Discurso Prof. Luis A. Riveros Rector Universidad de Chile en Ceremonia de Inauguración de Aula Magna Escuela de Derecho.
Tito Castillo, el reciente Premio Nacional de Periodismo y egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, me contaba que fue protagonista, como estudiante de los años cuarenta, del traslado de la escuela desde la Casa central en la Alameda, al nuevo edificio en calle Pío Nono.
En el ambiente urbanístico de la época era este un gran edificio, impresionante por sus poderosas columnas en la entrada, y por los destacados faroles que constituían la reminiscencia de una época ya ida, pero que permanecía en la gran escuela como rememoranza de su centenario hacer académico. Un edificio cuyas salas parecían más bien el sitial de una academia clásica, casi como diseñadas para que desde los sitiales estudiantiles emanara el respeto, y desde su cabecera el conocimiento más indesmentible.
Entre las cosas que más impactaron a los jóvenes de la época, fue el aula magna de la Escuela: un monumento a la solemnidad y al buen gusto dedicado a la academia. Parecía un gran templo, me dijo Tito Castillo, en que casi podía percibirse al instante del ingreso la presencia de los grandes sacerdotes del conocimiento, de la inspiración profunda de los secretos del derecho. Notable, a la inspección de los ojos de nuestros días, porque este monumento nacional obedecía al esfuerzo del Estado por proveer a su Universidad de un local digno donde realizar los estudios de derecho, desde donde aportar para el mejoramiento de Chile, tal y como la Universidad venía haciéndolo por más de un siglo.
Aquí, hoy, como signo inefable de los tiempos, nos encontramos en la vieja casa para agradecer a nuestros distinguidos egresados por sus generosos aportes para reconstruir lo que el tiempo, en forma implacable, fue desgastando y desluciendo. Agradecemos ese apoyo indispensable para poder realizar adecuadamente nuestro trabajo y seguir aportando con la creación y diseminación del conocimiento que Chile necesita para su desarrollo integral. Ustedes distinguidos egresados nuestros, han colaborado a proporcionarle más dignidad a nuestros estudiantes -aunque hoy se denominan más comunmente como "clientes"- y de paso, por lo mismo nos han ayudado a profundizar en el trabajo académico de la escuela.
La inseparable conjunción entre una buena entrega académica, identificada con la mayor excelencia posible y la necesidad de instalaciones dignas -quizás no elegantes, sofisticadas o caras- pero capaces de reflejar con solemnidad lo que ocurre allí, en la entrega intelectual. Ustedes nos han ayudado a sentirnos apoyados por nuestras propias raíces, por aquello que cultivamos con ahinco y dedicación a nombre del Estado de Chile, como la señera institución de educación pública que somos. Ustedes egresados nos hacen sentirnos más fuertes como institución, y en tiempos tan distintos, con mensajes y señales tan contradictorias de la política pública, ustedes nos permiten nuevamente creer. Creer un poco más en nuestra capacidad para seguir construyendo el espíritu libre de una universidad nacional y pública. Creer en que la excelencia es posible, y que no todo es transado a precios convenientes en un mercado de ficción. Creer que nuestros jóvenes merecen una oportunidad más rica y señera -como cuando se daba en la Universidad un trato igual a quien llegara, porque eso era solamente la distinción que se otorgaba en la entrada para los más capaces.
Ustedes egresados nuestros, con su contribución, con su cariño por esta escuela gloriosa, no han permitido volver a mirar el futuro con esperanzas, porque su aporte, su actitud, la leemos como la de Chile, de su gente y de sus profesionales, en el deseo de seguir contando con una Universidad amplia, tolerante y de excelencia.
Vuestro gesto es importante, porque refleja nuestra vinculación indisoluble con la realidad, con nuestra realidad y nuestros egresados. Y es muy importante para una universidad mantenerse vigente, creíble, alcanzable; no hay para esto mejor prueba ni instrumento que el lazo establecido con los egresados y su vinculación fuerte con la institución.
Pero no es solo eso; es también la necesidad imperiosa que se nos ha impuesto. Hoy la Universidad de Chile cuenta solamente con un 25 por ciento de aporte directo del Estado en su presupuesto. Los estudiantes deben pagar aranceles; pero no es eso el problema: la cuestión es que ni siquiera existe crédito suficiente para todos ellos: la clase media queda virtualmente excluida de las aulas, porque ella no es de tan escasos recursos como para merecer crédito, ni tan adinerada como para pagar directamente el arancel. Y ¿qué sería de una Universidad de Chile sin diversidad social?, como haríamos nuestro tradicional rol en cuanto a proveer a Chile con movilidad social para los más capaces?
Tenemos que competir en un mercado con más de 60 escuelas de derecho, donde no prima ni siquiera la adecuada información para que los estudiantes y sus familias tomen las decisiones: simplemente se les mantiene en la esperanza de obtener lo mismo en cualquier parte, incentivado por mecanismos débiles de supervisión y acreditación, y en la esperanza insostenible que "el propio mercado acomodara las situaciones más inconvenientes".
Enfrentamos el grave problema de no entenderse o carrera de la política pública, lo que es una Universidad de veras-creadora de conocimiento, depositaría del saber y la cultura, formadora a nivel de pre y posgrado al mayor nivel posible y con el conocimiento de hoy- o lo que es una institución cualquiera que entrega formación básica, repitiendo conocimiento y sin creación asociada a la enseñanza por eso el acto de hoy es también una reinvindicación: tenemos la credibilidad y el apoyo de nuestros profesionales, de nuestros egresados, para seguir pidiendo, exigiendo, una política consecuente con lo que el país espera de la Universidad de Chile. No queremos ni podemos continuar en una suerte de juegos presupuestarios, como si este fuera un poker en que nada se está jugando, sino el destino de la juventud capaz. Es cierto: no queremos volver treinta o cuarenta años atrás; pero si necesitamos reglas que efectivamente reconozcan que somos un país en desarrollo, que nos aproximamos a la sociedad del conocimiento, que debemos proporcionar mayores oportunidades a nuestra juventud, que tenemos que construir con seriedad el aporte profesional del mañana. Para ello, Chile debe comprometerse con una educación pública de calidad.
No es mayor esta exigencia. Es la que nos confronta día a día nuestra realidad, con la política, ni siquiera explicita, que se nos impone a ultranza.
Por ello, esta ceremonia reviste gran importancia para nosotros. Indica, por una parte, que esta Universidad está vigente, ya que es solo por ello que puede contar con el apoyo de sus egresados en la forma brillante en que en este caso lo han hecho. Por otra parte, indica que la Universidad de Chile está viva, porque en esta escuela y las demás, en todas las facultades e institutos, en todo el ser universitario, prima la fuerza para cambiar las cosas junto con aquella destinada a mejorar nuestra posición respecto del medio. Los mejores resultados en investigación y publicaciones así lo muestran. Nuestra éxito en los fondos competitivos de investigación y docencia lo indican claramente. Nuestra capacidad para generar un proyecto de fuerza universitaria para el Chile del mañana, representado en las reformas que ocurren en todas partes, lo señalan fehacientemente.
Gracias por permitirnos este privilegio. El recibirlos a ustedes en esta casa gloriosa, en esta hermosa aula reconstruida merced vuestro apoyo, constituye un hecho histórico que no podemos menospreciar. Quiero felicitar al decano Bascuñán y a todos quienes con clara decisión, y encomiable esfuerzo, han ayudado a conseguir este objetivo loable que queda como testimonio de fuerza y de compromiso con las nuevas generaciones.