educación superior bajo el gobierno militar, entre otros. Estas verdaderas "cruzadas educacionales" no solamente se orientaron a elevar las capacidades económicas de los chilenos (sobre todo a partir de Aguirre Cerda), sino que buscaron, con mayor o menos grado de efectividad, sentar a través de la educación las bases de una sociedad más unida y homogénea.

Otro aspecto que merece ser permanentemente recordado, es la influencia permanente que en la economía chilena ha jugado la minería. A pesar de que por siglos no ha concentrado más que un porcentaje menor de los capitales locales y la fuerza de trabajo, su influencia macroeconómica ha resultado determinante. Bajo un patrón monetario bimetálico, como el existente durante todo el período colonial y los primeros 60 años del período republicano, la oferta de dinero constituiría un elemento fundamental, particularmente relevante en los períodos deficitarios de comercio exterior, como fueron efectivamente la mayoría. En todos los períodos los tributos al área minera constituirían una partida central y a menudo dominante en los ingresos fiscales, sobre todo en moneda dura. Por largos períodos, ha constituido el principal foco (y a menudo el único) de inversión extranjera. Finalmente, por razones geológicas, constituye una de las áreas más importantes en las que el país presenta ventajas comparativas naturales.

Un último aspecto, entre muchos que pueden destacarse en un análisis de los factores relevantes de largo plazo, lo constituye la marcada influencia ideológica y cultural que en Chile siempre han tenido las ideologías y modos de vida de otras culturas externas materialmente más avanzadas. La aristocracia criolla de la Colonia aspiraba a adquirir títulos de nobleza y a grabar blasones de piedra en sus pórticos, los mismos que bajo la república serían ignominiosamente borrados. La repentina apertura de 1811 se traduciría en un cambio muy fuerte en los patrones de vida y consumo, además de su impacto en el mundo de las ideas, un proceso asombrosamente similar al que vivimos tras la apertura comercial a partir de 1975. Crisis de endeudamiento y de balanza comercial por exceso de importaciones suntuarias no eran una novedad, sobre todo después de períodos largos de cierre de la economía. Sin embargo, sería en el campo ideológico en el cual esa influencia alcanzaría niveles más decisivos. Chile adoptaría todas las ideas, todos los modelos, e intentaría todos los caminos, a menudo con un mayor énfasis en el purismo conceptual que en la eficacia de corto plazo. Es de destacar que, por largas etapas, que a menudo corresponden a los períodos de mayor crecimiento y estabilidad, destacaría más bien un claro pragmatismo y un énfasis marcado en la estabilidad de las reglas, que drásticos cambios estructurales. Las políticas neo-mercantilistas de Portales y Rengifo, o el realismo práctico de un Courcelle Seneuil, por un lado, contrastan con la denodada defensa de la ortodoxia financiera, a un altísimo costo, que llevó a Chile a defender el patrón oro por meses después que Inglaterra lo hubiera suspendido, en 1931, o los sucesivos programas de reformas estructurales profundas, aplicados a un alto costo entre 1955 y 1983.

Comentarios Finales

La visión económica de la historia de Chile nos permite develar los factores permanentes, aquellos que se sitúan por encima de los ciclos y constituyen probablemente factores determinantes del modo en que los mismos impactan en la sociedad chilena. Análisis útil para pensarnos como sociedad y para aventurar el estudio de nuestro futuro. Se ha indicado por ejemplo que frente a los múltiples deseos y pronósticos referentes a nuestro eventual salto al mundo desarrollado en un cuarto más de siglo –pronósticos que sin lugar a dudas dependen de una serie de factores relativo a la inversión y la sostenibilidad del crecimiento—existe la posibilidad de un nuevo sueño frustrado. Así como hace un siglo se observaba un desequilibrio entre el potencial económico y las demandas de un más sofisticado sistema político, cultural y de organización social, tiene lugar hoy en día justamente al revés, ya que el aparato económico y su potencial representa oportunidades que no se aprovechan adecuadamente debido a la aún débil configuración de la política, la cultura y las organizaciones sociales. Quizás podamos, quienes hemos mirado a nuestro pasado con el respeto intelectual de la enseñanza, insinuar que la mirada en el tiempo puede sugerir los vacíos que precisan ser llenados.

Los retos para la historia económica nacional se centran también, precisamente, en resaltar, sin caer en el determinismo, la estrecha relación existente entre la evolución de los procesos económicos con la evolución social, cultural y política. Desde esa perspectiva la propuesta no puede constituir solamente una visión técnica sobre la evolución de la economía chilena, sino también presentar la interacción que esos fenómenos económicos tuvieron en la vida de los repetidos chilenos; en su ecología social; en su medio ambiente; en su forma de entender el mundo y la vida. Es cierto, ciertos ciclos, como por ejemplo, el lento desarrollo y auge del liberalismo económico que en 1929 entraría en un largo declive de 40 años, son repetidos en la historia nacional. Igualmente, sorprenden las coincidencias que presentan algunas crisis separadas por más de un siglo, como aquella de la inconvertibilidad de 1878 y el colapso del dólar fijo en 1982, o los paralelos políticos existentes entre la crisis de 1891, bajo Balmaceda y la 1973, bajo Allende. Sin ir muy lejos, es evidente que un conocimiento más acabado de la experiencia que había tenido Chile con el dólar fijo bajo los gobiernos de Alessandri y la Unidad Popular pudo salvar a muchas empresas que quebraron, bajo condiciones similares, en 1982.

No hay, sin embargo, determinismo histórico, y la historia decididamente no se repite, al menos con la excepción conceptual de lo que ya nos había dicho Arnold Toynbee. Pero al centrar algunos procesos y hechos, es cierto que existen afinidades, parecidos, analogías que parecen señalar al más incauto que ya todo esta hecho o dicho, que la historia no es más que una repetición infinita. Por cierto, el determinismo parece ser no más que un reflejo de lo que en su tiempo ya señaló el viejo Herodoto: la historia no se repite nunca, es el hombre quien se repite siempre.

Quiero finalizar agradeciendo nuevamente el honor que me ha dispensado esta Sociedad Chilena de Historia y Geografía, a quien dedico estas palabras que, con humildad, se han dirigido a proponer una instancia de reflexión sobre nuestro rico pasado nacional.

 

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